1.- LA EUCARISTÍA COMO “PRESENCIA REAL” DE
JESUCRISTO.
Objetivo: profundizar
el conocimiento de Jesús Eucaristía en los fieles para suscitar el hambre del
Pan Eucarístico y la devoción al Santísimo Sacramento.
Iluminación. “Estaré con ustedes todos los días, hasta la consumación
de los siglos” (Mt 28, 20) y para estar siempre con los hombres, Cristo Jesús
inventó “La Eucaristía”. El Papa Francisco nos ha dicho:
“la Eucaristía no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio
para los débiles»
Jesús: Amor entregado.Jesús es el amor
entregado por Dios a los hombres. El Evangelio describe la vida de Jesús como
donación y entrega incansable e incondicional a todos y por todos. Nos
preguntamos: ¿quién entregó a Jesús? La Escritura nos dice que el Padre entregó
a su Hijo (Jn 3, 16) Pero también nos dice que Jesús se entregó a sí mismo: “mi
vida yo la entrego” (Jn 10, 18) Pablo nos confirma lo anterior diciendo: “Me
amó y se entregó por mí” (Gál. 2, 20); “Nos amó y se entregó por nosotros (Ef
5, 1); “Amó a su Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5, 25). Los Apóstoles
entregaron a Jesús. La chusma entregó a Jesús a los sacerdotes, estos lo
entregaron a Pilatos, éste a Herodes, éste lo regresa a Pilatos que lo entrega
los romanos por medio de la gente y los sacerdotes. Pedro en su primer discurso
el día de Pentecostés Nos lo dijo con entera claridad: “Escuchen Israelitas…
Jesús de Nazareth fue un hombre… Ustedes entregaron a Jesús para que lo
crucificaran por medio de gente malvada…” (Hch 2, 21ss)
Toda la vida de
Jesús fue una entrega a su Padre en servicio a los hombres: “Se pasó la vida
haciendo el bien, liberando a los oprimidos por el diablo porque Dios estaba
con él” (Hch 10, 38). Al final de sus días lo mataron por medio de gente
malvada, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha. Es
el mensaje de los Apóstoles el día de Pentecostés, el hombre Jesús de Nazaret,
el profeta de Dios. El que había dicho: “Vengo para que tengan vida y la tengan
en abundancia” (Jn 10, 10), ha sido crucificado, ha muerto y ha resucitado para
ser Señor de vivos y muertos, para ser alimento de vida eterna.
Jesús inventó la
Eucaristía.¡Quédate con nosotros, Señor porque atardece y el día va
de caída! (Lc 24, 28). Es la invitación que los discípulos de Emaús hacen a su
Maestro, después de que él les ha explicado las Escrituras, y a ellos les ardía
el corazón. ¡Quédate con nosotros!, es el anhelo más profundo del corazón,
Jesús acepta la invitación y entra en la casa de los discípulos a eso ha venido
¡a quedarse! Y a quedarse para siempre, es su promesa: “Estaré con ustedes
todos los días, hasta la consumación de los siglos” (Mt 28, 20) y para estar
siempre con los hombres, Cristo Jesús inventa “LA EUCARISTÍA” .Podemos recordar
que Jesús es Emmanuel: “Dios con nosotros”, “Dios entre nosotros” y “Dios a
favor de nosotros”. Y con esta presencia en la Eucaristía, Cristo se hace presente, a lo largo de los siglos, el Misterio de su muerte
y de su Resurrección.
En ella, se le recibe a Él en
persona, “Pan Vivo que ha bajado del Cielo”. Jesús inventó la Eucaristía para ser luz,
alimento de su Cuerpo que es la Iglesia y perpetuar por su medio su
Muerte y Resurrección.
