Los medios que ayudan a crecer en la Virtud.
Objetivo: dar a conocer los medios del crecimiento en la fe, la esperanza y el
amor, como camino de madurez humana, para que poniéndolos en práctica, el
cristiano permita que en su corazón crezca el reino de Dios.
Iluminación: “En cuanto a vosotros que el Señor los haga progresar y sobre abundar en
el amor mutuo y en el amor para con todos” (1 Ts 3, 12).
1.
La vida de oración.
El cristiano que no permite que el dinamismo de la Vida Nueva lo impulse
y proyecte hacia adelante, se puede desviar hacia izquierda o derecha, como a
la vez puede estancarse y hundirse en el lodo de la mediocridad,
superficialidad o caer en la tibieza espiritual. El amor que no crece se
desvirtúa y muere. Razón por la que me preocupa dar a conocer los medios de
crecimiento en la Virtud.
Orar en todo tiempo o lugar. Que nuestra oración sea íntima, cálida y extensa. “ya
sea de acción de gracias, de petición, de aflicción o de intercesión” (Mt 7, 7; Fil 4, 4). “Pedid y recibiréis”. La
oración es un medio muy poderoso para ayudarnos a crecer en las Virtudes
Teologales. Cuando la oración brota de las virtudes teologales está revestida
de confianza filial, de afecto y cariño a un Padre que se sabemos que nos ama y
que nos escucha. Es una oración llena de gratuidad que no se apoya en méritos
personales, sino en la “méritos que brotan del corazón de Cristo, Jesús”. Por
eso la oración cristiana es agradecida, humilde, confiada, ardiente,
perseverante y revestida de la alegría por saber que Dios siempre nos escucha.
2.
La lectura y la
escucha de la Palabra de Dios.
Cada vez que ponemos la palabra de Dios en práctica
se da en nuestro interior un crecimiento espiritual. Como también, cada vez que
renunciamos al pecado, brota y crece en nosotros la vida, la libertad y el
amor. Sin renuncias, no hay vida. Escuchemos a Jesús decirnos: “Si tu ojo te
hace pecar, sácatelo”; “Si tu mano te hace pecar, córtatela”; “Si tu pie te
hace pecar, córtatelo” (Mt 5, 27ss). Es decir, niégale al hombre viejo el
alimento que le entra por los sentidos y no busques la ocasión de pecar. “Huye
de la corrupción para que puedas participar de la naturaleza divina” (2Pe 1, 4)
Jesús recomienda a los nuevos creyentes permanecer en su Palabra para ser
discípulos libres capaces de amar y de servir a sus hermanos, como camino para
conocer la verdad y llevar la fe a la práctica de la justicia. (Jn 8, 31-32; Lc
8, 21; Lc 11, 28).
3.
La vivencia de
los Sacramentos.
La
primera comunidad cristiana llevaban una vida centrada en la Eucaristía. “Se mantenían constantes en la enseñanza de
los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2, 42). La
participación activa en los Sacramentos y una vida centrada en la Eucaristía,
culmen y fuente de vida cristiana, nos convierte en “don de Dios para los
demás”. Los Sacramentos son acciones de Cristo y de la Iglesia.
4.
El encuentro con
los pobres.
“Si vuestra
justicia no supera la justicia de los fariseos, no entraréis en el Reino de
Dios” (Jn 5, 25; Mt 25, 31ss). El compromiso cristiano
es expresado en el servicio a los débiles y a los más pobres. Recordando la
norma de Pablo: “La caridad no hace mal al prójimo” (Rm 13, 10). “Acoged al que es débil en la fe” (Rm
14, 1). “Nosotros los fuertes debemos
buscar las flaquezas de los débiles y no buscar lo que nos agrada” (Rm 15,
1).
5.
La aceptación de
la Cruz.
