HABÍA UNA VEZ UN PROPIETARIO QUE PLANTÓ UNA VIÑA

 


HABÍA UNA VEZ UN PROPIETARIO QUE PLANTÓ UNA VIÑA 

¿Quién que piense en serio puede negar el problema que tiene los hombres hoy día? ¿Cuál es este problema? El no saber usar de manera correcta de los dones de Dios ha llevado a los hombres a querer decidir entre lo bueno y lo malo al margen de Dios, sin tener en cuenta su Palabra, esto nos lleva a decir que el problema del hombre es llamarle a lo bueno malo y a lo malo bueno. Malo es lo que impide que el hombre se desarrolle y se realice según el plan de Dios, y bueno, es todo lo que permite y ayuda a los seres humanos a realizarse como personas y como hijos de Dios.

Los hombres que arrastran este problema han perdido su capacidad de vivir el arte del amor, del diálogo, de la comunión; no se vive en la justicia y se desconoce la paz, la armonía y la alegría de vivir con otros compartiendo las bendiciones que el Señor ha derramado para todos. El filósofo Thomas Hobbs lo dijo bien claro: “El hombre se ha convertido en lobo para el hombre”, es decir en un destructor para sus hermanos. Inventó la cámara de gas y miles y miles de métodos para oprimir, explotar y aplastar a sus semejantes. Unos cuantos lo tienen todo, menos la felicidad por tenerlo, y otros, que son muchos, apenas tienen lo indispensable para vivir, y muchísimos más, ni siquiera tienen acceso a los medios y bienes que necesitan para medio subsistir. La educación, la medicina, la vivienda, el justo salario no está al alcance de muchos. Creemos que por esta razón la Palabra de Jesús nos quiere iluminar la realidad en la que vive nuestra sociedad.

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: “Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego alquiló a unos viñadores y se fue de viaje. Dios al crear al hombre lo dotó con regalos y bendiciones, lo adornó con capacidades para su propio bien y el para el bien de los demás. Dios ha dado a la humanidad y no solo al pueblo de Israel, todo lo necesario para vivir con dignidad. Si nos remontamos al Paraíso, vemos que el hombre no quiso ser dependiente de Dios, quiso buscar su independencia, se negó a ser hijo de Dios, hermano de los demás y se negó a compartir con ellos los dones que Dios creó para todos los seres humanos. El hombre que se rebela contra Dios pierde sus fortalezas y es invadido por toda calase de “animales salvajes”: es dominado por sus pasiones, instintos, impulsos, malos deseos, defectos de carácter, vicios, etc. Se vacía de la paz verdadera, del amor sincero, de la vida divina y de otras gracias espirituales

Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero estos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo. Ahora sabemos cual es la suerte de los profetas de Jesús: ser despreciados, ser rechazados, y ser llevados a la muerte como Monseñor Romero, hace unos años en el Salvador y con él, muchos más que han seguido el mismo camino por anunciar la Verdad de Dios sobre la Iglesia, sobre el hombre, sobre Jesucristo.

Por último les mandó a su propio Hijo, pensando: A mi hijo lo respetaran. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: Este es el heredero. Vamos a matarle y nos quedaremos con su herencia. Le echaron mano lo sacaron del viñedo y lo mataron.

Jesús en esta parábola profetiza su propia muerte, dice de que y como va a morir. Correrá la misma suerte de los profetas. La profecía de Jesús sobre su muerte se cumplió, tal cual Él lo había dicho: “Vino a los suyos y lo suyos no lo recibieron” (Jn 1, 12) No creyeron en él. Creer en Jesús es el camino para participar de su herencia. A quienes si creyeron en Jesús, se les concedió el llegar ser hijos de Dios por la participación del Espíritu de Jesús. Espíritu de filiación que clama en nosotros: “Abba, Padre”. El Espíritu Santo da testimonio de que ya somos hijos de Dios, y si hijos también herederos; herederos de Dios con Cristo (cf Rom 8, 15ss)

Le echaron mano, lo hicieron prisionero, lo humillaron, le pusieron un madero sobre sus hombres y lo sacaron de la ciudad, para que muriera como los profetas, fuera de la ciudad santa, como un malhechor. Ese fue el destino de Jesús, el Hijo de Dios: ser solidario con los pecadores, muriendo por ellos para que pudieran regresar un día al Paraíso, a la casa del Padre. Su sangre nos abre el camino para que entremos en ella y para que el Espíritu Santo venga a nosotros y nos ayude a dar frutos abundantes y buenos.

 

Dios ha sembrado buena semilla en el mundo: su Palabra, su Verbo, su Hijo Unigénito que dio fruto por que murió. Jesús es el Amor entregado del Padre a los hombres que hicieron con Él lo que les vino en gana, lo mataron. Jesús es amor que se donó y se entregó a sí mismo por todos los hombres para que tuvieran vida en abundancia. (cf Jn 10, 10)

Ahora díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿Qué hará con esos viñadores? Ellos respondieron: “Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo.” (Mateo 21, 33-43)

Los viñadores primeros hacen referencia al Pueblo judío, el pueblo de la alianza del Sinaí, y a todos los que a lo largo de los siglos hemos recibido el “don de la fe”. Israel, encargado de ser luz de la naciones, y a quien Dios le había dado sus “Mandamientos”, “Reyes” y “Profetas”. Pueblo dueño de las Promesas y de la predilección del Señor, no escuchó la Voz ni tampoco la Palabra, y dieron muerte al Mesías de Dios. ¿Cuál será su suerte? Ellos mismos lo dicen: “La muerte” también hablan en profecía. Quien a Jesús rechaza, ¿que suerte le espera? ¿Quién podrá salvarlo? ¿Sabemos nosotros que con nuestros pecados personales damos muerte al Hijo de Dios, nos convertimos en asesinos de la Vida? ¿Sabemos que nuestro destino sería entonces la muerte? (Rom 6, 23) Pero al creer en Jesús Dios nos tiene como don la Vida eterna. 

Entonces Jesús les dijo: “¿no han leído nunca en las Escrituras?: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable.” Cristo es la piedra angular, muchos se tropezaran con él. Unos caerán y otros se levantarán. Quien no cree en él cae, para no levantarse, y quien cree en él se levanta. Levantarse es resucitar con Jesús a una nueva vida; levantase para ser criatura nueva, redimida, perdonada y salvada por su Señor. (2 Cor 5, 17) Pero Dios a todos los ofrece la salvación: La Piedra angular que es Jesús. Los que creen en Jesús y le obedecen son su Pueblo. Pueblo de la Nueva Alianza, comprado a precio de sangre para ser una “nación santa”, de sacerdotes, profetas y reyes (2 de Pe 2, 5ss)

¿Cómo se ha de vivir en el Nuevo Pueblo de Dios? Pablo en la carta a los Filipenses nos tiene la respuesta: “No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y en la súplica, llenos de gratitud. Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás hermanos aprecien todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca elogio: Pongan por obra cuanto han aprendido y recibido de mí, todo lo que yo he dicho y me han visto hacer; y el Dios de la paz estará con ustedes.” (Filipenses 4, 6-9)

¿Qué sucederá si rechazamos estas exhortaciones del Apóstol Pablo o del Espíritu Santo que habló por medio de él? Escuchemos la respuesta de Jesús: “Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos. ¿Cuáles son los frutos que vemos en nuestra vida y en nuestra sociedad?

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