EL AYUNO QUE A DIOS LE AGRADA

 

El AYUNO

Objetivo: Contener el propio yo con la fuerza del Espíritu Santo y nuestros esfuerzos para dejar espacio a Dios y cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para amar y servir a Dios y al prójimo.

Iluminación: "Jesús, después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre".

¿Qué es la cuaresma? La Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación hacia Aquél que es la fuente de la Misericordia. Es un tiempo dedicado a Dios caminando con alegría hacia él por el camino del arrepentimiento, despojándose del “hombre viejo” siguiendo las huellas de Jesús con nuestros ojos fijos en él (cf Heb 12, 2) Con todo nuestro ser orientado hacia él para estar con Cristo el Señor en Semana Santa y entrar en su Pascua.

"Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de
preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor: la oración, el ayuno y la limosna, para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, experimentar el poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, "ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos".

"En mi tradicional Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a
reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno (Benedicto VXI). En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre". Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley, o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb, Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento
con el tentador.

"Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: "De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio". Comentando la orden divina, San Basilio observa que "el ayuno ya existía en el paraíso", y "la primera orden en este sentido fue dada a Adán". Por lo tanto, concluye: "El 'no debes comer' es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia".

1.              El Ayuno un medio para recuperar la amistad con Dios

"Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar "para humillarnos -dijo-delante de nuestro Dios". El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: "A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos". También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.

"En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que "ve en lo secreto y te recompensará". Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de
los 40 días pasados en el desierto, que "no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el "alimento verdadero", que es hacer la voluntad del Padre. Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de "no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal", con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.

2.              La fuerza del Ayuno para refrenar la fuerza del Mal

 "La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad
cristiana. También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del "viejo Adán" y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: "El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica".

"En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una "terapia" para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica "Pænitemini" de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no "vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos".

3.              El Verdadero Ayuno nos lleva al hambre y sed de Dios.

 "La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas
contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio.

"La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía "retorcidísima y enredadísima complicación de nudos", en su tratado "La utilidad del ayuno", escribía: "Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura". Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.

4.              El Ayuno nos ayuda a ser buenos samaritanos.

"Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: "Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?". Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre.

"Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales, y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido. También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.

"Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención".

 

 

5.              El Ayuno nos ayuda a donarnos a Dios.

"Queridos hermanos y hermanas, bien mirado, el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía san Juan Pablo II, a donarse totalmente a Dios. Que en cada familia y comunidad cristiana, por tanto, se aproveche la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical.   

"Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la
Cuaresma. Que nos acompañe la Bienaventurada Virgen María, Causa nuestra alegría, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en "tabernáculo viviente de Dios". Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica".

Extraído del Mensaje de Cuaresma del Papa Emérito Benedicto XVI

 

 

 

 

 

 

 

2.   La Cuaresma

(Del Papa Francisco)

 

Objetivo. Mostrar el camino de la generosidad para ser como Jesús junto con muchos hermanos.

Iluminación. Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)

 

 

1.    Queridos hermanos y hermanas:


Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?

2. La gracia de Dios se ha manifestado en  Cristo


Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros...». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se "vació", para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).

 

3.    Jesús se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.

 

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino -dice san Pablo- «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

 

4.    ¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece?

 

Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su "yugo llevadero", nos invita a enriquecernos con esta "rica pobreza" y "pobre riqueza" suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).


Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.


5. El Camino de la pobreza…


Podríamos pensar que este "camino" de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.

 


A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual.

 

a)    La miseria material.

 

La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.



b)    La miseria moral

 

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros -a menudo joven- tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente.

 

c)     La miseria espiritual,

 

La miseria moral, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.


6. La Cuaresma es tiempo para dar testimonio.

 

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.


Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.

 

Leamos y meditemos: Col 3, 5- 12.

Oremos con el salmo del Miserere. (50)

 

 

 

 

 

 

 

 

3. Los Caminos de la Penitencia

 

Objetivo: Conocer y profundizar en los modos que todo creyente tiene a su alcance para alcanzar la espiritual tan necesaria para caminar en la vida con un corazón sano y con una mirada puesta en las promesas de Dios.

Iluminación. “El propósito de esa orden es que nos amemos unos a otros con el amor que procede de un corazón limpio, con una fe sincera y con una conciencia recta” (1Tim 1, 5).

 

1.              Una realidad que existe.

 

Cuando nuestro corazón está enfermo, nuestra conducta casi siempre no es la apropiada. Otras veces nos encontramos con la dura realidad que queremos portarnos a la altura de hijos de Dios y no podemos. Hacemos el mal que no queremos y el bien que queremos no lo hacemos. Descubrimos que nuestras actitudes y nuestros criterios no son para nada cristianos, sino más bien, mundanos, paganos o farisaicos: rigoristas, legalistas o perfeccionistas. El fariseísmo no es grato a Dios, por eso Jesús dice a sus discípulos: “Si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos, no entraréis al Reino de Dios” (Mt 5, 20).

 

“Ay de ustedes escribas y fariseos hipócritas, porque pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, pero descuidan lo más importante de la ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad. Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera los vasos y los platos, mientras que por dentro siguen sucios con rapacidad y codicia. Fariseo ciego, limpia primero por dentro el vaso y así quedará también limpio” (Mt 23, 23-26). Junto a las enfermedades del rigorismo, del legalismo y del perfeccionismo, encontramos la rapacidad y la codicia que llenan el corazón de endurecimiento, individualismo y relativismo. El corazón enfermo nos lleva a vivir en las apariencias usando máscaras y en las demostraciones de amor a los demás, dando lo que no tenemos, o exigiendo lo que no hemos dado. Somos personas oprimidas y a la misma vez opresoras.

 

Cuando nuestro corazón está enfermos, no sólo nos atrofia también nos incapacita para vivir la comunión con Dios, con la Comunidad y con los otros. La Sagrada Escritura nos invita a salir de esta situación deshumanizadora y despersonalizadora: “Por lo tanto, despójense de toda clase de maldad, todo engaño, hipocresía, envidia y de toda clase de chismes” (1 Pe 2, 1). A la misma vez, la Escritura nos invita a buscar con ansia la leche espiritual pura, para que por medio de ella crezcan y tengan salvación, ya que han gustado la bondad del Señor” (1 Pe 2, 2-3).

 

2.              . Los caminos de la sanación interior

 

a)             El primer camino de la penitencia es el perdón.  Pedir perdón a quien ofendemos y dar perdón a quien nos ofendió. “Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en nosotros; pero sí confesaos nuestros pecados, podemos confiar en Dios que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad” (1Jn 1, 8-9). También el profeta lo dijo: “Confesaré al Señor mi culpa”, con la seguridad y confianza que Él perdonaría su culpa y su pecado. Condena, pues, mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón de tus pecados.

 

“Porque si vosotros perdonáis al prójimo sus faltas, también os perdonará las vuestras vuestro Padre celestial.” Perdonar las ofensas a los que nos han ofendido, de tal manera que poniendo a raya nuestra ira, perdonemos a nuestros hermanos. En el Padre Nuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a nuestros hermanos”. La medida del perdón que recibimos es la medida del perdón que damos.

 

b)             El segundo camino es el ayuno. El ayuno unido a la oración y a la caridad es fuerza y poder para destruir el “cuerpo de pecado” que nos oprime y nos gobierna. A la vez, es poder de Dios que nos ayuda a profundizar nuestra fe, renovar los odres para llenarlos del vino nuevo y renovar el vestido de la Gracia para no terminar siendo estériles. La finalidad del ayuno, no es otra que estar con el Señor: “¿Pueden los invitados a una boda estar tristes mientras que el novio está con ellos? Llegará un día en que les arrebaten al novio y entonces si ayunaran” (Mt 9, 15).

 

·               Cuando ustedes ayunen no pongan cara triste, como los hipócritas, que desfiguran la cara para hacer ver a la gente que ayunan. Les aseguro que ya han recibido su paga.

 

·               Cuando tú ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, de modo que tu ayuno no lo vean los demás, si no, tu Padre, que está escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Mateo 6, 16-18

 

c)             El tercer camino es la oración. “Vigilen y oren”,  “Oren sin desfallecer”. Hablamos de la oración que brota de lo íntimo del corazón. Existen muchas clases de oración, todas son buenas en cuanto vengan del corazón, pero quisiera hacer referencia a la oración de alabanza unida a la oración de acción de gracias como una oración poderosa. Para que nuestra Alabanza sea oración Poderosa, requiere:

 

Ø    Reconocer que solo cuando damos a Dios el trono de nuestro corazón;

Ø    Aceptar que fuera de Dios nada debe ser adorado;

Ø    Poner la Voluntad de Dios por encima de la nuestra y de la de cualquier otro ser humano.

Ø    Buscar siempre la gloria de Dios: solo a Él la Alabanza, el Poder y la Gloria.

Ø    Que nuestra vida sea un Testimonio de las Maravillas que Dios hace con sus hijos.

 

La Alabanza es oración poderosa porque es Fuerza de Dios capaz de vaciar, de llenar y de trasformar; vaciarnos de todo aquello que no es Dios; de todo lo que es incompatible con los designios amorosos de Dios; de aquello que no sirve, que enferma, mata, divide; La Alabanza es poder para llenarnos de vida, alegría, amor, paz; poder para transformarnos en hijos de Dios; en hombres nuevos creados a su Imagen y semejanza; en cristianos capaces de hablar lenguas nuevas; nuevas que bendicen, dan gracias, alaban, y santifican el Nombre de Dios.

 

d)             El cuarto camino es la limosna,  La limosna es hoy llamada caridad o solidaridad. Jesús quiere sanar la lepra de nuestro corazón: Lleno de compasión extendió su mana, tocó al leprosos y le dijo: “Quiero queda sano” (Mc 1, 40). San Juan en su primera carta nos dice: “Todo el que practica la justicia, es justo como Él es Justo” (1Jn 3, 7). “Todo el que ama vive en la luz, y es de Dios” (1Jn 2, 10).  La caridad posee una grande y extraordinaria virtualidad: El Poder de Dios.

 

Ø    “Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1Jn 4, 7). Amar es practicar la justicia con Dios y con el prójimo.

Ø    “Cada uno aporte lo que en conciencia se ha propuesto, no de mala gana ni a la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría. Y Dios puede colmarlos de dones, de modo que, teniendo siempre lo necesario, les sobre para hacer toda clase de obras buenas” (2Cor 9, 7-8).

Ø    “Cuando tú hagas limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; de ese modo tu limosna quedará escondida, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará” (Mt 6, 3-4).

