EL ESPÍRITU DE VERDAD DARÁ TESTIMONIO DE MÍ, DICE EL SEÑOR, Y TAMBIÉN
USTEDES SERÁN MIS TESTIGOS. (Jn 15, 26. 27)
“Cuando los lleven a las sinagogas y ante
los jueces y autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a
decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en aquel momento lo que convenga
decir’’.(Lc 12, 10- 12)
Es una promesa del Señor que el Espíritu
Santo nos dará las palabras para defendernos. Palabras que han de ser amables,
veraces y limpias. Palabras que unen, animan, consuelan, enseñan y corrigen. Palabras
sembradas en el corazón de los hombres para que lleguen a tener vida (Jn 10,
10) Palabras que no dividen que no confunden, que no aplastan y que no matan,
estas palabras no vienen del Espíritu de Dios, vienen del espíritu malo. “La
boca habla de lo que hay en el corazón” (Lc 6, 45). Escuchemos a Jesús
hablarnos desde su trono de ignominia, de humildad y de pobreza: Jesús pronunció sus últimas siete palabras mientras
estaba en la cruz.
Es el testimonio de
Jesús a la Humanidad que el Espíritu Santo puso en sus labios para meditarlas
llevando en la oración a quienes, en tantos países del mundo actual, sufren la
injusticia, la sed, el aislamiento.
Primera palabra: A Dios:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” “Ustedes lo mataron por medio de gente malvada,
nos dice Pedro el día de Pentecostés.” Cristo murió por nuestros pecados,
nuestros pecados mataron a Jesús. Mi vida no me la quitan, yo la entrego por
ustedes, los hombres pecadores. Perdónalos, porque no saben lo que hacen: "Desconocida
de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran
crucificado al Señor de la Gloria -." (1 de Cor 2, 8) Los hombres
no sabemos lo que es el pecado, sólo Dios lo conoce y sabe de que se trata. El
pecado es lejanía de Dios, es separación, es ofensa es desobediencia es injusticia,
es muerte. Es darle la espalda a Dios para abrazarse de otro dios, del dios
personificado del mal.
Dios no quiere la muerte del pecador, sino que
se convierta y viva (Ez 33, 11) El pecado paga con la muerte (Rm 6, 23) Y todo
hombre es pecador (Rm 3, 21) Nos hace esclavos del pecado y enemigos de Dios
(Rm 6, 20) Si decimos “No tengo pecado”, nos hacemos mentirosos y la verdad no
está en nosotros” (1 de Jn 1,8) Hoy podemos decir porque así lo dice la Escritura:
“Todo lo que no procede de la fe es pecado (Rm 14, 23) “Toda injusticia es
pecado ( 1 de Jn 5, 17) El pecado d euno le hace daño a todos. Pecando contra
vuestros hermanos, pecáis contra Cristo (1 de Cor 8, 12) El pecado es lo
contrario a la Gracia, a Dios que es Amor, Santidad, Perdón y Libertad.
Jesús, lleno de Misericordia, sufre y se ofrece
por los pecadores, y pide al Padre perdón por ellos. Ofrece su dolor, su
sufrimiento, su pasión y su vida para que Dios perdone lo mucho, lo grande, lo
poco y lo pequeño. Jesús pide perdón por los que no creen en él. Por los que lo
rechazan y lo ofenden, por los que sabiendo que nos ama, lo abandonamos.
La segunda palabra: Al
“buen ladrón”: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo
en el paraíso.” “Una palabra basta
para que mi criado quede sano” (Mt 8, 8) Una palabra en favor de Jesús nos pone
en camino de salvación: "Y nosotros con razón, porque nos lo hemos
merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.» Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Jesús le dijo: «Yo te
aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.»"(Lc 23,41- 43) El buen
ladrón es símbolo del hombre justo. Jesús con su muerte lo justifica, muere
para que sus pecados sean perdonados y reciban el don del Espíritu Santo.
Recordemos el salmo primero: dos clases de hombres
el justo y el malvado. El que hace el bien y el que hace el mal y no se
arrepiente. EL justo, el buen ladrón reconoce sus pecados y la inocencia de
Jesús. Pide salvación: “Acuérdate de mí cuando entres en tu Reino.” Las
palabras de Jesús están confirmando su Obra: “Mi sangre derramada por ti y por
todos, abrirá la puerta del Reino para que todos los que crean puedan, entrar
todos en un mismo espíritu” (cf Ef 2, 18) Podemos afirmar que el Espíritu Santo
actúo en el buen ladrón que con acto de amor y arrepentimiento se robó el
Cielo.
La tercera palabra: A María, su madre, “Mujer, ahí tienes a tu hijo”... y a Juan, “Ahí tienes a tu madre.” "Junto a la cruz de
Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y
María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien
amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su
casa."(Jn 19, 25- 27) María estaba de pie junto a la cruz de Jesús.
Haciendo suyo el dolor, el sufrimiento, la muerte de su hijo. Con una oración del corazón se ofrecía al Padre con su
Hijo.
