EL BAUTISMO EN
EL ESPÍRITU SANTO
Objetivo:
Ayudar a comprender y a
profundizar la experiencia de Dios en
nuestra vida para responder con generosidad y solidaridad como testigos,
discípulos y misioneros.
“Por eso te recomiendo que reavives el carisma
de Dios que está en ti por la imposición de las manos. Porque no nos el Señor a
nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, caridad y templanza” (2 Tm 1, 6-7)
Pentecostés: El cumplimiento de las profecías.
Cristo definió Pentecostés
como una experiencia de "bautismo en el espíritu". Es el cumplimiento
de una promesa: “Recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo y seréis mis testigos” (Hch 1, 8) Este acontecimiento fue
definitivamente una experiencia religiosa: estaban en oración, recibieron el
bautismo con manifestaciones externas y gran gozo, hablaron en lenguas y una
poderosa unción para la predicación que traspasaba los corazones.(Hch 1,5)
Juan el Bautista había
profetizado que sólo “Jesús puede bautizar con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,
16). El Señor mismo ansiaba este momento al descubrirnos los anhelos de su
Corazón: “He venido a arrojar un fuego
sobre la tierra, y cuanto desearía de que ya estuviera encendido” (Lc 12,
48), es el fuego del Amor; el fuego de la Evangelización; es el “Fuego de Dios”
que quema las impurezas de nuestros corazones para hacernos hombres nuevos.
Mientras ese fuego no arda en nosotros, seguiremos en tinieblas, llenos de
pecados y esclavos de la carne con sus pasiones desordenadas. Nuestro corazón
seguirá siendo de piedra.
¿De
qué bautismo se trata?
La Iglesia nos enseña que el
bautismo solamente es uno: “Un solo Cuerpo de Cristo, un solo Espíritu, una
sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre que está en todos” (Ef 4, 4-5).
Nuestra Madre la Iglesia nos ha enseñado que son siete los Sacramentos
instituidos por Cristo. No se trata de un nuevo Sacramento, como tampoco se
pretende decir que no se haya recibo antes al Espíritu Santo. El cristiano
posee el Espíritu Santo desde el don del bautismo y la confirmación, pero, el
Espíritu no siempre lo posee a él. Es decir, falta la integración a la vida del
don que se ha recibido de Dios y de su presencia. De ahí la urgencia de pedir a
Dios que renueve la gracia recibida en los Sacramentos, como también, fuera de
ellos.
Se trata de
una experiencia, más o menos profunda, de la presencia del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo en nuestra vida. Experiencia que es el motor de la “Nueva
Vida”, de la vida en Cristo o de una vida según el Espíritu Santo que nos
enseña a vivir según Dios. Esta experiencia viene a renovar todas las gracias
recibidas en los Sacramentos ya recibidos. Porque el Espíritu de Cristo al
entrar en el creyente actualiza en él la muerte y Resurrección de Cristo le
quita el corazón de piedra y le da el corazón nuevo.
Esta experiencia de Dios es
como la inmersión en el agua viva del Espíritu Santo, una nueva alegría de
existir para Dios, de adorarle y servir a los demás. Nos deja una sensación de
paz, un deseo de conversión, de valentía para anunciar a Cristo a los hermanos;
experiencia de liberación interior y de determinación para seguir a Cristo en
todas las circunstancias de la vida. Lo que más cuenta son los frutos del
Espíritu: “Caridad, alegría, paz,
longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y continencia” (Ga 5,
22). Para algunos constituye una experiencia profunda de conversión; para otros
un lento progreso espiritual que lleva a la experiencia de una vida
auténticamente cristiana.
Digamos también que la experiencia
del “bautismo del Espíritu Santo” mantiene vivo el recuerdo de Jesús, es el que
lo “glorifica”, es Él, quien lo da a conocer. (Jn 16, 4). A través de esta
gracia la persona experimenta un nuevo amor y un nuevo deseo de servir a
Cristo. Entra en una relación personal con Él, porque el Espíritu hace que
amemos la “voluntad de Dios” y nos abracemos a ella.
