ESTÉN PREPARADOS CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS Y LA TÚNICA PUESTA.
Iluminación: La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos,
pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. (Rm
13, 12)
¿Qué es el adviento?
Es
un tiempo fuerte de gracia que tiene como sentido prepararnos para la venida
del Señor. Es un tiempo de espera, de reflexión y de apertura. Es la llamada a
vivir despiertos cuidando de una oración más íntima y de una escucha de la
Palabra más atenta que nos lleven a la reconciliación con Dios, con la Iglesia,
con la familia. El mensaje de Adviento es un mensaje de “Esperanza” que nos
invita a levantar la cabeza por que se acerca nuestra liberación.
“Vigilad
y orad” (Mt 26, 41) Son palabras del Señor Jesús que nos invitan a estar
siempre en “la espera de su llegada”. Despiertos y conscientes de nuestras
debilidades. Animándonos mutuamente a vivir la espera llenos de confianza,
sabiendo que el tiempo de vivir sin opresiones ni tentados por el desaliento y
la depresión. Preparase es cuidar de que no se nos embote la mente ni el
corazón se nos haga duro o se pierda la moral para no caer el desenfreno de las
pasiones (Ef 4, 17-18). Es tiempo de orientar nuestro pensamiento y nuestro
corazón hacia la “Venida del Señor” para no llenar nuestra vida de bienestar y
dinero, de espaldas al Padre del cielo y a sus hijos que sufren en la tierra.
“Vigilad
y orad”. Significa vivir pidiendo la fuerza de lo Alto sostenidos por la Gracia
de Dios para poder mantenernos en pie y estar siempre despiertos, con una fe
viva, auténtica, iluminada por la caridad. Anhelando escuchar la Palabra de
Dios en lo más íntimo de nuestro ser, buscando conocer su Voluntad para ponerla
en práctica, siguiendo las huellas de Jesús que se hizo pobre para
enriquecernos con su pobreza. Qué hermoso es recordar y hacer nuestras las
palabras de san Pablo: “todos sabemos de la generosidad de nuestro Señor
Jesucristo que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2
Cor 8, 9).
“Vivir
despiertos” con los ojos del corazón bien abiertos, los oídos atentos y con la
esperanza viva de que el Señor vendrá pronto. Qué el deseo ardiente de nuestro
corazón sea cambiar nuestra manera de pensar, de sentir y de vivir para que
podamos vivir la vida como la vivió Jesús. Vivir buscando con sincero corazón
la venida del reino de Dios a nuestros corazones para que tengamos una vida más
digna y feliz para todos. lo contrario es dormirse, es decir entrar en el
pecado.
“Vigilad
y orad” significa “Vivir despiertos” con la esperanza puesta en la Palabra de
Dios, cuidando de no caer en la incredulidad y la indiferencia ante la marcha
del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca, quedándonos sólo en
quejas, críticas y condenas a los demás, al sistema, a la religión. Hagamos
nuestra parte: despertemos activamente nuestra esperanza. Sólo entonces
podremos vivir una vida más lúcida, sin dejarnos invadir por la insensatez que
puede llevar nuestras vidas al vacío, al caos y a la pérdida del sentido de la
vida. Las columnas de nuestra Esperanza son dos, una Promesa y un Acontecimiento,
llamado hoy día Nacimiento. (Ez 37, 12- Gál 4, 4- 6) (Gn 3, 15- Jn 3, 16)
“Vigilad
y orad” significa despertar nuestra fe en Dios Padre de toda misericordia que
se ha manifestado en su Hijo nacido de una Mujer en el pesebre de Belén para
bien de toda la Humanidad. Descubrir y desarrollar el proyecto de Dios que nos
invita a preocuparnos por los más necesitados. Descubrir que Dios nos busca y
atrae hacia Él con cuerdas de ternura y con lazos de misericordia. Vigilemos
nuestra “esperanza” que no se nos apague, porque se nos apagaría también la
vida.
El Adviento es el comienzo del Año Litúrgico,
empieza el domingo más próximo al 30 de noviembre y termina el 24 de diciembre.
Son los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forma una unidad con la
Navidad, la Epifanía y el Bautismo del Señor.
El término "Adviento" viene del latín
adventus, que significa venida, llegada, presencia. El color usado en la
liturgia de la Iglesia durante este tiempo es el morado. Con el Adviento
comienza un nuevo año litúrgico en la Iglesia.
