"Arrepentíos,
pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados"
(Hch 3, 19)
"Al
oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles:
«¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno
de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de
vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es
para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para
cuantos llame el Señor Dios nuestro.» Con otras muchas palabras les conjuraba y
les exhortaba: «Salvaos de esta generación perversa.»"(Hch 2, 37-
40)
¿Qué es el arrepentimiento? Es la respuesta de la gente al mensaje de los
Apóstoles: “A Jesús de Nazaret, un hombre justo e inocente, ustedes lo mataron
por medio de gente malvada, pero, el crucificado, está vivo. Dios lo ha resucitado (Hch 2, 22s)
Las palabras de Pedro, ungidas con el Espíritu Santo penetraron en el alma de
los oyentes y respondieron con un corazón contrito y arrepentido. Habían aceptado
que Jesús había muerto por sus pecados, y que Jesús había muerto por ellos. El
arrepentimiento es obra del Espíritu Santo que actúa en el corazón que se deja
tocar por él. Implica el reconocimiento del pecado y el dolor por haberlo
cometido con la decisión de no volver a cometerlo.
¿Qué podemos hacer, hermanos? La respuesta de Pedro está cargada de un
sentido profético: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en
el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo.” La conversión es personal, en primer lugar, y consiste en
pasar de este mundo tenebroso a Jesús; pasar del judaísmo a Jesús, del
paganismo o de las obras muertas del pecado a Cristo Jesús, el Salvador de los
hombres.
¿Qué es la conversión? La
conversión es además, el paso de la muerte a la vida, de las tinieblas a la
luz, de la esclavitud de la idolatría a la libertad y de la aridez a las aguas
vivas, según las palabras de san Juan (Jn 7, 37- 38) En cada paso hay un “Nuevo
Nacimiento” según las palabras del mismo Jesús (Jn 3, 1- 5) En cada paso hay un
morir al pecado y un resucitar con Jesús a una nueva vida (Rm 6, 10) Vivir la
conversión es entrar y permanecer en la Pascua de Jesús: es un permanecer en su
amor (cf Jn 15, 9) Es un no bajarse de la cruz (cf Gál 5, 24) Por eso para
Pablo, la conversión es despojarse del hombre viejo y un revestirse del hombre nuevo
en justicia y en santidad (Ef 4, 24)
«Convertíos
y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
que entren en la Nueva Alianza, tengan un Nuevo Culto, un Nuevo Mandamiento y
una Nueva Ley: El Espíritu Santo, y puedan ser el “Pueblo de Dios,” un pueblo de sacerdotes, profetas y
reyes (1 de Pe 2, 9), templos vivos del Espíritu Santo, miembros del Cuerpo
de Cristo y de la Iglesia: "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros
de Cristo?" “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu
Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?
¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo."
(1 Cor 15. 19- 20) “Huyan pues de la fornificación” lo que equivale a decir: “Guarden
los Mandamientos” (1 Cor 6, 17;) Después del Concilio de Jerusalén los
Apóstoles envían una carta a la comunidad de Antioquia para liberarlos de la confusión que habían sembrado en ellos: "Que hemos decidido
el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: abstenerse
de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y
de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós.»” (Hch 15, 28-
29)
San Pablo nos hablará de la “Justificación por
la fe.” (Gál 2, 16: Rm 5, 1-5) La
justificación conlleva el “perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo”
Con un corazón limpio por la sangre de Cristo (Ef 1,7) y ungidos por el
Espíritu de Cristo resucitado somos una Nueva Creación, le pertenecemos al
señor, somos su propiedad; somos hijos de Dios y por lo tanto herederos con
Cristo de la herencia de Dios (Rm 8, 17) Si primero padecemos o morimos con
Cristo, para luego, participar de su Gloria (cf Gál 5, 24).
La
conversión nos lleva a tener los pensamientos, los sentimientos, las
actitudes, las luchas y los triunfos de Jesús, el Señor: "Así, pues, os
conjuro en virtud de toda exhortación en Cristo, de toda persuasión de amor, de
toda comunión en el Espíritu, de toda entrañable compasión, que colméis mi
alegría, siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu,
unos mismos sentimientos. Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino
con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando
cada cual no su propio interés sino el de los demás." (Flp 2, 1-4)
Siguiendo el ejemplo de Jesús, hagamos también
con él nuestro recorrido: "Pues
conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por
vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza."
(2 Cor 8,9) Nuestra conversión es hacernos pobres como él, para poder seguir
sus huellas: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el
ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo
haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se
humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz."
(Flp 2, 6- 8)
La
pobreza de Jesús nos hace ricos, para que con nuestra pobreza podamos
enriquecer a muchos, con la riqueza de Jesús que murió y resucitó para hacernos
con él, hijos de Dios, hermanos y servidores de todos. Que esa sea nuestra
conversión a Jesucristo. Un regalo de él para los demás, para la Iglesia.
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