13.
LA
EXPERIENCIA DE LA FE
Objetivo:
Ayudar a comprender y a profundizar la experiencia de Dios en nuestra vida para
responder con generosidad y solidaridad como testigos, discípulos y misioneros.
Iluminación. “Por eso te recomiendo que reavives el carisma de
Dios que está en ti por la imposición de las manos. Porque no nos ha dado el Señor a nosotros un espíritu de timidez,
sino de fortaleza, caridad y templanza”
(2Tm 1, 6-7).
1.
Pentecostés:
El cumplimiento de las promesas.
Cristo
definió Pentecostés como una experiencia de "bautismo en el
Espíritu". Es el cumplimiento de una promesa: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos” (Hech
1, 8). Este acontecimiento fue definitivamente una experiencia religiosa:
estaban en oración, recibieron el bautismo con manifestaciones externas y gran
gozo, hablaron en lenguas y una poderosa unción para la predicación que
traspasaba los corazones (Hech 1, 5).
Juan el Bautista había profetizado que sólo “Jesús
puede bautizar con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3, 16). El Señor mismo ansiaba este momento al descubrirnos
los anhelos de su Corazón: “He venido a
arrojar un fuego sobre la tierra, y cuanto desearía de que ya estuviera
encendido” (Lc 12, 48), es el
fuego del Amor; el fuego de la Evangelización; es el “Fuego de Dios” que quema
las impurezas de nuestros corazones para hacernos hombres nuevos. Mientras ese
fuego no arda en nosotros, seguiremos en tinieblas, llenos de pecados y
esclavos de la carne con sus pasiones desordenadas. Nuestro corazón seguirá
siendo de piedra.
2.
¿De
qué bautismo se trata?
La
Iglesia nos enseña que el bautismo solamente es uno: “Un solo Cuerpo de Cristo, un solo Espíritu, una sola fe, un solo
bautismo, un solo Dios y Padre que está en todos” (Ef 4, 4-5). Nuestra
Madre la Iglesia nos ha enseñado que son siete los Sacramentos instituidos por
Cristo. No se trata de un nuevo Sacramento, como tampoco se pretende decir que
no se haya recibo antes al Espíritu Santo. El cristiano posee el Espíritu Santo
desde el don del bautismo y la confirmación, pero, el Espíritu no siempre lo
posee a él. Es decir, falta la integración a la vida del don que se ha recibido
de Dios y de su presencia. De ahí la urgencia de pedir a Dios que renueve la
gracia recibida en los Sacramentos, como también, fuera de ellos.
3.
El
Bautismo en el Espíritu Santo.
Se
trata de una experiencia, más o menos profunda, de la presencia del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo en nuestra vida. Experiencia que es el motor de la
“Nueva Vida”, de la vida en Cristo o de una vida según el Espíritu Santo que
nos enseña a vivir según Dios. Esta experiencia viene a renovar todas las
gracias recibidas en los Sacramentos ya recibidos. Porque el Espíritu de Cristo
al entrar en el creyente actualiza en él la muerte y Resurrección de Cristo le
quita el corazón de piedra y le da el corazón nuevo.
Esta
experiencia de Dios es como la inmersión en el agua viva del Espíritu Santo,
una nueva alegría de existir para Dios, de adorarle y servir a los demás. Nos
deja una sensación de paz, un deseo de conversión, de valentía para anunciar a
Cristo a los hermanos; experiencia de liberación interior y de determinación
para seguir a Cristo en todas las circunstancias de la vida. Lo que más cuenta
son los frutos del Espíritu: “Caridad,
alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y continencia”
(Ga 5, 22). Para algunos constituye
una experiencia profunda de conversión; para otros un lento progreso espiritual
que lleva a la experiencia de una
vida auténticamente cristiana.
Digamos también que la experiencia del “bautismo
del Espíritu Santo” mantiene vivo el recuerdo de Jesús, es el que lo
“glorifica”, es Él, quien lo da a conocer (Jn 16, 4). A través de esta gracia
la persona experimenta un nuevo amor y un nuevo deseo de servir a Cristo. Entra
en una relación personal con Él, porque el Espíritu hace que amemos la
“voluntad de Dios” y nos abracemos a ella.
Para entender esta experiencia recordemos las
palabras de Juan el Bautista: “Él os
bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc
3, 16). La experiencia personal me ha enseñado que Cristo bautiza con su
Espíritu a todo creyente que le abre la puerta de su corazón y se deja conducir
por Él. Jesús el Señor, no entra en nuestro interior con las manos vacías:
lleva con Él el “Don, la gracia de su Espíritu”, la “Nueva Ley”.
