ME EXTRAÑA MUCHO QUE TAN FÁCILMENTE HAYAN ABANDONADO USTEDES A DIOS PADRE.

 


ME EXTRAÑA MUCHO QUE TAN FÁCILMENTE HAYAN ABANDONADO USTEDES A DIOS PADRE.

Hermanos: Me extraña mucho que tan fácilmente hayan abandonado ustedes a Dios Padre, quien los llamó a vivir en la gracia de Cristo, y que sigan otro Evangelio. No es que exista otro Evangelio; lo que pasa es que hay algunos que los perturban a ustedes, tratando de cambiar el Evangelio de Cristo. 

¿Qué es lo que pasó en la Comunidad de los gálatas? Llegan a las comunidades predicadores venidos desde Jerusalén diciendo que bueno que ustedes han creído en Jesucristo y se han bautizado, pero si realmente quieren salvarse tienen que abrazar la “Ley de Moisés.” Tienen que circuncidarse y someterse a todos los ritos de la ley mosaica. Aceptarlo era para Pablo, abandonar a Dios y seguir a otro evangelio. Estos predicadores decían venir en nombre de los apóstoles, perturbaban a la gente que comenzaban a caminar en la fe y abandonaban el Evangelio de Cristo que les había traído el don del Espíritu Santo.

Pero, sépanlo bien: si alguien, yo mismo o un ángel enviado del cielo, les predicara un Evangelio distinto del que les hemos predicado, que sea maldito. Se lo acabo de decir, pero se lo repito: si alguno les predica un Evangelio distinto del que ustedes han recibido, que sea maldito.

 

Según el Evangelio de Cristo, la Gracia se recibe por la fe y no por la observancia de la ley. Sí así fuera entonces Cristo murió y resucitó en vano. Según el evangelio de Pablo, Cristo murió para que nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para darnos Espíritu Santo, para darnos Vida eterna. (Rm 4, 25) “Por la fe de Jesucristo ustedes se han salvado y han entrado en la paz” (Rm 5, 1) Es decir han sido reconciliados y han recibido el “Amor de Dios juntamente con el Espíritu Santo que Dios les ha enviado” (Rm 5, 5) Con enojo y determinación les dice: “Que si alguno les trae otro evangelio, sea maldito.

 

¿A quién creen que trato de agradar con lo que acabo de decir? ¿A Dios o a los hombres? ¿Acaso es ésta la manera de congraciarse con los hombres? Si estuviera buscando agradarles a ustedes no sería servidor de Cristo.

 

Pablo tiene conciencia de que es un servidor de Cristo por voluntad del Padre (Ef 1, 1) No busca quedar bien que los hombres, sólo con Dios por eso defiende la fe de aquellos creyentes que todavía eran débiles. Por eso con valentía se enfrenta aquellos falsos predicadores que en Antioquia pareciera que llegaban hasta los golpes. Sólo el ojo de Pablo pudo descubrir el peligro que traía el aceptar este otro evangelio. Ponía en peligro el Evangelio verdadero, el de Cristo.

 

Quiero que sepan, hermanos, que el Evangelio predicado por mí no es un invento humano, pues no lo he recibido ni aprendido de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.(Gal 1, 6-12)

La fe de Pablo era Cristo Jesús “Que me amó y se entregó por mí” para darme vida eterna. (Gál 2, 19- 20) “Nos amó y se entregó por nosotros (Ef 5, 2) Esta es mi experiencia, es mi testimonio que le recibí del mismo Señor y no de hombre alguno. Recuerda su primer amor, lo que Dios le reveló en el camino de Damasco (Hch 9, 1ss) Para Pablo, el que había muerto en la cruz, estaba vivo y estaba en aquellos a los que él perseguía.

 

La ley mosaica abarcaba 613 preceptos que tenían que obedecer para poder salvarse. Jesús había dicho a la gente y a sus discípulos: “Vengan a mí los que están cansados por la carga:”(Mt 11, 28) La carga es el peso de la ley que Jesús invita a intercambiarla por su yugo que es suave y ligero, el amor, la ternura y la misericordia de Dios. Pero, también nos dice: “No he venido a abolir la ley sino a darle plenitud” (Mt 5, 17) Los diez Mandamientos son palabras de Dios. Palabras divinas y santas que permanecen para siempre. El sentido de los Mandamientos es el amor y el servicio a Dios y a los hombres.(cf Jn 14, 2; 1 de Jn 2, 3) El que guarda los Mandamientos tiene fe y permanece en la verdad y en el amor. Por eso escuchemos el Mandamiento regio de Jesús:

 

Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado (Jn 3, 34) Para guardar este Mandamiento regio hay que permanecer en la Gracia de Dios y hay que guardar primero los diez Mandamientos. Recordemos que nadie da lo que no tiene: Sí hemos pecado, estamos en la muerte, no tenemos vida, entonces no podemos guardar el Mandamiento regio desde la muerte. La Gracia de Dios, el don del Espíritu Santo, lo recibimos por la fe de Jesucristo y no por la observancia de la ley. Escuchemos el Evangelio de hoy para que comprendamos la importancia de los Mandamientos:

 

En aquel tiempo, se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: “Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?” Jesús le dijo: “¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?” El doctor de la ley contestó: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús le dijo: “Has contestado bien; si haces eso, vivirás”. (Lc 10, 25-37)

 

En estos dos Mandamientos está la riqueza de la Ley y los Profetas. Amar a Dios y amar al prójimo. Podemos amarnos a nosotros mismos y amar la Creación, pero, lo esencial, son los dos Mandamientos principales de la Ley que excluyen a los más de 600 preceptos que le habían cargado a la ley.

 

Digamos con valentía que tiene fe el que guarda los diez Mandamientos, y el que quebranta uno de ellos pierde su fe y pierde la Gracia de Dios. Por eso san Juan nos dice: "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» Le dice Judas - no el Iscariote -: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él." (Jn 14, 21- 23)

 

El que guarda los Mandamientos y guarda la Palabra de Dios ese es el que ama a Dios y al prójimo. Cada vez que escucha la Palabra y la obedece aparece en su vida la virtud que es vigor y fuerza de Dios para revestirse de Cristo en justicia y santidad, en humildad y en mansedumbre, en verdad y en bondad (Ef4, 24; Col 3, 12; Ef 5, 9) Estas virtudes son la vestidura del cristiano, vestiduras de salvación que nos dan una fe firme, fuerte y férrea para luchar contra el mal, contra el hombre viejo y su séquito de vicios. Son las armas de luz, armadura de Dios (Rm 13, 12) para luchar y vencer el mal (Rm 12, 21) Estas virtudes han de estar siempre acompañadas por la Oración. Para dar gracias a Dios, alabarlo, bendecirlo, pedirle e interceder por los demás. Oración íntima, cálida y extensa, es decir, permanente. Según la doctrina del apóstol:

 

"Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos, y también por mí, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía el Misterio del Evangelio,"(Ef 6, 13- 19)


El evangelio de Jesús.

 

"«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»"(Mt 11, 28- 30) La fe creer en Jesús y convertirse es ir a él para intercambiar nuestra miseria con su misericordia, con su Gracia.


Sobrecargados por la carga de la ley con sus 613 preceptos, Jesús tan solo nos presenta uno, su amor que es suave y ligero. Amor inseparable de la mansedumbre y de la humildad. Las tres nos llenan con la Gracia de Dios, estamos en comunión con Jesús.

 

 

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