La Cruz es un estilo de vida, de liberación, de
madurez humana y cristiana. Es un camino lleno de experiencias, a veces
gozosas, otras dolorosas, otras veces liberadoras y gloriosas. A la luz de lo
anterior comprendemos las palabras del Apóstol: “Todo lo que nos sucede es para
bien de aquellos que aman al Señor” (Rm 8, 28). El camino de la cruz nos
reviste de humildad, amor fraterno y castidad. Es un camino de muerte y
resurrección, de plenitud en el Espíritu que nos identifica como discípulos del
Señor Jesús (Lc 9, 52ss).
6.
Abrazar la cruz
con amor.
Según la teología de san Pablo: “Morir para vivir”. “Mortificar vuestros miembros mortales” (Col
3, 5ss), “Morir al pecado” (Rm 6, 10ss) para resucitar con Cristo, para
revestirse de Cristo; para revestirse de luz; para revestirse con la armadura
de Dios, para revestirse de santidad y justicia; “Para alcanzar la madurez de Cristo”; para ser libres en Cristo, con la libertad de los hijos de Dios; para
crecer en el conocimiento de Dios (Rm 13, 11ss; Ef 4, 23); Gál. 5, 1; Col
3, 12ss).
7.
La práctica de
las virtudes.
Ésta práctica, está llena de renuncias al amor propio, al egoísmo y al
apego desordenado a las cosas, a las personas y a las ideologías. En su cartas,
Pablo nos enseña la “clave” para practicar los virtudes cristianas: “Despojaos del hombre viejo” (Ef 4, 23);
de las tinieblas (Rm 13, 12ss), “Huyan de las relaciones impuras” (cfr 1Cor 6, 18), “Desechar lo que no sirve”
(cfr Ef 4, 25ss). Pero no basta con no hacer cosas malas, hay que amar el bien
con intensidad (Rom 12, 9).
8.
La comunidad
cristiana.
El lugar por excelencia para crecer en las virtudes
cristianas es la Comunidad cristiana; comunidad fraterna y misionera. En ella
se aprende a vivir como hijos de Dios, como hermanos y como servidores de los
demás. Una comunidad cimentada en la verdad, en el amor y en la vida, es decir,
cimentada en Cristo (cfr Jn 14, 6; Hech 2, 42-47). Para la teología de San
Pablo sin la práctica de las virtudes no hay comunidad, por eso exhorta a los
Filipenses a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús:
“Así pues, si hay
una exhortación en nombre de Cristo, un estímulo de amor, una comunión en el
Espíritu, una entrañable misericordia, colmad mi alegría teniendo un mismo
sentir, un mismo amor, un mismo ánimo y buscando todos lo mismo. No hagáis nada
por ambición o vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como
superiores a uno mismo, y sin buscar el propio interés, sino el de los demás (Fil 2, 1-5).
9.
El apostolado.
El alma de todo apostolado cristiano es el amor. El
apóstol primero ha sido discípulo, ha sido llamado a estar con Jesús, para
luego ser enviado a llevar la Buena Nueva (Mc 3, 13ss). Es un servidor de la
fe, la esperanza, la caridad, la verdad, la justicia. Su identidad es la
solidaridad con el Señor Jesús, con la Iglesia y con la humanidad; sus
características han de ser la amabilidad, la generosidad y el servicio
desinteresado (cfr Mt 28, 20ss), llevando siempre la esperanza que Jesús estará
siempre con él, en cualquier situación concreta en la que se encuentre.
10.
María: Figura y Modelo de la
Iglesia.
María, Madre y modelo de toda virtud, ruega por
nosotros. María, la virgen creyente, la primera discípula de Cristo. Para ella
la fe es abandono en las manos de Dios. Es donación, entrega y servicio. Es
solidaridad con su pueblo y con toda la humanidad. Pablo VI en la Marialis
Cultus nos descubre algunas de las virtudes de la Madre: Ella es la Virgen
oyente, la Virgen orante, la Virgen Madre y la Virgen oferente.