 

e)             El quinto camino es la humildad. La soberbia unida con el individualismo son los peores enemigos de la fe y de la salvación. “Se te ha dicho oh hombre como tienes que vivir: que practiques la justicia, que seas fiel y leal y camines humildemente con tu Dios” (Miq 6, 8). Si eres humilde y obras con modestia tendrás en tus manos un hermoso instrumento para destruir el pecado. Un ejemplo de humildad lo encontramos en el publicano, que si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus pecados. Tengamos también presente que la “humildad es la casa de la caridad”.

 

Caminar humildemente con tú Dios es seguir a Cristo que invita a sus discípulos a estar con él para un día enviarlos a predicar su Evangelio. (Mc 3, 13). Seguir a Jesús es la invitación a confiar en Él, obedecerlo, amarlo, pertenecerle, y servirlo hasta que podamos llevar una vida totalmente consagrada a Él en servicio a su Pueblo para la Gloria de Dios Padre.

 

3.              ¿Cómo destruir el cuerpo del pecado?

 

Estos son los cinco caminos de la penitencia para destruir el cuerpo del pecado. No te quedes por tanto ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos. Recuerda la exhortación de Pablo: Aborrece el mal y ama apasionadamente el bien (Rom 12, 9). Que nada te impida hacerlo, ni siquiera tu pobreza porque también los pobres pueden amar y caminar en la humildad con el Señor. ¿Quién puede negar que la enfermedad nos impide trabajar, o al menos trabajar con efectividad? Podemos entonces decir, que nuestra labor espiritual en la familia y en la Iglesia depende de la salud del corazón. Jesús, el Señor nos dice: “El afuera depende del adentro”.  Si el adentro está sucio, el afuera y toda nuestra actividad, llevarán la huella de nuestro egoísmo o de nuestro pecado que nos impiden vivir el designio de Dios, que se vive en la fe, en la esperanza y en la caridad.

 

“El propósito de esa orden es que nos amemos unos a otros con el amor que procede de un corazón limpio, con una fe sincera y con una conciencia recta” (1Tim 1, 5). El corazón se lava en la sangre de Cristo y se purifica en el “horno de fuego” donde es probada la fe y cualquier otra virtud que pensamos poseer (cfr 1Pe 1, 7). Nuestro interior también se purifica en desprendimiento de los aspectos negativos que invaden el corazón humano y en dominio de las concupiscencias de la carne. Sólo entonces podremos ofrecer a Dios un culto en espíritu y en verdad que consiste en “ofrecerse como hostias vivas, santas y agradables a Dios”. Este es el culto espiritual, es decir, que se hace en amor y por amor a Dios y al prójimo (Rom 12, 1)

 

La mayor parte de la gente busca y espera de Dios una sanación automática, como por arte de magia. Dios puede hacerlo de esta manera, pero generalmente, Él, no quiere que lo tengamos como un ídolo mas, sino y sobre todo quiere y espera de nosotros un crecimiento normal y sano en la vida espiritual que ha puesto en nuestros corazones como semilla que se ha de cultivar hasta que lleguemos a la edad adulta que corresponde a la plena madurez en Cristo (Ef 4, 13). “Para que no seamos como niños que cambian fácilmente de parecer y que son arrastrados por el viento de cualquier nueva doctrina  hasta dejarse engañar por gente astuta que anda por caminos equivocados” ( Ef 4, 14).

 

4.              Medicina de Dios.

 

Estos cinco caminos son verdadera medicina para sanar las heridas del pecado, decídete a usarlas y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa del Señor y salir con gran gloria al encuentro del Rey de la gloria, y alcanzar las gracias y las bendiciones necesarias para vivir en la dignidad de los hijos de Dios, preparado para toda obra buena. Al hablar de los “cinco caminos de la penitencia”, podemos a la vez hablar de “cinco piedritas”, de cinco “armas poderosas” en la lucha contra el mal. Recordemos las señales que han de acompañar a todo el que tiene una fe sincera.

 

5.              Señales de salud salvífica

 

“Vayan por todo el mundo proclamando la Buena Nueva a toda la humanidad. Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará. A los creyentes acompañaran estas señales”:

 

Ø    En mi nombre expulsaran demonios, Los demonios son verdaderos obstáculos que podemos llevar en nuestro interior que impiden el sano crecimiento del Reino de Dios en nuestras vidas.

 

Ø    Hablaran lenguas nuevas, Las lenguas nuevas hacen referencia a la “Glosalalia”, es decir, a las “lenguas de Dios”. Lenguas amables, limpias y veraces que animan y motivan a los de ánimo débil; además enseñan y corrigen a los extraviados; unen a los divididos y consuelan a los de corazón triste.

 

Ø    Agarrarán serpientes, Agarrar serpientes es tener control sobre los malos deseos, los deseos desordenados y el mal carácter para no dejarnos esclavizar por las concupiscencias de la carne.

 

Ø    Si beben algún veneno, no les hará daño. Beber veneno y no morirse, hace referencia al mal que viene de afuera, cuando hay el antídoto, el contra veneno, permanecemos de pie (Mc 7, 14-15)

 

Ø    Pondrán las manos sobre los enfermos y se sanarán. Imponer las manos sobre los enfermos, equivale a poner el don recibido al servicio de quien lo necesite. “Extiende tu mano” (Mc 3, 5), o “Comparte tu vida” nos ha de hacer recordar las palabras del Señor.

 (Mc 16, 15- 18)

 

 

6.             El Señor nos sana para servir.

 

Ø    Tuve hambre y me diste de comer. Compartir el pan: todo lo que el ser humano necesita para su realización como persona, es compartir la responsabilidad, la libertad, la solidaridad. (son los valores del Reino)

 

Ø    Tuve sed y me diste de beber. Es la invitación a reconocer la dignidad de los otros, especialmente los menos favorecidos. Para luego ser amables, generosos y serviciales con los demás, especialmente los de casa, después por donde quiera que vayamos ir irradiando el amor de Cristo en el rostro de los demás.

 

Ø    Fui forastero y me hospedaste, Compartir la casa: ser hospitalarios; saber dar acogida; abrir las puertas del corazón a los otros, aún a los enemigos.

 

Ø    Estaba desnudo y me vistieron. Compartir el vestido: lavar pies, enseñar a los demás el arte de vivir siendo creativos, cultivando los valores del Reino.

 

Ø    Estuve enfermo y preso y me visitaron. Compartir el tiempo: romper con la comodidad para disponerse a prestar un servicio. (Mateo 25, 34-36)

 

 

Es una exhortación a compartir los valores o los bienes con los demás, especialmente los más débiles o  menos favorecidos. ¿Qué podemos compartir? Éstas son señales que nos garantizan que estamos en camino de poseer un corazón capaz de hacer el bien; capaz de amar con espontaneidad, con libertad interior. Un corazón que refleja y expresa la vivencia de las “Bienaventuranzas”. Un corazón que ha padecido la acción del Espíritu Santo. Su entrega por la causa de Jesús será sin límites para la gloria de Dios y el bien de la Iglesia.

 

Creer y bautizarse es llenarse de Cristo y revestirse de Él. Tener sus mismos sentimientos y configurarse con Él.

 

 

 

 

 

4. La sencillez de corazón

 

Objetivo: Mostrar de una manera clara y sencilla la importancia de la sencillez de corazón como virtud cristiana que nos ayuda a identificarnos con Cristo para poder seguir sus huellas y reproducir su imagen.

Iluminación. Acérquense a Dios, y se acercará a ustedes. Purifiquen sus manos, pecadores, y santifiquen sus conciencias, indecisos” (St 4, 8).

1.             Una necesidad que urge.

La sencillez de corazón es un “don del Espíritu” que a su vez es “hija de la fe”, que todo cristiano necesita para poder crecer en el conocimiento de Dios y en el servicio a los demás. Está al alcance de todo aquel que se abra a la Palabra de Dios, sin prejuicio, sin vanidad, sin orgullo, más bien con una fe humilde buscando la “enseñanza de Dios” para cada circunstancia de su vida. Esta sencillez nada tiene que ver con un “infantilismo” que la haría parecer como un defecto o como ignorancia que hace obrar de manera imprudente en los momentos difíciles o creer al primero que se le presenta. Más que sencilla de corazón esta persona sería “ingenua”; estaría falta de juicio, fácil de ser arrastrada por los placeres de la vida, y por lo mismo, incapaz de servir a la causa de Cristo (cfr Rm 16, 18).

2.             La Sabiduría y la Sencillez de Corazón

En el libro de los Proverbios “La Sabiduría divina” invita a los humanos a escuchar y a reflexionar para poder poseer la prudencia que nos lleva a la sencillez de la Paloma, liberados de toda rebeldía y del espíritu irreflexivo: “El que sea inexperto, que venga acá; al falto de juicio le quiero hablar: vengan a comer de mis manjares y a beber del vino que he mezclado. Dejen la inexperiencia y vivirán, sigan derecho el camino de la inteligencia” (Prov 9, 4s).

“¿Hasta cuándo inmaduros amarán la inmadurez, y ustedes insolentes, vivirán en la insolencia, y ustedes necios odiaran el saber?... Porque aborrecieron el saber y no escogieron el respeto al Señor… comerán del fruto de su conducta… la rebeldía da muerte a los irreflexivos, la despreocupación acaba con los imprudentes” (Prov 1, 22ss).

“A ustedes hombres los llamo, a los seres humanos se dirige mi voz; los inexpertos, aprendan prudencia; los necios aprendan a tener juicio” (Prov 8, 5s).

3.             Cuando al hombre le falta la sabiduría

No hay duda, para la Biblia, inteligente es el hombre que sabe vivir. Qué sabe administrarse; que piensa las cosas antes de hacerlas; sabe hacer altos frecuentes en su vida para reflexionar su conducta y los frutos que de ello se derivan. El que sabe vivir no hace fiestas con dinero prestado, ni compra lo que no necesita. Quien sabe vivir evita los conflictos con los demás, no les crea problema ni le complica la vida a nadie. El hombre, que busca a Dios con sencillez de corazón a de evitar toda doblez que implique desconfianza, razonamientos torcidos,  palabras impuras, vida mundana y pagana, murmuraciones inútiles, chismes o críticas, injusticias, etc. 

4.             Busca la sencillez de todo corazón

El Profeta Jeremías nos decía: “Si me buscan de todo corazón me dejaré encontrar por ustedes” (Jer 29, 13). La sencillez de corazón contradice a la mediocridad, a la superficialidad y a la charlatanería, tanto como a la división; no la puede alcanzar el que tenga dos amores: “Dios y el dinero”; tener dos amores es tener un corazón doble. El Apóstol Santiago nos muestra el camino para obtener la sencillez de corazón: “Acérquense a Dios, y se acercará a ustedes. Purifiquen sus manos, pecadores, y santifiquen sus conciencias, indecisos” (St 4, 8).

