CONCLUSIONES SOBRE LAS VIRTUDES TEOLOGALES.
1.
¿Qué
es lo que realmente nos pide el vivir las Virtudes Teologales?
¿Cuáles son las manifestaciones de la Fe, la Esperanza y la Caridad como respuesta a la acción de Dios manifestada en Cristo y actualizada en nuestra vida por la acción del Espíritu Santo? ¿Qué es lo que Dios, en su infinito amor, nos propone para que lo podamos conocer, amar y servir en esta vida?
“De un administrador lo que se pide es
que sea fiel” (1Cor 4,2)
qué hermoso será aquél día escuchar las palabras de Jesús: “Ven, siervo bueno y fiel a participar de la alegría de tu Señor” (cfr
Mt 25, 34) “Ven siervo bueno y fiel a participar del Reino que mi Padre os
tiene reservado desde antes de la creación del mundo” (cfr Mt 25, 23) “Ven
siervo bueno y fiel a participar de la Herencia que comparto contigo” (cfr Rom 8, 15-17). La fidelidad
pertenece al ámbito de la fe, es la fuerza de la esperanza y encuentra su
coronamiento en la práctica de la caridad. Fidelidad que pide la armonía que
debe existir en la integración existencial de las tres virtudes teologales.
2. Lo
que se pide es obediencia a la Palabra de Cristo.
Para
Pablo, el Apóstol y Siervo de Jesucristo, la fe, consiste sobre todo en la
“obediencia de la fe”. Salvados por la gracia de Dios manifestada en
Jesucristo, Salvador, Redentor de la Humanidad, Señor de la Historia. Para
Pablo Cristo es Paz, Esperanza, Sabiduría, Salvación y Redención (1 Cor 1,30).
Sólo en su Nombre hay salvación (Hech 4, 12). En Cristo todos somos uno; somos
hijos de Dios, hermanos de los hombres y llamados a servir a los demás (cfr Jn
13, 13). Para el Apóstol somos benditos en Cristo. Elegidos desde la eternidad
en él; destinados a ser hijos de Dios por Jesucristo; redimidos en virtud de su
sangre; poseídos en Cristo por el Espíritu Santo para ser alabanza de la gloria
de Dios (Ef 1, 3- 10).
3.
Lo
que se pide es responder al Amor entregado de Dios.
Para
Pablo, la fidelidad a Cristo, será la respuesta generosa que le demos al
Evangelio de Jesucristo; como siervos estamos llamados a pertenecerle y a ser
dóciles al Espíritu Santo (Gál 5, 24- 25) que guía a los hijos de Dios (Rom 8,
14). Conducidos a tomar posesión de la Esperanza que nos da su llamamiento (Ef
1, 18). Nuestra Esperanza es el mismo Dios, que se nos revela en Jesucristo
como amor, verdad, vida, luz y fuerza poderosa para que realicemos el Plan de
Salvación: Ya desde aquí y ahora, gracias a la Fe, podemos conocer, amar y
servir en esta vida, para ser alabanza de la gloria de Dios, teniendo presente
“El ya, pero, todavía no”. El aquí, está lleno de esperanza, sello de una fe
auténtica; esperanza que orienta nuestra vida hacia la caridad; esta
experiencia, ilumina nuestra vida cristiana como don y tarea. El Paraíso sigue
siendo don y conquista.
Para
Pablo, entonces, el corazón del hombre, se convierte en campo de batalla, en la
que todo cristiano está llamado a ser protagonista y, no siempre espectador, en
la lucha contra el mal. Tanto en la vida como en la lucha, para el cristiano,
la victoria sobre el mal y los frutos de la fe a los que Pablo llama frutos del
Espíritu (Gál 5, 22), son garantizados por la calidad de la confianza y de la
esperanza que se ponga en Cristo: “Yo sé en quien he puesto mi esperanza, no
quedaré defraudado” (1 Tim 1, 22).
4.
Lo
que se pide es la práctica de las Virtudes Cristianas.
Para
Pablo, las virtudes teologales son inseparables y son verdaderas armas en la
lucha contra el mal, de la unidad de las tres: fe, esperanza y caridad,
dependerá la victoria y los frutos de la vida espiritual. Para el Apóstol, el
amor a Cristo y al prójimo, sólo se dará en la medida que tengamos un corazón
limpio, una fe sincera y una conciencia recta (1Tim 1, 5). La fidelidad a
Cristo, garantiza la armonía de las tres: ser hombres nuevos en Cristo (Ef 4,
22ss); hombres capaces de conocer, amar y obedecer la voluntad de Dios,
manifestada en Cristo, para llevar una vida digna del Señor; llena de frutos
buenos (Gál 5, 22); creciendo en toda obra buena; fortalecidos en Cristo;
llenos de alegría y dando siempre gracias a Dios (Col 1, 9- 12).
5.
Lo
que se pide es guardar los Mandamientos.
Tanto
para Pablo como para Juan, Jesucristo es Señor y Mesías por su obediencia al
Padre (Flp 2, 6-11; Jn 14, 31) Las palabras de María en san Juan integran las
tres virtudes teologales: “Hagan lo que
él, les diga”. Obedezcan, esperen y amen, al único que les pueda dar vida
eterna, Jesús, el Hijo de Dios. Creer sin amar, es engañarse a sí mismo; pero
amar, sin esperar, lleva a la fe a la frustración. Esto lo comprendo
mejor, cuando los dones de Dios se
entienden como realidades que piden una
respuesta. Dios nos da sus dones como semillas que deben ser cultivados, hay
que esperar su crecimiento y su madurez, como don y respuesta. Teniendo
presente las palabras del Apóstol: “El
que poco siembra, poco cosecha; el que mucho siembra, mucho cosecha (2 Cor 9,
6). Podemos decir, teniendo presente la pedagogía de la Biblia, “el que
nada siembra, nada cosecha”. Con Palabras de Pablo: “El que no trabaje que no coma” (2 Tes 3, 10).
6.
Lo
que se pide es que se anuncie la fe.
El
grito misionero del Apóstol: “Hay de mí
si no evangelizara, si no predico el Evangelio”. Predicarlo gratuitamente,
renunciando al derecho que confiere su
predicación. (cfr 1 Cor 9, 17 ss). El apóstol Pedro exhorta con la firmeza y la
autoridad que le da el haber sido elegido para ser Heraldo, Mensajero y Apóstol
de la Buena Nueva diciendo: “por tal
motivo, estaré siempre recordándoos estas cosas, aunque ya las sepáis y os
mantengáis firmes en la verdad que poseéis (2 Pe 1, 12).
7.
Lo
que se pide es dar testimonio de la fe.
De
la Mano de María, Figura, Madre y Modelo de la Iglesia, nos proponemos hablar
de lo que creemos. La primera creyente, discípula y primera evangelizadora nos ha
legado su Evangelio, aunque breve, resume en sí toda la Biblia: “Haced lo que
él os diga” para que sean sus amigos, sus discípulos y mensajeros; para que
llevemos una vida plena, fértil, llena de frutos que deben ser puestos al servicio
del bien común. Pedimos con sencillez a la Madre que interceda ante su Hijo, el
Verbo del Padre, para que hoy tengamos
el “Vino del Consuelo y el aceite de la Esperanza y del Amor”.
Pbro. Uriel Medina Romero.
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