CRISTO JESÚS SE HUMILLÓ
A SÍ MISMO
Objetivo: resaltar la importancia del cultivo de una
disponibilidad sin máscaras para ir al encuentro con el Señor, buscando su
perdón, la reconciliación, la paz, para no ser despedidos con las manos vacías.
Iluminación. Dos hombres fueron al templo a orar… Lucas 18, 9, 14
1.
¿Qué nos dice la Sagrada
Escritura?
Dos personajes que atraviesan la
historia de la salvación: el fariseo y el publicano: dos modos de ser y de
actuar, uno es agradable a Dios, el otro es rechazado. Uno es justificado, el
otro se retira vacío. Cuánta razón tenía Jeremías al decir: “Si me buscáis de todo corazón me dejaré
encontrar por vosotros” (Cfr Jer 29, 13). El rey David nos dejó su propia
experiencia al decirnos que “Un corazón
contrito, Dios no lo rechaza” (Slm 51, 9). No sólo no nos rechaza, sino que
va a nuestro encuentro y nos espera con los brazos abiertos como un Padre lleno
de misericordia para darnos una bienvenida gozosa y liberadora (Cf Lc 15, 11ss)
2. ¿Cómo acercarnos hoy a Cristo?
San Juan Pablo II recomendó a los hijos
de la Iglesia la búsqueda de Dios como lo primero para esta vida: “Dedíquense a
buscar a Dios”. Que esa sea la tarea permanente para vuestra vida. En estos
días de Cuaresma es una ilusión el acercarnos a Cristo crucificado sin querer despojarnos de nuestras grandezas;
de nuestro orgullo, de nuestra vanidad. Hemos de ir a él con la disponibilidad
de entregarle todas nuestras cargas y nuestras miserias, para poder revestirnos
de la humildad de Cristo.
Escuchemos al profeta decirnos “Será doblegado el orgullo del mortal. Será humillada la arrogancia del
hombre, sólo el Señor será ensalzado aquel día” (Isaías 2, 17). ¿Cuál día?
El día del Señor, cuando con la fuerza del Espíritu exclama desde la Cruz: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30).
¿Cómo doblega Dios el orgullo de los hombres? Acaso: ¿los despojó de su poder?
¿Los humilló? O ¿los aniquiló? No, lo ha doblegado: Anonadándose él: “se humilló a sí mismo y se hizo obediente
hasta la cruz” (Flp 2, 6-8). Doblegó el orgullo y la arrogancia desde
dentro. ¿Hasta dónde se humilló el Señor? Hasta la muerte vergonzosa de cruz:
hasta el desprecio, el rechazo y la
burla de los hombres.
Nuevamente Isaías nos saca de toda duda: “No tenía apariencia humana” (Is 53,
2-4). Se humilló hasta cargar con el oprobio de la cruz (los pecados del mundo).
La cruz de Jesús es el sepulcro del orgullo, la lujuria, y de toda arrogancia
humana. En la roca del Calvario se rompen las olas de la soberbia, del odio y
de la envidia; y de allí no pasan. La Cruz de Jesús es la “Roca” en la que se
rompen las olas o los “sulamis” de nuestros pecados (P. Cantalamesa).
San Pablo nos da razón de todo esto cuando nos dice: “Nuestro hombre viejo ha sido crucificado
con Cristo”. “Nuestra condición
orgullosa fue clavada en la cruz de Cristo” para darle muerte al hombre
viejo, a nuestras pasiones desordenados (cfr Gál 5, 24). Comprendamos que morir
con Cristo es morir al orgullo, al egoísmo,
a la pereza, al odio para abrirse a la humildad, a la bondad, a la
creatividad…
3.
¿Cuál es la Buena Noticia
para esta Cuaresma?
“Qué el Señor
Jesús se humilló a sí mismo, cargó con nuestros pecados y murió por nosotros en
la Cruz” (Flp 2, 8; 2 Cor 5, 14) Esta
es hermosa verdad, columna y fundamento
de la fe cristiana, llena nuestro corazón de esperanza al saber que Cristo “murió por todos”, “para que los pecados fueran perdonados” (Rom 4, 25). Para el
apóstol todo bautizado participa de la muerte, sepultura y resurrección de
Cristo (cfr Rom 6, 4-6) de manera que podamos decir que: “todos murieron, si
uno se rebajó, todos se rebajaron con él, todos se humillaron con él, y
todos resucitaron con él”.
La Buena Noticia es que tenemos un Salvador que nos ha
redimido, justificado, salvado y santificado. Si yo quiero puedo hoy,
apropiarme de los frutos del Amor manifestado en Cristo Jesús. “Por la obediencia de uno, todos se
convirtieron en justos… por la humillación de uno, se convirtieron en
humildes (cfr Rom 5, 19) La Buena Noticia es que al ser justificados por la fe
en Jesucristo (Rom 5, 1-3) ahora somos una Nueva creación (1 Cor 5, 17); ahora la
soberbia ya no nos pertenece; el odio no es lo nuestro, la envidia no es lo
nuestro. Lo nuestro es la verdad, el amor, la vida, la libertad. Y eso porque
Cristo se humilló a sí mismo para levantarnos de la postración del pecado y
hacernos partícipes de su “naturaleza
divina” (2 Pe 1, 4b).