 

5.             La casa de la sencillez

 

·               La sencillez de corazón habita en un corazón íntegro, fiel, sincero y recto que no falsea la verdad ni tiene intenciones torcidas (cfr 1Re 9, 4).

·               En el cristiano que cultiva la generosidad y se alegra cuando la descubre en los demás, “está libre de todo egoísmo y envidia” (cfr 1Par 29, 17).

·               En su oración no duda, no vacila, sino que la hace con toda confianza en el Señor y puede abandonarse en sus manos (cfr St 1, 6).

·               Camina con sinceridad y evita toda hipocresía (Prov 10, 9).

·               Los labios del hombre sencillo destilan palabras amables, limpias y veraces (Jn 14, 6), además es rápido para escuchar, pero lento para hablar (cfr Eclo 5, 9).

·               Sabe acoger con sencillez de corazón los dones de Dios, y conoce el destino final de ellos; son para el bien de todos, al estilo de la primera comunidad cristiana “Que a diario fielmente e íntimamente asistían unidos al templo; en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera” (Hech 2, 46).

·               La sencillez de corazón libera al cristiano del apego a las cosas, a sus bienes y lo hace desprendido, capaz de amar sin fingimiento, con amor sincero, al compartir sus bienes con los necesitados (cfr Rm 12, 8-9).

El hombre de corazón sencillo, camina con los pies sobre la tierra; camina no se arrastra. El hombre que lleva una vida arrastrada, no se valora, es un ser manipulable que no reconoce su dignidad como persona; un títere en manos de personas manipuladoras; un ser gobernado por sus instintos en camino de descomposición.

El hombre de corazón sencillo, al mismo tiempo que camina con los pies sobre la tierra, lleva la frente levantada, camina con dignidad y con su mirada en la voluntad de Dios y de Cristo: “la liberación y la santificación de los hombres” (Gál 5, 1; 1Ts 4, 3). Podemos entonces afirmar que la “lectura de la Biblia nos hace inteligentes; creer en lo que la Biblia nos dice, nos hace salvos; y poner en práctica lo que hemos leído y creído nos hace ser sencillos de corazón; es decir, nos hace santos.

6.             La pureza de intención

El hombre de corazón sencillo no tiene problemas con la pobreza, la castidad y la obediencia. A quien le cueste mucho trabajo ser fiel a estos principios evangélicos, podemos deducir el porqué: le falta tener “La sencillez de corazón”; “le falta una fe madura” capaz de dar frutos de vida eterna. El Apóstol San Pablo nos quiere cuestionar al decirnos: “No se hagan ilusiones: de Dios nadie se burla. Lo que uno siembra eso cosechará” (Gál 6, 7). La sencillez de corazón es la madre de la “pureza de intención” que viene a ser la “lámpara del cuerpo”: “La lámpara del cuerpo es el ojo: por lo tanto, si tu ojo está sano, todo tú cuerpo estará lleno de luz” (Mt 6, 22). De la misma manera podemos decir que la “intención” es el ojo de la acción; si la intención está sucia, toda la acción estará sucia.

La pureza de intención está simbolizada por la sencillez de la paloma: “Miren yo los envío como ovejas en medio de lobos: sean astutos como serpientes y dóciles como palomas” (Mt 10, 16).

Las palabras del Señor Jesús no son para los primeros cristianos que estaban expuestos a toda clase de persecuciones, son también para todo cristiano que quiera hoy anunciar la Buena Nueva con valentía y sin componendas; para todo aquel que haga una opción por los pobres, por los menos favorecidos; de hecho también serán rechazados y perseguidos, pero llevan con ellos una promesa:

 “Yo estaré con ustedes todos los días” para darles fortaleza, confianza y generosidad para que puedan realizar la “La misión de instaurar en Reino de Dios en el corazón de los hombres”.

7.             El Decálogo de la sencillez

 

1.              Fe y confianza. Cree en Dios y créele a Dios. Dios te ama, te protege y te cuida para que tú corazón no desfallezca. Tan sólo te pide que seas dócil a su amor en la fidelidad a su Palabra.

2.              Teme a Dios. El Temor de Dios es la corona de la sabiduría que nos hace inteligentes, salvos y santos. Quién teme a Dios, guarda sus Mandamientos y habita en su presencia.

3.              Sé veraz. Nunca mientas, la mentira no viene de la fe, por lo tanto es pecado que tiene por padre al Diablo. “La verdad os hará libres, nos ha dicho el Señor” (Jn 8, 31-36).

4.              Sé casto y continente. La castidad es la virtud de los discípulos del Señor. Te dará control y dominio propio; serás amo y señor en tu propia casa. Vence la lujuria y huye de las pasiones de tu juventud.

5.              No des lugar a la violencia en tu corazón. Ésta apoyándose en la ira, engendra violencia, destruye la paz y la armonía y llena el corazón de cizaña.

6.              Sé paciente y perseverante. La paciencia engendra la perseverancia. La desesperación es un pecado contra la esperanza cristiana. Ten presente que las cosas de Dios se nos dan como semilla que hemos de cultivar: todo es un proceso, vívelo. En la vida hay que aprender a luchar usando las “armas de luz”.

7.              Evita la tristeza. Existe una tristeza que lleva al pecado y otra que lleva al arrepentimiento, y por ende, lleva a Dios. Es la tristeza que lleva al pecado la que haz de evitar. Evita la envidia (tristeza porque otros tienen) y vivirás contento.

8.              Orienta tu vida hacia Dios. No te desvíes ni a izquierda ni a derecha; práctica la justicia a Dios y al prójimo para que puedas ser: generoso, amable y servicial.

9.              Sigue a Jesús: Salvador, Maestro y Señor. Camina humildemente con él, y él, te dará lo que tu corazón necesita. El premio por seguirlo será “un corazón limpio” para amarlo y servirlo con un corazón puro, con fe sincera y con recta intención (1Tim 1, 5).

10.           Práctica la oración del corazón. Esta oración no pide palabras, no las necesita; tan sólo desear con tu corazón lo que Él te promete. El deseo de Dios es una oración que mientras tengas el deseo, tanto, si duermes como si juegas o trabajas, permaneces en oración.

Oración: Leer y meditar el Salmo 51. Para pedir la pureza de corazón y dar gracias a Dios por deseo que ha hecho nacer en nuestros corazones

 

 

 

 

 

 

 

 

5.    VIVID SOMETIDOS A DIOS.

 

“Vivid sometidos a Dios. Resistid al Diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros. Humillaos en la presencia del Señor y él os ensalzará” (Snt 4, 7-8.10)

1.             ¿Cómo entender las palabras de Santiago?

La vida cristiana es don, respuesta y lucha. Se acoge como don, pero, no se puede vivir de manera pasiva, esperando que dé frutos por sí misma, se ha de proteger y cultivar, según las palabras del Génesis (Gn 2, 15). San Pablo nos advierte al decirnos: “El que no trabaje que no coma” (2 Ts 3, 10). Esto quiere decir que a la Palabra que Dios nos dirige se ha de responder con disponibilidad y prontitud.  No basta con ir al templo ni basta con practicar ciertas devociones, sino que se ha de vivir de “encuentros con Jesús”, el Revelador del Padre y de su Voluntad. El texto de Santiago sólo podemos entenderlo a la luz de la oración que Jesús dominical enseñó a sus Discípulos: el Padre Nuestro.

2.             ¿Cómo vivió Jesús el Señor?

 

Lo primero es mirar a Jesús el Señor y darnos cuenta cómo vivió: Como Hijo de Dios, en obediencia a su Amado Padre, y, en amor a los hombres sus hermanos a quienes los amó hasta el extremo. Los discípulos dijeron de Él: “Se pasó la vida haciendo el bien” (Hec 10, 38); Amó a los suyos hasta el extremo” (Jn 13, 1); pudo decir a los suyos: “Permanezcan en mi amor como yo permanezco en el amor de mi Padre; si guardan mis mandamientos, permanecen en mi amor,  como yo guardo los mandamientos de mi Padre” y permanezco en su amor (Jn 15, 9); “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34); “Mi Padre siempre me escucha, porque yo hago lo que a él le agrada” (Jn 14, 31). Jesús vivió libre y conscientemente en la obediencia a su Padre, amando a sus hermanos y sirviendo al Padre en los hombres: “Yo no he venido a ser servido, sino a servir y dar mi vida por muchos” (Mt 20).

3.             ¿Cómo vivir sometidos a Dios?

 

Mateo nos alerta al decirnos: “No todo el que me diga señor, señor, entra en la “Casa de mi Padre”, sino los que hacen su voluntad” (Mt 7, 21). No se trata de vivir siendo esclavos de Dios, puesto que él no quiere vernos como esclavos, sino como hijos suyos, muy amados y queridos por él. Es un hecho que Dios no hace acepción de personas, ama a todos por igual, pero no en todos se manifiesta. Dios se manifiesta en aquellos hombres y mujeres que han creído en su Hijo Jesucristo y han sido justificados por la fe en Aquel que nos amó y se entregó por todos (Gál. 2, 20; Ef 5, 1; Ef 5, 25) En ellos Dios derrama su amor en sus corazones con el Espíritu Santo que les ha dado (cfr Rom 5, 5). Este es el único camino para aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella. Voluntad manifestada en su Hijo Jesucristo y en cada hombre llamado a reproducir la “imagen de su Hijo” (cfr Rom 8, 29). Dios Padre, no mira a los discípulos de su hijo como pecadores, su primera mirada para ellos y en general para todos los hombres es una mirada de Padre, Él nos mira como a hijos. No nos mira ni nos piensa como a esclavos, sino como hijos en su Hijo Jesucristo.

4.             ¿Qué es lo primero?

 

Lo primero será siempre creer que Dios nos ama incondicionalmente e incansablemente. Este amor de Dios manifestado a favor de todos los hombres se ha manifestado en Cristo, nacido para nuestra salvación: murió y resucitó para nuestra justificación (Rom 4, 25). Con las palabras de san Juan: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo al mundo (Jn 3, 16), para que los hombres, por medio de la fe,  tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10). Creer que Jesús es el Hijo de Dios y aceptarlo como nuestro Salvador personal, es el paso para apropiarse de los “Frutos de la Redención” el amor, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo. Se ha dado el “salto de la fe”, se han roto las cadenas del pecado y se ha entrado al Reino de Dios para alimentarse con los frutos del “Árbol de la Vida “que está en el Paraíso de Dios” (Apoc 2, 7).

