NADIE TIENE MAYOR AMOR QUE EL QUEDA SU VIDA POR SUS AMIGOS

 

Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.

Iluminación: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo nunca sabe lo que suele hacer su amor; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.” (Jn 15, 13s)

A la luz del Plan de Dios. El himno de Cristo a los efesios nos revela el Plan de salvación a los hombres que podemos expresarlo con pocas palabras: Dios ama a todos los hombres, sin acepción de personas, a buenos y malos, a judíos y gentiles. El Proyecto de Dios es Jesús, en él y por él Dios realiza su Plan de Salvación en la historia y el Espíritu Santo lo realiza hoy, en nuestra vida y en nuestra historia. Cristo Jesús es la “Bendición de Dios para todos los hombres”. “Cristo es mi Luz y mi Salvación.”

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues, por estar unidos a Cristo, nos ha colmado de toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos (Ef 1, 3). Bendecir significa que Dios nos hace partícipes de lo que Él es y de los que Él tiene. Quien tenga esta Bendición puede alabar a Dios, darle gracias y ser una alabanza de su gloria. Se trata de bendiciones espirituales, vienen del Cielo y no de la tierra. ¿Cuáles son estas bendiciones?

V  La elección. Dios nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para que vivamos ante él santamente y sin defecto alguno, en el amor (Ef 1, 4). Esta elección es “gratuita, eterna e inmerecida”. No es un premio, es el don que Dios ofrece a todos, es además una “elección irrevocable”, Dios no se arrepiente de habernos elegido por amor y para amar. Es una “elección funcional”, Dios nos ha elegido para algo, hay una misión y una tarea para esta vida: estar en su presencia y desde él dar amor y vida a los demás.

V  La filiación. Nos ha elegido de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, porque así lo quiso voluntariamente, para que alabemos su gloriosa benevolencia, con la que nos agració en el Amado (Ef 1, 5-6). “Destinados por el amor eterno del Padre a participar del Espíritu de Filiación” a ser sus hijos en Cristo para ser parte de la Familia de Dios y ser así parte de una fraternidad destinada a dar fruto. “llamados a ser hijos de Dios, hermanos y servidores en Cristo Jesús de Dios en favor de la humanidad (cf Gál 3, 26- 27).

V  La Redención. Por medio de su sangre conseguimos la redención, el perdón de los delitos. La redención hace referencia al sacrificio de Cristo que ofreció su vida para sacarnos del pozo de la muerte y llevarnos a un lugar seguro: La casa del Amor. En virtud del Sacrifico de Cristo hemos sido justificados, salvados y santificados (cf Rm 5, 1-5) Por amor de Cristo podemos dar gritos de júbilo: “Todos vosotros sois hijos de Dios” “Todos vosotros sois hermanos” “Todos vosotros sois comunión” (Gál 3, 26; Mt 23, 9; 1 Cor 12, 12)

V  La Santificación.Gracias a la inmensa benevolencia que ha prodigado sobre nosotros, concediéndonos todo tipo de sabiduría y conocimiento. En efecto, nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad, conforme al benévolo proyecto que se había propuesto de antemano” (Ef 1, 8). Sabiduría y entendimiento son dos dones del Espíritu Santo, de quien Jesús dijo que nos llevaría a la verdad plena (cf Jn 16, 13) El Espíritu de la verdad es el que nos enseña “el Proyecto de Dios” revelado en Cristo Jesús, nacido por amor (Jm 3, 16) para darnos vida eterna (cf Jn 10, 10) según el proyecto de Dios (cf 1 Jn 5, 11) La única razón por la que Jesús vino al mundo es porque Dios nos ama a todos y desea la salvación gratuita para todos (cf 1 Tim 2, 4).

 ¿Qué hacer para hacer nuestras las bendiciones de Dios? Según el Plan de Dios la condición esencial es creer en Jesús y convertirse a él, para entrar en el reino de Dios y participar de la Plenitud y alcanzar la madurez en Cristo (cf Mc 1. 15; Ef 4,13)): “Porque en Cristo reside la plenitud de la divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis la plenitud en él, que es la cabeza de todo principado y de toda potestad” (Col 2, 9-10). San Juan nos dice: “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16) “Ésta es la voluntad de mi Padre: que quien vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna” (Jn 6, 40). El mismo Jesús nos invita a la fe al decirnos en el Evangelio de san Juan: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí” (14,1) San Mateo Jesús mismo invita los pecadores a ir a él: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso” (Mt. 11, 28)

Algunos textos de san Pablo nos confirman que a la luz del Proyecto de Dios nos apropiamos de los frutos de la Redención por la fe en Cristo Jesús: “conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús. Tratamos así de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado (Gál 2, 16) “Así pues, una vez que hemos recibido la justificación mediante la fe, estamos en paz con Dios” (Rm 5, 1). “De este modo, Dios ha realizado su designio eterno en Cristo Jesús, Señor nuestro, quien, mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios (Ef 3, 11- 12) “Así que doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que, en virtud de su gloriosa riqueza, os conceda fortaleza interior mediante la acción de su Espíritu, y haga que Cristo habite por la fe en vuestros corazones. Y que de este modo, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conozcáis el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento. Y que así os llenéis de toda la plenitud de Dios (ef Ef 3, 14- 19).

