EL
ESPÍRITU SANTO ALMA DE LA IGLESIA.
Objetivo: profundizar
en el conocimiento de la Persona del Espíritu Santo y su acción en la Iglesia,
para que fieles a las mociones del Divino Espíritu podamos vivir como hombres
nuevos.
El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la
misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes.
El Espíritu actúa por medio de los Apóstoles, pero al mismo tiempo actúa
también en los oyentes (San Juan Pablo II, RM 21)
No somos nosotros los protagonistas de la misión sino
Jesucristo y su Espíritu. Nosotros únicamente somos colaboradores y, cuando
hayamos hecho todo lo que hemos podido, debemos decir: « Siervos inútiles
somos; hemos hecho lo que debíamos hacer » (Lc 17, 10). (San Juan Pablo II, RM 36)
En efecto, los
predicadores deben estar al servicio de la «Nueva Alianza», que no es
«de la letra», que mata, sino «del Espíritu», que da vida (2 Co 3,
6). No se trata de propagar el «régimen viejo de la letra», sino el
«régimen nuevo del Espíritu» (cf. Rm 7, 6).
El Gran envío. Me ha sido dado todo
poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo" (Mt 28, 18-20; cf. Mc 16, 15-18; Lc 24, 46-49; Jn 20, 21-23).
Como el Padre me envió,
también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos (Jn 20, 21-23)
El Designio de
Dios. El Designio de Dios, san Pablo
en la carta a los Efesios sólo lo podemos conocerlo y entenderlo bajo la moción
del Espíritu Santo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues, por
estar unidos a Cristo, nos ha colmado de toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos. Dios nos ha elegido en él antes de la fundación
del mundo, para que vivamos ante él santamente y sin defecto alguno, en el
amor. Nos ha elegido de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de
Jesucristo, porque así lo quiso voluntariamente, para que alabemos su gloriosa
benevolencia, con la que nos agració en el Amado. Por medio de su sangre
conseguimos la redención, el perdón de los delitos, gracias a la inmensa
benevolencia que ha prodigado sobre
nosotros, concediéndonos todo tipo de sabiduría y conocimiento. En efecto, nos
ha dado a conocer el misterio de su voluntad, conforme al benévolo proyecto que
se había propuesto de antemano, con el fin de realizarlo en la plenitud de los
tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y
lo que está en la tierra. Efesios 1, 3- 10).
“Por eso, también yo, al tener noticia de vuestra
fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos, no ceso de
dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones. Así, pido al Dios de
nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, que os conceda espíritu de
sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente, que ilumine los ojos de
vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido
llamados por él, cuál la gloriosa riqueza otorgada por él en herencia a los
santos”(1, 15ss)
Lugares para conocer al Espíritu Santo. La Iglesia comunión viviente de la fe de los Apóstoles, y que ella
trasmite, es el lugar de conocimiento del Espíritu Santo. Por eso podemos
enumerar los lugares en los cuales podemos conocer las manifestaciones del
Espíritu en la Iglesia:
1)
En las Sagradas Escrituras que han
sido inspiradas por Él.
2)
En la Tradición, de la cual los
Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales.
3)
En el Magisterio de las Iglesia,
al que Él asiste.
4)
En la Liturgia sacramental, a
través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en
comunión con Cristo.
5)
En la oración en la cual, Él
intercede por nosotros. (Romanos 8, 26)
6)
En los carismas y ministerios
mediante los cuales Él edifica la Iglesia.
7)
En los signos de vida apostólica y
misionera.
8)
En el testimonio de los santos,
donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de Salvación. (CATIC 688)
A la luz del
Catecismo podemos decir que el Espíritu Santo ora en la Iglesia. El Espíritu
Santo es quien guía a la Iglesia. El Espíritu Santo es quien santifica a la
Iglesia. El Espíritu Santo es quien edifica a la Iglesia.
El Espíritu Santo y la Iglesia. Todos nosotros, que hemos recibido el único Espíritu, a
saber, el Espíritu Santo nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que
por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente de Cristo y que Cristo
haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este
Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son
distintos entre sí…y hace que todos aparezcan como una sola cosa en Él. Y de la
misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos
aquellos en la que ella se encuentra hace que formen un solo Cuerpo, pienso que
también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e
indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual. (san Cirilo de
Alejandría, Jo, 12 CATIC 738)
Este bellísimo
texto de san Cirilo de Alejandría nos hace decir que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Y nos hace reconocer que la
Iglesia no tiene vida en sí misma, sino en Dios, es por su Espíritu, fuente de
vida que hace que la Iglesia sea un “Organismo viviente y vivificador.” La
nueva creación solo puede nacer del Espíritu, del que tiene su nacimiento todo
lo que nace de Dios (cfr. Jn 3, 5ss). La Iglesia y el Espíritu son
inseparables: la experiencia del Espíritu se hace en la Iglesia y da acceso al
misterio de la Iglesia.