Ha habido un “nuevo nacimiento” (Jn 3, 1-5); ahora hay “una nueva creación” (2 Cor 5, 17); ha habido el tránsito de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios; se ha pasado de la aridez y del vacío existencial a las aguas vivas (cf Jer 2, 13). Hora podemos hablar de un antes de conocer a Cristo y de un después, de acuerdo a la doctrina del Apóstol: antes eráis tinieblas, pero al creer en Jesucristo, ahora sois luz en el Señor (Ef 5, 8). Ahora comienza la lucha… Cuando se toma la determinación de seguir a Cristo (cfr Eclo 2, 1ss)

5.             ¿Qué es lo segundo?

 

La primera evangelizada y evangelizadora, María,  nos ha dicho: “Hagan lo que él os diga” (Jn 2, 5) Palabras que significan la hermosura de la fe: crean en él, obedézcalo, ámenlo, síganlo, háganse sus amigos, entréguense a él, conságrenle sus vidas, sírvanlo, y sobre todo, sean como él, para que puedan vivir como hijos de Dios y hermanos de los hombres. Es la invitación amorosa a vivir en comunión con Jesús, y en él con el Padre, para poder dar frutos de vida eterna (cfr Jn 15, 1-7). Sólo en la amistad con él, podemos gozar del descanso de Dios, anhelo de todo corazón humano.

6.             ¿Cómo resistir al Diablo?

 

El diablo significa el que divide, el que separa y busca alejarnos de la presencia del Señor y de los hermanos. Mientras que Satanás es el que pone obstáculos para que se realice la voluntad de Dios en nuestra vida y no alcancemos el Cielo que Dios nos tiene prometido a los que creen, esperan y aman en el Nombre que está por encima de todo nombre, Jesús, el Obediente, el Humilde, el Siervo. Digamos con toda claridad que en Cristo encontramos la clave para alcanzar la victoria: La oración y la vigilancia, la obediencia a su Padre y el amor a los hombres, la docilidad al Espíritu Santo que lo llevo hasta la “donación y la entrega de sí mismo como hostia santa e inmaculada a favor de toda la humanidad”.

El Apóstol Pablo nos ha dejado una advertencia para todos y para siempre: “Y no os acomodéis a la manera de pensar del mundo presente; antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno lo agradable, lo perfecto” (Rom 12, 2). El hombre que ha tomado a Jesucristo en serio, no debe conducirse por criterios paganos, su vida a de ser conforme a la verdad del Evangelio. Lo que realmente está haciendo el Apóstol es invitando a los nuevos cristianos a “tomar la firme determinación de seguir a Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo que nos asiste con los dones de sabiduría y entendimiento espiritual para que podamos conocer plenamente la voluntad de Dios y llevar una vida digna del Señor (Col 1, 3ss)

Tomar la firme determinación de seguir a Cristo. Es la opción radical, fundamento, de toda estructura espiritual que debe acompañar al discípulo de Jesús a lo largo de toda su existencia, y por lo tanto, puede ser renovada las veces que sean necesarias. Opción radical que debe de ir acompañada por nuevas actitudes y acciones cristianas. Pensemos que la “Opción fundamental” es el tronco del árbol, las actitudes son las ramas que brotan, nacen, emergen  de la “opción fundamental”, y las acciones son los frutos que brotan de las ramas del árbol. Nadie vive sin dar frutos; sólo que existen frutos malos y frutos buenos de acuerdo a la orientación que se le quiera dar a la vida.

 

7.             Escuchemos la Escritura: Espada del Espíritu.

 

Escuchemos a Isaías: “Vuestras  manos están manchadas de sangre” “Lavaos purificaos”  “Aprendan a rechazar el mal y hacer el bien” “Vengan y hagamos cuentas…” (Is. 1, 15ss)

Escuchemos a Miqueas: “Se te ha hecho saber oh hombre lo que es bueno, lo que el Señor espera de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la lealtad y proceder humildemente con tu Dios” (Miq 6, 8)

Escuchemos a Jesús: “Vigilad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41) “… Si tu pie te hace pecar, córtatelo, más te vale entrar cojo al Reino (Mt 5, 27- 30 ) Es decir, no busques la ocasión de pecar, evita el escándalo; no te acerques al peligro; no eches las perlas a los cerdos. “Del interior del hombre nace toda clase de maldad” (cfr Mc 7, 21ss ).

Escuchemos a Pedro: “Vuestro adversario el Diablo anda como león rugiente buscando a quien devorar, resístanle firmes en la fe” (1 Pe 5, 8-9) “huyan de la corrupción, para que puedan participar de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4). La fe entendida como confianza, obediencia, pertenencia, entrega, donación y servicio a la Jesús el Señor. Esta es la fe viva, auténtica, animada por la caridad predicada por la Iglesia apostólica (cfr Gál 5, 6; 2 Pe 1, 5ss)

Escuchemos a Juan: “Rompan con el pecado” “hijitos míos no pequéis” (1 Jn 1, 8-9; 2,1-2) “Guarden mis Mandamientos y mis Palabras” (cfr Jn 14, 21- 23; 1 Jn 2, 3) “Vosotros hacéis las obras de vuestro padre”  “Todo el que peca tiene por padre al diablo, que es asesino y mentiroso, padre de toda mentira (cfr Jn 8, 41-44). A la luz de estas palabras de Jesús podemos afirmar que el odio, la mentira y toda injusticia son inseparables y llevan a la muerte espiritual y al vacío de Dios y de valores.

Escuchemos a Pablo: “Aborrezcan el mal y amen apasionadamente el bien” (Rom 12, 9) “No se dejen vencer por el mal, al contrario venzan con el bien al mal” (Rom 12, 21) “huyan del adulterio y de la fornicación (de toda relación de impureza)” (1 Cor 6, 18) “huye de las pasiones de tu juventud y corre al alcance de fe, de la justicia, de la caridad y de la paz” (Tim 2, 12) “despojaos del hombre viejo que se corrompe dejándose seducir por los deseos rastreros y revestíos del hombre nuevo, creado según Dios (Ef 4, 22- 23 ) “Despójense del traje de tinieblas y revístanse con la armadura de Dios, el traje de luz (Rom 13, 11ss).

A la luz de lo anterior afirmamos que la lucha espiritual contra el Maligno, el mundo y la carne exige esfuerzos, dedicación, renuncias, sacrificios, y a la vez estar disponibles para llegar hasta la muerte por hacer la voluntad de Dios y amar a los hermanos. La palabra clave que nos ha dejado el Maestro, el Vencedor del Pecado, del mundo y del Maligno es: “Niégate a ti mismo” (Lc 9, 23). Es decir, renuncia a tus criterios, a tus derechos, a tus intereses por el Reino de Dios y su justicia. Algunas veces se renuncia a lo malo, pero por algo bueno; otras veces se renuncia aún a lo bueno, pero algo mejor. Lo Bueno y lo Mejor siempre será Cristo Jesús.

Resistir al mal es negarle el alimento al “hombre viejo”; es matarlo de hambre; es no dar lugar a los deseos desordenados de las concupiscencias del poder, del placer y del tener pasando por negarle al ojo, a la mano y al pie, el placer de la complacencia egoísta y mal intencionada (cfr Mt 5,27-30). Resistir al mal es evitar comportamientos antievangélicos, tanto como lenguajes en doble sentido que llevan la carga de la cizaña, aunque envueltos en ropaje amable o cariñoso. Resistir el mal de manera libre y consciente va dejando una “voluntad firme, férrea y fuerte para “amar y servir”. Resistir al mal exige evitar “todo comportamiento anti-evangélico”. Todo aquello que es incompatible con el crecimiento del Reino.

8.              ¿Qué pide la resistencia al Mal?

 

Para el Apóstol Santiago todo queda claro al decirnos: “Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes” (Snt 4, 8). Para Juan significa: “estar en comunión con Cristo” (jn 15,11). Es el camino para dar frutos de vida eterna. ¿Cómo acercarnos a Dios? ¿Dónde buscarlo? Miremos al leproso del evangelio de  Marcos: buscó a Jesús, se acercó a él, se arrodilló a sus pies y le suplicó: Señor, si quieres puedes curarme”. Jesús extendió su mano, lo tocó y le dijo: “quiero, queda sano” (Mc 1, 40ss)El Salmo nos dice debemos acercarnos a Jesús: “Con un corazón contrito y arrepentido” ( 50,9) Cuando se le busca de todo corazón, él se deja encontrar (cfr Jer 29, 13) A Dios lo encontramos en el Amor, en el Perdón, en la Misericordia, en la Verdad, en  la Justicia, en la Solidaridad en el Servicio a los Pobres, en su Palabra leída con fe y conversión, en la oración auténtica en la fe y el amor; en la Liturgia de la Iglesia bien celebrada; con otras palabras en el vivir de encuentros con Cristo, Buen Pastor y buscador de las ovejas perdidas (Lc 15, 4) A todo esto lo podemos llamar a la luz de la fe: la “práctica de las virtudes cristianas”, entre ellas especialmente la fe, la esperanza y la caridad, para poder crecer en el conocimiento de Aquel que nos creó a su imagen y semejanza (Col 3. 9-11)

Pablo, el especialista, el luchador nos ha dicho: “Fortaleceos en el Señor con la energía de su Poder, para que puedan resistir en día malo” (Ef 6, 10). Lo que el Apóstol nos quiere decir es la apremiante necesidad de “revestirnos de Jesucristo” “con la armadura de Dios” “con las armas de Luz” (Rom 13, 11ss ) Qué Cristo sea el “fundamento” de nuestra espiritualidad y de nuestra vida espiritual. “Revestirse es llenarse de Cristo; es cubrirse con la verdad, la justicia, la misericordia, la fe, la Palabra de Dios, la oración (Ef 6, 14ss) “Humildad, sencillez, mansedumbre, amor…” (Col 3, 12) Es construir una muralla alrededor para evitar el paso del enemigo y ser saqueados. La muralla debe estar conformada por las siete vírgenes que son descendencia de la fe y por lo tanto, frutos del Espíritu Santo: la fe, la continencia, la sencillez de corazón, la pureza, la santidad, la ciencia y el amor. Lo que Pablo llama: “un corazón limpio, una fe sincera y una recta intención” (1 Tim 1, 5) para echar fuera la vieja levadura del pecado, abandonando la vida de tinieblas para pode gozar de los frutos de la “verdad, bondad y justicia” (Ef 5, 9), exigencia para que Cristo habite en nuestro corazón, y se mueva a sus anchas como en su propia casa (cfr Ef 3, 16)

Como podemos ver, para sacar el inquilino de nuestro interior, exige reconocer que estamos infestados de malos espíritus, al igual que el hijo de Bartimeo (el hijo de lo impuro) no es suficiente con ir al templo, practicar algunas devociones o realizar algunos rezos casi siempre de labios para afuera. Sólo viviendo de encuentros con Cristo, en la obediencia a su Palabra y en la docilidad al Espíritu Santo seremos purificados y renovados, entraremos en plena comunión con Cristo, siguiendo sus huellas con un fuerte sentido de pertenencia a él y a su Grupo. El Señor nos sana como sanó a la suegra de Pedro para que amemos, y que nuestro amor se haga servicio a la causa del Reino ( Mc 1, 29- 31). Jesús nos sana para que recobremos la semejanza con Dios y podamos así hacer las cosas o las obras de Dios (cfr Ef 2, 10).

