LA EUCARISTÍA ES
UN VERDADERO BANQUETE,
"Hará Yahveh Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite
de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos
depurados; consumirá en este monte el velo que cubre a todos los pueblos y la
cobertura que cubre a todos los gentes; consumirá a la Muerte definitivamente.
Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros, y quitará el
oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra, porque Yahveh ha hablado." (Is 25, 6- 8)
Se
trata de un banquete anticipado del cielo que se nos da aquí en la tierra. “Por
eso dichosos los invitados a la cena del Señor”. Banquete en el cual, Cristo se
ofrece como alimento, y no se trata de cualquier alimento, sino de Cristo mismo
que nos da a comer su cuerpo y su sangre: “En verdad en verdad os digo: si no
coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en
vosotros (Jn 6, 55).La Eucaristía es el
banquete de hermanos con Dios, comida
fraterna, comida de fiesta, comida divina, comida del más allá, porque anticipa
desde aquí el banquete del cielo.
El Banquete en el que Dios
invita a todos a sentarse a la Mesa y comer “los manjares suculentos y los
vinos exquisitos” que el mismo Dios sirve a sus comensales: Jesús se nos ofrece
como pan de vida y vino de alianza, no como alimento maquinal, mecánico, que
obra por fuerza incontrolable al margen de nuestras decisiones personales. “Tomad, comed y bebed” no es mandato
forzoso: es una invitación a corresponder. Comer el “pan y beber el vino”
son expresiones-visibles de acogida libre y cordial de Él en nuestro corazón y
en nuestra vida. A la invitación: “Vengan y coman gratis”, nosotros
respondemos: “Señor, yo no soy digno de acercarme a este Banquete, pero ya que
tú me invitas, basta con que digas una sola palabra y mi alma quedará limpia
para siempre”
Al comulgar el
cuerpo de Cristo podemos decir que gozamos del cielo en la tierra por la
presencia de Jesús Sacramentado, si cielo es estar junto a Dios y gozar de Dios. El cielo es donde está Cristo
y si Cristo es la Eucaristía, esta contiene toda la riqueza espiritual de la
Iglesia, y… ¡Cristo es nuestra Riqueza, es nuestra Paz, es nuestro Cielo!
Cuando recibimos a Cristo en la Eucaristía, Él nos da su persona, su amor, su
vida, su Espíritu Santo: recibimos al
Dios vivo y verdadero. En la Eucaristía tenemos y vemos a Dios, no con la vista
material, pero sí con la visión
inmaterial del alma, con la mirada de la fe. Cuando nos acercamos a la
Eucaristía nos encontramos “ante Cristo mismo”.
Nuestros ojos corporales y nuestra alma pertenecen a este mundo y
todavía están cubiertos por los velos del pecado, pero podemos con los ojos de
la Fe, decir con Santo Tomás ante Cristo Eucaristía: “Señor mío y Dios mío”. Es
Banquete para todos: el niño, el adulto, el pobre, el rico, el sabio, y para el
ignorante. Todos son invitados a la Cena del Señor, y Dios no tiene acepción de
personas. No basta con venir a misa, pero no pasar a la recibir la Eucaristía.
No comulgar es no participar, es quedarse fuera.
La
Eucaristía experiencia de intimidad con el Señor. La Eucaristía
es el sacramento en el cual, bajo “las especies de pan y vino”, Jesucristo se
halla verdadera, real y sustancialmente presente, con su cuerpo, su sangre, su
alma y su divinidad. Jesús en la Eucaristía
está radiante y glorioso como en el cielo, aunque oculto por las apariencias
sacramentales. Quitadas las apariencias no hay ninguna diferencia sustancial
entre Jesús a la diestra de Dios Padre en el cielo y Jesús en el más humilde
sagrario de la tierra. En cada Eucaristía, Jesús nos hace una gozosa
invitación: permanecer en íntima relación con Él, cuando nos dice: “Permaneced
en Mí y Yo en vosotros” (Jn 15, 4), “Permanezcan en mi Amor” (Jn 15, 9) ¿Cómo
permanecer en el amor de Dios? La respuesta es del mismo Jesús: guardando su
Mandamiento: “Hagan esto en memoria mía”. Celebrar la eucaristía es permanecer
en su Amor y poder amarnos como Él mismo nos amó. “Esta relación de íntima y
recíproca “permanencia” nos permite anticipar en cierto modo el
cielo en la tierra… Se nos da la Comunión Eucarística para “saciarnos de
Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en el cielo” (Mane
nobiscum Domine, 19).
La
Eucaristía edifica la Iglesia.El estar sentados a la Mesa con el Padre celestial,
manifiesta que la Eucaristía forma la familia de Dios, la comunidad de
hermanos, es una cena de hermanos, una comida fraterna. Formar la Iglesia y la
unidad de los hermanos es uno de los frutos de la Eucaristía. Todos los que
reciben la Eucaristía con “dignidad” se unen más estrechamente a Jesucristo y
por ello mismo con todos los miembros de su Cuerpo que es la Iglesia. En la
Iglesia la comunión nos renueva, fortalece y profundiza la incorporación al
Cuerpo de Cristo, realizada por el Bautismo, por el que fuimos llamados a
formar un solo cuerpo. La Eucaristía realiza la Comunión con Dios y entre los
fieles: “El Cáliz de bendición que
bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que
partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aún siendo muchos, un
solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan? (1
de Cor 10, 17). Todos comemos de un mismo pan y bebemos de un mismo cáliz, por
eso creemos que la Eucaristía es vínculo de caridad y símbolo de unidad: Nos
une con Dios, con los hermanos y nos hace que nos amemos más.
“Yo soy el pan de la vida, el que
venga a Mí, no tendrá hambre, y el que crea en Mí, no tendrá sed” (Jn 6, 35).
La Cena del Señor y la cena fraterna están de la mano. Eucaristía y vida de
caridad nunca pueden estar separados. El Pan es comida, la comida es alimento y
el alimento es vida. Vida que nutre, transforma, nos hace Eucaristía, es decir,
regalo de Dios para los demás. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna, y yo lo resucitaré el último día”. La vida eterna es la vida de
Dios que Cristo nos da gratuitamente en la Eucaristía. El comer el Cuerpo de
Cristo y el beber su Sangre me une a él, y él habita en mí ser; entonces,
Cristo hablará en mí; mirará a través de mis ojos y amará a través de mi
corazón. Lo llevaré conmigo a mi casa, a mi trabajo. Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida… quien come mi carne y bebe mi sangre
vive en mí y yo en él… quien me come vivirá por mí…” (Jn 6, 54-58). En la
Eucaristía, Cristo me asemeja a él, me asimila. De la Eucaristía deberíamos
salir más hermanos, más unidos y más llenos del amor de Dios, con la
disponibilidad de servir a los demás.
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