LA OBRA PODEROSÍSIMA DEL ESPÍRITU SANTO ES LA ENCARNACIÓN DE JESÚS EN EL
SENO DE MARÍA.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: “Yo les aseguro que a todo aquel que me reconozca abiertamente ante
los hombres, lo reconocerá abiertamente el Hijo del hombre ante los ángeles de
Dios; pero a aquel que me niegue ante los hombres, yo lo negaré ante los
ángeles de Dios. A todo aquel que diga una palabra contra el Hijo del hombre,
se le perdonará; pero a aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le
perdonará. Cuando los lleven a las sinagogas y ante los jueces y autoridades,
no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu
Santo les enseñará en aquel momento lo que convenga decir’’. (Lc 12, 8-12)
“No me avergüenzo del evangelio de
Jesucristo que es poder de Dios” (Rm 1, 15) "Porque quien se avergüence de
mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo
del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los
santos ángeles.»"(Mc 8, 38) Pablo lo afirma diciendo: "Es cierta esta
afirmación: Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos
firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará; si
somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo." (2
de Tim 2,11- 13)
“A todo
aquel que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará.” “pero a aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se
le perdonará.” Para entender estas palabras de Jesús,
hemos de creer en la acción del Espíritu Santo. ¿Cuál es la obra del Espíritu
Santo? El apóstol san Juan nos dice: "y cuando él venga, convencerá al
mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente
al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a
la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al
juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado."(Jn 16, 8- 10) Nos
conduce a tomar conciencia que somos pecadores, que hemos sido redimidos y nos
conduce por los caminos de Dios: pecado, juicio y rectitud.
La “obra del Espíritu Santo es llevarnos a Cristo, para que los hombres creamos
en él y pueda salvarnos. "Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a
los hombres por el que nosotros debamos salvarnos."(Hch 4, 12) Su Obra
abarca el creer en Jesús, amarlo y servirlo. “Despojarnos del hombre viejo y
revestirnos de Cristo, el hombre nuevo, en justicia y en santidad. (Ef 4 24)
Para que alcancemos alcanzar a Cristo y reproducir su Imagen (Rm 8, 29; Col 3,
12; Gál 5, 9). El que crea y se bautice se salvará, y el que no crea y no se
bautice no se salvará. (Mc 16, 16) Fuera de Cristo no hay salvación. Somos salvos
por la muerte y resurrección de Jesucristo. Cristo con su sangre abrió el camino
para que el Espíritu Santo viniera a nosotros.
La acción del divino Espíritu en nosotros:
Lo primero está en el escuchar la Palabra de Dios (Rm 10, 17) Luego convierte
nuestra manera de pensar de Dios, del hombre
y de la vida: "Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien
transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo
perfecto." (Rm 12, 2) Transforma nuestras maneras rancias de pensar para
darnos la manera de pensar de Jesús (Flp 2,5) y ver a Dios como Padre, como
Amor como Perdón. Al hombre como persona
valiosa importante y digna que vale por lo que es y no por lo que tiene: Hijo de
Dios y una persona llamada a servir (Rm 8, 15)
El espíritu Santo nos guía a
Cristo, nos lleva a él (Rm 8, 14). Nos hace hijos de Dios en Cristo y por lo
tanto hermanos de los hombres (cf Ef 1, 5). Llamados a formar una Comunidad
fraterna, solidaria y servicial. Comunidad en la que todos somos iguales en
dignidad, en la que debemos vivir en Comunión, participación y en misión. Todo
esto lo podemos hacer si somos dóciles al Espíritu Santo. Que nos lleva por los
caminos de Dios a la unidad en la fe, la esperanza y en la caridad para que
podamos crecer en el conocimiento de Dios hasta alcanzar la estatura de Cristo
Jesús y estar crucificados con él (cf Ef 4, 13).
De la misma manera que el Espíritu
Santo llevó a Jesús a ofrecerse a Dios como hostia viva (Heb 9, 14) Hoy día nos
lleva a ofrecer nuestros cuerpos como un sacrificio vivo, santo y agradable
Dios (Rm 12,1) Según las mismas palabras de Jesús: "El les contestó: «A
vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con
su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá
sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y
hasta los confines de la tierra.»"(Hch 1, 7- 8) Ser los testigos de Jesús
como él es el Testigo del Padre. Testigo significa mártir, el que da su vida
por otros. Jesús desde la cruz dio vida al Padre, y hoy, todo el que es de
Jesús, está por la acción del Espíritu Santo crucificado con Jesús, dando vida
por el mundo (cf Gál 5, 24).
Dejémonos conducir por el Espíritu
de Dios y nunca por otros espíritus que nos llevan al pecado (Rm 14, 23; Gál 5,
16). El Espíritu Santo nunca nos llevará a un lugar donde podamos poner en peligro
la Gracia de Dios, nunca nos llevará al pecado, alá vamos nosotros conducidos
por nuestra inclinación al mal. El Espíritu de Jesús nos lleva a la Verdad
plena (Jn 16, 13) que es Cristo crucificado, dando con su sacrificio vida al
mundo, redimiendo y salvando a los pecadores. (Ef 1,7; Heb 9, 14) De esta
manera podemos entender que Cristo realizó el Plan de Dios muriendo y resucitando y el Espíritu Santo lo actualiza
en nuestra vida, hoy y aquí si nosotros "Pues conocéis la generosidad de
nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a
fin de que os enriquecierais con su pobreza."(2 de Cor 8, 9)
La Obra poderosísima del Espíritu
Santo es la Encarnación de Jesús en el seno de María. Es su obra perfectísima.
Jesús nació para salvarnos, para redimirnos y para darnos Espíritu Santo. (Jn
10, 10) Para que creamos en Cristo y podamos salvarnos siguiendo los pasos de
Jesús, el Cristo, que nos manifestó el amor de Dios. Según las palabras de
Pablo: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser
igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo
haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se
humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual
Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al
nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los
abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SENOR para gloria de Dios
Padre."(Flp 2. 6- 11) Para destruir nuestros pecados Jesús se humilló a sí
mismo y se hizo obediente hasta la cruz.
"Por eso os hago saber que
nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y
nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo."(1 de
Cor 12, 3) El Espíritu Santo nos transforma la manera de pensar, purifica
nuestros labios, fortalece nuestra voluntad y sana nuestro corazón para que
podamos confesar que Jesús es Señor, según las palabras de Pablo: "Porque,
si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le
resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para
conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación. Porque
dice la Escritura: Todo el que crea en él no será confundido."(Rm 10, 9-
11) Lo primero es la resurrección en nuestro corazón y de ahí a los labios. La
confusión no viene de Dios, viene del diablo.
Los frutos del Espíritu Santo en
nuestra vida son manifestación de que hay conversión. Esta es fruto de la
acción del Espíritu y de nuestras decisiones. Los frutos son entre otros: "En
cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues
los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus
apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. No
busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos
mutuamente. (Gál 5, 22- 26)
El Espíritu Santo es el Paráclito,
nuestro Defensor, nuestra Maestro y nuestro Consolador, seamos dóciles a sus
mociones y seremos fieles a Cristo y a su Evangelio. Seremos fieles a Dios y al
hombre.
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