¿Qué es la Cuaresma?
La Cuaresma es un tiempo fuerte que la Iglesia como Madre nos presenta para invitar a sus
hijos a Poner su mirada en Jesucristo, el Autor y el Consumador de nuestra fe
(Heb 12, 2). Él es el protagonista de la Cuaresma, al decir a sus discípulos:
“He tomado la firme determinación de subir a Jerusalén” (Lc 9, 51) Jesús lleva
en su corazón el gran Proyecto de Dios de reunir a los hombres para hacer la
comunión con Dios y entre ellos.
Con el anuncio de su Pasión nos dice
que es lo que va a pasar en la ciudad Santa: va a padecer y a sufrir la muerte
de Cruz para convertirse en el Siervo Doliente y Sufriente de Dios en favor de
toda la humanidad. Para luego resucitar como el vencedor de la muerte y
ascender victorioso a la derecha del Padre para derramar al Espíritu Santo
sobre la humanidad. “Humanidad que significa llamada a la comunión
interpersonal”, escribe Juan Pablo 11 (MD, 7).
Hoy, para nosotros, la Cuaresma es el inicio de la Peregrinación hacia la Pascua. Salir del exilio para ponerse en
camino de éxodo hacia la Tierra Prometida que mana “leche y Miel”, es decir,
“Paz y Dulzura espiritual” (Ex 3, 8). El
exilio es una situación de opresión y de servidumbre, de pecado que nos aporta
la muerte espiritual y rompe la Comunión con Dios y con los hermanos:
“Rechazad, por tanto, malicias y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de
maledicencias” (1 Pe 2,1). Romper con el pecado para vivir en la libertad de
los hijos de Dios (Gál 5,1) “Como niños recién nacidos, desead la leche
espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la
salvación, si es que habéis gustado que
el Señor es bueno” (1 Pe 2, 2). El Camino del éxodo es un Camino lleno de
experiencias, veces dolorosas, veces
liberadoras y gloriosas, pero, todas necesarias en el caminar con el Señor. Un
Camino lleno de esfuerzos, renuncias, sacrificios, luchas y decisiones por
Cristo y el Reino de Dios: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora,
el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos se hacen con él” (Mt
11, 12).
Por eso podemos decir
que la Cuaresma es un tiempo dedicado a Dios,
Padre de toda Misericordia y Dios que nos consuela en todos nuestros
sufrimientos (cf 2 Cor 1, 4), y hoy como ayer, nos invita a regresar a Casa
siguiendo las huellas de Jesús, el Verbo del Padre que se hizo hombre para
sacarnos de la postración del pecado y llevarnos la Casa del Padre (cf Col. 1, 13). El
evangelista san Juan nos describe una realidad que sigue pasando hoy día: “El
Señor Jesús, vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). Le
dieron muerte por medio de gente malvada, pero Dios lo resucitó y lo sentó a su
derecha como Señor y Cristo (Hch 2, 22.36).
El camino a la Casa del Padre pasa por la Pascua de
Jesús: Muerte y Resurrección (cf Jn 13, 1). La invitación es para todos, pero
en libertad de conciencia: “El que quiera servirme que me siga, para que donde
yo esté, también, esté mi servidor” (Jn 12, 23) ¿Qué es lo que nos hace seguir
a Jesús? Los Apóstoles tenían miedo seguirlo, sin embargo, Tomás, llamado
Dídimo les dijo: “Vamos también nosotros a morir con Él” (Jn 11, 16). La única
razón, es el Amor, hacia Aquel que nos amó primero y se entregó por nosotros
(cf 1 Jn 4, 10; Ef 5,2).
¿Qué hacer en esta Cuaresma?
Lo primero es escuchar la Palabra de Dios. Palabra de vida y que es para
vivirse. Escucharla y rumiarla, ponerla en práctica para que se haga vida en
nosotros. La Palabra nos convence de que somos pecadores amados por Dios
incondicionalmente. La Palabra nos convence de que nuestro pecado nos priva de
la Gloria de Dios (Rom 3, 23). La Palabra nos convence que necesitamos
purificación e iluminación para conocernos y alcanzar la Meta. “Estar con el
Señor” y “Compartir su Destino y su Misión. La Palabra es poderosa y nos libera
de nuestras cargas (cf Jn 8, 32) La Palabra de Dios nos limpia y nos consagra
(Jn 15, 7; Jn 17,17) La Palabra nos guía a la salvación por la fe en Cristo
Jesús y a la perfección Cristiana (2 Tim 3, 14ss).