El sentido del Adviento es avivar en los creyentes
la espera del Señor, preparar al Señor una cuna o una casita en nuestro corazón
para que nazca y habite en nuestro interior y se manifiesta con su poder para
sanar las heridas del corazón caótico y pueda nuestro corazón manar leche y
miel, es decir, paz y dulzura espiritual y formar parte de una comunidad
fraterna y solidaria. Se puede hablar de dos partes del Adviento:
Primera Parte
Desde el primer domingo al día 16 de diciembre por
la tarde, con marcado carácter escatológico, mirando a la venida del Señor al
final de los tiempos;
Segunda Parte
Desde el 17 de diciembre al 24 de diciembre, es la
llamada "Semana Santa" de la Navidad, y se orienta a preparar más
explícitamente la venida de Jesucristo en las historia, la Navidad.
Los personajes del
Adviento
Las lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento
están tomadas sobre todo del profeta Isaías (primera lectura), también se
recogen los pasajes más proféticos del Antiguo Testamento señalando la llegada
del Mesías. Isaías, Juan Bautista y
María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesia ofrece a los
fieles para preparar la venida del Señor Jesús.
El tiempo de Adviento es un tiempo fuerte de Gracia. Quiere
despertar en nuestro corazón el “deseo de Dios,” el deseo de Emmanuel. Dios
entre nosotros; Dios con nosotros y en favor de nosotros. Nos recuerda la
venida histórica del “Nacimiento del Niño Dios”. Venida humilde, sencilla y
llena de sufrimiento que culmina en la Cruz. El Señor nos habló de otra venida
orientada hacia el futuro. Venida gloriosa, llena de esplendor que vendrá a dar
a cada quien la recompensa. El Adviento es un tiempo de fuerte preparación para
la Navidad para llevar nuestras manos llenas de los frutos de la fe.
Entre las dos venidas: la histórica
y la escatológica, se habla de una venida intermedia que se encuentra
atestiguada por la Sagrada Escritura: “Que Cristo habite por la fe en su
corazón… (Ef 3, 17s) “Yo estoy a la puerta y llamo, el que escuche mi voy me
abra, yo entraré y cenaré con él… (Apoc 3, 20) “Si alguno me ama guardará mi
Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él, y haremos morada en él….” (Jn 14,
23). Está venida intermedia es la manifestación de “obediencia, confianza, esperanza,
amor y pertenencia.” Es la manifestación de la Luz, el Amor, la Verdad, la
Justicia que han sido encendidas en nuestro corazón y es a la vez, la “Túnica”
que nos reviste de Jesucristo.
La Navidad de Jesús en nuestro
corazón exige “despojarse” del traje de tinieblas, sacudiendo toda la basura y la polilla que
hayamos acumulado en nuestro interior. Exige lavar nuestras manos, mente y
corazón de todo espíritu impuro como una preparación para abrirle la puerta de
nuestro corazón a Aquel que viene a traernos el Fuego de lo Alto para encender
las lámparas de nuestra vida: la fe, la esperanza y el amor.
¿Qué hacer en este tiempo de Adviento? Lo primero, es la “Escucha
de la Palabra” que abre el camino a la
fe (Rm 10, 17) para que Cristo nazca en nuestro corazón. La fe nos trae la Paz,
la Confianza, la Esperanza y el Amor (cf Rm 5, 1- 5) Juntamente con un corazón
pobre, sencillo, manso y humilde. La escucha de la Palabra de Dios nos
convence de cuatro cosas: Lo primero es
que Dios nos ama a todos y a cada uno de una manera incondicional, inabarcable
e infinita. La Palabra nos convence que somos personas valiosas importantes y
dignas, llamadas ser hijos de Dios. Nos convence de que somos pecadores, no
somos buenas gentes. No tengamos miedo que Cristo vino a salvar a los
pecadores. La Palabra nos convence que el único que puede salvarnos es Jesús, el
Hijo de Dios (Jn 3, 16; Hch 4, 12)
El tiempo de Adviento es una
llamada a la conversión interior, para prepararnos a la venida del nacimiento
de Jesús en nuestro corazón, para que seamos “don” de Cristo a nuestras familias
y a nuestras comunidades. La conversión integral abarca todo nuestro ser y
podemos integrarla en tres palabras. “Llenarse de Cristo” Llenarse de los
sentimientos, pensamientos, intereses, preocupaciones y luchas de Cristo, como
Hijo de Dios, Hermanos de los demás y como Servidor de todos. A la misma vez,
la conversión, implica el “Vaciarse de aquello” que no viene de la fe y que nos
lleva al pecado (Rm 14, 23). Las velas
