LA CENA DE LA AMISTAD
DEL SEMINARIO “MARÍA INMACULADA”
Oración. Padre santo y justo, por tu Hijo
Jesucristo y por la intercesión de la Madre de la Iglesia te pedimos que nos
des Espíritu Santo para que unja mis palabras, para tu gloria y para bien de
los que han venido a la “Cena de la Amistad”
En referencia a la Amistad, el Señor Jesús nos ha dicho:
“Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les digo” (Jn 15, 18) El sentido de
la Amistad es el Amor. Amigo es amado, amiga es amada y Amistad es
Amar. El Espíritu Santo es el espíritu de la Unidad, y nos une: Es el espíritu
de la Libertad y nos hace libres. Es el espíritu de la Amistad y nos hace
amigos y nos hace hermanos para que, juntos trabajemos en la Construcción de la
Comunidad fraterna de amigos, servidores y misioneros, Comunidad cimentada en
la Verdad, el Amor y la Vida. Cristo es el fundamento (1 Cor 3, 11) Esta
Comunidad es la Manifestación de la Comunión, alma invisible de la Comunidad de
Cristo, llamada y conocida como la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Entramos
a formar parte de ella por la fe y el Bautismo (Gál 3, 27) La fe es la
respuesta al Amor de Dios manifestado en Cristo; la fe es amor a Dios y a los
hombres; la fe es aceptar la Voluntad de Dios y someternos a ella.
Por un acto de obediencia de Jesús a Dios, y por un acto de
amor de Jesús a los hombres hemos sido redimidos, ha nacido la Iglesia y han
sido instituidos los Sacramentos de la Nueva Alianza. Así lo ha entendido san
Pablo al decirnos: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la
palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni
arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. (Ef 5, 25- 27) Cristo
amó a su Iglesia, se entregó por ella y con su “Sacrificio ofrecido al
Padre” “Fundó la Nueva Alianza.” Por su Sacrificio, Jesucristo Cristo, es el
Sumo Sacerdote y el Único Mediador, el Autor y el Consumador de Nuestra fe (Hb
12, 2). Ahora, la Iglesia, Pueblo de
Dios y de la Nueva Alianza recibe los “Regalos del Resucitado a su Iglesia para
que prolongue en la historia la Misión que él recibió de su Padre: “Al
atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a
los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se
presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto,
les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo
os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.» (Jn 20 19, 23)
Según el Gran envío, la Iglesia es enviada, es misionera
y existe para servir: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 19- 20) La Obra de la
Iglesia es dar vida con la Palabra de Dios, con los Sacramentos y con la
Caridad. Hay una palabra que da sentido y fortaleza a lo que les estoy
diciendo: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a
los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los
cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos = y
proclamar un año de gracia del Señor. = Enrollando el volumen lo devolvió al
ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él.
Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido
hoy.» (Lc 4, 18- 21) Jesucristo ha sido ungido para ser “Profeta, Sacerdote y
Rey,” Profeta que anuncia, enseña y proclama las maravillas del Reino de Dios.
Sacerdote para ofrecer a Dios sacrificios y oraciones por los hombres sus
hermanos, y Rey, para mostrar el “poderío de Dios” sirviendo a los hombres como
“El Siervo doliente,” su trono en esta vida fue la Cruz en la que se ofrece al
Padre un “sacrifico perfecto para sacarnos del pozo de la muerte y sacarnos del
reino de las tinieblas y llevarnos a nuestro suelo, la Comunidad y darnos
Espíritu Santo (cf Ez 37, 12s; Col 1, 13)
“Hoy se cumple esta escritura” Ahora nosotros, nos llamamos
hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y cristianos por que al estar adheridos a
la Persona de Cristo, somos partícipes de su Espíritu Santo, de su Misión y de
su Destino. Por nuestro Bautismo y la Confirmación somos partícipes del “Triple
Ministerio de Jesucristo: sacerdote, profeta y rey” Escuchamos la Sagrada
Escritura: Pero vosotros sois = linaje
elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, = para anunciar las
alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1
Pe 2, 9) El deseo de Jesucristo es que todos, seamos discípulos misioneros del
Reino, porque para el Evangelio, el reino no es una “ideología”, sino, una
Persona llamada Jesús. Jesucristo es el Reino y es la misma vez su Evangelio,
es Vida, es Don, y es Poder que se dona gratuitamente a los suyos, a sus
sacerdotes para que realicen con Él, la “Obra del Padre”. Ese Poderío, se
manifiesta siempre en el Servicio.
¿Cuál es el origen del
sacerdocio regio común de los fieles? El origen del sacerdocio regio es “el sacerdocio de
Cristo.” Jesucristo es el “Sumo Sacerdote” y es el “Único Mediador” entre Dios
y los hombres. Pero en la Voluntad de Dios, por su Hijo, ha dado a los hombres dones, ministerios y
carismas para el bien de todos. En el Bautismo y la Confirmación tiene su raíz
el sacerdocio común de los creyentes. Por ese acontecimiento sacramental, entramos
a pertenecer a la Nueva Alianza para ser propiedad de Dios, para amar y para
servir a Dios y a la Iglesia, y por ende a los seres humanos. Todos los
bautizados somos llamados, sin distinción de rango, a la santidad, a la
perfección y a la plenitud de vida cristiana. La finalidad de todos los
bautizados, tanto del sacerdocio regio como el sacerdocio presbiteral, es la honra
y gloria de Dios y el servicio al prójimo. Todos participamos de la Misión de
la Iglesia. El ser de la Iglesia es darse, donarse y entregarse en servicio a
la Humanidad. Todos y cada uno de
sacerdotes y laicos somos llamados a ser un “Testimonio vivo, santo y agradable Dios, en Cristo por la acción del
Espíritu Santo.” (Hech 1, 8) Todos somos llamados a formar parte de la
Familia de Dios, como hijos; de los demás como hermanos y servidores unos de
los otros. En esta Familia todos somos iguales en dignidad común, pero diferentes
en servicios, según el don recibido para la actividad común en la construcción
del Cuerpo de Cristo.
