LA CARIDAD ES EL VÍNCULO DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA.

 


LA CARIDAD ES EL VÍNCULO DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA.

Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad. (1 de Cor 13, 13) Pero, el origen de las tres es la fe, y la más importante es la esperanza. La fe viene de los que se escucha: la Palabra de Dios ( Rm 10, 17) La esperanza para que nazca y crezca necesita de un corazón pobre y sencillo: es la fortaleza de la caridad  que se despliega como madre hacia la sencillez, la pureza de corazón y hacia la santidad. Donde hay caridad, ahí hay santidad. De la misma manera donde hay caridad hay mansedumbre y humildad, armas poderosas para vencer la agresividad y la soberbia, la mentira y la envidia, la hipocresía y  la maledicencia (cf 1 de Pe 2, 1).

Así lo entiende y explica el apóstol Pedro: Procurad todos tener un mismo pensar y un mismo sentir: con afecto fraternal, con ternura, con humildad. No devolváis mal por mal o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición, porque vuestra vocación mira a esto: a heredar una bendición. (1Pe 3, 8-9) La bendición viene de Dios que nos hace partícipe de lo que él es y de lo que él tiene: Caridad. Por eso Jesús nos recomienda ser mansos y humildes de corazón (Mt 11,29) Para poder permanecer en la Caridad (Jn 15, 9) Como fruto de la comunión con Jesús (Jn 15, 4)



La Unidad interior entre mente, voluntad y corazón, nos da la “Conciencia Moral” que es el mismo Cristo que habita por la fe en nuestro corazón (Ef 3, 17) Y nos garantiza la presencia de la Caridad, el cemento que une todo: La esperanza y la fe, la humildad, la mansedumbre, la justicia y la verdad.  “Así, pues, os conjuro en virtud de toda exhortación en Cristo, de toda persuasión de amor, de toda comunión en el Espíritu, de toda entrañable compasión, que colméis mi alegría, siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás.” (Flp 2, 1- 4) Por eso en la carta a los romanos nos dice: En virtud de la gracia que me fue dada, os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual.(Rm 12, 3)

Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, (Ef 4, 1- 5)

 ¿Cuál es la vocación a la que hemos sido llamados? Es la Santidad  (1 Ts 4, 3) que se nace y crece en la Fe, Esperanza y Caridad. Porque Dios es Amor, es Caridad, (1 de Jn 4, 7) y decimos que somos santos si tenemos amor a Dios y  a los hermanos.

Donde hay Palabra de Dios y Oración, está la Vida como fe, esperanza y caridad: En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor.(1 de Ts 1, 2- 3)

La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia.(1 de Cor 13, 4- 8)

El estilo de vida que se busca en la santidad exige conversión; un despojarse del traje del hombre viejo y revestirse del hombres nuevo en justicia y santidad (Ef 4, 23- 24) Tal y como lo dice el apóstol: “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección.”(Col 3, 12- 14) Perdonar es amar, y lo podemos decir: Perdonar es la decisión de amar a una persona como es y no como yo quisiera que fuera, y amarla permanente mente, es decir, siempre. El rencor, la violencia, el odio y la venganza son contrarios al perdón, es decir, al amor.

¿Cómo se logra llegar a la perfección cristina? En la escucha y obediencia de la Palabra, nos vamos despojando del traje de tinieblas y revistiendo con el traje de la luz (Rm 13, 12) Es don y es lucha por eso Jesús nos dijo: «Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas,(Lc 12, 35) Luchen contra el mal y amen apasionadamente el bien (Rm 12, 9) Para que con el bien venzan el mal (Rm 12, 21) Las lámparas encendidas son las Virtudes y el aceite extra de las “Vírgenes prudentes” que acompañaron al Novio y entraron a la Casa de la fiesta. Mientras que las “vírgenes necias” se quedaron a fuera pegando de gritos. (Mt 25, 1- 11)

Tanto las virtudes como la perfección cristiana se alcansa mediante la práctica de la escucha y obediencia de la Palabra de Dios. Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena.(2 de Tim 3, 14- 17)

Jesús confirma lo anterior en la parábola de la casa construida sobre Roca: «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. (Mt 7, 24- 25)

Cristo es el fundamento de la Casa, (1 de Cor 3, 11) no hay otro, y poner el fundamento, es “tomar la firme determinación de seguir y servir a Cristo por amor y no por otro interés, porque él no quiere ser nuestro parche, el quiere ser el todo de nuestra vida (cf Mc 2, 21) El fundamento de la casa está conformado por ocho Vírgenes o por siete Virtudes que son: La fe, la fortaleza, la sencillez, la pureza de corazón, la santidad, la ciencia y el amor. Todas son hijas de la fe y cada una de las demás, son madres de las siguientes. Conforman una verdadera Fortaleza coronada por la Caridad, vínculo de perfección.

 

 

 

 

 

 

 

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