LAS TENTACIONES DE JESÚS Y EL LLAMADO AL SERVICIO.
En primer lugar, hay que señalar que Jesucristo fue un
ser humano como nosotros, en todo menos en el pecado,(Heb 4, 15) él es santo,
puro e inmaculado, pero humano y, por lo mismo, sufrió tentaciones durante toda
su vida al igual que todos nosotros, los seres humanos. Lo malo no es tener
tentaciones, lo malo es que caigamos en ellas y todavía peor, es que no
logremos levantarnos de nuestras caídas. Si el mismo Jesus fue tentado, fue
para darnos la enseñanza de la humildad.
La tentación
del placer (Lc. 4,1-4).
Podríamos decir que todas las tentaciones, cualesquiera que éstas sean, se reducen a tres clases: la tentación del placer, la tentación del tener y la tentación del poder. Jesucristo sufre estas tres clases de tentaciones que el Maligno quería que cambiara de un Mesías según Dios a un Mesías según el pueblo. Acabamos de leer en el Evangelio de Lucas cómo el diablo le pone la tentación del placer ante el ayuno al que Cristo se había sometido, diciéndole: “Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.” “No sólo de pan vive el hombre”, le responde Jesús Ante todo, debemos aclarar que el placer en sí no es malo.
No hay que tenerle miedo al placer. Nosotros
disfrutamos de un bonito atardecer, de una sabrosa comida, de una buena
amistad, las parejas de novios disfrutan de
su compañía, los esposos se disfrutan en la intimidad. Es un medio, no
es un fin, eso sería nuestro ídolo. A Jesucristo le gustaba disfrutar de las
fiestas de su pueblo, le gustaba estar en medio de la algarabía de los niños,
disfrutaba de la compañía de sus discípulos, etc. No vayamos a perder el
sentido del placer, de ninguna manera vayan a caer en el puritanismo, como es
tan frecuente en algunas sectas protestantes. Son tan puritanas y
fundamentalistas algunas de ellas que a sus súbditos los inhiben y los sustraen de la vida.
Así ha sucedido con algunas personas muy religiosas que llevan una vida muy acartonada, muy formalista y con poca naturalidad. Así pues, como les decía, no es malo el placer, lo malo es que no tengamos sabiduría para disfrutar de él y nos volvamos sus esclavos, de tal manera que el placer arruine nuestra vida y la vida de los demás. Cuando, como se dice coloquialmente, nos tiramos a los placeres de la vida, nos dejamos ir por nuestros instintos, nos encerramos en nuestro egoísmo, simplemente nos deshumanizamos y deshumanizamos a los demás. Perdemos el sentido de la vida, el dominio de nosotros mismos, no somos capaces de sacrificarnos por los demás y poco a poco perdemos la alegría de vivir. El Apóstol San Pablo dice que tales personas tienen como su Dios a su propio vientre. (cf Flp 3, 19) “Huyan de las pasiones de la juventud” (2 de Tm 2, 22)
Jesucristo disfrutó indudablemente del placer, lo veían
disfrutar, tanto, que hasta algunos escandalizados que no pueden ver a nadie
feliz, lo llegaron a tachar de glotón y bebedor.(Mt 11, 19) Jesús disfrutaba
del placer, pero nunca se hizo esclavo de él, porque él era un místico y un
asceta. Un místico porque sabía cuál era el sentido de su vida y a quién se la
tenía entregada y un asceta por su disposición al sacrificio, de tal manera que
atendía a las necesidades de la gente en cualquier momento, se privaba del
descanso por atender a la gente que estaba como ovejas sin pastor, buscaba irse
al monte para orar y estar con su Padre (Mc 1, 35; Mc 6, 34) Todos esto
indudablemente que lo fue preparando para el máximo sacrificio de la cruz.
La tentación del tener. (Lc. 4, 5-8)
La otra tentación que tuvo Jesús fue la tentación del tener, cuando el demonio le hace “ver todos los reinos de la tierra” y le dice: “Todo será tuyo, si te arrodillas y me adoras.” A esto Jesús le respondió: “Está escrito. Adorarás al Señor tu Dios, y a él sólo servirás.”