encendidas y la túnica puesta, equivale a un corazón renovado y revestido de
Cristo. Es nuestra vida escondida en Cristo. (Col 3, 1.4) Escuchemos al
Evangelio:
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Estén listos, con la
túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que
están esperando a que su Señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto
llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en
vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él
mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en
vela, dichosos ellos". (Lucas 12, 35-38)
Es el llamado a la disponibilidad
para hacer la Voluntad de Dios, manifestada en Cristo Jesús. Es disponibilidad
para obedecer la Palabra de Cristo; es abrir la puerta al Señor en cuanto
llegue y lo encuentre en vela. Abrir la puerta del corazón es escuchar la
Palabra de Dios para ser discípulos Cristo y sentarse con Él a la mesa de la
Amistad, y sentirse felices por estar haciendo la voluntad de Dios. “Yo estoy a
la puerta y llamo, el que escuche mi voz y me abra la puerta… “(cf Apoc 3, 20)
¿Cómo esperar al Señor? El Señor Jesús nos ha dicho:
“Velen, vigilen para no estar desprevenidos” Para esperar al Señor necesitamos
de paciencia, de confianza, de esperanza y de misericordia que vienen de la fe,
que viene de la esperanza y que nos lleva al amor. Con paciencia y confianza, esperanza
y misericordia somos llevados a la fidelidad a la voluntad de Dios y a la fidelidad
al servicio.
El Adviento es un tiempo dedicado a
Dios, hay que despojarse de todo aquello que nos impide ser libres para amar a
Dios y al prójimo. “Despojaos del hombre viejo y revestíos del hombre nuevo”
(Ef 4, 23) Es un tiempo para escuchar la Palabra de Dios para ser discípulos de
Jesús y para conocer la Verdad que nos hace libres. (Jn 8, 31- 32)
Es un tiempo para escuchar la
Palabra de una manera más atenta para ser disponible para que la Palabra se
haga vida en nosotros y haga su obra en nuestro corazón. Es un tiempo para
hacer una oración más íntima, más de dentro, más del corazón. (Que no sea una oración
como la que dice Isaías: de labios para fuera: Oración fría y vacía) La oración
del corazón es la oración que nos hace escuchar la Voz de Dios en lo más
profundo de nuestro ser. Adviento es un tiempo para reconciliarnos con Dios y
con la Familia. Reconciliarse para recibir el perdón de nuestros pecados, para
volver a ser hijos de Dios y volver a ser hermanos de nuestros hermanos. El Adviento
es además un tiempo para compartir lo que sabemos, lo que tenemos y lo que
somos. Para compartir hay que hacer presencia para hacer a los otros partícipes
del “Pan de vida” “de la Palabra” “del tiempo” “de nuestra casa” y de “nuestro
camino.” Es el camino que nos une, que nos reconcilia y que nos lleva a la
Navidad.
Aplicación
a nuestra vida.
El
ejemplo del pesebre abre para los hombres una nueva mentalidad y una nueva
actitud: pertenecer al mundo de los humildes y de los servidores. La humildad
es la capacidad para donarse a los más pobres y en últimas, a cualquier hombre
para ayudarlo a ser mejor. Esto nos exige tres cosas que siempre harán unidad:
· Desprendimiento de títulos de
grandeza o superioridad. No te creas más que otros, pero,
tampoco te creas menos que ellos. El Pesebre de Belén nos iguala a todos los
seres humanos. “No te arrodilles ni ante el poder ni ante el oro. Ni ante los
poderosos ni ante los ricos.
· La actitud de servicio.
El hombre que no sirve, no vive, es decir no se realiza. Nacimos para servir.
El servicio es la expresión del amor de los hombres que se deciden a vivir para
Jesús, el pobre de Belén.
· Disponibles para la misión.
La misión tiene como primera tarea dejar que Cristo se haga carne en nuestros
corazones. A esto el Evangelio le llama “nuevo nacimiento” (Jn 3, 1-5). De nada
nos puede servir que Jesús haya nacido o nazca mil veces en Belén si no nace en
nuestros corazones. El compromiso de la fe se expresa diciendo: “somos
enviados con otros a favor de otros”.
Cuando
Jesús se hace carne en nosotros de la manera que el Verbo se hizo carne en el
seno de María, podemos tener la seguridad que seremos servidores al servicio
del “Reino de Dios” y no al servicio de intereses personales llenos de egoísmo
humano y por lo tanto de pecado.
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