9.              Humillaos bajo la poderosa mano de Dios (Snt 4, 10).

 

Sólo los humildes son libres para obedecer, amar y servir al Señor y a sus hermanos. Humillarse bajo la mano de Dios es abrazar su voluntad hasta el fondo y someterse a ella, tal como Jesús lo hizo. También significa aceptar ser dependientes del Señor para no caer en la dependencia enfermiza de las cosas o de las personas. La verdadera humildad tiene dos principios: uno es negativo: reconozco que soy pecador y peco. El otro es positivo: todo el bien que poseo es don de Dios, y es para mi propia realización y la de mis hermanos (cfr 1 Cor 4, 7) No hay lugar para presumir o para apantallar a los otros. La humildad es donación y entrega a Cristo en su Iglesia a favor de los hombres. Cuando tocó el turno a Pedro, el hermano de Andrés, para Jesús que le lavará los pies, se rehusó diciendo: “Jamás me lavarás Tú los pies”. A lo que Jesús respondió; “Si no te lavo los pies no tendrás parte en mi Reino” (Jn 13, 8- 9). Jesús el Humilde se humilló a sí mismo para destruir el pecado de los hombres (cfr Flp 2, 7-8). De la misma manera que el amor echa fuera el odio, la humildad echa fuera la soberbia, el peor enemigo de la fe.

“El que se humilla será ensalzado, y el que se ensalza será humillado” (Mt 23, 12). Al humilde Dios lo sienta en un “trono de gloria”, que conocemos con el nombre de la “Cruz de Cristo”. Con este acto libérrimo de la voluntad de Dios, Cristo promueve a sus amigos a ser sus colaboradores en la misión que el Padre le encomendó: “El que quiera servirme que me siga, que donde yo esté estará también mi servidor” (Jn 12, 26). Cristo está ahora sentado en su Trono glorioso a la derecha del Padre, es decir, está sentado en el poder de su divinidad, es Rey y Señor. En esta vida su trono fue de pobreza, de ignominia, de sufrimiento y muerte: la cruz redentora. El discípulo de Jesús, aquel que ha creído en él y lo ha aceptado como su Salvador, Maestro y Señor, su trono, su lugar es la cruz de Jesús: “Todo el que es de Cristo está crucificado con él, dando muerte a las pasiones de la carne y viviendo para Dios” (Gál 5, 24). Para Pablo la cruz de Jesús es humildad (1Cor 4, 7), es amor fraterno (Rom 12, 9), es castidad (Tit 2, 1ss). Humildad, caridad y castidad piden estar muriendo al pecado para vivir para Dios (Rom 6, 10-11) Son armas poderosas para vencer el orgullo, el odio y la lujuria. Son manifestaciones verdaderas de la presencia de  un Cristo vivo en el interior del cristiano.

Conclusión

Someterse a Dios no debe verse como algo negativo, la alegría de Dios es estar con los hombres, es darles a ellos su Espíritu para que lo invoquen como Padre (cfr Gál 4, 6). La verdad de Dios no se impone, no violenta ni obliga a que la aceptemos, Él quiere que gocemos de la libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 13) para que libre, consciente y voluntariamente decidamos hacer lo que Dios nos propone: “Creer en Jesucristo y amarnos como hermanos (cfr 1 Jn 3, 23). Dios invita al hombre a colaborar con Él en la regeneración de todos los seres humanos; invita a ser luchadores contra las fuerzas del mal, sólo nos pide creer en su Hijo, aborrecer el mal y amar apasionadamente el bien (cfr Rom 12, 9). La verdad es que mientras estemos haciendo nuestra voluntad, lo que nos gusta, los que nos conviene de acuerdo a nuestros intereses, aún estamos en las tinieblas del mundo.

Es Pablo en la carta a los Colosense quien nos explica con detalles “él como vivir sometidos a Dios”: “Llevando una vida digna del Señor; dando siempre los frutos de la fe, creciendo en el conocimiento de Dios, mediante la práctica de las virtudes, fortalecidos con la energía de su poder, llenos de alegría y con un corazón agradecido estallar en gritos de alabanza, consagrándose al servicio de la salvación de los hombres (cfr Col 1, 3-12)

María es para la Iglesia Maestra, Modelo y Figura para todos los que quieran vivir en la verdad, practicando toda justicia, caminando en libertad y amando sin límites a todos los consagrados.

 

6.    SE HUMILLÓ A SÍ MISMO

 

Objetivo: resaltar la importancia del cultivo de una disponibilidad sin máscaras para ir al encuentro con el Señor, buscando su perdón, la reconciliación, la paz, para no ser despedidos con las manos vacías.

Iluminación. Dos hombres  fueron al templo a orar… Lucas 18, 9, 14

1.             ¿Qué nos dice la Sagrada Escritura?

 

Dos personajes que atraviesan la historia de la salvación: el fariseo y el publicano: dos modos de ser y de actuar, uno es agradable a Dios, el otro es rechazado. Uno es justificado, el otro se retira vacío. Cuánta razón tenía Jeremías al decir: “Si me buscáis de todo corazón me dejaré encontrar por vosotros” (Cfr Jer 29, 13). El rey David nos dejó su propia experiencia al decirnos que “Un corazón contrito, Dios no lo rechaza” (Slm 51, 9). No sólo no nos rechaza, sino que va a nuestro encuentro y nos espera con los brazos abiertos como un Padre lleno de misericordia para darnos una bienvenida gozosa y liberadora (Cf Lc 15, 11ss)

 

2.             ¿Cómo acercarnos hoy a Cristo?

 

San Juan Pablo II recomendó a los hijos de la Iglesia la búsqueda de Dios como lo primero para esta vida: “Dedíquense a buscar a Dios”. Que esa sea la tarea permanente para vuestra vida. En estos días de Cuaresma es una ilusión el acercarnos a Cristo crucificado  sin querer despojarnos de nuestras grandezas; de nuestro orgullo, de nuestra vanidad. Hemos de ir a él con la disponibilidad de entregarle todas nuestras cargas y nuestras miserias, para poder revestirnos de la humildad de Cristo.

Escuchemos al profeta decirnos “Será doblegado el orgullo del mortal. Será humillada la arrogancia del hombre, sólo el Señor será ensalzado aquel día” (Isaías 2, 17). ¿Cuál día? El día del Señor, cuando con la fuerza del Espíritu exclama desde la Cruz: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30). ¿Cómo doblega Dios el orgullo de los hombres? Acaso: ¿los despojó de su poder? ¿Los humilló? O ¿los aniquiló? No, lo ha doblegado: Anonadándose él: “se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la cruz” (Flp 2, 6-8). Doblegó el orgullo y la arrogancia desde dentro. ¿Hasta dónde se humilló el Señor? Hasta la muerte vergonzosa de cruz: hasta el desprecio, el rechazo y la  burla de los hombres.

Nuevamente Isaías nos saca de toda duda: “No tenía apariencia humana” (Is 53, 2-4). Se humilló hasta cargar con el oprobio de la cruz (los pecados del mundo). La cruz de Jesús es el sepulcro del orgullo, la lujuria, y de toda arrogancia humana. En la roca del Calvario se rompen las olas de la soberbia, del odio y de la envidia; y de allí no pasan. La Cruz de Jesús es la “Roca” en la que se rompen las olas o los “sulamis” de nuestros pecados. San Pablo nos da razón de todo esto: “Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Cristo”. “Nuestra condición orgullosa fue clavada en la cruz de Cristo” para darle muerte al hombre viejo, a nuestras pasiones desordenados (cfr Gál 5, 24). Comprendamos que morir con Cristo es morir al orgullo, al egoísmo,  la pereza, al odio para abrirse a la humildad, a la bondad, a la creatividad…

3.             ¿Cuál es la Buena Noticia para esta Cuaresma?

 

“Qué el Señor Jesús se humilló a sí mismo, cargó con nuestros pecados y murió por nosotros en la Cruz” (Flp 2, 8; 2 Cor 5, 14) Esta es una hermosa verdad columna y fundamento de la fe. El murió por todos, “para que los pecados fueran perdonados” (Rom 4, 25). Para el apóstol todo bautizado participa de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo (cfr Rom 6, 4-6) de manera que podamos decir que: todos murieron, si uno se rebajó, todos se rebajaron con él, todos se humillaron con él, y todos  resucitaron con él.

 

La Buena Noticia es que tenemos un Salvador que nos ha redimido, justificado, salvado y santificado. Si yo quiero puedo hoy, apropiarme de los frutos del Amor manifestado en Cristo Jesús. “Por la obediencia de uno, todos se convirtieron en justos… por la humillación de uno, se  convirtieron en humildes (cfr Rom 5, 19) La Buena Noticia es que al ser justificados por la fe en Jesucristo (Rom 5, 1-3) ahora somos una Nueva creación (1 Cor 5, 17); ahora la soberbia ya no nos pertenece; el odio no es lo nuestro, la envidia no es lo nuestro. Lo nuestro es la verdad, el amor, la vida, la libertad. Y eso porque Cristo se humilló a sí mismo para levantarnos de la postración del pecado y hacernos partícipes de la “naturaleza divina” (2 Pe 1, 4b).

4.             ¿Qué es lo que ha sucedido?