Para entender esta
experiencia recordemos las palabras de Juan el Bautista: “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. (Lc 3, 16) La
experiencia personal me ha enseñado que Cristo bautiza con su Espíritu a todo
creyente que le abre la puerta de su corazón y se deja conducir por Él. Jesús
el Señor, no entra en nuestro interior
con las manos vacías: lleva con Él el “Don, la gracia de su Espíritu”, la
“Nueva Ley”.
Para mí, el Bautismo del
Espíritu es una “Nueva efusión del
Espíritu que irrumpe en nuestra vida”. Se trata de un “verdadero avivamiento” de
todas las gracias recibidas por medio de los Sacramentos, de la escucha de la
Palabra y de la oración. Este avivamiento de la gracia recibida con
anterioridad, nos lleva al “Encuentro personal con Cristo”. Encuentro liberador
y gozoso, Motor de la “Vida Nueva”. Puede darse dentro de la recepción de un
Sacramento, durante un retiro espiritual o en los acontecimientos de la vida.
En la medida que nos abramos a la acción del Espíritu de Cristo. (cfr. Rm 5, 1-
5)
San Juan nos recuerda
la promesa de Jesús: “Del corazón del que crea en mí, brotarán
“ríos de agua viva” (Jn 7, 37)El apóstol Pedro revestido con el poder del
Espíritu nos dice: “Todo el que se
arrepienta y se bautice en el nombre de Jesucristo, recibe el don del Espíritu.
(Hch 2, 38)El apóstol Pablo nos enseña el camino para recibir está Gracia: “Por la fe en Jesucristo ustedes recibieron
el don del Espíritu” (Ga 3, 1-4) Fe en Jesucristo y conversión, sin
esto, seguiremos siendo sepulcros
blanqueados.
La
Oración para recibir la efusión del Espíritu.
La oración por efusión del
Espíritu Santo, (efusión derramar sobre, entrar de fuera) o por la liberación
del Espíritu (avivamiento) en nuestro interior recibido en nuestro Bautismo;
(infusión es desbordamiento, de dentro hacia fuera) efusión o infusión son
fruto de la acción de Dios. La oración consiste en una petición dirigida al
Padre o al Señor Jesús para que abra las puertas del Cielo y derrame el don de
su Espíritu, renueve los portentos de Pentecostés en la vida de la Comunidad o
del hermano o hermana por quien se ora.
Una oración llena de fe y
caridad fraterna que la comunidad eleva a Dios en virtud de los méritos del
Señor Jesús para pedir su Espíritu, de manera nueva y en mayor abundancia,
sobre la persona por la que se ora. Esta oración se hace generalmente mediante
la imposición de manos, la cual no es un rito sacramental, ni mágico, sino, una gesto de amor fraterno, una
expresión de comunión fraterna, un signo externo de solidaridad en la oración,
con el deseo ardiente, sometido a la voluntad de Dios, de que Jesús libere o derrame
sobre nuestro hermano/a el don del Espíritu Santo que El nos ha comunicado.
Manifestaciones
del Pentecostés individual.
El gran acontecimiento de
Pentecostés comenzó en Jerusalén hace ya más de dos mil años, pero Dios quiere
darnos a la experiencia individual a cada uno de sus hijos. Si entendemos la
Experiencia individual de Pentecostés como Encuentro personal con Cristo por la
acción del Espíritu, podemos pensar y decir que se trata de un “Encuentro”
entre la “Ternura de Dios y la miseria del pecador que vuelve a casa”. Es un momento de gracia dentro del proceso
vivencial de la fe o del camino que se ha recorrido. Es el don de Cristo a
quien se haya dejado encontrar por Él. Momento de plenitud, de llenura (vestido
nuevo, anillo a la medida, sandalias
nuevas, fiesta… Hijo pródigo). Dios no solo perdona, sino que llena el corazón
del “Vino Nuevo”: Amor, Paz y Gozo en el Espíritu.