La Cuaresma es un tiempo para hacer un alto en nuestra vida, dar media
vuelta y entrar en nuestro interior. “Entonces se puso a reflexionar y pensó: ‘¡Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero
de hambre! Me pondré en camino, iré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado
contra el cielo y ante ti” (Lc 15, 17- 18). Hacer un alto, entrar dentro, para luego analizar las cargas de
conciencia y darnos cuenta de las cosas equivocadas que hemos hecho, reconocer,
tanto nuestros pecados, como las cosas buenas que llevamos en nuestro interior.
A la luz de la Palabra de Dios, convencernos de que Dios nos ama y que somos
pecadores. Y ¿ahora qué? Ahora orientemos nuestra vida hacia la Pascua de
Cristo siguiendo sus huellas para que experimentemos la fuerza de Cruz y
experimentemos el poder de la resurrección (cf Flp 3, 10)
Cuaresma es un tiempo, tiempo para profundizar la conversión, con la
fuerza de la Palabra y de la Oración. Palabra, Oración y Ayuno, nos llenan de Cristo y nos revisten de Él. Que
en los días de Cuaresma nuestra oración sea menos ruidosa, menos mitotera. Y A
la vez, nos ayude a disminuir, hasta desaparecer (cf Jn 3, 30). La escucha de
la Palabra nos pide saber hacer silencio interior y exterior. Qué nuestra
oración sea íntima, de dentro, del corazón. Que no sea de labios para afuera.
Que sea humilde como la del publicano que sabiéndose pecador pedía perdón de
corazón. Qué nuestra oración sea cálida, envuelta en la Caridad para que sea
agradable a Dios. Que nuestra oración sea extensa y perseverante envuelta en el
Deseo de Dios, de conocer su Voluntad y someternos a ella. Deseo de conocerlo,
amarlo y servirlo. Qué nuestra oración sea intercesora para que tengamos en
cuenta a la Iglesia, a la Familia, a los demás que sufren, especialmente por el
alejamiento de Dios. Que nuestra oración sea ofrecimiento, por la cual nos ofrecemos como
hostias vivas, santas y agradables a Dios (Rom 12, 1).
La Cuaresma es un tiempo especial “para buscar
la Reconciliación” con Dios y con los demás. Reconciliarse con Dios para
volver a ser sus hijos; con los demás para volver a ser hermanos y servidores
unos de los otros. Es un tiempo de “integración y reciprocidad e igualdad
fraterna”. Palabra y Oración nos llevan a Cristo que nos invita a llevarle
nuestras cargas para que pueda lavar nuestros corazones, perdonar nuestros
pecados y darnos el don del Espíritu Santo (cf Mt 11, 28). La Reconciliación
nos pide pedir perdón al que hemos ofendido y dar perdón al que nos ofendió,
tal y como lo enseñó el Señor en la Oración Dominical del Padre nuestro: “Perdona
nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. El Encuentro con Cristo nos, libera nos
limpia y nos consagra para que llevemos una vida digna y agradable a Dios en el
Servicio a los hermanos. Así lo dice la Palabra de Dios: “Habéis purificado
vuestras almas, obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros
sinceramente como hermanos. Amaos profundamente unos a otros, con corazón puro”
(1 Pe 1,22).
La Cuaresma es en cuarto lugar un
tiempo dedicado a Dios que nos invita al servicio. Servir con amor y por
amor al Señor en los hermanos. Servir es lavar pies, es parte y expresión del
Mandamiento del Amor (Jn 13, 34- 35). En el Reino de Dios nadie vive para sí
mismo, pongamos la mirada fuera de nosotros, salgamos fuera y busquemos el
encuentro con los pobres y enfermos del Evangelio para compartir con ellos “Los
Dones de Dios”, viendo en cada rostro al Señor Jesús. Reconociendo en cada uno
la dignidad de hijos de Dios y poniendo nuestra vida al servicio de ellos como
una manifestación del Amor que se hace Servicio, es el modo como podemos trae a
la tierra la vida trinitaria en la práctica del amor recíproco.
Oración: Oh
Dios que fuiste el primero en amarnos, y nos diste a tu Hijo, para que por
medio de él, recibiéramos la vida eterna, haz que en el Espíritu Santo
aprendamos amarnos unos a los otros, cómo él nos amó, hasta darnos la vida unos
a los otros.
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