 

Que Cristo movido por el amor a su Padre y a los hombres abrazó la cruz con amor, por obediencia a su Padre ha dado subida para que todos seamos uno con Dios y entre nosotros: “Todo el que está en Cristo, es una nueva creación, es hombre nuevo, lo viejo ha pasado. Lo viejo es el sepulcro, la muerte; lo nuevo es Cristo, nuestra Paz (2 Co. 5, 17). Hemos sido liberados, reconciliados: ahora somos familia, somos hijos de Dios y podemos llamarnos hermanos. Ahora podemos amarnos y aceptar la Voluntad de Dios porque el amor de Cristo ha sido derramado en nuestros corazones (Rom 5, 5).

5.             ¿Qué significa celebrar el Misterio de la Cruz?

 

Significa aceptar la invitación de Cristo a ir a él y entregarle hoy mi condición orgullosa; entregarle mi “carga, la de mis pecados” para que pueda destruirla de hecho en su Cruz: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados y Yo los aliviaré, tráiganme sus cargas y acepten la mía” (Mt 11, 25ss). En el encuentro con Cristo se actualizan las Palabras de Jesús del Evangelio de san Lucas: “He venido a encender un fuego sobre la tierra y cuanto ardo en deseos de verlo arder” (Lucas 12, 49) Es el fuego de la pasión de Cristo. Existe la “Hoguera de la Pasión de Cristo”. Vengamos todos y vaciemos en ella nuestras cargas; cargas de soberbia, de avaricia, de lujuria, de arrogancia. Vengamos y clavemos en la Cruz de Cristo todas nuestras miserias. Sólo entonces podemos ser libres con la libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 13). Ser libres para amar, conocer y servir al Señor que se hace presente en los otros, en la familia, en los pobres.

Hoy podemos reconocer que la soberbia es causa de guerras, de lágrimas, de conflictos, de pobreza y de miseria. La humildad en cambio nos hace ser más humanos, más libres, más amables y más generosos. La soberbia es muerte, la humildad en cambio es vida, es donación es entrega. Celebrar la Cuaresma es prepararnos para estar con Jesús en la semana Santa y padecer con él, sufrir con él y morir con él, para también vivir, servir y reinar con él (2 Tim 2, 11).

Para revestirnos de humildad hemos de ir a Cristo con el corazón pobre y humilde como el del publicano. El profeta Sofonías nos descubre los planes de Dios: en aquel día dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre que se cobijará al amparo del Señor (So 3, 12ss). El pueblo pobre y humilde nace y brota de la Cruz de Cristo.  “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).

6.             ¿Qué hizo Jesús, el Señor para llamarse humilde?

 

“Tomó la condición de esclavo” (Flp 2, 7). Se hizo pequeño para servirnos. Esta es la invitación de Jesús que hace a sus discípulos para entrar al reino de Dios: “Sí no os hacéis como niños” para ser servidores (Mc 9, 36) Jesús se hizo el más pequeño de todos para morir por todos. La humildad de Cristo está hecha de sencillez, de servicio y de obediencia. La Cruz de Cristo es humildad, es pobreza, es amor, es obediencia, es servicio. (Flp 2, 8). El orgullo se quiebra, tanto, mediante la sumisión a Dios y a los que Él ha puesto como Autoridad, como en desprendimiento de las cosas, de los lujos, del prestigio, del poder y de la fama.

 

7.             ¿Qué es la humildad en Jesús?

En Jesús la humildad es positiva, en nosotros es negativa. La humildad para Jesús es darse, donarse, entregarse; es amar sin límites. Jesús en la cruz practicó la humildad, la reveló y la creó. La humildad cristiana es participar del estado de ánimo de Cristo en la Cruz: “tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5) La humildad cristiana es la fuerza de la cruz para salir de sí mismo e ir al encuentro del otro  para servirlo, para amarlo, para cargar con sus debilidades. Sólo los humildes aman, obedecen y sirven.

8.             ¿Cómo lograr poseer un corazón humilde y abatido?

 

Tres cosas son necesarias: Pidamos ayuda al Espíritu Santo, abandonemos las defensas y resistencias y echemos una mirada al espejo de nuestra conciencia. ¿Qué vemos? Un corazón lleno de orgullo, vanidad, autosuficiencia; un corazón lleno de su propia gloria  y vacío de la “gloria de Dios”. La respuesta del Espíritu Santo a nuestra petición siempre será llevarnos a Cristo. En el encuentro con él, Satanás será echado fuera y a la vez, seremos justificados, reconciliados y revestidos de Humildad. Bueno sería que nunca olvidemos las palabras del Salmo: “Un corazón contrito y humillado es un sacrificio agradable a Dios” (Salmo 51, 9) Sólo entonces podremos llegar a decir con Pablo: “Qué tengo que no lo haya recibido de Dios? Todo don perfecto viene de Dios, reconocer y no presumir es ya una manifestación de humildad; para no echar a perder las cosas, la humildad nos ayuda a saber que los dones de Dios son para nuestra propia realización y la de los demás. Cuando “todo lo aprovecho para mi propia gloria” y me niego a compartirlos con los demás reaparece el egoísmo que me hace ser un ladrón de la gloria de Dios (cfr 1 Cor 4, 7)

 

9.             ¿Cómo descubrir las barreras?

 

Existen peligros, como el negar que somos pecadores; enterrar nuestros defectos y auto justificarnos: No huyamos a otra parte, no nos enfademos diciendo este modo de hablar es muy fuerte: Hagamos lo que el publicano, reconoció su pecado y lo confesó; Hagamos lo que aquella multitud que asistió a la muerte de Cristo; se volvieron a sus casas dándose golpes de pecho (Lc 23, 48) pidiendo a Dios perdón por el crimen de haber dado muerte al Príncipe de la Gloria.

10.         ¿Qué tenemos que hacer?

 

Ante la afirmación de los Apóstoles: “Ustedes mataron a Jesús de Nazaret por medio de gente malvada” (Hch 2, 23) Aquellos hombres dijeron: “Hermanos, ¿qué debemos hacer? La respuesta es la misma que Pedro y los Apóstoles dieron a la multitud: Arrepiéntanse y conviértanse; háganse bautizar en el nombre del Señor Jesús para que sus pecados sean perdonados y reciban el Espíritu Santo. (hechos 2, 36- 38).

Hemos escuchado el Mensaje de la Iglesia Apostólica que proclamaba con toda Autoridad que Jesucristo murió y resucitó para que obtengamos por la fe en Él la justificación, juntamente con la necesidad de volverse a Dios para la reconciliación.

11.         ¿Cuál es nuestro sacrificio? ¿A qué hemos venido al templo?

 

Hemos venido a dar culto a Dios, a ofrecer un sacrificio: el de Cristo y el nuestro, que consiste en: “Someter nuestra voluntad a la voluntad de Dios” tal como lo rezamos en el Padre nuestro o como Jesús rezó en el “Huerto de Getsemaní (Lc 22, 42). Dejar de hacer lo que yo quiero para hacer lo que a Dios le agrada: la bondad, la verdad, la justicia, la misericordia, la compasión, la donación entrega y servicios a favor de los más pobres (Mt 7, 21ss).

La verdad es que mientras Jesús ha destruido con su muerte el muro que divide a los hombres: el odio (Ef 2, 16), estos se empeñan en volverlo a construir: levantando murallas de egoísmo, de odio entre ellos y excluyendo a mucho del patrimonio que es común a todos.

Jesús es un buscador de “perlas preciosas”. La Perla más preciosa para Dios es un corazón quebrantado y humillado. La alegría de Jesús: darlo todo para que los pecadores seamos libres e hijos de Dios. Sólo en la medida que seamos libres podremos dejarlo todo, para ser discípulos, apóstoles, servidores del Señor que nos “amó y se entregó por nosotros para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino, para servirlo en nuestros hermanos.

Conclusión. La experiencia de encuentro con Cristo nos libera y nos reviste de humildad para que sirvamos con un corazón limpio, una fe sincera y una conciencia limpia al Señor de la Gloria (1 Tim 1, 5). La experiencia de la cruz de Cristo nos hace humildes, nos llena de amor fraterno y nos da el dominio propio (la castidad) para vencer las pasiones desordenas. Muy importante es recordar las palabras de Jesús: “Vigilad y orad (Mt 26, 41).

Vigilad y orad… ¿propuesta o mandamiento?.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7.             Hijo si te acercas a servir al Señor permanece firme en la justicia y en el temor y prepárate para la prueba


Hijo, si te acercas a servir al Señor permanece, firme en la justicia y en el temor, y prepárate para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis. Los que teméis al Señor, confiad en él, y no se retrasará vuestra recompensa. Los que teméis al Señor, esperad bienes, gozo eterno y misericordia. Los que teméis al Señor, amadlo y vuestros corazones se llenarán de luz.
Fijaos en las generaciones antiguas y ved: ¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?,
o ¿quién perseveró en su temor y fue abandonado?, o ¿quién lo invocó y fue desatendido?
Porque el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en tiempo de desgracia, y protege a aquellos que lo buscan sinceramente. (Eclo 2,1-11)

Salmo responsorial

R/. Encomienda tu camino al Señor, y él actuará

V/. Confía en el Señor y haz el bien, habitarás tu tierra y reposarás en ella en fidelidad;
sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. R/.

V/. El Señor vela por los días de los buenos, y su herencia durará siempre; no se agostarán en tiempo de sequía, en tiempo de hambre se saciarán. R/.

V/. Apártate del mal y haz el bien, y siempre tendrás una casa; porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles. Los inicuos son exterminados, la estirpe de los malvados se extinguirá. R/.

V/. El Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva porque se acogen a él. R/.

Sal 36,3-4.18-19.27-28.39-40

 

El relato  del Evangelio.

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?».
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado». (Mc 9, 30-37)

 

El Señor Jesús, es formador de discípulos.

Al encontrarle a la orilla del mar, le preguntaron: “Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?” Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido pan y os habéis saciado” (Jn 6, 25- 26) El Señor Jesús, en la primera etapa de su Ministerio se dedicó a las grandes multitudes, les hacía milagros y exorcismos, eran muchísimos los que lo seguían, Pero se dio cuenta que muchos no realmente habían creído en él. Entre la gente había espías de Jerusalén que tomaban nota de lo que él enseñaba y le hacía preguntas capciosas para hacer que cayera en la trampa y poder acusarlo. De frente a la enseñanza de la Eucaristía muchos lo abandonaron: «En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.  El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.  Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida,” “Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí, si no se lo concede el Padre.»  Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él (Jn 6, 53- 55. 65)

En una segunda etapa de su Ministerio, descubre que lo van a matar, y lo anuncia a sus discípulos tres veces. Pero, toma la decisión de formar a los Doce para que prolonguen en la historia la Obra redentora que él ha iniciado con su predicación, con sus milagros, con sus exorcismos, con su pasión, su muerte y resurrección. Jesús enseña con su Palabra, con su trabajo y con su vida. Elige a los discípulos, pero no los obliga a seguirlo. Quiere cultivar en los suyos la libertad afectiva, la del corazón para que respondan con amor y no por servilismo: “Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?”  Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (Jn 6, 67- 69) ¿Qué pensaría Pedro? Volver a la casa de la suegra. Volver a las barcas y a las redes, viejas y remendadas. Volver a  la sinagoga donde nos juzgan y nos van a correr. “Nosotros hemos probado lo bueno qué es el Señor” “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

 

Por el camino seremos purificados y confirmados.