La Eucaristía como
“presencia real” de Jesucristo. Pablo VI llamó a la Eucaristía
“Presencia Real de Jesucristo”, no por exclusión, porque las otras no fueran
“reales”, sino por antonomasia, ya que es sustancial, ya que por ella
ciertamente se hace presente Cristo, Dios y Hombre, entero e íntegro (Misterio
de Fe No. 39). El grito, el clamor de los fieles debe ser como el de los
testigos de Emaús: “Señor, quédate con nosotros”: Jesús responde con un
permanente sí: “y entró para quedarse con ellos” (Lc 24. 28s) La Iglesia católica
cree firmemente que después de las palabras de la Consagración, Cristo vivo,
está presente sobre el Altar ofreciéndose como “Víctima viva al Padre por la
salvación de la humanidad”. Presente en cada uno de los fieles, miembros de su
Cuerpo; presente en la Palabra que se proclama; presente en el sacerdote
celebrante y presente en las especies eucarísticas del pan y del vino que por
las palabras de la consagración y por la acción del Espíritu Santo son
trasformados en cuerpo y sangre de Cristo. Esta es nuestra fe católica, que la
Iglesia recibió de los Apóstoles.
El Camino de Emaús. ¡Volvamos a la experiencia de Emaús! Jesús se sentó a la mesa con los
discípulos, tomó el Pan en sus manos, dio Gracias, lo bendijo, lo partió, y en
ese momento a ellos se les abrieron los ojos y reconocieron al Señor, al partir
el Pan. Esta es la primera misa que Jesús celebra el mismo día de la
Resurrección. Jesús desaparece ante la vista de los discípulos, pero permanece
en el Pan convertido en su cuerpo y en el vino convertido en su sangre. Los
discípulos de Emaús, vuelven gozosos a Jerusalén a reencontrarse con los demás
discípulos y asumir la misión de llevar
a Jesús “a todas las naciones” (Lc 24,47): la
obra de Jesús retoma su camino. La Cruz no fue un fracaso, el grano de trigo
murió, pero ha resucitado, y está dando frutos en abundancia.
El camino de Emaús es nuestra vida. Muchas veces caminamos en la vida como los testigos de
Emaús: sin sentido y sin esperanza. Diciendo: todo fue inútil, creíamos que él
era nuestro Liberador”, y luego para que… todo terminó en la Cruz. Nosotros
decimos: hago oración y parece que Dios no me escucha; trabajamos y no vemos
frutos y dan ganas de abandonar el ministerio; pero el Señor Jesús se nos
acerca y nos da su Palabra, para que recobremos nuevos ánimos., y vuelve a
surgir el grito de nuestro interior: “Quédate con nosotros, porque se hace de
noche”. Sin la luz de su Palabra, pronto sería de
noche y dejaríamos de ver, seríamos ciegos y necios, hombres sin esperanza y
sin sentido de la vida. La Palabra nos revela el claro proyecto de Dios, se
revela en Jesús porque quiere permanecer con nosotros eternamente, se puede
comer a Jesús, escuchando su Palabra, creyendo en Él y se puede comer a Jesús a
través del Pan Eucarístico.
De esa Eucaristía nace la Iglesia Misionera. De esa primera Misa ha nacido la iglesia misionera que
somos nosotros. En nuestro caminar, de hecho, Emaús, inaugura una cadena
milenaria de Eucaristías; cada vez que, en nuestro camino, decimos: “Quédate
con Nosotros”, El responde en la mesa Eucarística que nosotros le preparamos,
dándonos su pan y su cuerpo, su vino y su sangre y a través de ellos, lo
reconocemos y somos sanados, perdonados, fortalecidos, unidos por Él y en Él,
haciendo realidad hoy sus palabras: “El que me come, vivirá por mí” (Jn,6, 57).
Juan Pablo II, nos lo dijo con toda claridad: El encuentro con Cristo en la
Eucaristía suscita en la Iglesia y en cada Cristiano, la exigencia de
Evangelizar y dar testimonio de la muerte y la Resurrección de Jesucristo,
recordando las Palabras del Apóstol: “Cada vez que coméis de este Pan y bebéis
de esta copa, proclamareis la muerte del Señor hasta que vuelva” (1 Cor 11,
26). La fe cristiana se anuncia, se vive, se celebra y se proclama.