4.
¿Qué es lo que ha sucedido?
Que Cristo movido por el amor a su Padre y a los
hombres abrazó la cruz con amor, por obediencia a su Padre ha dado su vida para
que todos seamos uno con Dios y entre nosotros: “Todo el que está en Cristo, es
una nueva creación, es hombre nuevo, lo viejo ha pasado. Lo viejo es el
sepulcro, la muerte; lo nuevo es Cristo, nuestra Paz (cf 2 Co. 5, 17). Hemos
sido liberados, reconciliados: ahora somos familia, somos hijos de Dios y
podemos llamarnos hermanos. Ahora podemos amarnos y aceptar la Voluntad de Dios
porque el amor de Cristo ha sido derramado en nuestros corazones (Rom 5, 5).
5.
¿Qué significa celebrar el
Misterio de la Cruz?
Significa aceptar la invitación de Cristo a ir a él y
entregarle hoy mi condición orgullosa; entregarle mi “carga, la de mis pecados”
para que pueda destruirla de hecho en su Cruz: “Vengan a mí los que están
cansados y agobiados y Yo los aliviaré, tráiganme sus cargas y acepten la mía”
(Mt 11, 28ss). En el encuentro con Cristo se actualizan las Palabras de Jesús
del Evangelio de san Lucas: “He venido a encender un fuego sobre la tierra y
cuanto ardo en deseos de verlo arder” (Lucas 12, 49) Es el fuego de la Pasión
de Cristo. Existe la “Hoguera de la Pasión de Cristo”. Vengamos todos y vaciemos
en ella nuestras cargas; cargas de soberbia, de avaricia, de lujuria, de
arrogancia. Vengamos y clavemos en la Cruz de Cristo todas nuestras miserias.
Sólo entonces podemos ser libres con la libertad de los hijos de Dios (Gál 5,
13). Ser libres para amar, conocer y servir al Señor que se hace presente en
los otros, en la familia, en los pobres.
Hoy podemos reconocer que la soberbia es causa de
guerras, de lágrimas, de conflictos, de pobreza y de miseria. La humildad en
cambio nos hace ser más humanos, más libres, más amables y más generosos. La
soberbia es muerte, la humildad en cambio es vida, es donación es entrega.
Celebrar la Cuaresma es prepararnos para estar con Jesús en la semana Santa y
padecer con él, sufrir con él y morir con él, para también vivir, servir y
reinar con él (2 Tim 2, 11).
Para revestirnos de humildad hemos de ir a Cristo con
el corazón contrito, pobre y humilde como el del publicano. El profeta Sofonías
nos descubre los planes de Dios: en aquel día dejaré en medio de ti un pueblo
humilde y pobre que se cobijará al amparo del Señor (So 3, 12ss). El pueblo
pobre y humilde nace y brota de la Cruz de Cristo. “Aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón” (Mt 11,29).
6. ¿Qué hizo Jesús, el Señor para llamarse humilde?
“Tomó la
condición de esclavo” (Flp 2, 7) “Se hizo pobre para enriquecernos con su
pobreza” (2 Cor 8, 9) Se hizo pequeño para servirnos. Esta es la invitación de
Jesús que hace a sus discípulos para entrar al reino de Dios: “Sí no os hacéis
como niños” para ser servidores (Mc 9, 36) Jesús se hizo el más pequeño de
todos para morir por todos. La humildad de Cristo está hecha de sencillez, de servicio
y de obediencia. La Cruz de Cristo es humildad, es pobreza, es amor, es
obediencia, es servicio. (Flp 2, 8). El orgullo se quiebra, tanto, mediante la
sumisión a Dios y a los que Él ha puesto como Autoridad, como en
desprendimiento de las cosas, de los lujos, del prestigio, del poder y de la
fama.
7.
¿Qué es la
humildad en Jesús?
En Jesús la humildad es positiva, en nosotros es
negativa. La humildad para Jesús es darse, donarse, entregarse; es amar sin
límites. Jesús en la cruz practicó la humildad, la reveló y la creó. La
humildad cristiana es participar del estado de ánimo de Cristo en la Cruz:
“tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5) La humildad
cristiana es la fuerza de la cruz para salir de sí mismo e ir al encuentro del
otro para servirlo, para amarlo, para cargar con sus debilidades. Sólo los
humildes aman, obedecen y sirven.
8. ¿Cómo lograr poseer un corazón humilde y abatido?