Muchísima es la gente que dice: Dios me ama y me da todo lo que yo le pido. Gente que hace oración, tienen alguna devoción, pero, realmente no conocen al Señor. No han tomado la firme determinación de amarlo, seguirlo y servirlo. Se sigue a otro espíritu, pero no al Señor. Cuando en todo nos va muy bien y quedamos bien con los demás, prepárate, por que el Ángel de la purificación, está a la vuelta de la esquina y en cualquier momento llega para realizar la “Obra de Dios”. El Señor quiere darnos crecimiento espiritual y darnos madurez humana, para eso manda un “Serafín” que significa “ardiente” para purificar los labios y poder responder con generosidad. Experiencia de la que habla Isaías: “Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar,  y tocó mi boca diciendo: «Como esto ha tocado tus labios, se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado.”   ( Is 6, 6- 7).

La experiencia del encuentro con Jesús, deja en nosotros su Espíritu que nos lleva al desierto para prepararnos para la Misión. En el desierto es lugar de la prueba, del combate, del encuentro con ángeles buenos y con ángeles malos. Al final del desierto se toma la “firme determinación de seguir a Cristo y romper con el mundo”. Cuando no se conoce el desierto, como lugar donde habitan los demonios, como la “victoria de Dios”, nuestra fe será siempre mediocre y superficial, más que recoger desparramamos (cf Mt 12, 30)

El desierto es una etapa de preparación y formación en el que aparecen las pruebas, pero no como castigos, sino como un medio de crecimiento espiritual y madurez humana cristiana. La Visita del Ángel de la purificación tiene dos características: “Viene a confirmarnos en la fe y en el servicio al Reino, y viene, también, a corregirnos para que enderecemos el camino y reorientemos nuestra vida en el seguimiento del Señor Jesús.”

“Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras y no quede al descubierto tu vergonzosa desnudez, y un colirio para que te eches en los ojos y recobres la vista. Yo reprendo y corrijo a los que amo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.” (Apoc 3, 18- 19) “De ese modo, cuando Jesucristo se manifieste, la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor.” (1 pe 1, 7) “¡Feliz el hombre que soporta la prueba!, porque, una vez superada ésta, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman.” (Snt 1, 12) “Escucha el consejo, acepta la corrección y al final llegarás a sabio.” (Prov 19, 20). Durante la prueba espiritual, no digamos: ¿Por qué a mí? Más bien digamos: ¿Para qué a mí?

 

¿Qué hacer cuando estemos dentro de la prueba espiritual?

Aférrate al Señor en íntima, cálida y sólida oración. “ Sé paciente, confía en él, espera en él y en su misericordia” Cuatro hermosas virtudes se van apareciendo en el rostro del discípulo que se deja enseñar durante la prueba por su Maestro: Paciencia, Confianza, Esperanza y Misericordia, es el “Camino” para hacerse como niños” para ser servidores aprobados que han pasado la “noche fría”, “el desierto de la aridez.” Recordemos la experiencia de Jeremías: Entonces Yahvé me dijo: “Si vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presencia; y si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos vuelvan a ti, pero no tú a ellos.  Yo te haré para este pueblo muralla de bronce inexpugnable. Y pelearán contigo, pero no te podrán, pues contigo estoy yo para librarte y salvarte —oráculo de Yahvé—“ (Jer 15, 19- 20)

En la prueba, el Señor nos da una doble porción de luz a la que no estamos acostumbrados, haciendo entonces “berrinche”. La finalidad de esta iluminación es hacer que reconozcamos nuestros, defectos de carácter, y dejemos de auto justificarnos, creyendo que estamos bien y que le estamos sirviendo al Señor, cuando en realidad nos servimos a nosotros mismos, y por lo mismo estamos en decadencia espiritual, moral, familiar, comunitaria, civil… “no tires la toalla” “no abandones el servicio” “No abandones el Ministerio” Diríamos con Job: Cíñete, pues, de grandeza y majestad, vístete de gloria y esplendor” (Job 40, 10) Con Pablo: Despójate del hombre viejo y revístete del hombre nuevo (Ef 4, 24) En la prueba no estás sólo, el Señor está contigo, ha venido para que tengas vida y en abundancia (cf Jn 10, 10). Pero también cerca el “ángel malo” que te aconseja, que te mete miedo, diciendo: “no vas a poder” “no pierdas tu tiempo o tu vida” “vas a vivir en la soledad en tu vejez, abandona tu sacerdocio y busca compañera….”

En oración íntima, humilde, sincera y confiada hagamos tres preguntas al Señor a quien queremos servir: a) “Señor que me quieres enseñar” b) “Señor que quieras que yo haga” c) “Aquí estoy Señor, haz conmigo lo que tú quieras.” La “prueba espiritual es una visita del Señor; es un don de Dios; es una enseñanza para la vida para purificar nuestro corazón y revestirlo de gracia. Con la ayuda del Espíritu Santo reconocemos y aceptamos nuestras tinieblas, nuestros pecados, el primer combate, es del Señor. Con humildad pedimos orientación: ¿Qué quieres que yo haga? Que vuelvas a la oración, que vuelvas a la Palabra que abandonaste; que te reconcilies y pidas o des perdón; que seas responsable de tu familia y que no gastes lo que no tienes o pagues lo que debes. Este segundo combate, si se acepta, es también del Señor. La victoria plena para recibir la “corona” sigue el ejemplo de María (Lc 1, 38) “Acepto Señor, tu voluntad y me somete a ella”. Pasa la prueba y deja huella. Se abandona las viejas intenciones para seguir a Cristo por lo que es y no por lo que tiene. Ha sido destruido el ídolo para dar lugar al Señor Jesús para que reine en nuestro corazón. Hemos retomado el camino que lleva a la Verdad y a la Vida. La prueba se hace victoria cuando terminamos Amando a Dios y al prójimo. Lo contrario no dejó superación, crecimiento, santidad, amor.

Padre Santo y Justo, por tu Hijo Jesucristo dadnos Espíritu Santo para nos guie y sea nuestro Maestro interior y nos haga ver a Jesús como nuestro Salvador, Maestro y Señor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

8.    Para el Tiempo de Cuaresma

 

¿Qué es la Cuaresma?

La Cuaresma es un tiempo fuerte que la Iglesia como Madre nos presenta para invitar a sus hijos a Poner su mirada en Jesucristo, el Autor y el Consumador de nuestra fe (Heb 12, 2). Él es el protagonista de la Cuaresma, al decir a sus discípulos: “He tomado la firme determinación de subir a Jerusalén” (Lc 9, 51) Jesús lleva en su corazón el el gran Proyecto de Dios de reunir a los hombres para hacer la comunión con Dios y entre ellos.

Con el anuncio de su Pasión nos dice que es lo que va a pasar en la ciudad Santa: va a padecer y a sufrir la muerte de Cruz para convertirse en el Siervo Doliente y Sufriente de Dios en favor de toda la humanidad. Para luego resucitar como el vencedor de la muerte y ascender victorioso a la derecha del Padre para derramar al Espíritu Santo sobre la humanidad. “Humanidad que significa llamada a la comunión interpersonal”, escribe Juan Pablo 11 (MD, 7).

Hoy, para nosotros, la Cuaresma es el  inicio de la Peregrinación hacia la Pascua. Salir del exilio para ponerse en camino de éxodo hacia la Tierra Prometida que mana “leche y Miel”, es decir, “Paz y Dulzura espiritual”  (Ex 3, 8). El exilio es una situación de opresión y de servidumbre, de pecado que nos aporta la muerte espiritual y rompe la Comunión con Dios y con los hermanos: “Rechazad, por tanto, malicias y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias” (1 Pe 2,1). Romper con el pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios (Gál 5,1) “Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación,  si es que habéis gustado que el Señor es bueno” (1 Pe 2, 2). El Camino del éxodo es un Camino lleno de experiencias, veces dolorosas,  veces liberadoras y gloriosas, pero, todas necesarias en el caminar con el Señor. Un Camino lleno de esfuerzos, renuncias, sacrificios, luchas y decisiones por Cristo y el Reino de Dios: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos se hacen con él” (Mt 11, 12).

Por eso podemos decir que la Cuaresma es un tiempo dedicado a Dios, Padre de toda Misericordia y Dios que nos consuela en todos nuestros sufrimientos (cf 2 Cor 1, 4), y hoy como ayer, nos invita a regresar a Casa siguiendo las huellas de Jesús, el Verbo del Padre que se hizo hombre para sacarnos de la postración del pecado y llevarnos  la Casa del Padre (cf Col. 1, 13). El evangelista san Juan nos describe una realidad que sigue pasando hoy día:  “El Señor Jesús, vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). Le dieron muerte por medio de gente malvada, pero Dios lo resucitó y lo sentó a su derecha como Señor y Cristo (Hch 2, 22.36).

El camino a  la Casa del Padre pasa por la Pascua de Jesús: Muerte y Resurrección (cf Jn 13, 1). La invitación es para todos, pero en libertad de conciencia: “El que quiera servirme que me siga, para que donde yo esté, también, esté mi servidor” (Jn 12, 23) ¿Qué es lo que nos hace seguir a Jesús? Los Apóstoles tenían miedo seguirlo, sin embargo, Tomás, llamado Dídimo les dijo: “Vamos también nosotros a morir con Él” (Jn 11, 16). La única razón, es el Amor, hacia Aquel que nos amó primero y se entregó por nosotros (cf 1 Jn 4, 10; Ef 5,2).

¿Qué hacer en esta Cuaresma?

1)             Lo primero es escuchar la Palabra de Dios. Palabra de vida y que es para vivirse. Escucharla y rumiarla, ponerla en práctica para que se haga vida en nosotros. La Palabra nos convence de que somos pecadores amados por Dios incondicionalmente. La Palabra nos convence de que nuestro pecado nos priva de la Gloria de Dios (Rom 3, 23). La Palabra nos convence que necesitamos purificación e iluminación para conocernos y alcanzar la Meta. “Estar con el Señor” y “Compartir su Destino y su Misión. La Palabra es poderosa y nos libera de nuestras cargas (cf Jn 8, 32) La Palabra de Dios nos limpia y nos consagra (Jn 15, 7; Jn 17,17) La Palabra nos guía a la salvación por la fe en Cristo Jesús y a la perfección Cristiana (2 Tim 3, 14ss).