San Irineo decía
que donde está la Iglesia está el Espíritu Santo, fuerza que anima y lanza a la
Iglesia con ardor misionero hasta los confines de la tierra, para que los
fieles demos testimonio de Cristo, Nuestro Salvador. Escuchemos el testimonio
de la Escritura y de la Iglesia decirnos:
El Testimonio de la Escritura: “¿No sabéis que
sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno
destruye ese santuario de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el santuario de
Dios es Sagrado, y vosotros sois ese santuario”. (1 Co 3, 16).
1.
Por esta razón Pablo ora al Padre pidiendo que el
Espíritu Santo fortalezca en los fieles al hombre interior (cfr. Ef 3, 14-15).
2.
El Espíritu Santo guía a los hijos de Dios (Rm 8,
15) ¿A Dónde los lleva? (Rm 8, 14)
3.
Santifica a la Iglesia y vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta
que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (Rm 8, 10-11).
4.
El Espíritu
habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un
templo (1 Co 3, 16; 6,19).
5.
Ora y da testimonio de su adopción como hijos de
Dios (Ga 4, 6); guía a la Iglesia a la verdad completa (Jn 16, 13).
6.
La unifica en comunión y ministerio, la provee y
gobierna con diversos dones jerárquicos carismáticos y la embellece con sus
frutos (Ef 4,11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22).
7.
El Espíritu Santo es Espíritu de unidad; nos une e
integra porque es el Espíritu de Dios:
“Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido
llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de
todos, que está sobre todos, por todos y en todos” (Ef 4,4ss.). Solo conoceremos
a Dios si vivimos en comunión con Él y con los hermanos por Cristo Jesús en el
Espíritu Santo. Dios es Unidad.
8.
El Espíritu consagra porque es el Espíritu Santo de
Dios: “Y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en
nuestros corazones.” (2 Co 1, 22). Dios nos elige, nos llama, nos consagra y
nos envía, de manera que Él siempre toma la iniciativa para hacernos
instrumentos y ministros que lo hace presente en medio de su pueblo.
9.
La Iglesia guiada y conducida por el Espíritu Santo
es “Es Casa del Dios vivo, y soporte y columna de la verdad (cfr. 2 Tm 3, 15)
La falsedad, la mentira y el engaño, contradicen la verdad, por lo tanto, el
cristiano, guiado por el divino Espíritu vive, honra y camina en la verdad.
10.
Por el Espíritu conocemos y confesamos que Jesús es Señor (1 Co 12, 3.). Oramos a
Dios (Rm 8, 2). Y lo llamamos por su nombre: “Abbá, Padre” (Rm 8, 15). La obra
del Espíritu Santo es hacer que la gente crea en Jesús; lo acepte como Maestro
y Señor de sus vidas. El nos lleva a reconocer la divinidad de Jesucristo.
11.
“Porque en un
solo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más que un solo cuerpo,
judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un mismo Espíritu”
(1 Co 12, 13), para entrar en la Presencia del Padre, según el don recibido (Ef
2, 18)
El
Testimonio de la Iglesia. No podemos entender la belleza y vitalidad de la Iglesia si no la vemos
llena del Espíritu Santo: Evangelización, sacramentos, catequesis, virtudes,
frutos, carismas y dones espirituales y práctica de la caridad, todo con miras
a edificar una comunidad fraterna revestida de la Santidad de Cristo.
·
“Consumada la obra que el Padre encomendó realizar
al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a
fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los
fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. El es
el Espíritu de vida o fuente de agua que salta hasta la vida eterna.” ( LG 4)
·
Con la fuerza del Evangelio la Iglesia se
rejuvenece, se renueva incesantemente y es conducida a la unión consumada con
su Esposo.(LG 4)
·
Los Católicos recibimos el Espíritu Santo el día de
nuestro Bautismo (CATIC 1265) y por la Confirmación nos vinculamos más
estrechamente a la Iglesia y nos enriquece con una fuerza especial que nos
capacita para difundir y defender la fe como verdaderos testigos de Cristo, por
la Palabra juntamente con las obras. (CATIC 1316)
·
Toda la acción del Espíritu es el darnos acceso a
Dios, en ponernos en comunicación viva con Dios, en introducirnos en sus
profundidades sagradas y en comunicarnos los secretos de Dios. (LG 4)
“Y para que nos renováramos
incesantemente en Él, nos concedió participar de su Espíritu quien, siendo uno
solo, en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo
une y lo mueve, que su oficio pudo ser
comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida
o alma en el cuerpo humano” (LG 7)
·
El carácter sagrado y orgánicamente estructurado de
la comunidad sacerdotal se actualiza por los sacramentos y por las virtudes.