La “Fracción del
pan” es la Eucaristía. El primer nombre con el cual se llamó a nuestra Misa
fue la “fracción del pan” (cf Hech 2, 42; 20, 7; Lc 24, 28s) Partir el pan
significa para Jesús “ofrecerse como hostia viva al Padre”; significa
sacrificarse, dándose y entregándose por la salvación de la Humanidad;
significa inmolarse en la presencia de Dios a favor de toda la humanidad;
significa no vivir para sí mismo, sino, para los demás. Antes de ser
“presencia” “banquete” y “sacrificio” la Eucaristía nos descubre cómo vivió
Jesús: abrazando la voluntad de su Padre y empeñado en la construcción del
“Proyecto de Dios para la Humanidad”: Un Reino de amor, paz y justicia para
todos los hombres. En la última cena, el
Señor Jesús dejó a su Iglesia su más hermoso legado: “Esto es mi cuerpo… esta
es mi Sangre… que será entregado y derramada por vosotros. “Hagan esto en
Memoria Mía”. Es un Mandamiento, es una invitación gozosa, no sólo, a
actualizar el memorial de la Muerte y Resurrección hasta que el Señor vuelva,
sino también a vivir como Jesús vivió: haciendo el bien y amando a los suyos
(Jn 13, 1). Los cristianos sabemos qué tanto, en la Iglesia como en el Reino de
Dios, nadie vive para sí mismo, sino para el Señor y para los demás (Rom 14,
8). Vivir para los demás compartiendo con ellos los dones de Dios, reconociendo
en los otros la “dignidad humana y cristiana”, siendo solidario y servicial con
todos, tal como lo pide el Mandamiento Regio de Jesús (Jn 13, 34-35).
En la “Ultima
cena” Jesús celebró toda su vida, desde su nacimiento hasta su muerte como “Don
del Padre” a los hombres y como “Don de sí mismo”. Toda su vida fue un vivir
dándose y entregándose a los suyos hasta el extremo. La última cena es la hora
a la que Él había hecho referencia diciendo: “Cuanto he deseado celebrar esta Pascua
con ustedes”. Es la noche en la que fue entregado, y es la noche en la que Él
se entregó anticipadamente: “instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y
de su Sangre”. Y lo dejó a su Iglesia como el “don por excelencia”. Don de sí mismo, de su persona, en su santa
humanidad y divinidad, además, de su obra de Salvación. Cuando la Iglesia
celebra la Eucaristía memorial de su muerte y su resurrección, se hace
realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la
obra de nuestra redención.
La Eucaristía
como encuentro con Cristo. Juan Pablo II en la exhortación apostólica “La
Iglesia en América”, nos habló de los lugares para encontrar a Cristo,
señalándonos en primer lugar La Sagrada Escritura, leída a la luz de la
tradición, de los Padres y del Magisterio, profundizada en la Meditación y la
Oración. En el encuentro con las
personas, especialmente con los pobres, con los que Cristo se identifica, pero,
también el Papa, nos habló de las múltiples presencias de Cristo en la Liturgia,
de manera especial en la Eucaristía: “Cristo está presente en los fieles, en la
Palabra que se proclama, en el sacerdote celebrante y está presente “sobre todo
bajo las especies Eucarísticas” (EIA No. 12). El Encuentro con Cristo siempre
será liberador y gozoso. Liberador porque, en virtud de su sangre preciosa, nos
quita las cargas del pecado, y gozoso por que experimentamos el triunfo de la
Resurrección de Jesucristo. Dos realidades, dos momentos de una misma
experiencia: Muerte y Resurrección. La Pascua del Señor que celebramos en la
Eucaristía es encuentro que nos lleva a la conversión, a la comunión y a la
solidaridad con todos.
