EL MANDAMIENTO DE JESÚS

 

1.   EL MANDAMIENTO DE JESÚS

 

 "Haced esto en memoria mía". Asistir a Misa es que cumplir este mandato del Señor. Y no es sólo una memoria histórica, es una memoria que lo hace presente. Jesús te invita y se te entrega… no responder, ser indiferente a su llamado, sería un desprecio bastante considerable.

 

El Concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y nuestro Pan vivo que, a través de su “Carne resucitada, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo”, da vida a los hombres, invitados así, y conducidos a ofrecerse a sí mismos, con sus trabajos y todas las cosas, juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y culminación de toda evangelización (Presbyterorum ordinis, n. 5. Ver también Documento de Puebla, n. 923).                     

Jesús es el Verbo Eterno del Padre, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, nacido de la María Virgen que vivió y murió como hombre verdadero y fue resucitado con el poder de Dios y que ahora está en Cielo sentado a la derecha del Padre como Sacerdote eterno que intercede por nosotros: Él es nuestro Redentor y Salvador, quien sin dejar el Cielo está presente en la Hostia consagrada. El es Viático, Alimento y Medicina mientras avanzamos las jornadas de esta vida. El es Maestro, Amigo, Compañero y Dialogante, todo sabiduría y encanto, mientras vamos de un lugar a otro, como aquellos dichosos caminantes de Emaús al atardecer del día luminoso de la Pascua.

 

2.     La Eucaristía edifica la Iglesia, y la Iglesia hace la Eucaristía.

 

Los Apóstoles al comer del cuerpo y beber la sangre de Cristo en el Cenáculo, entraron por primera vez en comunión sacramental con Cristo. Desde aquel momento y hasta la consumación de los siglos la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros en el altar de la Cruz (I. de E. 21c).

 

La Eucaristía es el Sacramento de la Comunión; Comunión con Dios y comunión entre los fieles que comulgan, une al cielo con la tierra. Al unirse a Cristo el Pueblo de la Nueva Alianza, éste se convierte en “Sacramento de salvación” para la humanidad, en obra de Cristo, en “luz del mundo y sal de la tierra” para la redención de todos (Mt 5, 13; I. de E. 22)

 

Cuando recibimos el “Cuerpo Eucarístico” recibimos el don de Cristo  y de su Espíritu. Cristo y el Espíritu son inseparables, son las manos de Dios, en la Redención y Santificación de la Comunidad de la Nueva Alianza. La Eucaristía construye la Iglesia como “Comunidad fraterna y solidaria”.

 

La Comunidad primitiva de Hechos de los Apóstoles, nos da un ejemplo de esto: “Asistían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la Comunión, a la fracción del Pan y a las oraciones (Hch 2, 42). Estos cuatro elementos son el fundamento de toda comunidad cristiana cimentada en la verdad, en el amor y en la vida (Jn 14, 6), y que por lo mismo debe estar centrada en la Eucaristía, alimento y fuerza de los fieles.

 

Juan Pablo II, en la Iglesia de Eucaristía, de acuerdo con el Vaticano II nos ha dicho: “No se construye ninguna comunidad cristiana, sí ésta no tiene como raíz y centro la celebración de la Sagrada Eucaristía” (I. de E. 33; PO 6). Es una lástima que sean muchos los que asisten a la Misa y no comulgan, ya sea porque no creen en la presencia real de Cristo en las “especies eucarísticas”, porque no están preparados, porque no tiene hambre del Pan vivo o porque no se creen dignos.

 

El Cristo que recibimos en la Eucaristía es, verdaderamente el mismo que vivió, enseñó y murió en Palestina hace más de dos mil años. Pero al mismo tiempo es mucho más que eso. El Jesús que recibimos es el Cristo resucitado que está con nosotros, vivo y activo en la Iglesia y en el mundo. Es “el cuerpo y la sangre, alma y divinidad”, “toda la persona” de Cristo “resucitado y glorificado”. Es el que recibimos en la sagrada comunión.

 

3.     La exigencia para comulgar.

 

Para recibir el Sacramento de la Comunión, el Papa, nos recuerda la exigencia de estar en estado de Gracia por medio de la cual participamos de la naturaleza divina (1 de Pe 1, 4). El mismo Apóstol nos dice: “Examínese, pues cada cual, para que no coma el pan y beba de la copa indignamente (1 Cor 11, 28). El Catecismo de la Iglesia nos recuerda no pasar a comulgar con una conciencia manchada y corrompida; Al estar en pecado grave se debe recibir el Sacramento de la Reconciliación antes de pasar a comulgar (Catic 1335). La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí que ayudan a los fieles a estar en un continuo proceso de conversión.

 

Lo que nos pide el Señor para participar dignamente del “Banquete de Bodas”. Lo que nos pide es el “vestido de fiesta”, la pureza o limpieza de corazón. Qué estemos reconciliados con él y con los hermanos, y el lugar para reconciliarnos con Dios es el sacramento de la Confesión. Con tristeza, con firmeza y a la misma vez con una gran caridad hemos de recordar que las personas que están viven en unión libre, en amasiato o en una situación de adulterio permanente, no deben pasar a comulgar, sería recibir indignamente el cuerpo de Cristo. Pero no por eso deben sentirse rechazadas por la Iglesia que es Madre y Maestra, y sufre con esta situación de muchos de sus hijos. Estás parejas pueden y deben venir a la Misa, escuchar la Palabra de Dios, hacer oración, practicar la caridad, dar testimonio, hacer actos de fe, esperanza y caridad, practicar otras virtudes cristiana y “hacer una comunión espiritual”, abriendo su corazón al Señor que tiene sus caminos para llevar a sus fieles a la salvación por la fe en Cristo Jesús y a la perfección cristiana (cfr 2 Ti, 3, 14ss).

 

4.     La Eucaristía como “Culto existencial”

 

Al salir de  “Misa”,  fuera del templo, somos portadores del Amor de Cristo que se nos ha dado en el Pan de la Eucaristía, hemos de irradiarlo por donde vayamos pasando haciéndonos prójimos al estilo del Buen Samaritano de todos los hermanos que encontremos a nuestro paso, sin discriminación o “acepción de personas”. Cuando damos  un trato “según Cristo” comprenderemos que “Participar en la Misa es un compromiso para vivir el misterio de “Comunión”, al estilo de la primera comunidad.

 

Con la disponibilidad de hacer la voluntad de Dios en cada situación de nuestra vida; con la disponibilidad de salir de sí mismo para ir al encuentro del pobre, del necesitado, de los demás para iluminarlos con la Luz del Evangelio; y con la disponibilidad de dar la vida por realizar los otros dos objetivos. El Eucaristía: Sacramento del Amor, nos trasforma en “regalo de Cristo a los hombres. Amén, Amén.

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