La Sagrada Escritura nos confirma lo anterior al
hablarnos en la anunciación de María como la Mujer de la escucha (Lc 1, 26-39),
en la Visitación como la Mujer solidaria que sirve a los más débiles (Lc 1,
40ss); en el primer milagro de Jesús como la Mujer solícita y atenta a las
necesidades de los demás (Jn 2, 5ss); junto a la Cruz de Jesús como la mujer
fiel al designio de Dios (Jn 19, 25).
Las virtudes de la Madre son evidentes: la fe, la esperanza, la caridad,
la humildad, la sencillez, la solidaridad, la oración, el servicio, y más.
Razón por la cual la Iglesia llama a María: Madre, Figura y Modelo de la
Iglesia.
11.
Conclusión.
Cuando el cristiano deja de vivir de encuentros con
el Dios de la revelación; consigo mismo y con los demás, se convierte en un
pequeño monstruo, se deforma y se desfigura, se deshumaniza y despersonaliza.
Cae en situaciones de desgracia, de no salvación;
situaciones de opresión y explotación que no son queridas por Dios, ya que el
hombre se convierte en esclavo de sus pasiones, del Mal; se apega de manera
desordenada a las cosas, a otras personas; se hace esclavo de la ley.
El camino que Dios nos propone para salir del
“Vacío y del Caos” es Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6). Por la
virtud de Fe, lo aceptamos como nuestro Salvador y Redentor. Por las virtudes
teologales, aceptamos el “Camino” que Jesús nos propone: El camino de las
virtudes, especialmente, la virtud de la Esperanza y de la Caridad (cfr Jn 13,
35), que se identifica con el camino de la Pascua: Morir, ser sepultado y
resucitar con Cristo, morir al pecado para vivir para Dios. Es un despojarse
del traje de tinieblas para revestirse con el traje de luz (Rm 13, 11ss).
Despojarse del hombre viejo para revestirse del
hombre nuevo mediante la práctica permanente y perseverante del cultivo de las
virtudes cristianas, sin las cuales no hay identificación o configuración con
Cristo. Las virtudes son luz y fuerza de Dios que iluminan nuestra
inteligencia, fortalecen nuestra voluntad y santifican nuestros corazones para
que podamos ser la “Imagen y semejanza” de Dios, dentro de una “Comunidad
fraterna”, en la cual nadie vive para sí mismo como tampoco nadie está por
encima de los demás, sino que se camina junto a otros hermanos y hermanas que
también buscan la voluntad de Dios: Nuestra liberación y santificación.
De la mano de María, nuestra Madre, pidamos a
Nuestro Señor y Salvador Jesucristo que nos conceda por sus méritos la gracia
de un crecimiento integral, como personas, que abarque todas nuestras
dimensiones humanas; como cristianos, que abarque las dimensiones de la fe:
creer, vivir, celebrar y anunciar; como servidores de la Comunidad, que nos dé
un crecimiento doctrinal, espiritual y pastoral. Para que podamos ser “Alabanza
de la gloria de Dios”, “Discípulos misioneros de Jesucristo para que el mundo
pueda tener Vida en Él (Aparecida).
Oración: Gracias Padre
por el don de la fe, la esperanza y la caridad. Gracias Padre por darnos a tu
Hijo y darnos al Espíritu Santo. Gracias por darnos a María y por darnos a la
Iglesia. Gracias por los Sacramentos y por todos los medios que pones a nuestro
alcance para ayudarnos a crecer en tu Gracia. Gracias por cada hermano y por
cada hermana que has puesto en nuestro camino como “lugares” de encuentro
contigo, Dios de toda Misericordia. Te pedimos, amado Padre, por los méritos de
tu Hijo Jesucristo que nos a crecer en la fe, esperanza y caridad para que
podamos amarte, conocerte y servirte en esta vida y después pasar la eternidad
en compañía de María, tus Ángeles y Santos. Amén.
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