LA
FE ES LA RESPUESTA A LA PALABRA DE DIOS.
Jesús
le respondió: «Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» (J 11, 25- 26)
La respuesta de Marta es clave para la Iglesia: Le dice ella: «Sí, Señor, yo
creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.» (Jn
11, 27) Es la fe de toda la Iglesia, recibida de los Apóstoles: Simón Pedro
contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo:
«Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Es un don de Dios. (Mt 16, 16)
Jesús
le dice que la fe es luz que viene de lo Alto y que necesaria para ver las
maravillas de Dios: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»
(Juan 11, 40) La fe es luz, es fuerza y es amor, es vida, por lo tanto es
santidad, “y sin santidad nadie verá al Señor” (Heb 12, 14) Frente a los
problemas de la vida Jesús dice: «No temas; solamente ten fe.» (Mc 5, 36) “Todo
es posible para el que cree” (Mc 9, 23).
La
fe es comunión con Dios en Cristo Jesús, y sin está comunión, estamos vacíos de
Dios y estamos sin dar fruto (Jn 15, 4) Por eso nos dice la carta a los
hebreos: Ahora bien, sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a
Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan. (Heb 11, 6)
Esto nos lleva a entender que la fe no es un algo, sino, un Alguien, una
persona llamada Jesús, el Cristo: que Cristo habite por la fe en vuestros
corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con
todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad,
y conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para que os vayáis
llenando hasta la total Plenitud de Dios. (Ef 3, 17- 19)
"¿Cómo
puedes creer, si se aceptan gloria el uno del otro, pero no busques la gloria
que proviene del único Dios? (Jn 5, 44) No busquemos la gloria ni la recompensa
de los hombres, porque eso no le agrada a Dios: Nuestra fe es Cristo céntrica,
esa es la voluntad de Dios que creamos en su Hijo, en su Mensaje, en su Obra,
en su Misión y en su Destino: Y esta es
la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado,
sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que
todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el
último día.» (Jn 6, 39- 40) Por eso Jesús pide que creamos en él, tanto como
creemos en el Padre: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed
también en mí. (Jn 14, 1) Porque el Padre y Yo somos Uno (cf Jn 17, 21)
El
que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no
ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. (Juan 3,18) Creer en Jesus es
confiar en él, es obedecerlo, pertenecerle y amarlo. Ha pasado de la muerte a
la vida, de las tinieblas a la luz, y los hijos de la luz son la bondad, la
verdad y la justicia (Ef 5, 8- 9) Permanezcamos en su Amor, en comunión con
Jesús para que demos fruto en abundancia (cf Jn 15, 4. 9)
¡Dichosos
los que te aman! ¡Dichosos los que se alegren en tu paz! ¡Dichosos cuantos
hombres tuvieron tristeza en todos tus castigos, pues se alegrarán en ti y verán
por siempre toda tu alegría! Bendice, alma mía, al Señor y gran Rey. Seré feliz
si alguno quedare de mi raza para ver tu Gloria y confesar al Rey del Cielo.
Las puertas de Jerusalén serán rehechas con zafiros y esmeraldas, y de piedras
preciosas sus murallas. Las torres de Jerusalén serán alzadas con oro, y con
oro puro sus defensas. (Tob 13, 14- 16)
Amar
a Dios y al prójimo, como también practicar la justicia, es tener fe. (1 de Jn 2, 29: 1 de Jn 4, 7-8)
Tal como lo dice el libro de la sabiduría: Amad la justicia, los que juzgáis la
tierra, pensad rectamente del Señor y con sencillez de corazón buscadle. Porque se deja hallar de los que no le
tientan, se manifiesta a los que no desconfían de él. (Sab 1, 1- 2) Le hacemos
justicia a Dios cuando creemos en Jesús y amamos al prójimo (1 de Jn 3, 23) La
fe es poder, es fuerza y es energía para luchar contra el mal: Pues todo lo que
ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre
el mundo es nuestra fe (1 de Jn 5, 4). Vayamos al apóstol Santiago que escribe
para cristianos de la segunda o tercera generación:
Así
también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. Y al contrario, alguno
podrá decir: «¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y
yo te probaré por las obras mi fe. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien.
También los demonios lo creen y tiemblan. ¿Quieres saber tú, insensato, que la
fe sin obras es estéril? (Snt 2, 17- 20)
La
fe es don y es lucha, nos atrae tentaciones y pruebas: Por lo cual rebosáis de
alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con
diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa
que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de
alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo. A quien amáis
sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de
alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de
las almas. (1 de Pe 1, 6-9)
Los
frutos de la fe son los mismos que los frutos del Espíritu Santo: En cambio el
fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. (Gál 5,
22- 23) Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de
misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a
otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el
Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto,
revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección (Col 3, 12- 14)
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