12.
LA BATALLA ESPIRITUAL
Objetivo: Ayudar a tomar consciencia que la vida cristiana es
un don de Dios, una tarea y una lucha que pide esfuerzos, renuncias y
sacrificios, para purificar el corazón de todo lo que no sea Reino y poder
llevar una vida consagrada al Señor, en el cultivo de las virtudes cristianas y
de los valores del Reino.
Iluminación: “No te pido que los retires del mundo, sino que
los guardes del Maligno” (Jn 17, 15) “Si vivimos según el Espíritu obremos
también según el Espíritu” (Gál 5, 25)
“No nos dejes caer en tentación”. No nos dejes
tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate
entre la “carne y el Espíritu” (Catic
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1.
Los enemigos de la fe.
Para Pablo una vida que no es iluminada y conducida
por el Espíritu Santo es vida pagana, mundana, vida de pecado, a la cual él
denomina: “vivir en la carne” y sus
frutos son llamados las “obras de la carne” (Gál 5, 16- 19). Para el Apóstol
todo espíritu que no viene de fe es pecado (Rm 14, 23); por lo tanto, se opone
a la fe. En la carta a los efesios enumera a los tres enemigos clásicos de la
salvación: mundo, maligno y carne (Ef 2, 1-3) que hoy algunos concentran en el
“Ego” que lucha contra el “Amor espiritual”. Con palabras del Apóstol: “hombre
viejo contra hombre nuevo” (Ef 4, 21-23)
Desde Pablo podemos afirmar que todos los pecados
capitales son enemigos de la fe, el peor y más grande es la soberbia que se
niega a obedecer, amar y servir. No obstante, me atrevo a decir que los más
grandes enemigos de la salvación, hoy día, no son Egipto o Asiria, sino, el “Individualismo”
y el “Relativismo”. Ambos son hijos de la mezcla de los pecados capitales: la
soberbia y la avaricia engendran el individualismo que reza: “Estando yo bien
los demás allá ellos”. No hay preocupación por los demás. Mientras que el
relativismo, mezcla del egoísmo, lujuria y la envidia, reza, bueno lo que me es
útil lo que me deja placer, lo que me hace poderoso. El hombre vencido por la
maldad, se convierte en un ser servil oprimido y opresor de sus hermanos.
2.
El Combate de la fe.
Todo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios ha
nacido de Dios, y todo el que nace de Dios vence al mundo. Y la fuerza que
vence al mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree
que Jesús es el Hijo de Dios? (1 Jn 5, 1.4-5) En el Padre Nuestro pedimos: “No
nos dejes caer en tentación y líbranos del Mal”. El Señor Jesús también dijo a
sus Apóstoles y en ellos a todos nosotros: “Vigilen
y oren para no caer en tentación” (Mt 26, 41) Vigilar significa conocerse,
despojarse, revestirse y luchar contra los enemigos de la salvación: el Mundo,
el Maligno y la carne, el hombre viejo que se enconcha en el interior de
cristiano negándose a perder el reinado de las pasiones y de las
concupiscencias.
“Porque
estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de partida es inminente.
He participado en una noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe.
Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el
Señor, el justo juez y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan
esperado con amor su Manifestación”
(2 Tim 4, 6- 8)
La vida espiritual es don y lucha. Luchamos por lo
que se considera valioso: La Gracia de Dios que se nos ha otorgado en Cristo. “Por lo demás fortaleceos por medio del
Señor, de su fuerza poderosa, revestíos de las armadura de Dios para poder
resistir a las asechanzas del Diablo”… Por
eso tomad las armas de Dios para poder resistir en el día funesto; y manteneos
firmes después de haber vencido en todo” (Ef 6, 10-13) ¿Cuál es la clave
del Apóstol Pablo para salir victorioso en el combate de la fe? Tres son sus
armas poderosas, verdaderas armas de Luz:
V Una mente
iluminada por la Verdad. La verdad
es el fundamento de la libertad, de lo bueno, de lo justo, de lo perfecto. La
verdad es lo firme, lo estable, lo seguro, mientras que la mentira es el
fundamento del hedonismo, del odio, de lo malo. “No se mientan, hablen siempre la verdad unos a los otros” (Ef 4, 25)
“Aborrezcan el mal y amen apasionadamente el bien” (Rom 12, 9) Para Pablo
la vida en Cristo es vivir en la verdad que nos hace honestos, sinceros,
humildes, íntegros. Por eso exhorta a los Efesios a “mantenerse firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad y revestidos
de la justicia como coraza” (Ef 6, 14)
V Una
voluntad firme, férrea y fuerte para amar. Para hacer la voluntad de Dios,
para seguir a Cristo y vivir para Él. Lo que exige al cristiano descubrir y
vivir el sentido pascual de la fe: morir al pecado y vivir para Dios en Cristo
Jesús (Rm 6, 6, 11). Despojaos del hombre viejo y revestíos del hombre nuevo en
justicia y santidad (Ef 4, 23-24) “No se
dejen vencer por el mal, al contrario, venzan con el bien al mal” (Rm 12, 21).
