HIJOS MÍOS QUE NADIE OS ENGAÑE



HIJOS MÍOS, QUE NADIE OS ENGAÑE

Iluminación: “Hijos míos, que nadie os engañe: el que obra la justicia es justo, porque él es justo Quien comete el pecado es del diablo, porque el diablo ha pecado desde el principio, y el Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo. Quien ha nacido de Dios no peca, porque su germen mora en él; es decir, no puede pecar porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: quien no hace lo que es justo no es de Dios, y quien no ama a su hermano, tampoco” (1Jn 3, 7- 10)

Qué nadie os engañe.

San Pablo nos invita a ser maduros en la fe: “Así ya no seremos como niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce al error” (Ef 4, 14) Según el Apóstol, el adulto en la fe es aquella persona que reúne tres condiciones: “la Unidad de vida en Cristo Jesús,” “El crecimiento en el conocimiento de Dios” y “hasta alcanzar la estatura del hombre maduro, Cristo Jesús” (Ef 4, 13). El engaño viene de la mentira, el arma favorita del diablo para seducir y tentar a los hombres. La Escritura lo afirma diciendo: “Y nada tiene de extraño, pues hasta el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (2 Cor 11, 14) Razón por la que san Juan nos dice: “Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu; antes bien, comprobad si los espíritus son de Dios, pues son muchos los falsos profetas que han venido al mundo” (1 Jn 4, 1).

Los textos de la Escritura, uno de Jesús y el otro de Pedro nos advierten de la importancia de permanecer de pie: “Vigilad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41) “Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos (1 Pe 5, 8-9). San Pablo nos recomienda una vida orientada hacia la madurez en Cristo (cf 1 Ts 1, 9) Vida que debe de ser alimentada con la Palabra de Dios, la oración, las obras de misericordia, de la manera como lo explican los Discípulos de Jesús: “Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, 3 si es que habéis gustado que el Señor es bueno” ( 1 Pe 2, 2) “Por lo demás, fortaleceos por medio del Señor, de su fuerza poderosa. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del diablo” (Ef 6, 10- 11) Las armas favoritas del diablo, usadas para romper la comunión con Dios y con los hombres, son “la malicia, la mentira, la envidia, la hipocresía y la maledicencia” (cf 1 Pe 2, 1) En cambio, las armas de Dios son la verdad, el amor, la justicia, la humildad, la mansedumbre, la misericordia, la prudencia, la fortaleza, la templanza, la piedad, el amor fraterno, la caridad, etc. (cf Ef 5, 8; Col 3, 12; 2 Pe 1, 5- 12) La mentira, en cambio, es la fuerza del mal y nos lleva al odio y a la injusticia. Las ideologías que no hablan del hombre integral, son una manifestación de la mentira para deshumanizar y despersonalizar a los hombres. “No os dejéis engañar”, cuídense de la “confusión, de la parálisis y de la frustración” que llevan al “vacío existencial” y a obtener un “corazón caótico”.

¿Quién es el justo?

El justo es el que practica la justicia, el que hace el bien, el que guarda los Mandamientos y hace la voluntad de Dios con amor y alegría. El justo, el que ha sido justificado (cf Rm 5, 1; Gál 2, 16), al practicar la justicia, se configura con Jesús, el Justo, que “se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos del pecado” (cf Hch 10, 38)  El Justo, es Aquel que con  la fuerza del Espíritu Santo se “manifestó para deshacer las obras del diablo”. San Pablo lo afirma diciendo: “Me amo y se entregó por mi” (Gál 2, 20) San Juan lo confirma al decir: “Amo a los suyos y los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).

La práctica de la justicia nos lleva a dar honra y gloria a Dios y amar y servir al prójimo. El profeta Miqueas nos dice: “Se te ha hecho saber, hombre, lo que es bueno, lo que Yahvé quiere de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la lealtad y proceder humildemente con tu Dios” (Mi 6, 8). Damos justicia a Dios cuando creemos en su Hijo Jesucristo, cuando guardamos sus Mandamientos y obedecemos su Palabra; cuando tenemos un corazón limpio, una fe verdadera y una conciencia recta (cf Jn 14, 21. 23; 1 Tim 1, 5) Hacemos justicia a Dios cuando llevamos una vida orientada hacia él, siguiendo las huellas de Jesús para configurar nuestra vida con el Cristo de Dios (cf Rm 8, 29) La mínima justicia que podemos hacer a nuestro prójimo es el reconocimiento personal, la aceptación personal, el respeto personal incondicional, ser solidario con él y cargar sus debilidades (cf Rm 15, 1) Lo que manifiesta un crecimiento humano de nuestra parte y una hermosa experiencia de liberación de todo aquello que impide nuestra realización. Que hermosas y veraces es la exhortación que el Señor Jesús nos hace a los creyentes de todos los tiempos: “Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;  conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31- 32).

