YO SOY EL PAN DE LA VIDA QUIEN LO COME VIVIRÁ POR MÍ.

 


YO SOY EL PAN DE LA VIDA QUIEN LO COME VIVIRÁ POR MÍ.

Aleluya, Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor, el que coma de este pan vivirá para siempre. Aleluya. (Jn 6, 51)

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre. Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida". (Jn 6, 44-51)

La fe es el don de Dios a los hombres, como todos los demás dones, pueden ser recibidos y pueden ser rechazados. La fe como don crece con el uso de su ejercicio, y se hace confianza, esperanza y amor. Son las tres virtudes teologales de las que habla san Pablo: Nosotros, por el contrario, que somos del día, seamos sobrios; revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación.(1 de Ts 5, 8) Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad. (1 de Cor 13, 13) Pero la más importante es la esperanza que nace y crece en un corazón pobre, humilde y sencillo. Donde hay soberbia no hay fe, ni esperanza, ni caridad.

Nuestra fe es trinitaria. Creer en Dios, en su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo. El Hijo y el Espíritu Santo son los dos Paráclitos enviados por el Padre a realizar la Obra redentora y actualizarla en nuestra vida. El Hijo la realiza en la historia y el Espíritu Santo la actualiza en nuestra vida, por eso san Irineo, los llamó  las manos de Dios. San Juan nos habla del testimonio del Padre: Quien cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo. Quien no cree a Dios le hace mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida. (1 de Jn 5, 10- 12)

Cristo nos ha dicho: Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11, 25) Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6) Jesús es la vida que nos ha traído para que tengamos Vida eterna. Para eso hemos de creer en Jesús, el Hijo de Dios, el don del Padre a los hombres (cf Jn 3, 16) Es nuestro Salvador, Maestro y Señor. También nos dice: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan no morirá para siempre. El pan es comida, la comida es alimento, y el alimento es vida. Vida divina, crucificada, resucitada y glorificada. Jesús es la Vida que se nos da al darnos su Cuerpo y su Sangre, es decir, el pan no es una cosa, no es un objeto, es un alguien, es una persona, llamada Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios.

La fe católica nos dice que la Eucaristía es Presencia real de Jesucristo que para comulgar hay que estar preparados, para ir al encuentro del Señor con dignidad. Tal como lo dice Pablo, el apóstol: Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo. (1 de Cor 11, 27- 29)

Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda." Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. «Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?" El se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: "Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes." (Mt 22, 9- 13) El traje de bodas es una conciencia limpia con una fe sincera y una recta intención.  (1 Tim 1, 5) Es decir, estar en Gracia de Dios. Comulgar indignamente es hacerlo en pecado mortal.

En la Iglesia hay muchos servidores, ministros y gente en general que caminan sin el traje de bodas, es decir, no están en comunión con Cristo. Por eso Jesús nos advierte: «No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!" (Mt 7, 21- 23) La voluntad de Dios es que lavemos nuestros corazones en la sangre de Cristo para que nuestros pecados sean perdonados y entremos en los terrenos de la Gracia de Dios: El amor, la verdad y la justicia. La voluntad de Dios es nuestra liberación y nuestra santificación. (1 de Ts 4, 3) “Dios te eligió desde antes de la formación del mundo para que seas santo e inmaculado ante Él por el amor” (Ef 1,4). 

La Eucaristía es el centro de los Sacramentos, hace referencia al Bautismo y hace referencia al sacramento de la Confesión. Sin el bautismo nadie debe comulgar, y si hemos pecado mortalmente después del Bautismo, vayamos a la Confesión para recibir el perdón de los pecados. Para eso Jesús nos dejó el Ministerio de la Reconciliación: "Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»" (Jn 20, 22- 23) ¿Cómo va la Iglesia a perdonar los pecados si no se confiesa la gente? O por falta de fe o por negligencia, o porque no hay quien confiese. La Comunión está estrechamente unida al sacramento de la confesión. Para despojarse del traje de tinieblas y revestirse del traje de luz, con la armadura de Dios (Ef 4, 23- 24: Rom 13,12-13) Y recibir la Gracia de Dios.

La Eucaristía no es un derecho, ni es un privilegio, es un don de Dios, al igual que todos los demás sacramentos, canales de la Gracia, y es el Don de Dios por excelencia. Es para todos los que con dignidad se preparen: Rompiendo con el mal y con sus lámparas encendidas (Lc 12, 35) Portando el traje de bodas con la dignidad de hijos de Dios, en Cristo Jesús. La Iglesia sabe que sus hijos son pecadores, nos pide confesarnos por lo menos una vez al año. Aunque no hayas pecado mortalmente, hazlo para recibir Gracia de Dios.



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