¿Cómo se manifiesta la justicia de Dios?
Iluminación: “El hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley” (Rm 3, 28; Gál 2, 16). “Murió para que nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para nuestra justificación” (Rom 4, 25).
La justicia de Dios se ha manifestado en Cristo
Jesús, enviado y nacido para nuestra salvación: “Murió para que nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para
nuestra justificación” (Rm 4, 25). Se manifiesta perdonando y sanando,
reconciliando y promoviendo a los hombres: nos hace gratos y agradables a Dios.
El pecador justificado por la fe entra en el Reino de Dios, en virtud de la
sangre de Cristo en quien Dios nos muestra su justicia, pero no como castigo,
sino como manifestación de su amor, de su perdón, de su misericordia, para con
los pecadores y de esta manera hacerlos justos, es decir, gratos y agradables a
Él.
Que nos quede claro: No es nuestra justicia la
que nos abre las puertas del Reino, sino la bondad y la misericordia que se han
manifestado en Cristo Jesús. Tal como lo dice el Apóstol: «Cristo Jesús se hizo para nosotros sabiduría, justicia, santificación
y redención» (1 Co 1,30). «Para nosotros», ¡no para sí mismo!, ya que
nosotros pertenecemos a Cristo más que a nosotros mismos, habiéndonos él,
comprado a buen precio (1Co 6, 20), inversamente lo que es de Cristo nos
pertenece más que si fuera nuestro.
2.
Cristo es el buscador de las ovejas perdidas.
3.
La
fe-apropiación.
Todo, por lo tanto, depende de la fe. ¿De qué fe se
trata cuando se habla de la justificación «mediante la fe»?. Se trata de una fe
del todo especial: la fe-apropiación. Recordemos las palabras de San Bernardo: «Por mi parte
lo que no puedo obtener por mí mismo me lo apropio con confianza del costado
traspasado del Señor porque está lleno de misericordia. Mi mérito, por eso, es
la misericordia de Dios. Mi mérito no es lo que yo he hecho, es la misericordia
de Dios. Ciertamente no soy pobre en lo que se refiere a méritos mientras siga
siendo Él rico en misericordia. Que si las misericordias del Señor son muchas
(Sal 119, 156), también yo tendré méritos en abundancia. ¿Qué hay entonces de
“mi” justicia? Pues, Señor, recordaré sólo tu justicia, pues esa es también la
mía, porque tú eres para mí justicia de parte de Dios».
2.
Justificación
y confesión.
La justificación don gratuito, mediante la fe, debe
transformarse en experiencia vivida por el creyente. Los católicos tenemos en
eso una ventaja enorme: los Sacramentos y, en particular, el sacramento de la
reconciliación. Éste nos ofrece un medio excelente e infalible para
experimentar de nuevo cada vez la justificación mediante la fe. En ella se
renueva lo que sucedió una vez en el bautismo en el que, dice Pablo, el
cristiano ha sido «lavado, santificado y justificado» (cfr. 1Co 6, 11).
En la confesión ocurre cada vez el “admirable
intercambio”. Cristo toma sobre sí mis pecados y yo tomo sobre mí su justicia.
En nuestra ciudad, como en cualquier ciudad del mundo, hay desgraciadamente
muchos llamados vagabundos, pobres hermanos vestidos con sucios harapos que
duermen a la intemperie arrastrando consigo sus pocas cosas. Imaginemos qué
sucedería si un día se corriera la voz de que en un Almacén muy importante y
lujoso de ropa de nuestra ciudad, hay una “ganga” donde cada uno de ellos puede
acudir, dejar sus harapos, darse una buena ducha, elegir la ropa que más le
guste y llevársela así, gratuitamente, «sin gastos ni dinero», porque por algún
desconocido motivo al propietario le ha dado por la generosidad.
4. ¿Qué es entonces creer en Jesús?
Cristiano es aquel que cree que las “obras de la Ley” no
pueden salvar a los hombres. Cristiano es aquel que cree que nadie puede
salvarse a sí mismo ni a otros. Cristiano es aquel que cree que sólo Cristo
puede darnos “vida eterna”. “Creer
entraña, pues, una doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad
por confianza a la persona que la atestigua” (Catic 177). “No debemos creer en
ningún otro que no sea Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo” (Catic 178). “Creer
es un acto humano, consciente y libre, que corresponde a la dignidad de la
persona humana, y es, a la vez, un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede,
engendra, conduce y alimenta nuestra fe” (Catic 180- 181).
a.
Creer en Jesús es aceptar a Dios como Padre que nos
ama.
