ASÍ PUES SI HABÉIS
RESUCITADO CON CRISTO BUSCAD LAS COSAS DE ARRIBA DONDE ESTÁ CRISTO SENTADO A LA
DIESTRA DE DIOS.
Iluminación: “Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él.” (Col 3, 1- 4).
Todo aquel que ha muerto con Cristo, también ha resucitado con Él (Rm 6, 6) Es una Nueva creación, le pertenece al “Hombre Nuevo, Jesucristo” (2 Cor 5, 17) Es en Cristo un hombre nuevo con una triple tarea: Le pertenece al Señor, vive para amarlo y para servirlo. Su vida está orientada hacia su Salvador, su Maestro y su Señor. Ha resucitado con Cristo, y en él ha nacido de lo Alto, ha nacido de Dios. (Jn 1, 11- 12)
De Dios no nacemos una sola vez,
sino que siempre podemos estar naciendo de Dios. San Pablo nos da la señal para
estar naciendo de Dios: Morir con Cristo para resucitar con Él: “Pues los
que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus
apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu.
(Gál 5, 24- 25) Jesús en el evangelio de san Juan nos dice la clave para
permanecer naciendo de Dios: “Permanezcan en mi Amor” (Jn 15, 7) con palabras
de san Pablo significa: “No se bajen de la Cruz” para que no caigan en el pozo
de la muerte (cfr Ef 2, 1) La Cruz de Cristo es señal de vida y de poder para
vencer nuestro egoísmo, nuestra miseria, nuestro pecado, y a la misma vez, es
señal de crecimiento, de victoria, de nacimiento…
“Nuestra vida está escondida con Cristo, en Dios.” Cristo es nuestra Fortaleza, nuestra coraza,
es nuestra defensa, mientras, nosotros permanezcamos débiles, somos fuertes en
Cristo y podemos despojarnos del hombre viejo negándonos al pecado para vivir
para Dios. Lo anterior san Pablo lo describe con toda autoridad: “Y esto, teniendo en cuenta el momento en que vivimos.
Porque es ya hora de levantaros del sueño; que la salvación está más cerca de
nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se avecina.
Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas
de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y
borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos
más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer
sus concupiscencias.” (Rom 13, 11- 14).
Lo anterior es repetido por san
Pablo en las cartas de la cautividad: “Pero no es
éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar
de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a
despojaros, en cuanto a vuestra vida
anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las
concupiscencias a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y
santidad de la verdad. Por tanto, desechando la mentira, = hablad con verdad
cada cual con su prójimo, = pues somos miembros los unos de los otros. Si os
airáis, no pequéis; = no se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis
ocasión al Diablo. El que robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus
manos, haciendo algo útil para que pueda hacer partícipe al que se halle en
necesidad. No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente
para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen. No
entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el
día de la redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y
cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos
entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en
Cristo” (Ef 4, 22- 32)
“Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza,
pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae
la cólera de Dios sobre los rebeldes, y que también vosotros practicasteis en
otro tiempo, cuando vivíais entre ellas. Mas ahora, desechad también vosotros
todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de
vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con
sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta
alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no
hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo,
libre, sino que Cristo es todo y en todos. Revestíos, pues, como elegidos
de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad,
mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos
mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó,
perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor,
que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida
vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y
sed agradecidos. (Col 3, 5- 15)
Ofreceos vosotros mismos como hostias vivas: “Así también vosotros, consideraos como
muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. No reine, pues, el pecado
en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias. Ni hagáis ya
de vuestros miembros armas de injusticia al servicio del pecado; sino más bien
ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros
miembros, como armas de justicia al servicio de Dios. Pues el pecado no
dominará ya sobre vosotros, ya que no estáis bajo la ley sino bajo la gracia.”
(Rom 6, 11- 14)
La clave a seguir según el Apóstol
La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y
amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos
inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el
nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre.” (Col 3, 16-
17)
Despojaos de los vicios (de las
tinieblas) y revestíos de luz, (de las virtudes). Luchad a favor del Amor y en
contra del Ego. Es la lucha entre el bien y el mal, entre el hombre viejo y el
hombre nuevo. La victoria es de aquel a quien le demos de comer, de aquel a
quien revistemos… “Hagamos el bien y rechacemos el mal.” (Rom 12, 9)
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