Para mí, el Bautismo del Espíritu es una “Nueva efusión del Espíritu que irrumpe en
nuestra vida”. Se trata de un “verdadero avivamiento” de todas las gracias
recibidas por medio de los Sacramentos, de la escucha de la Palabra y de la
oración. Este avivamiento de la gracia recibida con anterioridad, nos lleva al
“Encuentro personal con Cristo”. Encuentro liberador y gozoso, Motor de la
“Vida Nueva”. Puede darse dentro de la recepción de un Sacramento, durante un retiro
espiritual o en los acontecimientos de la vida. En la medida que nos abramos a
la acción del Espíritu de Cristo (cf Rm 5, 1- 5).
San Juan nos recuerda la promesa de Jesús: “Del corazón del que crea en mí, brotarán “ríos de agua viva” (Jn 7, 37). El apóstol Pedro revestido
con el poder del Espíritu nos dice: “Todo
el que se arrepienta y se bautice en el nombre de Jesucristo, recibe el don del
Espíritu (Hech 2, 38).
El apóstol Pablo nos enseña el camino para recibir
esta Gracia: “Por la fe en Jesucristo
ustedes recibieron el don del Espíritu” (Ga
3, 1-4). Fe en Jesucristo y conversión, sin esto, seguiremos siendo
sepulcros blanqueados.
4.
La
Oración para recibir la efusión del Espíritu.
La
oración por efusión del Espíritu Santo, (efusión, derramar sobre, entrar de
fuera) o por la liberación del Espíritu (avivamiento) en nuestro interior
recibido en nuestro Bautismo; (infusión es desbordamiento, de dentro hacia
fuera) efusión o infusión son fruto de la acción de Dios. La oración consiste
en una petición dirigida al Padre o al Señor Jesús para que abra las puertas
del Cielo y derrame el don de su Espíritu, renueve los portentos de Pentecostés
en la vida de la Comunidad o del hermano o hermana por quien se ora.
Una oración llena de fe y caridad fraterna que la
comunidad eleva a Dios en virtud de los méritos del Señor Jesús para pedir su
Espíritu, de manera nueva y en mayor abundancia, sobre la persona por la que se
ora. Esta oración se hace generalmente mediante la imposición de manos, la cual
no es un rito sacramental, ni mágico, sino, un gesto de amor fraterno, una
expresión de comunión fraterna, un signo externo de solidaridad en la oración,
con el deseo ardiente, sometido a la voluntad de Dios, de que Jesús libere o
derrame sobre nuestro hermano(a) el don del Espíritu Santo que Él nos ha
comunicado.
5.
¿Cómo
inicia y madura la experiencia de fe?
El
gran acontecimiento de Pentecostés comenzó en Jerusalén hace ya más de dos mil
años, pero Dios quiere darnos la experiencia individual a cada uno de sus hijos.
Si entendemos la Experiencia individual de Pentecostés como >>Encuentro
personal con Cristo por la acción del Espíritu<<, podemos pensar y decir
que se trata de un “Encuentro” entre la “Ternura de Dios y la miseria del
pecador que vuelve a casa”. Es un momento de gracia dentro del proceso
vivencial de la fe o del camino que se ha recorrido. Es el don de Cristo a
quien se haya dejado encontrar por Él. Momento de plenitud, de llenura (vestido
nuevo, anillo a la medida, sandalias
nuevas, fiesta… Hijo pródigo). Dios no solo perdona, sino que llena el corazón
del “Vino Nuevo”: Amor, Paz y Gozo en el Espíritu.
6.
Del corazón del que cree en Mí brotarán ríos de
agua viva (Jn 7, 38-39)
Esta nueva apertura a la acción, movimientos,
dirección e inspiración del Espíritu Santo abarca a toda la persona: mente, voluntad
sentimientos, memoria, relaciones e historia, que son tocados por la acción de
Dios de manera que manifestarán los
frutos, virtudes, dones y carismas para edificar nuestra estructura espiritual
y para edificar la Iglesia. Algunos de los frutos:
V Conversión interior
y transformación de vida. El
creyente que ha recibido el amor de Dios en su corazón se convierte en una persona apasionada por el Reino de Dios,
que hace de la voluntad del Señor la delicia de su vida. Guardar sus
Mandamientos ya no es una carga, porque se sabe y se siente justificado: amado
por Dios, perdonado y salvado por Él.
V El amor a
Cristo y un compromiso personal con Él.
El hombre nuevo es un enamorado de Cristo. Vive de encuentros con Él. Se sabe
su testigo, su amigo, su discípulo y su misionero. Lo escucha, lo obedece, le
pertenece, lo sirve y se deja conducir por Él.
V Amor a la
lectura de las Sagrada Escrituras.
