Con ánimo dispuesto y vigilante
poned toda vuestra esperanza en la gracia que os llegará cuando Jesucristo se
manifieste. (1 Pe 1, 13)
Iluminación.
Con ánimo dispuesto y vigilante poned toda vuestra esperanza en la gracia que
os llegará cuando Jesucristo se manifieste. Como hijos obedientes no os
amoldéis a las pasiones que teníais cuando estabais en vuestra ignorancia.
¿De
qué ignorancia se habla? Hablamos de la ignorancia
religiosa. Propia del antes de conocer a Cristo, (Ef 5,7) Cuando llevábamos una
vida arrastrada, lejos de Dios y de su Casa Santa (cf Lc 15,11ss) Vacíos de
Dios y de su Amor, Verdad y Vida, bajo del dominio de los instintos y de los
impulsos; bajo el dominio de la carne (Rm 7, 14- 20; Gál 5, 16) Nuestra vida
era mundana, pagana, sostenida por una sabiduría diabólica: ¿Hay entre vosotros quien tenga sabiduría o
experiencia? Que muestre por su buena conducta las obras hechas con la dulzura
de la sabiduría. Pero si tenéis en vuestro corazón amarga envidia y espíritu de
contienda, no os jactéis ni mintáis contra la verdad. Tal sabiduría no
desciende de lo alto, sino que es terrena, natural, demoníaca. Pues donde
existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de
maldad. (Snt 3, 13- 16)
En
cambio a la Luz del “Encuentro con Cristo” vamos cambiado
de casa, de dueño, de padre, de reino y de vestido, de actitudes y de obras: “En cambio la sabiduría que viene de lo alto
es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de
compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Frutos de justicia se
siembran en la paz para los que procuran la paz” (Snt 3, 17-18) Para
erradicar la “ignorancia religiosa” no basta en creer en Dios o en tener
conocimiento de su Palabra o de tener conocimientos teológicos. El Apóstol nos
dice: “Tenedlo presente, hermanos míos
queridos: Que cada uno sea = diligente para escuchar y tardo = para hablar,
tardo para la ira. Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por eso, desechad toda inmundicia y
abundancia de mal y recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que
es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la Palabra y no os
contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se
contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que
contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se olvida de
cómo es.” (Snt 1, 19, 23)
A
la luz del Evangelio de san Juan, tengamos presente que la Luz de Cristo
disipa las tinieblas de nuestro corazón para dar lugar al verdadero
conocimiento de Dios: El Amor de donación, entrega y servicio: Jesús les habló
otra vez diciendo: «Yo soy la luz del
mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la
vida.» (Jn 8, 12) Oscuridad, tinieblas, caos, confusión, vacío (cf Gn 1, 1)
Es obra de lo que dice el profeta Jeremías: “Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí
me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas
agrietadas, que el agua no retienen.” (Jer 2, 13) La “ignorancia religiosa nos
lleva al “vacío existencial” y a las “aguas muertas.” Hombres y mujeres que nos
auto nombramos religiosos, pero sin la sabiduría del Espíritu que nos lleva al
conocimiento de la “Voluntad de Dios y a
ponerla en práctica” (cf Col 1, 9- 10)
El profeta Isaías ilumina nuestra
realidad cuando nos recuerda: Oíd, cielos, escucha, tierra, que habla Yahveh;
«Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí. Conoce el buey a
su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no
discierne.» (Is 1, 2- 3) El evangelio de san Mateo ilumina lo anterior al
mostrarnos que realmente “no hay verdadero conocimiento de Dios: “No todo el que me diga: “Señor, Señor,
entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre
celestial. Muchos me dirán aquel Día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros?” Y entonces les declararé: “¡Jamás os conocí; = apartaos de mí, agentes
de iniquidad!” = (Mt 7, 21- 23) Podemos hacer muchas oraciones, tener
muchas devociones, creernos buenos, pero, con una fe sin “compromiso y sin
fundamento.” El Evangelio lo confirma: «Así
pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como
el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella
no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras
mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su
casa sobre arena; cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos,
irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.» (Mt 7, 24-
27)
Volvamos a la carta de
Santiago que ilumina nuestros ojos y toca nuestros corazones: “Si
alguno se cree religioso, pero no pone freno a su lengua, sino que engaña a su
propio corazón, su religión es vana. La religión pura e intachable ante Dios
Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y
conservarse incontaminado del mundo.” (Snt 1, 26- 27) Los hombres que nos
llamamos religiosos, servidores de Dios tenemos el deber santo de hacer
silencio de corazón para evitar la palabrería vana, para “separar la escoria
del metal precioso” para escuchar en el silencio del corazón la Voz de Dios, de
manera nítida, a ejemplo de Jeremías: “Entonces
Yahveh dijo así: Si te vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi
presencia; y si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos se
vuelvan a ti, y no tú a ellos”.