Tres cosas son necesarias: Pidamos ayuda al Espíritu
Santo, abandonemos las defensas y resistencias y echemos una mirada al espejo
de nuestra conciencia. ¿Qué vemos? Un corazón lleno de orgullo, vanidad,
autosuficiencia; un corazón lleno de su propia gloria y vacío de la “gloria de Dios”. La respuesta
del Espíritu Santo a nuestra petición siempre será llevarnos a Cristo. En el
encuentro con él, Satanás será echado fuera y a la vez, seremos justificados,
reconciliados y revestidos de Humildad. Bueno sería que nunca olvidemos las
palabras del Salmo: “Un corazón contrito y humillado es un sacrificio agradable
a Dios” (Salmo 51, 9) Sólo entonces podremos llegar a decir con Pablo: “Qué
tengo que no lo haya recibido de Dios? Todo don perfecto viene de Dios,
reconocer y no presumir es ya una manifestación de humildad; para no echar a
perder las cosas, la humildad nos ayuda a saber que los dones de Dios son para
nuestra propia realización y la de los demás. Cuando “todo lo aprovecho para mi
propia gloria” y me niego a compartirlos con los demás reaparece el egoísmo que
me hace ser un ladrón de la gloria de Dios (cfr 1 Cor 4, 7).
9.
¿Cómo descubrir las
barreras?
Existen peligros, como el negar que somos pecadores;
enterrar nuestros defectos y auto justificarnos: No huyamos a otra parte, no
nos enfademos diciendo este modo de hablar es muy fuerte: Hagamos lo que el
publicano, reconoció su pecado y lo confesó; Hagamos lo que aquella multitud
que asistió a la muerte de Cristo; se volvieron a sus casas dándose golpes de
pecho (Lc 23, 48) pidiendo a Dios perdón por el crimen de haber dado muerte al
Príncipe de la Gloria. La verdad que el tomar conciencia de nuestro pecado, es
un don de la misericordia de Dios. Sólo cuando hemos escuchado la Palabra que
Dios habla a nuestro corazón podemos darnos cuenta que somos pecadores
necesitados de la gracia de Dios (cf Jnm16, 8ss)
10.¿Qué tenemos
que hacer?
Ante la afirmación de los Apóstoles: “Ustedes mataron
a Jesús de Nazaret por medio de gente malvada” (Hch 2, 23) Aquellos hombres
dijeron: “Hermanos, ¿qué debemos hacer? La respuesta es la misma que Pedro y
los Apóstoles dieron a la multitud: “Arrepiéntanse y conviértanse; háganse
bautizar en el nombre del Señor Jesús para que sus pecados sean perdonados y
reciban el Espíritu Santo” (hechos 2, 36- 38).
Hemos escuchado el Mensaje de la Iglesia Apostólica
que proclamaba con toda Autoridad que Jesucristo murió y resucitó para que
obtengamos por la fe en Él la justificación, juntamente con la necesidad de
volverse a Dios para la reconciliación. Hagamos NOSOTROS LO MISMO
11.¿Cuál es nuestro sacrificio? ¿A qué hemos venido al templo?
Hemos venido a dar culto a Dios, a ofrecer un
sacrificio: el de Cristo y el nuestro, que consiste en: “Someter nuestra
voluntad a la voluntad de Dios” tal como lo rezamos en el Padre nuestro o como
Jesús rezó en el “Huerto de Getsemaní (Lc 22, 42). Dejar de hacer lo que yo
quiero para hacer lo que a Dios le agrada: la bondad, la verdad, la justicia,
la misericordia, la compasión, la donación entrega y servicios a favor de los
más pobres (Mt 7, 21ss).
La verdad es que mientras Jesús ha destruido con su
muerte el muro que divide a los hombres: el odio (Ef 2, 16), estos se empeñan
en volverlo a construir: levantando murallas de egoísmo, de odio entre ellos y
excluyendo a mucho del patrimonio que es común a todos. El hombre por soberbia,
no sólo se niega a servir a sus hermanos, sino que además, se aprovecha de sus
debilidades para apropiarse de sus pertenecías, y aumentar, así, su riqueza.
Jesús es un buscador de “perlas preciosas”. La Perla
más preciosa para Dios es un corazón quebrantado y humillado. La alegría de
Jesús: darlo todo para que los pecadores seamos libres e hijos de Dios. Sólo en
la medida que seamos libres podremos dejarlo todo, para llegar a ser sus discípulos,
apóstoles, servidores del Señor, que nos “amó y se entregó por nosotros” (Ef 5,
2) para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino, para servirlo en nuestros
hermanos (cf Rom 14, 8).
Conclusión.
La experiencia de encuentro con Cristo nos libera y
nos reviste de humildad para que sirvamos con un corazón limpio, una fe sincera
y una conciencia recta al Señor de la Gloria (1 Tim 1, 5). La experiencia de la
cruz de Cristo nos hace humildes, nos llena de amor fraterno y nos da el
dominio propio (la castidad) para vencer las pasiones desordenas. Muy
importante es recordar las palabras de Jesús: “Vigilad y orad” (Mt 26, 41). Vigilad
y orad… ¿propuesta o mandamiento?.
Oremos: Padre nuestro que estás en los cielos….
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