¿Cuáles son las obras del diablo?

Diablo significa el que divide. Satanás significa el que pone obstáculos. Sus obras y sus palabras confunden, oprimen, manipulan, sofocan, matan. San Pablo nos presenta una lista de estas obras: “Ahora bien, las obras de la carne son bien conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, ambición, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, comilonas y cosas semejantes. Sobre todo esto os prevengo; ya os advertí que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios” (Gál 5, 19- 21) Para Pablo las obras del diablo son las obras de la carne que hacen que llevemos una vida arrastrada, mundana, pagana y pecaminosa que no es agradable a Dios (cf Rm 8, 8). Para el Apóstol la vida del hombre se divide en dos: antes de conocer a Cristo y después de conocer a Cristo, el hombre viejo y el hombre nuevo (Ef 4, 23;  5, 7-8) Una etapa es de tinieblas y la otra es de luz (cf Rm 13, 12).

El Evangelio nos habla de un camino de luz y de un camino de tinieblas; uno es de vida y otro es de muerte; un camino ancho y de un camino angosto (Dt 30, 15; Mt 7, 14; Lc 13, 1ss). ¿En cuál camino nos encontramos? Podemos estar engañados, pensando que somos buena gente, diciendo que no tenemos pecado, pero la Verdad nos dice que andamos equivocados: “Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y no hay verdad en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia.  Si decimos: «No hemos pecado», hacemos de él un mentiroso y su palabra no está en nosotros” (1 Jn 1, 8- 10). Sin ética no hay orientación a la vida, a la verdad ni a la justicia. Escuchemos a san Pablo: “Que vuestra caridad no sea fingida; detestad el mal y adheríos al bien; amaos cordialmente los unos a los otros, estimando en más cada uno a los otros” (Rm 12, 9-10). Palabras que vienen a ser el fundamento de la moral cristiana.  Con la llegada del Señor, se nos abrió a toda la humanidad el camino de la Luz, por ello en el Evangelio de San Mateo se puede leer: “El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitan en parajes de sombra de muerte una luz les ha aparecido” (Mt 4,16).

¿A qué vino Jesús, el Hijo de Dios?

Con palabras del mismo Jesús vamos a entender la Misión para la cual fue enviado por el Padre: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34) Ha venido a darle plenitud a la ley (cf Mt 5,, 17)Jesús ha venido a traer el reino de Dios a la tierra (cf Mc 1, 14-15) Ha venido a traer la Redención, la Salvación, la Santificación y la Reconciliación a los hombres (cf 1 Cor 1, 30; 2 Cor 5, 17- 18; Ef 1, 3- 14). Ha venido a sacar los hombres del pozo de la muerte y llevarlos al Reino de la Luz (cf Col 1, 13)  “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra, ¡y cuánto desearía que ya hubiera prendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustiado estoy hasta que se cumpla!” (Lc 12, 49) Ha venido a reunir a las ovejas perdidas para hacer de todos una sola Familia, un solo Pueblo, un solo Rebaño (cf Ef 2, 11- 18). Ha venido a reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos. Con palabras del Apóstol Pablo, Cristo Jesús ha venido a justificarnos (Gál 2, 16).  “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley,  para rescatar a los que se hallaban sometidos a ella y para que recibiéramos la condición de hijos.  Y, dado que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y, si eres hijo, también heredero por voluntad de Dios  ( Gál 4, 4- 6). De  acuerdo a todo lo anterior, Jesús, el Revelador del Padre, ha venido a manifestare a los hombres el rostro de Amor, de Perdón, de Misericordia y de Libertad que Dios Padre ha enviado a su Hijo por Amor a todos los hombres para hacerlos participar de su naturaleza divina (cf Jn 3, 16; 2 Pe 1, 4)

La vocación de los hijos de Dios.