Permanezcan en mi AmorEs la invitación de Jesús a los suyos, a sus creyentes, llamados a ser discípulos misioneros por voluntad de Dios (cf Jn 8, 31- 32) “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él dará mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. Si alguno no permanece en mí, es cortado y se seca, lo mismo que los sarmientos; luego los recogen y los echan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 5- 10). ¿Cómo podemos permanecer en el amor de Cristo? Creo que permanecemos en el amor de Cristo, permaneciendo amados, liberados, reconciliados y santificados por él. Permanecemos en su amor también amando a Dios y a los hermanos, guardando sus Mandamientos. Permanecemos en su amor adorando, alabando, bendiciendo, dando gracias y sirviendo a Dios en nuestros hermanos, para de esta manera, ser “alabanza de su gloria”.

Por la Fe y el Bautismo entramos a la Comunión. San Pablo, a la luz de su experiencia espiritual que brota del encuentro con Cristo en el camino de Damasco, afirma que Cristo es el Mesías prometido y con su muerte a redimido al mundo, y en virtud de su sangre ha perdonado los pecados (cf Ef 1, 7) Afirma además que Cristo habita en aquellos a los que perseguía para castigarlos y darles muerte. Descubre además su vocación de apóstol de los gentiles para llevarlos el anuncio del Evangelio para creyendo se salven y sean miembros del Cuerpo de Cristo (Hech 9, 1- 19; Rm 12, 5; 1 Cor 3, 15) Pablo creyó por las palabras de Ananías y recibió en el bautismo para perdón de los pecados y recibió el Espíritu Santo, y esta manera entra en la “Comunión con Dios y con todos los miembros del Cuerpo de Cristo”. Como apóstol de Cristo puede decirnos en la carta a los Gálatas: “Mas, una vez llegada la fe, ya no estamos a merced el pedagogo, pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.  Los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo” (3, 25- 27). Es la misma instrucción que Jesús dijo a sus Apóstoles: “Luego les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16, 15- 16) «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 18- 20)  Por el Bautismo entramos en la Nueva Alianza sellada con la Sangre de Cristo, el Cordero de Dios que se entregó por amor en favor de todos los hombres.

No te bajes de la cruz.  Cuando el cristiano se baja de la cruz, rompe la amistad con Cristo, abandona y sale de los terrenos de Dios. El amor, la verdad y la vida, la justicia, la libertad y la santidad, para caer en el pozo de la muerte (cf Rm 6, 23) e irse habitar el país lejano y derrochar los bienes de fortuna como un libertino (cf Lc 15, 13). Con su vida Pablo daría a los creyentes un grito de alarma para que perdieran la fe: “No se bajen de la cruz”.   “Ahora estoy crucificado con Cristo;  yo ya no vivo, pero Cristo vive en mí. Todavía vivo en la carne, pero mi vida está afianzada en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2, 19- 20). “Además, los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24) Es lo que Pablo llama: morir al pecado para vivir para Dios en Cristo Jesús (Cf Rm 6, 11).

Vivir para Dios en Cristo Jesús.  “Si vivimos por el Espíritu, sigamos también al Espíritu” (Gál 5, 25) “Morir con Cristo y resucitar con él” son dos momentos de un mismo acontecimiento: “Muerte y resurrección”  “Por medio del bautismo fuimos, pues, sepultados con él en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos mediante la portentosa actuación del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”. (cf Rm 6, 4) La vida nueva es Cristo es vida redimida, liberada, salvada y santificada que nos hace decir: “Para mí la vida es Cristo y la muerte es ganancia” (cf Flp 1, 21) No podemos decir que soy de Cristo y bajarnos de la cruz, sería una mentira, Pertenecer a Cristo es una garantía cuando estamos crucificados con él, entramos en su Pascua, para ser una creación nueva, y poder desde la “cruz” dar vida a los miembros del Cuerpo de Cristo y dar luz y vida a los muertos.

No te bajes de la cruz nos dice aquel que nos dijo: Ámame y sígueme, conforma tu vida con la mía. Guarda mis mandamientos para que permanezcas en mi amor y sea un testigo de mi liberación y de mi amor. Nos bajamos de la cruz cuando no amamos a Jesús ni a los que él ama. Salimos del amar cuando en vez de amar a Jesús amamos al dinero, a los carros de lujo, al poder o nos dejamos llevar por las pasiones desordenadas. Amar a Jesús pide esfuerzos, renuncias y sacrificios por amor para que podamos ofrecer a Dios un culto espiritual que hace bien a todos los miembros del Cuerpo de Cristo (cf Rm 12, 1). Y así entender que en Plan de Dios somos amigos de Dios y de su Cristo en la medida que por amor “hacemos su voluntad” y damos la vida por el “Reino de Dios y de Cristo.”    

 “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo nunca sabe lo que suele hacer su amor; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí; más bien os he elegido yo a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto sea duradero; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre él os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 13- 17)

Señor Jesús, Tú eres mi Luz y mi Salvación.

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