PONED POR OBRA LA
PALABRA Y NO OS CONTENTÉIS SÓLO CON OÍRLA, ENGAÑÁNDOOS A VOSOTROS MISMOS.
Iluminación: “No todo el que me diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” (Mt 7, 21)
Introducción: “No basta con escuchar, leer,
meditar, estudiar las Escrituras, y rezar con ellas. Los conocimientos en la
cabeza, no dan salvación. Hay que hacerlas vida; hay que obedecer la Palabra y
ponerla en práctica; hay que dejarnos conducir por las Escrituras para alcanzar
la salvación por la fe (cf 2Tim 3, 14- 16).
La vida cristiana nace de la iniciativa de Dios que nos envía
su Palabra para iniciarnos con él en un diálogo existencial de amor y vida, al
darnos su Palabra, realmente el Padre nos da su Hijo, que se hace plenamente
hombre para amarnos con un corazón de hombre. Para que el diálogo sea realmente
intercambio de ideas, palabras experiencias, vida tenemos que cultivar la
reciprocidad entre Jesús, Palabra de Dios y nosotros. Corresponderle a su amor,
en la obediencia a su Palabra. “Ustedes
son mis amigos, si hacen lo que yo les digo” (Jn 15, 13) La vida cristiana
se realiza plenamente en la obediencia a la Palabra, cuando se pone en
práctica, cuando se vive. Es entonces cuando comprendemos las palabras de la
carta a los Hebreos: “Pues viva es la palabra de Dios y eficaz, y
más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta la división entre
alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y
pensamientos del corazón.” Hb 4, 12) Escuchar la Palabra y vivirla nos
implica en una experiencia total de todas nuestras dimensiones: Mente, corazón
y voluntad (cf 1 Ts 5, 21) Para que el Espíritu haga de nosotros una oblación
pura y agradable a Dios. (CF Rm 12. 1)
“Muchos me dirán aquel Día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos
en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros?’ Pero entonces les declararé:
‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, malhechores!’ (Mt 7, 22- 23) Sin obediencia
a la Palabra de Dios no hay adhesión ni amistad con él, nuestra estructura
espiritual se convierte en casa en ruinas, en cambio, escuchar y poner en
práctica la Palabra nos garantiza una estructura firme y durable: “Así pues,
todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica se parecerá al
hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa, pero no se
derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca.” (Mt 7, 24- 25)
La firme sincera y madura, es la del que escucha y obedece, soporta las tempestades, las criticas, las
murmuraciones y las doctrinas ajenas al Evangelio: “Así ya no seremos como
niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a
merced de la malicia humana y de la astucia que conduce al error. Antes bien, movidos por un amor sincero,
creceremos en todo hacia Cristo, que es la cabeza, de quien todo el cuerpo recibe trabazón y
cohesión por la colaboración de los ligamentos, según la actividad propia de
cada miembro, para el crecimiento y edificación en el amor. La vida nueva en
Cristo. Por tanto, os digo y os repito.” (Ef 4, 15- 17).
Cristo es el origen, el Autor y Consumador de la fe (Hb 12,
2), es el fundamento de fe (cf 1 Cor 3, 11), es el Contenido y la Revelación de
la fe (Jn 14, 6-7; Ef 1, 3. 13) Creemos en Cristo y le creemos a él, tal como
lo dijo el Padre en el bautismo de Jesús: “Entonces se oyó una voz que venía de
los cielos: «Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco.” (Mc 1, 11) y en la
transfiguración: “Éste es mi Hijo amado; escuchadle.” (Mc 9, 7)
En la teología de san Pablo leemos: “Pero ahora,
independientemente de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios de la que
hablaron la ley y los profetas. Se trata de la justicia que Dios, mediante la
fe en Jesucristo, otorga a todos los que creen —pues no hay diferencia; todos
pecaron y están privados de la gloria de Dios—.Éstos son justificados por Él
gratuitamente, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús.” (Rm 3, 21-
24) Por la fe en Jesucristo somos justificados (Rm 5, 1), pasamos de la muerte
a la vida (col 1, 13), nacemos a la vida de la gracia (cf Jn 3, 1- 5) “del cree
en él, brotaran ríos de agua viva” (cf Jn 7, 37- 38) Pero creer en Jesús, para
san Pablo, es confiar en él, amarlo, obedecerlo, pertenecerle, seguirlo y
servirlo para “reproducir con la gracia de Dios la imagen de Jesús” (Rm 8, 29)
La fe es para Pablo confianza, obediencia y pertenencia a Cristo. (cf 2 Tim 2,
12; Gál 5, 24) Razón por la que pudo decir: “Para mí la vida es Cristo y la