Las dos mesas. La Eucaristía,
no obstante es una, se divide en dos grandes partes, la Mesa de la Palabra y la Mesa de la Eucaristía: Palabra y
Eucaristía son inseparables, razón por lo que la Iglesia pide a los fieles
pasar a recibir la comunión, solamente si han estado presentes en la
proclamación de la Palabra. En la misa, encontramos dos mesas, dos comidas que
son alimento y Vida: la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía. Muchos
podrán decir: me hubiera gustado vivir en la época de Jesús para haber
escuchado su Palabra, nosotros hoy más de dos mil años después, no necesitamos
hacer un viaje y regresar a la época histórica de Jesús, hoy y aquí nosotros,
gracias a la Liturgia de la Iglesia, podemos ver a Jesús, escucharlo, tocarlo,
creer en Él, ofrecernos con Él y comérnoslo,
La Mesa de la
Palabra,
hace que la Eucaristía sea encuentro de Luz, Cristo nos ha dicho: “Yo soy la
Luz del mundo y el que me sigue, no camina en tinieblas” (Jn 8, 12). Su Palabra
es Luz, es Luz en nuestro camino, es antorcha para nuestros pies y alimento
para nuestra alma de acuerdo a las palabras del mismo Señor: “Mi alimento es
hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34). Su Palabra nos ilumina: “Permaneced
en Mí y Yo en vosotros” (Jn 15, 4), es decir nos señala el camino para vivir en
comunión con Dios. La Palabra de Dios es
viva porque es Palabra de Dios vivo, Palabra de vida. Exige adhesión plena
y abandono total a lo que Dios manifiesta en ella. Podemos decir que en la Misa
Dios nos habla, se nos revela y a esa Palabra hay que prestarle la obediencia
de la Fe. Escuchar significa, adherirse plenamente y obedecer significa
adecuarse a lo que Dios dice. Acoger y vivir la Palabra es la respuesta
adecuada al amor de Dios.
La Mesa de la
Eucaristía.
Jesús nos enseñó con parábolas, pero su misma vida es una parábola, se sienta a
la mesa con pecadores (Mc 2, 15), para enseñarnos que los pecadores son
invitados a sentarse a la mesa con el Padre celestial, de manera que en la
enseñanza de Jesús, Él se entrega a los suyos en la Palabra y en la Eucaristía,
único alimento que suscita y alimenta la vida. Jesús no dejó lugar a dudas:
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá
para siempre"; "en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo de
Dios y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros"; "El que
come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna" (cfr. Juan 6, 30-58) ¿Qué
hacer para tener vida eterna y permanecer en comunión con Dios?.
Existe un único banquete: Jesús-Palabra y
Jesús-Eucaristía, no se pueden separar. Antes es necesario comer a Jesús
Palabra, es necesario creer en Él y después tomar a Jesús Eucaristía, la
Palabra precede y sigue, porque la Eucaristía es Pan de Vida en la medida que
existe una Fe que acoge a Jesús y a sus Palabras. La misma Eucaristía es
Palabra que se cree, que se vive, que se celebra y que se anuncia. En la Misa
se celebra la Palabra y también la Eucaristía y en su punto central, recordamos
el memorial de la Muerte y Resurrección de Cristo: ¡La expresión más grande del
amor! Según las Palabras de mismo Jesús: “No hay amor más grande que dar la
vida por los amigos” (Jn 15, 13). Es muy importante entender que “cuerpo y
sangre” es una frase semítica que significa “toda la persona”. Al decir que el
pan y el vino se convierten en el “cuerpo y sangre, decimos que el pan y el
vino se convierten, por las palabras de la consagración y la acción del
Espíritu Santo, en la “persona de Jesús, el Cristo”: “cuerpo y sangre, alma y
divinidad”.
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