Padre que
nos ama y perdona, que nos salva y que nos da su Espíritu Santo. Lo primero es
creer que Dios es Amor y nos ama incondicionalmente e incansablemente, y que el
amor de Dios ha tomado rostro humano en la persona de Jesús para amarnos con
corazón de hombre: “Murió para que
nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para nuestra justificación” (Rm
4, 25).
b.
Creer es confiar en Jesús y confiar en Jesús es
creer en él.
Cuando se
confía en Jesús se le acepta “como nuestro único Salvador personal”: “me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20).
Es mi Redentor: con su sangre me ha comprado para Dios: “Me ha sacado del reino de tinieblas y me ha llevado al reino de la
luz” (Col 1, 13). Creer en Jesús implica: reconocerlo como nuestro
Salvador personal, Señor de nuestras vidas, consagrarle nuestra persona y
nuestra vida. Él es el único que ha muerto y resucitado por los pecadores (Rom
4, 25).
d.
Creer es obedecer a Jesús y obedecer en creer en él.
Creer en
Jesús es aceptar su Palabra como “Norma” para nuestra vida: Vivir según el
Evangelio es vivir como hijo de Dios, hermano de los hombres y servidor de los
demás. Tiene fe quien obedece a Jesús. La obediencia de la fe pide, guardar los
mandamientos de la Ley de Dios (Jn 14, 21. 23)
e.
Creer es seguir a Jesús y seguir es creer en él.
Seguirlo para configurarse con él en su muerte y en su resurrección como respuesta de fidelidad a la Alianza, para que la obra de la salvación crezca siempre en nosotros. San Juan nos dice en su Evangelio: “El que quiera servirme que me siga, que donde yo esté estará también mi servidor” (Jn 12, 26).Seguir a Jesús para servirlo llevando una vida totalmente consagrada a él de acuerdo a las palabras de san Juan ha de ser nuestro objetivo primordial de cada cristiano.
f.
Creer en Jesús es “caminar sobre el agua”
Es decir,
“vencer el mal con el poder de la fe” (cfr Mt 14, 22- 36). Cuando la fe nos
falla, entonces se da el reinado del mal en la vida de los hombres. Sin la fe
es imposible dar el fruto que el Señor espera que demos los que decimos creer
en Él (Jn 15, 5-7). Quien es capaz de caminar sobre el agua, es a la vez capaz
de “caminar sobre las nubes”, lo que significa que se camina en el poder de
Dios. Es ya la fe que se hace amor, donación, entrega y servicio.
Poner la mirada en Jesús, los ojos del corazón fijos en Él, Autor y Consumador de nuestra fe (Heb. 12, 2). Él, Jesús, ha iniciado en nosotros la “obra de la fe” y no descansará hasta llevarla a feliz término. “Cristo invitó a la fe y a la conversión; Él no forzó jamás a nadie. Dio testimonio de la verdad pero no quiso imponerla por la fuerza a los que lo contradecían. Pues su Reino no se impone por la fuerza (Catic 160). Creer en Jesús implica:
a)
Confianza infinita en Dios. Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús que se entregó a la muerte por
nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. “El hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley” (Rm 3, 28;
Gál 2, 16).
e)
2.
Una mirada en María, la Madre del Salvador.
3. Cristo es
el centro de la fe cristiana.
“Todo
lo que hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús,
dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3, 17), para que podáis llegar a ser “alabanza de la gloria de
Dios” (Ef 1, 6).
4.
La
resurrección es el elemento esencial de nuestra fe cristiana.
Por la resurrección de Jesucristo en el corazón de
los hombres, la fe es la convicción de que Dios tiene poder para liberar,
salvar, dar vida a los muertos, y comenzar así, la nueva creación, en la que todo
lo viejo ha pasado, para dar lugar a la plenitud de una vida en la verdad, la
justicia, la libertad y en la caridad.
La experiencia me hace decir que la fe cristiana,
viva, auténtica e iluminada por la caridad es la convicción que no admite dudas
de que Dios ama incondicional a todos y cada hombre. Experiencia que tiene su
iniciativa en Dios que nos ama por primero (1 Jn 4, 10.19). En la acción del
Espíritu que irrumpe en nuestra vida para invitarnos a ponernos de pie, para
iniciar el proceso de regreso hacia la casa del Padre.
Convicción que me da la certeza que sólo Cristo
salva. Qué su Evangelio es la respuesta a todas incógnitas del corazón humano.
Y que sólo en Él podemos dar fruto bueno y en abundancia (cfr Jn 15, 1-5).
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