muerte es ganancia” (Flp 1, 21)
Para la Iglesia, escuchar a Cristo y obedecer su Palabra
significa hacerse discípulos de él y permitirle entrar en nuestra vida: “Ten en
cuenta que estoy a la puerta y voy a llamar; y, si alguno oye mi voz y me abre,
entraré en su casa y cenaremos juntos los dos.” (Apoc 3, 20) Escuchar y
obedecer la Palabra de Cristo es abrir la puerta del corazón para que habita en
nuestros corazones por la fe y seamos sus discípulos. La Obediencia a su
Palabra es la garantía para estar con él, crucificados con él para vencer el
mal: “Concederé al vencedor que se siente conmigo en mi trono, pues yo también,
cuando vencí, me senté con mi Padre en su trono.” (Apoc 3, 21) es la certeza de
Pablo que dice a la Iglesia: “Ahora estoy
crucificado con Cristo; yo ya no vivo, pero Cristo vive en mí. Todavía vivo en
la carne, pero mi vida está afianzada en la fe del Hijo de Dios, que me amó y
se entregó a sí mismo por mí.” (Gál 2, 19- 20) y nos invita a seguir su
ejemplo: “Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor, tal como Cristo os amó y
se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma.” (Ef 5, 1- 2)
Una amonestación que
nos hace pensar a los creyentes.
“Por eso, desechad todo tipo de inmundicia y de mal, que
tanto abunda, y recibid con docilidad la palabra sembrada en vosotros, que es
capaz de salvar vuestras vidas. Poned por obra la palabra y no os contentéis
sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Si alguno se contenta con oír la
palabra sin ponerla por obra, se parece al que contemplaba sus rasgos en un
espejo: efectivamente, se contempló, pero, en cuanto se dio media vuelta, se
olvidó de cómo era. En cambio, el que considera atentamente la Ley perfecta de
la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo, sino como cumplidor
de ella, será feliz practicándola” (Sant 1, 21- 25)
El oyente puede hacer de su escucha y respuesta a la Palabra
una vida estéril y vacía, o puede
hacerla fértil y fecunda. “Escuchemos al profeta decirnos: “Del mismo modo que descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no
vuelven allá de vacío, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen
germinar, para que dé simiente al sembrador y produzca pan para comer, así será la palabra de mi boca: no tornará a
mí de vacío, pues realizará lo que me he propuesto y será eficaz en lo que le
mande.” (Is 55, 10- 11) Cuando la Palabra se escucha, pero, no se vive o no
se pone en práctica queda vacía, estéril y muerta, es letra sin espíritu y sin
vida. Con palabras de san Pablo aceptamos que cuando se cree en la Palabra y se
pone en práctica, le damos fuerza y vida con la acción del Espíritu Santo: “Él nos capacitó para ser ministros de una
nueva alianza, no de la letra, sino del Espíritu, pues la letra mata, mas el
Espíritu da vida” (2 Cor 3, 6). De esta manera nos dice el Señor Jesús: “Pero
todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica se parecerá al
hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, que se
derrumbó, y su ruina fue estrepitosa.” (Mt 7, 26- 27)
Acoger y vivir la Palabra es la respuesta, adecuada al amor
de Dios para transformarnos, en la Palabra, en palabras vivas, porque acoger la
Palabra es recibir al Dios mismo, para vivir su Vida, caminar en la Verdad y
practicar su Justicia. (cf Jn 14, 6). Dos textos de san Juan nos presentan la
verdad de frente a la Palabra: “Pues todo
el que obra el mal odia la luz y no se acerca a ella, para que nadie censure
sus obras. Pero el que obra la verdad, se acerca a la luz, para que quede de
manifiesto que actúa como Dios quiere.” (Jn 3, 20- 21) “Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido
al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad,
escucha mi voz.” (Jn 18, 37) La palabra profética, es verdad y es luz que
cuestiona, aguijonea y desenmascara, razón por la que muchos no se acercan a
Misa para no escucharla, sólo cuando somos de Jesús, aceptamos la Palabra que
enseña y corrige, une y libera, consagra y santifica. (cf Jn 8, 32; Jn 15, 1-
5; Jn 17, 17).
Conclusión: “Como niños recién nacidos, desead
la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a
la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno.” (1 Pe 2, 2) “Como
hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo en que
eráis ignorantes. Al contrario, que vuestra conducta sea santa en todo momento,
como santo es el que os ha llamado. Pues así está escrito: Seréis santos,
porque santo soy yo. (1 Pe 1, 14-16)
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