Jesús no estaba en un lugar de cinco estrellas, está sentado en
su trono de ignominia y de humildad, su cruz. Y desde la cruz manifiesta la “Voluntad
del Padre.” El Espíritu Santo se las inspiró, las puso en su boca. Sabiendo que
María no tenía más hijos, y el único hijo estaba por morir le da como legado a
su hijo, y al hijo le da como legado a su madre. Y desde aquel momento el hijo
se la llevó a su casa, la llevó en su
corazón y se hizo cargo de ella. María es la madre de Jesús, Jesús es Cristo y
Cristo es Dios, ella es la madre de Emmanuel, Dios con nosotros, entre nosotros
y en favor de nosotros, ella es también por Voluntad de Dios, la Madre de la
Iglesia. Medianera de todas las gracias que pasan por las manos de su Hijo. Jesús
lo entregó todo, hasta la misma Madre.
La cuarta Palabra: A
Dios, su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” En boca de Jesús, este “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” expresa “toda la desolación del Mesías, Hijo de Dios, que está
afrontando el drama de la muerte, una realidad totalmente contrapuesta al Señor
de la vida”. “Abandonado por casi todos los suyos, traicionado y renegado por
los discípulos, rodeado por los que le insultan, Jesús está bajo el peso
aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y el aniquilamiento.
Por esto grita al Padre y su sufrimiento asume las palabras dolientes del Salmo
22”.(Benedicto XVI)
Jesús nos había dicho: “Mi Padre siempre me escucha porque yo
hago lo que él le agrada.”(Jn 14, 31) Jesús como un buen judío conocía el salmo
22, y tal vez se lo sabía de memoria. Invoca a Dios y parece que Dios no lo
escucha, lo ha abandonado. Cargando con todas las miserias de los hombres,
pareciera que Dios miró hacia otro lado. La experiencia de Jesus, llevado a
ella por el Espíritu Santo, él tenía que vivirla sólo para ser único Mediador
entre Dios y los hombres. Frente a él está un pueblo rebelde que le grita y lo
invita a bajarse de la cruz: “Si eres el hijo de Dios bájate de la cruz.” "Estaba
el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que
se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.» También los
soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: «Si
tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»"(Lc 23, 35- 37) Jesús pone su confianza en
su Padre, en Dios.
La quinta palabra: A todos:“Tengo sed.” "Después
de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la
Escritura, dice: «Tengo sed.» Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron
a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la
boca." (Jn 19, 28- 29) Jesús hacía referencia a la sed de Amor que
padeció a lo largo de toda su vida. Sed de amor, de donación de entrega de
servicio. Jesús pide: Ámame y sígueme. Dadme de tu amor.
Amamos a Jesús y en él al Padre cuando guardamos
su Palabra y amamos al prójimo (Jn 14, 23) Le damos de beber a Jesús cuando por
amor rechazamos el mal y amamos apasionadamente el bien (Rm 12, 9) Es lo que
con un cuerpo débil y cansado le pidió a la mujer samaritana: “Dame de beber.” Entrégame
tu vida y tus miserias para que yo pueda darte del “Agua de la Vida” (Jn 4, 10;
Jn 7, 37) Muere conmigo para que también vivas conmigo (Rm 6, 3-5) Damos de beber
a Jesús cuando creemos en él y le entregamos nuestra carga (Mt 11, 28) Para que
lo aceptemos como nuestro Maestro y Salvador (Gál 2, 20) Cuando lo aceptamos y
proclamamos como Señor de nuestra historia y de nuestra vida (Hch 2,36)
La sexta palabra: Al
mundo:”Todo está cumplido.” He realizado la Obra que me encomendaste, salvar a
los hombres. (Jn 4, 34) “He entregado mi vida por todos. “Que nadie se sienta
excluido.” (Ef 5, 2. 25) “He amado hasta el extremo” (Jn 13, 1) He amado hasta
el dolor, hasta el sufrimiento y hasta la muerte. para que todos tengan vida en
abundancia. “Me ofrezco por todos para sacarlos del pozo de la muerte y para
llevarlos a Reino de tu Luz (cf Col 1,13) “He permanecido fiel a tu Palabra y a
tus Mandamientos (Jn 15, 9-10) Me entrego hasta la muerte.
La séptima palabra: A Dios:“Padre, en tus manos encomiendo
mi espíritu.” "y
Jesús, dando un fuerte grito, dijo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu» y,
dicho esto expiró (Lc 23, 46) "Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo
está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu."(Jn 19,
30) Se abandonó en las manos de su Padre. Puso en él toda su confianza como lo
dice el salmo 22.
Todo lo bueno viene de Dios, todo sale de la
cruz de Cristo. Entregó su espíritu significa que el mismo Espíritu Santo viene
de la Cruz de Jesús, del sacrificio redentor de Cristo. De ahí viene el perdón,
la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo. Todo como fruto de la
Redención de Cristo.
Jesús con su muerte ha reconciliado al cielo
con la tierra, es decir a Dios con los hombres y entre ellos: "Porque él
es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los
separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus
preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo
la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz,
dando en sí mismo muerte a la Enemistad."
(Ef 2, 14- 16)
Expiró poniendo en su Padre toda su confianza,
se abandonó en sus manos, por eso Dios lo resucitó para darnos Vida eterna (Rm
4,25) Y lo sentó a su derecha, donde ahora está sentado en el Trono de su
divinidad.
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