El sacerdocio regio de
los fieles es un privilegio y una obligación. Está ordenado, como pueblo justificado, salvado y
santificado a dar testimonio de Dios por su donación, entrega y servicio a la
Iglesia, y desde ella, a toda la
humanidad. “La misión salvífica de la
Iglesia en el mundo es llevada a cabo no sólo por los ministros en virtud del
sacramento del Orden, sino también por todos los fieles laicos. En efecto,
éstos, en virtud de su condición bautismal y de su específica vocación,
participan en el oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo, cada uno en
su propia medida.” (Christifidelis laici 23) El sacerdocio regio o
sacerdocio bautismal no está en contraposición con el sacramento del Orden, ni
está en competencia en uno con el otro. Uno es complemento del otro. El
sacerdocio ministerial o presbiteral existe para servir al sacerdocio regio, y
ésta a la vez, ayuda, ama y sirve al
sacerdocio funcional, para juntos edificar la Iglesia, Cuerpo místico de
Cristo. Comunidad visible que glorifica a Dios. Los pastores, por tanto, han de
reconocer y promover los ministerios, oficios y funciones de los fieles laicos,
que tienen su fundamento sacramental en el Bautismo y en la
Confirmación, y para muchos de ellos, además en el Matrimonio.
Escuchemos al Espíritu Santo decirnos por medio de san Pablo: “El mismo «dio» a
unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros,
pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las
funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de
la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto,
a la madurez de la plenitud de Cristo.( Ef 4, 11- 13) En esta obra, los laicos necesitan del ministerio del Orden para
ayudarles a crecer y madurar, darles vida y abrirles campos de acción.
En este texto paulino encuentro tres realidades que debe
haber entre el sacerdocio regio y el sacerdocio ministerial: la integración, la
reciprocidad y la igualdad fundamental en la Comunidad cristiana. En referencia a Dios, por medio de Jesucristo
todos los cristianos tenemos acceso y directo a Dios. Vivamos en comunión unos
con otros, como hermanos en Cristo y como servidores, lavémonos los pies unos a
otros como el Señor nos ha enseñado, ayudemos a crecer en fe, en conocimiento
hasta alcanzar la estatura de Cristo para que los laicos dejen el infantilismo
crónico y puedan responder a su vocación como hombres y mujeres de Iglesia en
el mundo como sacerdotes, profetas y reyes.
Cómo sacerdotes, profetas y reyes, el sacerdocio del Orden puede
enseñar a los laicos las tres lecciones fundamentales de la Evangelización para
la vida espiritual de los creyentes: Enseñar
el arte de vivir en Comunión, el arte de Amar a Dios y al prójimo y el arte de
Servir a Dios y a la Iglesia. Vivir en Comunión con Dios como hijos. Con los
demás, como hermanos y entre todos como servidores. Sin la Evangelización
los creyentes se encuentran en agonía, en la ignorancia de religiosa: no
conocen, no aman y no sirven. Todos, sacerdotes ministros y laicos, tenemos
necesidad de ser evangelizados, para madurar como personas, y ser todos
discípulos misioneros de Cristo Jesús, al servicio del Reino y como amigos en
Jesús, podemos sentarnos a la Mesa del Señor y con responsabilidad y
solidaridad, compartimos el pan, el tiempo, la palabra, la casa y el camino de
la fe. También los laicos nos
evangelizan y pueden darnos una corrección fraterna.
Cuando he sido
evangelizado, es mi deber, mi obligación y responsabilidad compartir los dones
recibidos de Dios con mi Seminario, con mi Iglesia y con los pobres. Puedo orar
por las vocaciones y por los sacerdotes. Puedo ofrecer mi vida como un
sacrificio vivo, santo y agradable a Dios por la Iglesia (Rm 12, 2) Puedo
compartir por amor y con alegría mis ayudas espirituales y materiales al
sostenimiento del Seminario. De esta manera, el sacerdocio regio de los fieles,
no se oponen al sacerdocio presbiteral, sino más bien se complementan y se
ayudan mutuamente. Ambos, tanto el sacerdocio regio como el sacerdocio
presbiteral, tienen el deber de sostener, defender y mantener al Seminario en
el que se forman los futuros presbíteros de la Iglesia, encargados de ministrar
“Los denarios” que Cristo entrega al sacerdote por la imposición de las manos
del Obispo: la Palabra y los Sacramentos.
Por la intercesión de María Inmaculada, Madre, Reina y
Sierva, el Señor siga bendiciendo a la Iglesia con vocaciones laicales y
sacerdotes ministros de la multiforme gracia de Dios.
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