 

2)             La Cuaresma es un tiempo para hacer un alto en nuestra vida, dar media vuelta y entrar en nuestro interior.Entonces se puso a reflexionar y pensó: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino, iré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti” (Lc 15, 17- 18). Hacer un alto, entrar dentro, para luego analizar las cargas de conciencia y darnos cuenta de las cosas equivocadas que hemos hecho, reconocer, tanto nuestros pecados, como las cosas buenas que llevamos en nuestro interior. A la luz de la Palabra de Dios, convencernos de que Dios nos ama y que somos pecadores. Y ¿ahora qué? Ahora orientemos nuestra vida hacia la Pascua de Cristo siguiendo sus huellas para que experimentemos la fuerza de Cruz y experimentemos el poder de la resurrección (cf Flp 3, 10)

 

3)             Cuaresma es un tiempo, tiempo para profundizar la conversión, con la fuerza de la Palabra y de la Oración. Palabra, Oración y Ayuno,  nos llenan de Cristo y nos revisten de Él. Que en los días de Cuaresma nuestra oración sea menos ruidosa, menos mitotera. Y A la vez, nos ayude a disminuir, hasta desaparecer (cf Jn 3, 30). La escucha de la Palabra nos pide saber hacer silencio interior y exterior. Qué nuestra oración sea íntima, de dentro, del corazón. Que no sea de labios para afuera. Que sea humilde como la del publicano que sabiéndose pecador pedía perdón de corazón. Qué nuestra oración sea cálida, envuelta en la Caridad para que sea agradable a Dios. Que nuestra oración sea extensa y perseverante envuelta en el Deseo de Dios, de conocer su Voluntad y someternos a ella. Deseo de conocerlo, amarlo y servirlo. Qué nuestra oración sea intercesora para que tengamos en cuenta a la Iglesia, a la Familia, a los demás que sufren, especialmente por el alejamiento de Dios. Que nuestra oración sea  ofrecimiento, por la cual nos ofrecemos como hostias vivas, santas y agradables a Dios (Rom 12, 1).

 

4)                                      La Cuaresma es un tiempo especial “para buscar la Reconciliación” con Dios y con los demás. Reconciliarse con Dios para volver a ser sus hijos; con los demás para volver a ser hermanos y servidores unos de los otros. Es un tiempo de “integración y reprocidad e igualdad fraterna”. Palabra y Oración nos llevan a Cristo que nos invita a llevarle nuestras cargas para que pueda lavar nuestros corazones, perdonar nuestros pecados y darnos el don del Espíritu Santo (cf Mt 11, 28). La Reconciliación nos pide pedir perdón al que hemos ofendido y dar perdón al que nos ofendió, tal y como lo enseño el Señor en la Oración Dominical del Padre nuestro: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.  El Encuentro con Cristo nos, libera nos limpia y nos consagra para que llevemos una vida digna y agradable a Dios en el Servicio a los hermanos. Así lo dice la Palabra de Dios: “Habéis purificado vuestras almas, obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros sinceramente como hermanos. Amaos profundamente unos a otros, con corazón puro” (1 Pe 1,22).

 

5)             La Cuaresma es en cuarto lugar un tiempo dedicado a Dios que nos invita al servicio. Servir con amor y por amor al Señor en los hermanos. Servir es lavar pies, es parte y expresión del Mandamiento del Amor (Jn 13, 34- 35). En el Reino de Dios nadie vive para sí mismo, pongamos la mirada fuera de nosotros, salgamos fuera y busquemos el encuentro con los pobres y enfermos del Evangelio para compartir con ellos “Los Dones de Dios”, viendo en cada rostro al Señor Jesús. Reconociendo en cada uno la dignidad de hijos de Dios y poniendo nuestra vida al servicio de ellos como una manifestación del Amor que se hace Servicio, es el modo como podemos trae a la tierra la vida trinitaria en la práctica del amor recíproco.

 

Oh Dios que fuiste el primero en amarnos, y nos diste a tu Hijo, para que por medio de él, recibiéramos la vida eterna, haz que en el Espíritu Santo aprendamos amarnos unos a los otros, cómo él nos amó, hasta darnos la vida unos a los otros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

9.    Las Leyes de la Cuaresma

 

1.              Las Leyes de Cuaresma.

 

Cada una de las Leyes de Cuaresma son Palabras salidas de la boca de Dios. Palabras a las que el profeta Isaías compara con la lluvia que baja y empapa la tierra para hacerla fecunda (Is 55,9s).  Por eso, a las Leyes de Cuaresma anteceden los “Dones de Dios”. Podemos decir que los dones de Dios nos descubren la Voluntad de Dios, el Camino que debemos seguir  y lo que debemos hacer. A) El don de la Palabra que ilumina nuestras tinieblas, nos conduce a la fe y a la salvación (2 Tim 3, 14s). B) El don de la conciencia de pecado (Jn 16, 8). Somos pecadores necesitados de purificación (1 Jn 1, 8-9). C) El don del “otro”. El otro ha de ser visto como don de Dios (Gn 2, 18). Estos tres dones nos recuerdan que el Señor no exige lo que antes no nos ha dado. “Nos ama por primero” (1 Jn 4, 10) para que luego nosotros, tras haber probado lo bueno que él es, seducidos por su bondad aceptemos las Leyes de Cuaresma como caminos que nos llevan a la Casa del Padre.

 

a)             La primera de la las Leyes de Cuaresma es: dedícate a buscar a Dios. Jeremías nos dice: “Si lo buscas de todo corazón, Él se dejará encontrar por ti” (Jer 29, 13). ¿Dónde buscarlo? Los lugares para encontrar a Cristo la Iglesia los pone a nuestro alcance: La Oración íntima y cálida, La Palabra de Dios que escuchamos, meditamos y ponemos en práctica. La Liturgia de la Iglesia, especialmente la Eucaristía y la Confesión, las Obras de Misericordia y el Apostolado.

b)             La segunda de las Leyes de Cuaresma es: Disminuir para crecer. Con palabra del Bautista decimos: “Es necesario que yo disminuya para que Cristo crezca” (Jn 3, 30) Es hacerse pequeño, pobre, humilde para poder llegar al Nuevo Nacimiento y entrar en el Reino de Dios.

c)             La tercera Ley de Cuaresma es seguir el camino del grano de trigo: Morir para vivir: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; pero el que odia su vida en este mundo la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará (Jn 12, 24- 26). Hemos entrado en la semana santa, para eso acompañamos al Señor. Por amor a Él renunciamos a nuestro egoísmo y a nuestros intereses para estar con el Señor, y padecer y sufrir con Él, morir y resucitar con Él (2 Tim 2, 11s). Escuchemos la enseñanza del primer papa decirnos: “Rechazad, por tanto, malicias y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno” (1 Pe 2, 1-3). 

d)             La cuarta Ley de la Cuaresma es caminar tras las huellas de Jesús. Para caminar hay que ponerse de pie, hay que tener fortaleza y hay que saber hacia dónde vamos. Escuchemos al Señor Jesús: Decía a todos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles” (Lc 9, 23- 26).

 

 

 

2.              El Espíritu Santo es el “Agente principal de la Cuaresma”.

                                                                 

El Espíritu Santo está implícito en la Palabra que escuchamos es nuestra guía hacia la Pascua (Jn 16, 8. 13). Con la escucha de la Palabra “La Luz de Cristo” ha entrado en nuestros corazones para convencernos de que somos amados por Dios. Nos convence de que Dios nos ama incondicionalmente, remueve las entrañas de pecado, nos convence de que somos pecadores y nos conduce al encuentro con Cristo. En el encuentro con Cristo somos liberados, reconciliados y salvados. Entramos en hombros del Buen Pastor en la Casa del Padre para ser alimentados con “los frutos del árbol de la Vida que está en el Paraíso de Dios” (Apoc 2, 7)

Para caminar hay que alimentarse con el alimento que Dios nos propone, ya que el Camino de la Cuaresma está lleno de piedras, muros, obstáculos que hay que superar y vencer para  “Caminar en la Verdad, en el Amor y en la Justicia” (cf Ef 1, 8). Escuchemos al profeta Miqueas: “Se te ha hecho saber, hombre, lo que es bueno, lo que Yahvé quiere de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la lealtad y proceder humildemente con tu Dios” (Mi 6, 8). Caminar con los ojos fijos en Jesús (Heb 12, 2) Sin desviarse ni a izquierda ni a derecha; sin mirar hacia atrás para no hundirse en el lodo del hedonismo. Escuchemos las palabras que el Señor dice a Josué a la muerte de Moisés:

«Sé fuerte y valiente, porque tú eres quien va a dar a este pueblo la posesión del país que juré dar a sus padres. Basta que seas muy fuerte y valiente, teniendo cuidado de cumplir toda la Ley que te dio mi siervo Moisés. No te apartes de ella ni un ápice, para que tengas éxito adondequiera que vayas. Que el libro de esta Ley no se aparte de tus labios: medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito, y tendrás suerte y éxito en tus empresas. ¿No te he mandado que seas fuerte y valiente? Pues no tengas miedo ni te acobardes, porque Yahvé tu Dios estará contigo adondequiera que vayas.» (Jos 1, 6- 9)

La Cuaresma es el tiempo para destruir las guaridas de las zorras y los nidos de las aves para afianzarse como discípulos de Jesucristo: Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús replicó: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» (Lc 9, 57- 58). Las guaridas hacen referencia a la una vida mundana y pagana, a una vida en la carne (Gál 5, 19- 21) y los nidos a los infantilismos y a los vicios

La Cuaresma es el tiempo para hacer la “Opción fundamental por Jesucristo” y dar la espalda al mundo: Dijo a otro: «Sígueme.» Pero él respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Replicó Jesús: «Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vete a anunciar el Reino de Dios.» Hubo otro que le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Replicó Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.» (Lc 9, 59- 62)

Oración: Espíritu Santo; Espíritu de Luz y de Verdad, guía mis pasos por los caminos de la vida para que encuentre al Único que puede llevarme a la Libertad de los hijos de Dios para hacer de mí un hombre libre, capaz de amar y ofrecerme como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf Rm 12, 1).

 

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