El amor a la Palabra de Dios. Antes de que el Espíritu de Cristo irrumpiera en
su interior, la Biblia era un “libro empolvado” que sólo se le tenía como
adorno. Ahora siente un amor a la Palabra: es leída, escuchada, meditada y
cumplida, como respuesta al hambre y a la sed por conocer al Amigo y saber de
su Voluntad. La lectura asidua de la escritura nos llena de “Una Luz poderosa para
comprender mejor el misterio de Dios y su plan de salvación.” La Palabra de
Cristo libera (Jn 8, 32), limpia (Jn 15, 1-5), santifica (Jn 17, 23) y conduce
a la salvación y a la perfección cristiana (2 Tim 3, 14ss)
V El amor a
la oración. Tanto individual
como comunitaria; espontanea como litúrgica. La Experiencia de Dios nos
convierte en orantes con poder a favor de los demás y de la Iglesia. Oración
íntima, cálida, extensa y perseverante, agradecida e intercesora.
V El amor a
la Iglesia y amor a los Sacramentos.
Esto enriquece el sentido de ser Iglesia y el compromiso de la misión. A la
Iglesia se le ama como es: santa y a la vez necesitada de purificación, en ella
hay santos y pecadores, débiles y fuertes, sanos y enfermos, si alguno quiere
ser de uso especial que se consagre al Señor (2 Tim 2, 20)
V El amor
fraterno. Es por excelencia la señal
de la Nueva Ley. Podemos afirmar sin miedo que donde hay amor fraterno actúa
como en su propia casa el Espíritu Santo. Sin el amor fraterno la fe no habita
en nuestros corazones (Ef 3, 17)
V El amor y
la devoción a la Virgen María. Un amor filial a la Madre de Cristo y de los
creyentes. María es Madre, Modelo y
Figura de la Iglesia, Ella es la “Bendita entre la mujeres”, “es Madre del
Señor” y es “Mujer creyente”.
V El deseo
creciente de apertura a la acción del
Espíritu Santo, que guía a los hijos de Dios y les da la
fuerza para dar testimonio con poder. Deseo que va acompañado por el rechazo a
las obras de la carne y la guarda de los Mandamientos de la ley de Dios (cfr Jn
14, 21).
V Ejercicio y
crecimiento de las virtudes humanas y
cristianas junto con la entrega generosa al servicio en favor de los débiles
(apostolado). El crecimiento en las virtudes responde a una vida en la verdad,
fundamento de todas las libertades y de toda virtud cristiana (Col 3, 5- 14).
V Aparecen
los carismas: Manifestaciones
y Ministerios del Espíritu Santo para conducir, gobernar, santificar la
Iglesia. Entre otros aparecen en la comunidad los profetas, los maestros, los
apóstoles, los evangelizadores que son verdaderos discípulos y misioneros de
Cristo para que el mundo tenga vida en Él (Ef 4, 11).
V El gozo
inefable. No es el gozo que nos dan
los sentidos, sino, el “Gozo” profundo que sólo puede venir del Espíritu de
Dios. Es la señal que seguir a Cristo, Luz del mundo, es una fiesta. Es el gozo
que brota de la paz, de la donación, de la entrega, del servicio.
7.
Sin olvidar que es un proceso.
El punto de partida fue el encuentro liberador y
gozoso con Cristo, el punto de llegada es estar en las “Manos del Padre”:
Jesucristo y el Espíritu Santo. San Pablo nos dice: “Estoy crucificado con Cristo,
muriendo al pecado y viviendo para Dios en el Espíritu Santo” (Gál 5, 24- 25) La Cruz es el lugar
para estar reproduciendo la imagen de Jesús, el Hijo de Dios y poder llegar a
tener sus mismos sentimientos, pensamientos, preocupaciones, intereses y
luchas. No se deben quemar etapas, sino vivirlas para poder crecer en la fe y
entender las palabras del Apóstol Pablo:
“Porque el
Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor ahí está la libertad.
Más todos nosotros con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la
gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más
gloriosos, así es como actúa el Señor que es Espíritu” (2Co 3, 17-
18).
El proceso nos lleva hacer de la voluntad de Dios la delicia de
nuestra vida, para que podamos recibir de su generosidad lo que nuestro corazón
anhele en referencia a nuestra salvación. Sólo a la luz del proceso podemos
exclamar con Jesús: “Mi alimento es hacer
la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su Obra” (Jn 4, 34) También
podremos decir con Pablo: “No vivo yo, es
Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20). Sólo la fe del que está en las manos de
Dios puede mover montañas, caminar sobre el agua y sobre las nubes, es decir,
en el poder de Dios.
Escuchemos a María decirnos: “Hagan lo que él les
diga” (Jn 2, 5) Éste es el evangelio de la Madre que ella misma creyó, vivió y
anunció: “Hágase en mí según su Palabra” (Lc 1, 38). Un proceso que trasforma,
fortalece y nos identifica con Jesús como discípulos misioneros al servicio de
la Misión que recibió del Padre y que Jesús comparte con los suyos.
No tengas miedo dice Jesús a los suyos: “Yo estaré
con contigo todos los días” “Yo estaré en tu esquina” como tu Amigo para
ayudarte y conducirte en cada situación concreta de tu vida.
Oremos: (Mt
28, 19-ss)
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