Tampoco es malo tener, ni siquiera es malo buscar la
buena vida. A fin de cuentas Dios nos ha dado los bienes de la tierra y nuestra
inteligencia para aprovecharlos a nuestro favor. No es malo procurar bienes, lo
malo es cuando nos gana la codicia y nos obsesionamos por la posesión de dichos
bienes. El que tiene dinero quiere más dinero, el que tiene tierras quiere
tener más y entonces nos volvemos unos insaciables acaparadores. En esos momentos
comenzamos a ahogarnos en las cosas. Queremos agarrar y agarrar cosas, de tal
manera que ya tenemos tan ocupadas las manos y el alma con las posesiones que
ya no podemos manejar nuestra vida ni tenemos tiempo para la amistad, ni para
la comunidad, ni para las personas, ni
para nadie. Nos hemos empobrecido y vueltos miserables con tanta riqueza.
Echamos a perder nuestra vida. Todos necesitamos el tener para vivir con
dignidad.
Jesús fue un hombre pobre.
El centro de la persona de Jesús, su corazón, está totalmente ocupado por su Padre Dios y su Reino. No hay cabida para más. El demonio quería arrancar del corazón de Cristo esa opción tan profunda y tan fundamental por la que Jesús se desvive. Simplemente no lo logra. Jesús usa de los bienes de la tierra sin aferrarse a ellos. Los usa tanto cuanto le sirven para la causa del Reino. Por ello, tenían una bolsa común, manejada por Judas Iscariote. Por ello, Jesús puede bendecir a los pobres y maldecir a los ricos que están impedidos por su codicia para compartir; por ello, puede decir que el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. (Lc 9, 58) Jesús se hizo pobre por el Reino de Dios, al igual que se hizo célibe por la misma causa.
Jesús, pues, se somete y vive la economía de la gracia de Dios. No es una economía de compra-venta, ni es una economía que busca la productividad, la rentabilidad, la eficiencia ni la competitividad. Jesús, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (Cfr. 2 Cor. 8,9)
La tentación
del poder. (Lc.
4, 9-13)
Finalmente, la tercera tentación de Cristo fue la
tentación del poder, cuando el diablo puso a Jesús “en la parte más alta del
templo y le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está
escrito: los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en
sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras. Pero Jesús le
respondió: “No tentarás al Señor, tu Dios.”
El poder tampoco es malo. Se puede tener poder político, social, familiar, económico, religioso y hasta militar. El problema está cuando ese poder lo usa uno para sus propios fines, para servirse de él y no para el servicio de los demás. Jesús enseño que el poder no es para oprimir, sino para liberar y para servir. (Mt 20, 26- 27)
Jesús fue obediente a su Padre Dios.
Jesús tenía un gran poder consigo, el mismo poder de Dios, y el demonio quería que lo usara para su propio interés haciendo alarde de él. Todo lo contrario que le había encomendado nuestro Padre Dios. Esta actitud de obediencia a nuestro Padre Dios de parte de Jesucristo nos la describe de una manera magistral el himno de la Carta a los Filipenses, 2, 6-11 donde nos dice que Cristo siendo de condición divina no hizo alarde de ser Dios sino que se humilló haciéndose siervo y obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. El alimento de Cristo consistía precisamente en hacer la voluntad de su Padre Dios (Cfr. Jn. 4,34; 5,30; 6,38; 15,10; etc.).
Jesús fue el Siervo de Dios y el servidor de los hombres.
Jesús sabe que sólo partiendo de los servidores se
puede construir fraternidad. Por eso desde la Cruz es el Siervo de Dios y nos
invita a ser como él. En la medida en que sirvamos a los pobres y vivamos como hermanos, especialmente con los
más pequeños y necesitados y siguiendo el mandamiento del amor, estaremos
construyendo el Reino de Dios en esta tierra. Mas Jesús los llamó y dijo:
«Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los
grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el
que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que
quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera
que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su
vida como rescate por muchos.» (Mt 20, 25- 28)
Jesús quiso fundar una Comunidad Fraterna, Solidaria y Servicial, en la que todos sean hijos de Dios, hermanos entre sí y servidores unos de los otros para que la autoridad o el poder de los “grandes” sea un servicio para que nadie busque los primeros lugares (Mt 23, 1- 5) Por eso nos dice a todos: “Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13, 13- 15)
Cuando seamos tentados Jesús nos dice: “No tengáis
miedo, yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (cf Mt 28,
20)
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