DICHOSOS LOS QUE ESCUCHAN LA PALABRA DE DIOS Y LA PONEN EN PRÁCTICA.

 


DICHOSOS LOS QUE ESCUCHAN LA PALABRA DE DIOS Y LA PONEN EN PRÁCTICA.

Introducción: “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica, dice el Señor.” (Lc 11, 28)

En aquel tiempo, entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana, llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: “Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude.” El Señor le respondió: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. (Lc 10, 38-42)

Marta, María y Lázaro. Los tres amigos de Jesús. María es de Magdala, visita a sus hermanos y ahí se encuentra con Jesús que enseñaba a la gente en la casa de Marta. Jesús enseña sentado como Maestro, y frente a él, se encuentra María, sentada, escucha en silencio las palabras de Jesús. Marta estaba enfrascada en la preparación de la comida para Jesús, sus discípulos y algunos más invitados. Se acerca a Jesús y le dice: “Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude.”

”El Señor le respondió: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará.” La mejor parte es la escucha de la Palabra de Jesús. Palabra que consuela, libera, une, salva y enseña. Palabra que lleva a la salvación y a la perfección cristiana (cf 2 de Tim 3, 14-17) Palabra que al escucharla nos embaraza y luego nos lleva al Nuevo Nacimiento, para luego llevarnos a la Unidad en la fe, al crecimiento del conocimiento de Dios hasta alcanzar la estatura del hombre perfecto (Ef 4, 13) La escucha de la Palabra nos adentra en la presencia de Cristo por la acción del Espíritu Santo (cf Ef 3, 16, 17) Y hace de nosotros “Hombres Nuevos” (2 Cor 5, 17) “Nos hace hijos de Dios y por ende, nos hace hermanos de los demás” (Ef 1, 5) El que escucha la Palabra de Dios se hace inteligente y el que la pone en práctica se hace salvo y santo. La Palabra es luz que ilumina nuestro camino (Jn 8, 12) y nos guía a la verdad plena (Jn 16, 13).

La Iglesia por muchos siglos miraba en estas dos hermanas, dos estilos de vida, una era activa y la otra era contemplativa. Marta la activa y María la contemplativa. Ahora nos dice que ambas pueden ser a la misma vez  activas y contemplativas. Contemplativas en la acción. Trabajamos y oramos. Trabajar sólo, sin oración, es activismo. Y oración sin acción es iluminismo.

Para Jesús lo primero es la “Escucha de la Palabra,” semilla del Reino, de la verdad, de la bondad y de la justicia (Ef 5, 9) Fuerza de Dios para cultivar el bien y protegerlo (cf Gn 2, 15) Para rechazar el mal y para hacer el bien (Rm 12, 9) Fuera para sacar el mal de nuestras vidas y para llenarnos de luz (Rm 13, 12.) Escuchar y obedecer la Palabra de Dios son los pilares de la fe cristiana. Escuchemos a Pablo decirnos:

"Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad"(Ef 4, 20- 24)

"Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros. Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al Diablo. El que robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus manos, haciendo algo útil para que pueda hacer partícipe al que se halle en necesidad. No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen. No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo."(Ef 4, 25- 32)

Fuera la mentira, el odio, la ira, el fraude, la grosería, la pereza, toda clase de maldad, y a trabajar en vuestra liberación y en vuestra salvación para que no pequen y no entristezcan al Espíritu Santo. Fuera y al fuego, para que puedan revestirse de Cristo y sean capaces de perdonar como Dios los ha perdonado a ustedes. Jesús le dio importancia a la Palabra al decir a unos judíos que habían creído en él:

"Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.»" (Jn 8, 31- 32) Libres, ¿de qué? y libres ¿para qué? Libres de todo aquello que es incompatible con el reino de Dios y libres para amar y para servir al estilo de Jesús (Jn 13, 13. 34)

La Palabra nos capacita para que rechacemos el mal y para que hagamos el bien: "Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio." (Jn 8, 7- 8) El Espíritu Santo y la Palabra de Dios son inseparables, es más, la Palabra es el instrumento del Espíritu para conducirnos a la Meta: Cristo Jesús.

No tengamos miedo ni pereza leer o escuchar la Palabra de Dios para que sea nuestra Norma de vida, nuestra brújula para llegar al Cielo y compartir nuestra herencia con Cristo, el heredero (cf Rm 8, 17) “Porque no hemos recibido un espíritu de timidez, sino de fortaleza, amor y dominio propio” (2 de Tim 1, 6) En la Palabra encontramos la energía, la fuerza y el poder de Dios que actúa, si lo dejamos, en nuestro corazón. (cf Ef 6, 10)

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