V Un corazón
lleno de amor a Cristo y a la Iglesia. “Para mí
la vida es Cristo y la muerte es ganancia” (Flp 1, 21). El Apóstol se sabe siervo y apóstol de Cristo por
voluntad del Padre” (Gál 1,1; Ef 1,1) Toda su vida es ofrenda a Cristo su
Señor, verdad que lo hace decir: Velad y manteneos firmes en la fe; tener valor
y sed fuertes: Hacedlo todo con amor (1 Cor 13-14) Su amor al crucificado
resucitado lo hizo exclamar: “Maldito el
que no ame a Cristo” (1 Cor 16, 22). El Apóstol vive para que Cristo sea conocido,
amado y servido: “Os amo a todos en
Cristo” (1 Cor 16, 2). Amor apasionado por Cristo y por su Pueblo que es la
Iglesia.
3.
Las crisis de la fe.
La vida de los cristianos conoce la experiencia de
la alegría y del sufrimiento, ya que las pruebas de la vida, a la vez permiten
comprender el misterio de la cruz y
participar de los sufrimientos de Cristo (Col 1, 24), son preludio de la
alegría y la esperanza a la que nos conduce la fe: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10) Las crisis o
pruebas de la fe son inevitables. Su finalidad es sacarnos de una fe infantil
para llevarnos a través del horno del sufrimiento (1 Pe 1, 6-7), a la madurez
humana y cristiana. El Eclesiástico nos dice: “Hijo mío te has decidido servir al Señor, prepárate para la prueba.
Endereza tu corazón y mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad”
(Eclo 2, 1-2) Hay tres cosas con las que podemos hacer frente a una crisis
de fe que no nos servirían de mucho: negarla, echarle tierra encima y auto
justificarnos, el problema sigue y nunca habría un crecimiento sano en la fe.
En cambio si en medio de la crisis hacemos oración encontramos la fuerza para
enfrentarla, aceptarla y hablar de ella.
4.
A modo de testimonio.
Vienen a mi memoria muchas de las pruebas que he
recibido en mi vida, verdaderos regalos de Dios. El autor de la “Imitación de
Cristo”, describe las crisis de fe como “la visita que el Señor hace a sus
elegidos. Los visita para confirmarlos en la fe o para corregirlos. El gran
peligro sería el no “reconocer el día de su visita” y negarle entrada a nuestro
corazón. Desde la primera de mis crisis entendí que se trataba de un don de
Dios, una enseñanza para la vida, necesaria para dejar atrás el infantilismo
espiritual y dar un paso en la senda hacia el crecimiento espiritual de
frente a la aceptación de la voluntad de Dios y al abandono de los planes personales
para abrirse a la acción del Señor. Sin purificación no hay crecimiento en la
gracia o en la virtud.
Otra de las crisis que dejó huella en mi caminar
espiritual al principio de mi conversión se debió a la gran admiración que yo
sentía por un sacerdote: sus conocimientos teológicos, su estilo de
predicación, sus carismas, y más. Mi admiración me hacía defenderlo y
proponerlo para cualquier cosa. Esta crisis de fe me enseñó que Dios no admite
competencia: había caído en la idolatría. Cierto día alguien me acusó con él,
me juzgo de oídas, cuando llegué a la enseñanza me negó el saludo, rechazó mis
servicios y públicamente me expuso ante la comunidad. Su intención era
aplastarme, destruirme como él mismo lo dijo a la asamblea. Cuando me dirigí al estacionamiento, con la
intención de retirarme para siempre de aquel lugar, me sentí el más tonto,
derrotado y defraudado, no sabía el por qué. Al sentarme detrás del volante de
mi carro, éste se negaba a encender, esperé un momento para un segundo intento,
y vino a mí la palabra del Señor: “Uriel, ¿cómo te trató tu dios?” Me llené de
luz, entendí que era una lección, que Dios me estaba purificando, me estaba
haciendo pedacitos a mi dios. Mi ídolo
no era más que una criatura que al creerse de un chisme me había juzgado. Aquel
sacerdote había estado ocupando en mi corazón el lugar de Cristo.
Mi respuesta al Señor en la oración fue sencilla: Señor
Jesús, ¿Qué me quieres enseñar? Es cierto, lo que me dices: hice del sacerdote
mi ídolo. Señor, ¿qué quieres que haga? Haré lo que me digas. La respuesta que
recibí fue inmediata: Has oración por él. Mi respuesta a la voluntad de Dios
fue como la de María en la Anunciación: “Hágase
en mí según tu Palabra, hágase tu voluntad en mi vida” (Lc 1, 38).
Experimenté una frescura, una paz y un gozo indescriptible, no pude contener
las lágrimas, la crisis había pasado, el Ángel del Señor, había realizado su trabajo
y cumplido su misión. Con la libertad de espíritu, me dejó un corazón lleno de
agradecimiento.
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