«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.»
Iluminación.
Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena
Nueva de Dios:
La voz de
los profetas de este tercer domingo del tiempo Ordinario: Jonás, Juan el Bautista, Pablo y Jesús, el
profeta de Nazareth, todos llevan el mismo Mensaje: “Convertíos y creer en la
Buena Nueva. “ Estas son las palabras de Jesús para entrar al Reino de Dios. Para
Jesús convertirse es llenarse de Él, para vivir como Él: amando y sirviendo en
libertad a Dios y a los hombres. Este es el camino que nos lleva a conocimiento
del Dios todopoderoso; Padre Hijo y Espíritu Santo.
Los Rostros
de Dios.
Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos
basta.» Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me
conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú:
“Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en
mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece
en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre
está en mí. Al menos, creedlo por las obras.” (Jn
14, 8-11)
Padre es el primer nombre de Dios.
Jesús es el revelador
del Padre y es también el revelador del hombre. Todos estamos llamados a ser lo
que Jesús es. Jesús el Hijo de Dios nos muestra los rostros de Dios: El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais
que yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lc 2, 49) “He manifestado tu Nombre a los
hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has
dado; y han guardado tu Palabra.” (Jn 17, 6) Jesús nos revela el Nombre de Dios
para el Nuevo Testamento: Padre. “Así habló Jesús, y alzando los ojos
al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu
Hijo te glorifique a ti.” (Jn 17,1) “.Ahora,
Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que
el mundo fuese. (Jn 17,5) Jesucristo es el Hijo del Padre (Mc 1,1) Así los
confirma sal Pablo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en
los cielos, en Cristo.” (Ef 1, 3)
Las bendiciones del Padre para todos los crean en su
Hijo:
a) La
elección en Cristo. “por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del
mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor;”
b) La filiación
en Cristo. “eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por
medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la
gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado.”
c) La
redención por Cristo. En él tenemos por medio de su sangre la redención, el
perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia
d) La
santificación por Cristo nos da el Espíritu Santo. Que ha prodigado sobre
nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de
su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano (Ef 1,
4- 9).
Estas
bendiciones, todas, nos apropiamos de
ellas el día de nuestro bautismo; después el día de nuestro sacramento de la
confesión y cada vez que hacemos un acto de fe profundo y nos consagramos al
Padre en Cristo por el Espíritu Santo
El segundo rostro de Dios es el Amor.
Nos ama a
todos y nos ha bendecido gratuitamente. Así lo ha confirmado san Juan: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque
Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él. (J 3, 16- 17) Dios padre nos creó por amor a su imagen y
semejanza: nos dio inteligencia, voluntad y corazón para amar. Por amor nos dio
a su Hijo para que nos redimiera y nos diera Espíritu Santo. Nos mostró su amor
amándonos por primero y nos entregó a su Hijo (1 Jn 4, 10) Todo lo que bueno
que tenemos viene de Él a nosotros por Amor, Él no hace acepción de personas,
ama a los buenos y también a los malos a pesar que hagamos cosas malas (cf Mt
5, 45) Para Dios amar es darse, donarse, es entregarse para que todos tengamos
vida abundancia (Jn 10,10)
El tercer rostro de Dios es el Perdón de los pecados
de la Humanidad.
Dios es perdón
y nos perdona a todos los que se arrepientan de todo corazón. Es un Padre
Misericordioso, Justo y Santo que nos entrega lo que Él y lo que tiene.
Escuchemos la palabra del profeta Isaías: “Venid, pues, y disputemos - dice
Yahveh -: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán.
Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán. Si aceptáis
obedecer, lo bueno de la tierra comeréis. Pero si rehusando os oponéis, por la
espada seréis devorados, que ha hablado la boca de Yahveh.” (Is 1,18-20) Dios
es Dios de los perdones y el Dios de toda Misericordia (Neh 9, 17 y Dn 9,9) El
Salmo nos dice: Dios perdona al Pecado que se acusa” (Slm 32,5) No tengamos miedo
acercarnos a este Padre misericordioso, llevando con nosotros un corazón
contrito y arrepentido. Cuando el hombre pecado recibe el perdón de Dios, lavado
su corazón con la sangre de Cristo, se apropia de las Bendiciones de Dios,
entra en la Casa del Padre, nace de nuevo en el Reino de Dios comoHijo del
Padre y hermanos de Cristo y templo del Espíritu Santo lleva con él las
semillas del Reino para que con la ayuda de Dios crezca en la verdad, la bondad
y en la justicia llenándose de Cristo (Ef 5, 8)
El cuarto rostro de Dios manifestado en Cristo es la
Libertad.
La Libertad
es el cuarto rostro de Dios, tal vez el que más nos cuesta comprender. Dios es
el Totalmente libre. Libre para llamarnos a la existencia, libre para enviarnos
a su Hijo, libre para redimirnos, libre para darnos el don de su Espíritu. Él
es Libertad y fuente de toda verdadera libertad y filiación. “No habéis
recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino un
espíritu de filiación, por el cual clamamos: Abbá, Padre”.
(Rom. 8, 12-17)
“Donde está
el Espíritu del Señor allí está la libertad”
(2 Cor. 3, 17). El Espíritu Santo, no es espíritu de esclavitud, sino de
libertad, de valentía que nos hace amar a Dios y acercarnos a todos los hombres
para con valentía anunciarles el Evangelio de Cristo.
“Hermanos,
habéis sido llamados a la libertad” (Gál. 5, 13). Para ser libres nos liberó
Cristo de la esclavitud del pecado (Gál. 5,1). San Juan en su Evangelio dice a
los que han abrazado la fe: Permanezcan unidos a mi Palabra y conoceréis la
verdad y la verdad os hará libres” (Jn. 8, 31-32). Libres ¿de qué? Libres de la esclavitud del pecado<, libres del
miedo, del odio, del sentido de la culpa del complejo de inferioridad, de los
vicios, de las barreras espirituales El Creyente es libre en cuanto que en
Cristo ha recibido ya el poder de vivir en la intimidad del Padre sin las
ataduras del pecado, de la muerte y de la ley. Libres ¿para qué? Libres para
conocer la verdad, para servir al Señor y
amar a los hermanos. Solo, y en la medida que seamos libres podemos
conocer, manifestar y dar el amor de Dios a los demás. La experiencia del amor
de Dios es el motor de arranque de la vida cristiana y de la vida familiar.
Solo el amor llena los vacíos del corazón humano.
Oremos
con el Padre Nuestro.
Esta es la oración que el Señor Jesús nos dejó para los hijos de su Padre, para sus hermanos y para sus discípulos. LA CLAVE PARA ORAR CON ELLA ES POSEER AL ESPÍRITU SANTO.
Padre
nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu
reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy
nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos
del mal.
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