(Jer 15, 19)
Lo que realmente nos
pide el profeta es hacer silencio de pensamientos, palabras, obras; silencio de
corazón para evitar los sentimientos, emociones desordenadas y los impulsos
agresivos, rencorosos, de venganza, de lujuria; acallemos nuestra mente de
negatividad, pesimismos, derrotismos. Es la exhortación de san Pablo a
despertarnos del sueño, (Rm 13, 13) a
ponerse de pie para que Cristo sea nuestra luz (Ef 6, 14) Es la misma
exhortación que Cristo Jesús hace a su pueblo y a todos nosotros: “Venid a mí
todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; =
y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi
carga ligera.” (Mt 11, 28- 29) Es la invitación de Jesús a ser sus discípulos
misioneros que san Juan en el Apocalípsis nos exhorta a creer, obedecer y amar
a Jesús, condiciones para ser de su Grupo: Mira que estoy a la puerta y
llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré
con él y él conmigo.” (Apoc 3, 20) Compartir la Mesa con Jesús es un signo de amistad.
Amigo es amado y amiga es amada. Es compartir la Misión y el destino de Jesús:
“compartir el pan” es “inmolarse y sacrificarse en la presencia de Dios” en
favor de los demás. Es decir con Jesús: “Mi vida no me la quitan, yo la
entrego” (Jn 10, 18) Este es el Mandato del Maestro: “Dadles vosotros de comer”
(Mc 6, 34).
¿Hemos visto las
manifestaciones de Jesús en nuestra vida? ¿Hemos visto su gloria? Ver la gloria de Jesús es
privilegio de los Discípulos que siguen sus huellas: Es ver su espalda, es decir,
ver su pasión y ser parte de ella. Realidad que primero, tenemos que ver
algunas de sus Manifestaciones en nuestra vida y en la vida de los hermanos.
¿Cómo se manifiesta el Señor Jesús en nuestra vida? Escuchemos su Palabra: “El que
tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame,
será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.” (Jn 14, 21)
Lo primero que hace para
manifestarse en nuestra vida es buscarnos como buen Pastor (Lc 15, 4) Si nos dejamos encontrar por Él, nos
libera de la esclavitud del pecado y de sus consecuencias. Nos reconcilia con
Dios y con los hermanos. Nos transforma en una Nueva Creación y nos promueve,
de enemigos en hijos de Dios, de adversarios en hermanos de los hombres, de una
vida estéril en servidores del Reino. Nos hace sus discípulos para luego ser
sus apóstoles para con la fuerza del Espíritu Santo ser sus colaboradores en la
construcción de la “Comunidad, fraterna, solidaria, misionera y servicial. Comunidad
en la que se vive la Comunión y la Reciprocidad: “Ámense los unos a los otros
como yo os he amado” (Jn 13, 34)
Oremos:
Gracias Padre Santo y Justo, que por amor nos has dado a tu Hijo para
redimirnos y darnos el Espíritu Santo, Señor y dador de vida para hacer de los
discípulos de tu Hijo, instrumentos de tu Amor. Qué nuestras oraciones nazcan
del “silencio del corazón.”
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