Los fieles incorporados a la Iglesia por el Bautismo, quedan destinados por el
carácter del Sacramento al culto de la religión cristiana, y, regenerados como
hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que
recibieron de Dios mediante la Iglesia. (LG 11)
·
El Espíritu Santo es Espíritu, derramado en los
corazones, es el don supremo de la Caridad; (Rm 5, 5) su primer efecto en
nuestra vida es la remisión de los pecados. Es el Espíritu de la comunión que
vuelve a dar, en la Iglesia, a los bautizados la semejanza divina perdida por
el pecado. (CATIC. 734)
·
Por la comunión con Él, el Espíritu Santo nos restablece en el
Paraíso, nos lleva al Reino de los Cielos y a la adopción filial, nos da la
confianza de llamar a Dios Padre y de participar de la gracias de Cristo, de
ser llamado hijo de la Luz y de tener parte en la gloria eterna. (San Basilio,
Spir. 15, 36; CATIC 736)
·
El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre
sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el Sacramento
de la comunión de la Santísima Trinidad con los hombres. (CATIC 747)
Desde el momento
que recibimos el Espíritu, todo cambia en nuestra vida, nada puede perdernos,
puesto que Dios se nos ha dado y nosotros vivimos en El. Seamos dóciles a las
mociones del Divino Espíritu. Hoy
nosotros podemos ver al Señor Jesús; podemos amarlo y servirlo gracias a la acción del Divino Espíritu en nuestras
vidas. El Espíritu Santo quiere renovarnos y lo hará sí de veras le entregamos
nuestro ser sin reservas y nos dejamos conducir por El. “El nos lleva a la
verdad plena” (cfr. Jn 16, 9). Trabaja constantemente por la unidad del Cuerpo
de Cristo y por la santificación de los corazones. “Por Él, el Padre, vivifica
a todos los muertos por el pecado hasta que resuciten en Cristo sus cuerpos
mortales” (Rm 8, 10- 11)
Juntamente con la
remisión de los pecados, el Padre, derrama su Amor en nuestros corazones con el
Espíritu Santo que Él nos ha dado”. (Rm 5, 1- 5) este amor, la caridad es el
principio de la vida nueva en Cristo, ahora, porque hemos recibido la fuerza
del Espíritu Santo, (Hch 1, 8) podemos
ser los testigos, amigos, discípulos y misioneros de Cristo de Cristo, es
posible reproducir la imagen de Jesús. (Rm 8, 29).
La Conferencia de Aparecida
nos ha dicho que en Espíritu Santo que el Padre nos regala nos identifica con
Jesús Amor (Camino), nos sumerge en el Misterio de Dios y nos hace sus
hijos. Nos identifica con Jesús Verdad enseñándonos
a renunciar a nuestras mentiras y a nuestras ambiciones. Nos identifica con
Jesús Vida, enseñándonos a abrazar su Plan de amor y entregarnos para que otros
“tengan vida en Él.” Nos llena con la “Fuerza del Espíritu” y nos lanza como
los testigos de Cristo a llevar la Buena Nueva hasta los rincones de la tierra.
(Aparecida 137)
La Experiencia Personal. Podemos saber muchas cosas sobre
Dios y su doctrina, pero, no basta, es necesario que seamos testigos con poder,
de la muerte y resurrección de Jesucristo padeciendo en nosotros la acción del
Espíritu Santo que nos guía a la verdad plena, haciendo de cada creyente un
hombre nuevo. Un enamorado de la voluntad del Señor; una persona apasionada por
el Reino de Dios que movida por el agradecimiento por lo que Dios está haciendo
en su vida responde con generosidad a la invitación que Dios le hace de estar
en estrecha comunión con Él y con todos los que han sido llamados a pertenecer
a su Pueblo Santo que es la Iglesia.
Dios no nos llama a
unirnos a un puñado de normas o decretos, sino a una Persona, a vivir en íntima
comunión con Dios mismo, en Cristo Jesús por la acción y presencia del Espíritu
Santo. Los testigos de la Resurrección somos llamados a vivir una estrecha y
profunda amistad con el Señor. A quienes vivan esta hermosa experiencia Él
amorosamente les dice: “No los llamo siervos, sino amigos” A ellos les revela los misterios del Reino,
pero también les exige fidelidad a la Alianza: “Ustedes son mis amigos si hacen
lo que yo les digo” (Jn 15). La amistad con Cristo está cimentada en tres
bases:
·
Le escucha atenta de su Palabra. Él siempre habla a nuestros corazones.
“Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros
queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú
tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el
Santo de Dios.» (Jn 6, 67- 69)
·
La obediencia a la voluntad del Padre manifestada en su Amado Hijo. “Y este es su mandamiento: que creamos en su Hijo, Jesucristo, y
que nos amemos unos a otros (1 Jn 3, 23).
·
Aceptar “ser de Jesús” y pertenecer a su Grupo, para vivir en comunión
con los Doce; de esta manera participar de la misma Misión y del mismo Destino
del Maestro. (Aparecida 131)
Sólo entonces la
vida del Maestro fluye en la existencia de sus amigos a quienes está llamando a
ser sus discípulos, para que conducidos por el Espíritu Santo sean enviados a
sembrar las “semillas del el Reino de Dios en el corazón de los hombres y de
las culturas.
Oración
Por un renovado
Pentecostés en la Iglesia y en el mundo. Por una experiencia renovada de la
acción del Espíritu en nuestra vida. Para pedir al Señor el discernimiento del
Espíritu y poder leer los signos de los tiempos.
Ven Espíritu Santo enciende nuestros corazones con
el fuego de tu amor
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