Llamados a ser en Cristo hijos de Dios. Juan pone en los labios de Jesús el cómo hacernos hijos de Dios: entrar en el Nuevo Nacimiento para nacer de los Alto, nacer de Dios (cf Jn 1, 11- 12; 2, 1-5) Por la fe en Cristo somos hijos de la Luz y por lo tanto, hijos de Dios (cf 1 Jn 1, 1-5)Es san Pablo quien nos presenta el Proyecto de Dios en la carta a los efesios: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues, por estar unidos a Cristo, nos ha colmado de toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos. Dios nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para que vivamos ante él santamente y sin defecto alguno, en el amor. Nos ha elegido de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, porque así lo quiso voluntariamente, para que alabemos su gloriosa benevolencia, con la que nos agració en el Amado. Por medio de su sangre conseguimos la redención, el perdón de los delitos, gracias a la inmensa benevolencia que ha prodigado sobre nosotros, concediéndonos todo tipo de sabiduría y conocimiento” (Ef 1, 3- 8) Cuatro bendiciones que recibimos en Cristo: La elección, la filiación, la redención y la santificación.
Para san Pablo para ser hijos de Dios no basta con creer, hemos de ser conducidos por el Espíritu Santo: “En efecto, todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.  Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (Rm 8, 14- 16)

“Mas, una vez llegada la fe, ya no estamos a merced el pedagogo, pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo, de modo que ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 26- 28) San Juan en su primera carta lo afirma: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Por eso el mundo no nos conoce, porque no le reconoció a él” (1 Jn 3, 1)

¿A quién le pertenecemos?

Jurídicamente, somos, del Señor, porque él nos ha creado y nos ha redimido, pero esencialmente, somos del Señor si lo amamos y lo seguimos. La pertenencia Cristo nos implica entrar en la voluntad de Dios manifestada en tres invitaciones de Cristo a los suyos: “Ámame, Sígueme y Niégate.” Negarse para despojarse del hombre viejo y amarlo y seguirlo para revestirse del hombre nuevo (Ef 4, 22) Para san Juan los que son de Cristo lo aman y guardan sus mandamientos y sus palabras (Jn 14, 21. 23) Jesús mismo nos invita a pertenecer en su amor y  aguardar sus Mandamientos (cf Jn 15, 9 -10) Para san Pablo el que ama a Cristo, no se baja de la cruz para vivir según el Espíritu: “Además, los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos por el Espíritu, sigamos también al Espíritu. No seamos vanidosos, provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente” (Gál 5, 24- 25)

¿Quiénes practican la justicia?

Hablemos de la justicia de Dios y no de la justicia de los hombres: “Además, los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos por el Espíritu, sigamos también al Espíritu. No seamos vanidosos, provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente” (Rm 3, 21- 23) Por un lado los hombres damos justicia a Dios, cuando le entregamos a Cristo nuestra carga al despojarnos del hombre viejo, y por otro lado cuando nos revestimos de justicia y santidad (cf Ef 4, 24) Al ser justificados por la fe (Rm 5, 1) podemos realizar las obras que Dios nos encomendó desde la creación del mundo (cf Ef 2, 10)

Le hacemos justicia a Dios cuando creemos en Jesucristo y nos amamos unos a los otros (cf 1 Jn 3, 23) Creer en Jesús es confiar en él, amarlo, obedecerlo, seguirlo y servirlo, para llevar una vida consagrada a él en favor de los hombres a los que reconocemos hermanos, para tener entonces los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf Flp 2, 5). Hacemos justicia a Dios y a los hombres cuando guardamos sus Mandamientos que tienen como sentido honrar a Dios y al prójimo. Honrar es reconocerlo persona, aceptarlo como lo que es, respetarlo incondicionalmente y compartir con él nuestras esperanzas.

Oración. Padre, por tu Verbo, dadnos Espíritu Santo para que vivamos en la Verdad, caminemos en el Amor y practiquemos la Justicia. Jesucristo Tú eres la verdad que nos hace libres para que seamos capaces de amar a nuestros hermanos y orientemos nuestra vida hacia a Ti, que eres la Plenitud, en quien nos hacemos personas maduras, plenas, fértiles y fecundas. Espíritu Santo de Libertad, guíanos hacia Cristo nuestra Meta, nuestra Paz y nuestra Salvación para que seamos Manifestación. Gracias Señor y Dios nuestro.

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