SOMOS
HIJOS DE DIOS POR LA NUEVA ALIANZA SELLADA CON LA SANGRE DE CRISTO.
El
cristiano no se pertenece a sí mismo, es propiedad de Cristo, porque por la fe
ha entrado en la Nueva Alianza, sus pecados han sido perdonados y ha recibido
el Espíritu Santo que lo hace ser Hijo de Dios, hermano de Jesucristo y Templo
del Espíritu Santo, miembro vivo del Cuerpo de Cristo y miembro vivo de la
Iglesia. Se hemos entrado en la Nueva Alianza le pertenecemos a Cristo, lo
amamos y también lo servimos. Lo que es de Cristo, es también nuestro, si
nosotros somos de Cristo.
“Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí. Que si vivimos,
vivimos para el Señor; y si morimos, para el Señor morimos. En fin, que tanto
en vida como en muerte somos del Señor. Para esto murió Cristo y retornó a la
vida, para ser Señor de vivos y muertos.” (Rm 14, 7-9) La Nueva Alianza,
sellada con la sangre de Cristo y con su resurrección nos perdona, nos salva y
nos da el Espíritu de Cristo, para conducirnos y actualizar la obra de Cristo
en nuestra vida.
La
Nueva Alianza de la que hablaron los profetas como Ezequiel, nos habla de la
Obra de Dios: Por eso, di a la casa de Israel: Así dice el Señor Yahveh: No
hago esto por consideración a vosotros, casa de Israel, sino por mi santo
nombre, que vosotros habéis profanado entre las naciones adonde fuisteis. Yo
santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por
vosotros. Y las naciones sabrán que yo soy Yahveh - oráculo del Señor Yahveh -
cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos. Os
tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a
vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas
vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un
corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra
carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu
en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y
practiquéis mis normas. Habitaréis la tierra que yo di a vuestros padres.
Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.(Ez 36, 22- 28)
Podemos
gritar al mundo que Dios nos ha redimido, ha pagado el precio por nuestra
salvación. Nos ama a todos incondicionalmente. Está perdonando los pecados,
está cambiando los corazones y nos está dando su Espíritu, gratuitamente e
inmerecidamente. Ha pagado el precio, la sangre de Cristo, para liberarnos, perdonar
nuestros pecados, reconciliarnos con él y con los demás, y nos ha salvado. (Rm
8, 29- 30)
¿Cuándo,
dónde y a qué horas lo ha hecho? Recordemos en el momento histórico, Jesús
padeciendo su muerte y se resurrección, selló la Nueva Alianza. Es el gran acontecimiento
de Cristo en favor de toda la humanidad. Un segundo momento es el acontecimiento
Sacramental por el Bautismo, sacramento de la fe, por el cual somos incorporados
a la muerte, sepultura y resurrección de Cristo (Rm 6, 3-4) Incorporados al
Cuerpo de Cristo y revestidos de él (Gál 3, 26- 27). Otro es el momento existencial,
en cada sacramento bien celebrado; en cada oración bien hecha; cada vez que
renovamos la Opción Fundamental por Cristo renunciando al mundo y al pecado;
cada vez que por amor a Cristo renunciamos al mal y hacemos el bien, las obras
de misericordia, estamos renovando nuestra Alianza Nueva y confirmando que
somos del Señor. Lo amamos y le servimos con libertad.
Ahora
podemos decir con Pablo: “Si, siendo aún enemigos, fuimos reconciliados con
Dios por la muerte de su Hijo, con mayor razón, estando ya reconciliados,
seremos salvos por su vida. Y no sólo eso. Hasta ponemos nuestra gloria y
confianza en Dios gracias a nuestro Señor Jesucristo, por cuyo medio hemos
obtenido ahora la reconciliación.” (Rm 5, 10-11)
Todo
tiene su iniciativa en el Señor: En esto se manifestó el amor que Dios nos
tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de
él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos,
si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
(1 de Jn 4, 9- 11) Por amor a todos, sin acepción de personas. Cristo vino por
todos y murió por todos. Amor con amor se paga, con san Pablo digamos y hagamos:
“En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con
Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la
vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me
amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gál 2, 19- 20)
Un
momento para recordar: Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y
a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro les contestó:
«Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de
Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu
Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los
que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.» (Hch 2, 37- 39) Y
entraron y abrazaron la Nueva Alianza para recibir el perdón de los pecados y
el don del Espíritu Santo, ahora son Pueblo de Dios, ciudadanos del Reino.
Ahora como discípulos de Jesús, a
crecer en la Gracia de Dios amando y siguiendo a Cristo Jesús: Decía a todos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada
día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien
pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber
ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? (Lc 9, 23- 25)
Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme, es lo único que el Señor te pide,
nos pide a todos.
Dios todopoderoso y eterno, que por el nuevo nacimiento del bautismo has infundido en nosotros la vida eterna, concédenos alcanzar la plenitud de la gloria a los que, por la justificación, has hecho capaces de llegar a la inmortalidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
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