Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: Hijos
tus pecados son perdonados
Iluminación. Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco
tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni
siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les anunciaba la Palabra. Y le vienen
a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa
de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la
abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el
paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus
pecados te son perdonados.» Estaban allí sentados algunos escribas que
pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando.
¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?» Pero, al instante, conociendo
Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué
pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus
pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate, toma tu camilla y anda?”
Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de
perdonar pecados - dice al paralítico -: “A ti te digo, levántate, toma tu
camilla y vete a tu casa.”» Se levantó y, al instante, tomando la
camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y
glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida.»
La fe es una condición
para recibir la gracia de Dios: El perdón de los pecados y el Espíritu Santo. (Rm 4, 25; Gál
4, 4-6) “la voluntad de Dios es que todo el que crea en Jesús tenga vida eterna”
(Jn 6, 39) “Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en
paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo” (Rm 5, 1) Hoy podemos hablar de la
fe del paralítico y de sus cuatro ayudantes que son modelos de la Pastoral de
la Iglesia. Del paralítico hablamos de una persona atrofiada, incapaz de
valerse por sí mismo. Toda una vida dependiendo de otros para moverse, para
tomar sus alimentos, para todo movimiento. Una vida sin esperanza, dependiente
de otros. Alguien le llevó una palabra sobre Jesús de Nazaret. Él puede hacer
algo por ti, y nació en él la esperanza en Jesús, y su clamor fue escuchado por
aquellos que movidos por la fe lo llevaron a la presencia de Jesús. Sin
importar lo que la gente diría, con la confianza puesta en Jesús el profeta, lo
llevaron con valentía a la casa que encontraron llena de gente.
La fe nos hace ser
creativos y actuar con osadía, nada los podría detener para llegar a Jesús: “Al no poder
presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él
estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde
yacía el paralítico.” Jesús, lleno de alegría al ver la fe de aquellos hombres,
y lleno del Espíritu Santo, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son
perdonados.» Jesús conoce el orden, lo primero es lo espiritual y después
lo corporal. Primero es el corazón y luego el cuerpo. La salud que Él ofrece es
una Salud Salvífica; es una salud integral. Muchos de los presentes, especialmente
los escribas se escandalizaron al escuchar las Palabras de Jesús, y piensan
para sus adentros: «¿Por qué éste habla así? Está
blasfemando. ¿Quién puede
perdonar pecados, sino Dios sólo?»
Ellos no sabían lo que había sucedido en el río Jordán, que
el hombre de Nazaret había sido “Ungido” con el el Espíritu Santo para realizar
las “obras del Padre.” No obstante no entendieran ni creyeran, Jesús, para
continuar su obra en el paralítico, les dijo a todos: «¿Por qué pensáis así en
vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son
perdonados”, o decir: “Levántate, toma tu camilla y anda?” Con un corazón
limpio y sano, el paralítico se pone de pie, hace su primera acción: toma su
camilla y orienta su vida, camina hacia su casa. El que estaba caído, ahora de
pie, orienta su vida hacia lo que todavía no es, pero, que va a llegar a ser:
un ser original, responsable, libre y capaz de amar y servir para construir su
Familia. Ahora es testigo del amor de Cristo y un discípulo de su Maestro. Se
levanta, camina y actúa, es decir, es un ser capaz de amar.
Y nosotros, ¿Cómo nos
encontramos? ¿Estamos echados al borde del camino, ciegos, cojos, mudos, sordos
y paralíticos?
¿Dependemos de los demás y esperamos que todo nos lo entreguen hecho? Entonces
seríamos personas atrofiadas por el pecado, seres necesitados del encuentro con
Cristo, esperando de Él una Palabra liberadora y gozosa que nos levante y nos
ponga a caminar como una “Nueva Creación” (2 Cor 5, 17) Caminar como personas
perdonadas, reconciliadas, con la libertad de Cristo podamos caminar en la
verdad, en amor y en la justicia. (Ef 5, 8)
Como hombres justificados busquemos la voluntad de Dios, como
lo dice el Apóstol: “Así pues, si habéis resucitado con
Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de
Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque
habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca
Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él.”
(Col 3, 1-4)
Aspirad a las cosas de
arriba es anhelar crecer en la fe, la esperanza y la caridad para abrazar la voluntad de Dios y
someternos a ella. Este es el camino de la fe que nos lleva agradar a Dios en
todo, amándolo y sirviéndolo, creciendo en su conocimiento y fortaleciéndonos
con la energía de su poder (Col 1, 10; Ef 4, 13; 6, 10) La señal que estamos en
el camino, san Pablo, lo expresa diciendo: “Os exhorto, pues, hermanos, por la
misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva,
santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual.” (Rm 12, 1)
El culto espiritual pide un sacrificio, sin él cual no habrá sacrificio.
¿Cuál es nuestro sacrificio espiritual? Ha de venir de nuestro interior, del corazón
y debe de ser expresión del amor. Sin amor no hay sacrificio. Éste consiste en “aceptar
la voluntad de Dios y someterse a ella.” Lo primero es negarse a uno mismo para
renunciar al mal para luego hacer el bien (cf Rm 12, 9) Podemos hablar de “sacrificios”
como es el de acercarnos a Dios con un corazón contrito y arrepentido (Slm
51,19) El libro del Eclesiástico nos habla de tres sacrificios: Observar la Ley
es como presentar muchas ofrendas y ser fiel a los mandamientos es ofrecer un
sacrificio de comunión; devolver un favor es hacer una oblación de harina
y hacer limosna es ofrecer un sacrificio de alabanza. La manera de agradar
al Señor es apartarse del mal, y apartarse de la injusticia es un sacrificio de
expiación. (Eclo 35, 1- 3) Guarda los Mandamientos de la Ley de Dios, practicar
las Obras de Misericordia y renunciar al Pecado son tres sacrificios agradables
a Dios, siempre que esté unidos a Él por la fe (cf Heb 11, 6) La fe llegada a
su madurez es Amor (Gál 5, 6) Cuando todo se hace por amor, todo es agradable
al Señor. (cf Col 1, 9- 10) “Sin mí, nada podéis hacer” (Jn 15, 4).
Recordemos al Apóstol san Pablo decirnos: Mirad: el que
siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en
abundancia, cosechará también en abundancia. Cada cual dé según el dictamen de
su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: = Dios ama al que da con alegría.
= (2 Cor 9, 6- 7) Las palabras del Apóstol nos recuerdan las palabras del sabio
Siracides: “No te presentes ante el Señor con las manos vacías, porque todo
esto lo prescriben los mandamientos. Cuando la ofrenda del justo engrasa
el altar, su fragancia llega a la presencia del Altísimo. El sacrificio
del justo es aceptado y su memorial no caerá en el olvido. Glorifica al
Señor con generosidad y no mezquines las primicias de tus manos. Da
siempre con el rostro radiante y consagra el diezmo con alegría. Da al
Altísimo según lo que él te dio, y con generosidad, conforme a tus recursos, porque
el Señor sabe retribuir y te dará siete veces más.” (Eclo 35, 4- 10).
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