La experiencia puede ser
sensible, audible, palpable, pero no explicable, puede darse con signos
externos, pero no necesariamente, ya que el Espíritu sopla como quiere y donde
encuentra acogida y apertura, disposición para secundar sus mociones. (cfr. Jn
3, 8) Para algunos viene como una brisa suave y para otras como viento
huracanado: irrumpe con fuerza, pero, en todos viene como principio de
renovación y vida nueva. Sus manifestaciones o frutos brotan de un “corazón renovado, de una fe sincera y
de una conciencia recta” (1 Tm 1, 5) Son manifestaciones de un corazón que se
ha convertido en “Fuente de Aguas vivas” (Jn 7, 38)
Esta una nueva apertura a la
acción, movimientos, dirección, inspiración, del Espíritu Santo abarca a toda
la persona, mente, sentimientos, pensamientos y voluntad son tocados por la
acción de Dios de manera que
manifestarán los frutos para edificar nuestras almas y dones o carismas
para edificar la Iglesia. Algunos de los frutos:
1) Conversión interior
y transformación de vida. El creyente que se ha recibido el amor de Dios en su corazón
se convierte una persona apasionada por
el Reino de Dios que hace de la voluntad del Señor la delicia de su vida.
Guardar sus Mandamientos ya no es una carga porque se sabe y se siente amado
por Dios, perdonado y salvado por Él.
2) El amor a Cristo y
un compromiso personal con Él. El hombre nuevo es un enamorado de Cristo. Vive
de encuentros con Él. Se sabe su testigo, su amigo, su discípulo y su
misionero. Lo escucha, lo obedece y se deja conducir por Él.
3) Amor a la lectura de
las Sagrada Escrituras El amor a la Palabra de Dios. Antes de que el Espíritu
de Cristo irrumpiera en su interior, la Biblia era un “libro empolvado” que
sólo se le tenía como adorno. Ahora siente un amor a la Palabra: es leída,
escuchada, meditada y cumplida, como respuesta al hambre y a la sed por conocer
al Amigo y saber de su Voluntad. La lectura asidua de la Escritura nos llena de
“Una Luz poderosa para comprender mejor el misterio de Dios y su plan de
salvación.”
4) El amor a la
oración. Tanto individual como comunitaria; espontanea como litúrgica. La
Experiencia de Dios nos convierte en orantes con poder a favor de los demás y
de la Iglesia.
5) El amor a la
Iglesia y amor a los Sacramentos. Esto
enriquece el sentido de ser Iglesia y el compromiso de la misión.
6) El amor fraterno. Es
por excelencia la señal de la Nueva Ley. Podemos afirmar sin miedo que donde
hay amor fraterno actúa como en su propia casa el Espíritu Santo.
7) El amor y la
devoción a la Virgen María. La Madre de
Cristo y de la Iglesia.
8) El amor a los
pastores de la Iglesia como son el Papa, el Obispo, el Párroco, verdaderos
ministros de la Comunidad.
9) El deseo creciente
de apertura a la acción del Espíritu Santo
que guía a los hijos de Dios y les da la fuerza para dar testimonio con
poder. Es la actitud del servicio que el Espíritu Santo hacer nacer en nuestro corazón
(Flp 2, 13)
10) Ejercicio y
crecimiento de las virtudes humanas y cristianas. junto con la entrega generosa
al servicio en favor de las débiles.(apostolado)
11) Aparecen los
carismas instrumentos para servir: Dones del Espíritu para conducir, gobernar,
santificar la Iglesia. Entre otros aparecen en la comunidad los profetas, los maestros,
los apóstoles, los evangelizadores que son verdaderos discípulos y misioneros
de Cristo para que el mundo tenga vida en Él.
12) El gozo inefable. No
es el gozo que nos da los sentidos, sino, el “Gozo” profundo que sólo puede
venir del Espíritu de Dios. Es la señal que seguir a Cristo, Luz del mundo es
una fiesta. Es el gozo que brota de la donación, de la entrega, del servicio.
Porque el Señor es
el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor ahí está la libertad. Más todos
nosotros con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del
Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos, así
es como actúa el Señor que es Espíritu”. ( 2 Co
3, 17- 18)
“Ven
Espíritu Santo a renovar los corazones de tus fieles y enciende en sus
corazones el fuego de tu amor. Envía Señor tu Espíritu y todo será renovado.”
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