TODOS PECARON Y ESTÁN PRIVADOS DE LA
GLORIA DE DIOS.
Iluminación: "Doble mal ha
hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse
cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen."(Jer 2, 13)
¿Qué es el pecado para los
profetas? Es una ofensa, es una desobediencia a Dios. Es lejanía, es separación.
Así lo dice el profeta Isaías: "Mirad, no es demasiado corta la mano de
Yahveh para salvar, ni es duro su oído para oír, sino que vuestras faltas os
separaron a vosotros de vuestro Dios, y vuestros pecados le hicieron esconder
su rostro de vosotros para no oír. Porque vuestras manos están manchadas de
sangre y vuestros dedos de culpa, vuestros labios hablan falsedad y vuestra
lengua habla perfidia. No hay quien clame con justicia ni quien juzgue con
lealtad. Se confían en la nada y hablan falsedad, conciben malicia y dan a luz
iniquidad. Hacen que rompan su cascarón las víboras y tejen telas de araña; el
que come de sus huevos muere, y si son aplastados sale una víbora. "(Is
59, 1- 5)
El pecado de Israel es la
idolatría, el culto a los ídolos, es entonces darle la espalda a Dios rompiendo
y abandonando sus mandamientos: “Pecamos contra el Señor, nuestro Dios,
nosotros y nuestros padres, desde la juventud hasta el día de hoy, y no
escuchamos la voz del Señor, nuestro Dios.” (Jr 3, 25b) Para Jeremías el
pecado es no cultivar el barbecho del corazón para que haya maleza, piedras,
cizaña, maldad, mentira y otras cosas. Israel es un pueblo que es pecador, y es
amado por su Dios: "De lejos Yahveh se me apareció. Con amor eterno te he
amado: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás
reedificada, virgen de Israel; aún volverás a tener el adorno de tus adufes, y
saldrás a bailar entre gentes festivas"(Jer 31, 3- 4)
Me buscan, pero no de todo corazón,
por eso no me encontraran (Jer 29, 13) “Grita a voz en cuello, sin cejar, alza
la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob
sus pecados. Consultan mi oráculo a diario, muestran afán de saber mis caminos,
como si fueran un pueblo que practicara la justicia y no hubiesen abandonado
los preceptos de Dios.” (Is 58, 1-2ª)
No obstante el pueblo es pecador y
peca, Dios lo sigue amando y lo llama a la conversión del corazón: "Cuando
Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los
llamaba, más se alejaban de mí: a los Baales sacrificaban, y a los ídolos
ofrecían incienso. Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero
ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía,
con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su
mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer. Volverá al país de Egipto, y
Asur será su rey, porque se han negado a convertirse. (Os 11, 5)
Dios llama a su pueblo a la conversión: "Porque
así dice Yahveh al hombre de Judá y a Jerusalén: - Cultivad el barbecho y no
sembréis sobre cardos." (Jer 4, 3) " Limpia de malicia tu corazón,
Jerusalén, para que seas salva. ¿Hasta cuándo durarán en ti tus pensamientos
torcidos?"(Jer 4, 14) Pero el pueblo es de cerviz dura, de mente embotado,
abandona la moral y cae en el desenfreno de las pasiones, se niega a
convertirse, por eso irá al destierro: "Es porque mi pueblo es necio: A mí
no me conocen. Criaturas necias son, carecen de talento. Sabios son para lo malo,
ignorantes para el bien. Miré a la tierra, y he aquí que era un caos; a los
cielos, y faltaba su luz." (Jer 4, 22- 23)
Levanta tu voz le dice Dios a otro
profeta, a Joel: “Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con
luto. Rasgad vuestros corazones y no vuestras vestiduras, y convertíos al
Señor, vuestro Dios, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y
rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas.” (Jl 2, 12-13) “Entre el
atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: «Perdona,
Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio, no la dominen las
naciones.»” (Jl 2, 17) “Busquen al Señor
con un corazón contrito y arrepentido y él los perdonará: "lavaos,
limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer
el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al
oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. Venid, pues, y
disputemos - dice Yahveh -: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la
nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana
quedarán."(Is 1, 16- 18)
El pueblo dice que cree en Dios,
pero vive como si Dios no existiera. Vive al margen de su Palabra, canta, reza
y ofrece a Dios sacrificios, pero está lejos de hacer la voluntad de Dios: la
fe en Jesucristo y el amor a sus hermanos (1 de Jn 3, 23) Hoy como ayer es
actual la Palabra de Dios: “Mi pueblo me honra con sus labios, pero su corazón
no me pertenece (Is 29, 13; Mt 15, 8) Por eso el apóstol Santiago nos recuerda:
“Hermanos, ¿qué provecho saca uno
con decir: «Yo tengo fe», si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo la fe? La
fe, si no va acompañada de las obras, está muerta en su soledad. Pruébame tu fe
sin obras que yo por mis obras te probaré mi fe.” (St 2, 14. 17. 18b) El
fruto de la fe es el amor, padre de todas las virtudes. Fruto que nace del
cultivo de la fe: "En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra
tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la
carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos
también según el Espíritu."(Gál 5, 22- 25)
Tres recomendaciones, dos son de
Jesús y la otra es de Pedro: “Ya ves que estás curado; no vuelvas a pecar más,
no sea que te suceda algo peor.” (Jn 5, 14) “Vigilad y orad para no caer en
tentación” (Mt 26, 41) “Sed sobrios, estad despiertos: vuestro enemigo, el
diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar; resistidle, firmes
en la fe.” (1Pe 5, 8-9) La fe es don y es repuesta, es don y conquista. Trabájala
y protégela (cf Gn 2, 15) Y el que no la trabaje que tampoco coma (2 de Ts 3,
10)
Convertirse es llenarse de Cristo, vaciándose
de todo lo que es incompatible con el reino de Dios. “Despojaos del hombre
viejo y revestíos del hombre nuevo en justicia y santidad” (Ef 4, 23- 24)
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