JESÚS ES EL QUE CAMINA SOBRE LAS AGUAS.

 


JESÚS ES EL QUE CAMINA SOBRE LAS AGUAS.

Iluminación: De madrugada, Jesús, caminando por encima del mar, vino hacia sus discípulos y les dijo: «Tened valor, que soy yo; no tengáis miedo.»

Caminar sobre las aguas es vencer el pecado, al mal y a la naturaleza. Es caminar en el Poder de Dios. Para vencer con el Bien al Mal. El que camina sobre el agua es Jesús, que se apropia del Nombre que está sobre todo nombre, el Nombre de Dios: “Yo Soy” Y que hoy nos invita a no tener miedo a subir con él a Jerusalén. No tengáis miedo a dejar la orilla para remar mar adentro para dejar la superficialidad y la mediocridad de la fe para avanzar y madurar conmigo en el compromiso de la vida.

Sigamos las huellas de Elías que atravesó el desierto hasta llegar a la montaña santa para encontrar al Señor. Elías huía de la reina Jetzabel que quería matarlo por haber vencido a 450 profetas de Baal, en defensa de Dios y de su Ley. 40 días sin comida y sin bebida. Una sola vez el Ángel del Señor lo alimentó para que pudiera llegar.

En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo: «Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va pasar!» Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hizo trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. (1 de Re 19, 9ª. 11- 13ª)

Dios no estaba en el viento huracanado, no estaba en el terremoto, ni estaba en el fuego, no estaba en lo portentoso, en lo ruidoso. Dios se manifestó en una suave brisa, al sentirla, se cubrió la cara y salió fuera de la cueva para responderle a Dios: “Heme aquí oh Dios para hacer tu voluntad”.

El profeta Isaías, hijo del Padre del profetismo, siguiendo las huellas de su Padre Elías, nos dice que Dios no estaba en el Culto escandaloso, portentoso y ruidoso, más bien lo rechaza: “Me tapo los ojos para no verlos, y los oídos para no escucharlos, porque sus manos están manchadas de sangre” (Is 1, 14- 15) El Culto que a mí me agrada es interior, de dentro, del corazón y ha de hacerse con amor. Porque a Dios le agrada la oración íntima, cálida y extensa que se hace por amor. Un Culto que debe de estar unido a la Obediencia y a la Justicia. Así como lo describe Isaías y lo repite Santiago: La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo. (Snt 1, 27) El Culto por amor pide guardar los Mandamientos de Dios, guardar su Palabra y amar al prójimo (Mt 22, 36- 40) A estos dos Mandamientos, les podemos agregar el no robarás, no matarás, no cometerás adulterio…. No basta con decir: Yo no peco, haz de hacer el Bien para que tu Culto sea agradable a Dios: “Vuestras manos están de sangre llenas: lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. Venid, pues, y disputemos - dice Yahveh -: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán. Si aceptáis obedecer, lo bueno de la tierra comeréis”. (Is 1, 15- 19)

 El Culto a Dios ha de ser en espíritu y en verdad,  implica ofrecer el sacrificio de acción de gracias (guardar los mandamientos), ofrecer el sacrificio de alabanza (la práctica de la caridad), y ofrecer el sacrificio de la expiación de los pecados (el arrepentimiento) (Eclo 35, 1- 5) Para que nuestro sacrificio sea vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12, 12) Llevando una fe sincera, un corazón limpio y una conciencia recta (1 de Tim 1, 5) Para que lo podamos ofrecer con amor, obediencia y justicia.

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.» Él le dijo: «Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.» Mateo (14,22-33)

Después de la multiplicación de los panes, la gente quería proclamar a Jesús como rey. Jesús no quería ese ruido y mandó a sus discípulos a cruzar el lago mientras él despedía a la gente. Después se retiró al Monte a estar a solas con Dios y orar. Muy de madrugada Jesús visita a sus discípulos que estaban en problemas por el viento huracanado, Jesús va caminando sobre el agua. Ellos se llenan de miedo, pensando que es un fantasma. Jesús se identifica diciéndoles: “Yo Soy, no tengan miedo”. Pedro le dice: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.» Él le dijo: «Ven.» Al discípulo se hecho al agua y comenzó a caminar. Pero, pronto, el viento y las olas, hicieron que le quitara sus ojos a Jesús y comenzó a hundirse. Cuando las aguas le llegaban al cuello exclamó: Señor, sálvame. Jesús, extendió la mano y lo sacó. Sosteniéndolo le dijo: “Hombre, de poca fe, ¿por qué has dudado? Podía haberle dicho: ¿Hombre de poco amor, porque me fallaste? Porque la fe y el amor se complementan (Gál 5, 6) La fe es amor y el amor es fe. Cuando le fallamos al amor, la fe hasta desaparece. Pedro se hundió, porque primero se arriesgó, si no se hubiera arriesgado no se hubiera hundido. Arriesgaos, no tengáis miedo, Yo estaré con Ustedes. Todos los que estaban en la barca hicieron su confesión de Fe: Señor, Jesús, Tú eres el Hijo de Dios, el Mesías que ha de ser llamado: Nuestro Salvador, nuestro Maestro y nuestro Señor. 

Jesús, es el que camina sobre las aguas, es el Vencedor del Mal, y en él se cumple la profecía de Ezequiel: “Así dice el Señor. «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que yo soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis, os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor”.  (Ez 37, 12b-14)

No habéis recibido espíritu de esclavitud, para recaer otra vez en el temor, sino que habéis recibido espíritu de adopción filial, por el que clamamos: «¡Padre!». Este mismo Espíritu se une a nosotros para testificar que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados. (Rm 8, 15-17)



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