LLAMADOS A SER SANTOS COMO ÉL ES SANTO

 


LLAMADOS A SER SANTOS COMO ÉL ES SANTO


Cristo amó a su Iglesia y se entregó a la muerte por ella para santificarla, purificándola en el baño del agua, que va acompañado de la palabra, y para hacerla comparecer ante su presencia toda resplandeciente, sin mancha ni defecto ni cosa parecida, sino santa e inmaculada. (Ef 5, 25b-27)

La Iglesia es santa porque su Fundador es santo. Si queremos ser santos como él es santo tenemos que seguir sus huellas, amarlo y servirlo. Solo si lo seguimos tendremos su Gracia que nos ayuda a ser santos. La santidad es la vocación de toda la Iglesia, de todo bautizado  (1 de Ts 4, 3) La santidad pide unidad, verdad y libertad. Esto nos pide escuchar la Palabra y obedecerla, una vida extensa de Oración, íntima y cálida. Vida cimentada en los Sacramentos y en la práctica de la Caridad. Pero la Iglesia, juntamente con ser santa, es también pecadora en sus miembros, necesitados de liberación, purificación, conversión y salvación.

Santiago nos dice: “Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se olvida de cómo es.”  (Snt 1, 22- 24) Y Jesús nos dice: “Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.” (Mt 26, 41) Palabra y Oración nos llevan a la Verdad, a la Libertad y a la Santidad. Nos ayudan a crecer en Cristo. Santo es el que ama, y ama el que es libre de la esclavitud del pecado. Y el que ama combate la pereza física, intelectual o moral, está presto para servir a Cristo y a sus hermanos. El amor lo hace ser prudente para no acercarse al fuego, más bien huye de las pasiones de su juventud (2 de Tim 2,22)

El camino de la fe va dejándonos huella en nuestra vida. Nos deja Luz, Poder y Misericordia. Jesús nos ha dicho: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.» (Jn 8, 12) Luz para ver, más aún para distinguir entre lo bueno y lo malo. Poder para rechazar el mal y poder para hacer el bien (Rm 12, 9) Y Misericordia para lavar pies, servir y compartir, como el mismo Jesús lo hizo y lo sigue haciendo por medio de sus Ministros. “Haced lo que él os diga” (cf Jn 2, 5) María pide que crean en su Hijo, para que seamos sus amigos, sus discípulos, luego sus apóstoles y también sus hermanos: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.» (Lc 8, 21) Estos me pertenecen porque me aman y me siguen.

El fruto del Espíritu que es también de la fe es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Si vivimos por el Espíritu marchemos tras el Espíritu. (Ga 5, 22. 23a. 25) Es bondad, es verdad y es justicia (Eg 5, 9) Es humildad, mansedumbre, misericordia, paz y amor (Col 3, 12- 14) Es prudencia, justicia, fortaleza, templanza, tenacidad, piedad, amor fraterno y caridad (2 de Pe 1, 5- 8) Quién tenga lo anterior abunda en el conocimiento de Dios, vive en Comunión y Participación con Dios y con los miembros del Cuerpo de Cristo.

De la “Opción fundamental por Cristo” brotan y nacen las “actitudes positivas y optimistas” que se convierten en “acciones” que vienen a ser los frutos del árbol bueno (Mt 7, 17) Un árbol que está plantado a la orilla del río, sus raíces están siempre en el agua, sus ramas siempre verdes y da frutos los doce meses del año, es decir, siempre (Slm 1, 1- 3) La clave no es un secreto, las palabras de Jesús se escucha en lo más profundo de los corazones: Ámenme y Síganme. Guarden mis mandamientos y amen a sus hermanos. (Jn 14, 21) Guarden mi Palabra y practiquen mis virtudes (Jn 14, 23; Flp 2, 5) Encarnen mis bienaventuranzas (Mt 5,3. 11) Y yo estaré con Ustedes todos los días hasta la consumación de los siglos (Mt 28, 20)

El camino a seguir es el mismo Jesús que nos dice: La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. (Jn 15, 8- 10)

Tres son los mandamientos de Jesús: Vayan por todo el mundo… (Mt 28, 18- 20). Es el mandamiento profético. El gran envío.

El mandamiento social: Ámense los unos a los otros como yo os he amado (Jn 13, 34)

El mandamiento litúrgico: “Hagan esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19;  1 de Cor 11, 24)

El que guarde estos mandamientos ama a Cristo y ama a su Iglesia. Y se preocupa por el crecimiento espiritual de los demás:  Poned cuidado en que nadie se vea privado de la gracia de Dios; en que ninguna raíz amarga retoñe ni os turbe y por ella llegue a inficionarse la comunidad. (Heb 12, 15)

El Gran envío: Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 18- 20)

Está con nosotros en las buenas y en las malas. En la salud y en la enfermedad. Cuando caemos, nos levantamos y caminamos. Esta allí para ayudarnos porque nos ama, y está desde nuestra esquina para conducirnos, bendecirnos, aconsejarnos…

 

 

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