LAS DOS CARAS DEL EGO: LA SENSUALIDAD
Y LA SOBERBIA EN GUERRA CONTRA EL AMOR.
No es un mito, no es una leyenda, la experiencia personal y de otros nos lleva a decir con Pablo de Tarso: “Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí. Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí. Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Así pues, soy yo mismo quien con la razón sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado.” (Rm 7, 14- 25)
Para el Apóstol, el
pecado deshumaniza y despersonaliza, nos convierte en esclavos, en enemigos, en
opresores, en explotadores, nos enferma y nos da muerte: “Pues el salario del pecado
es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús
Señor nuestro.” (Rm 6, 23) Que nadie se sienta excluido: “ todos pecaron y
están privados de la gloria de Dios” (Rm 3, 23) y en la carta a los efesios el
Apóstol nos describe a la realidad sin justificación: “Y a vosotros que
estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro
tiempo según el proceder de este mundo, según el Príncipe del imperio del aire,
el Espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos vivíamos también todos
nosotros en otro tiempo en medio de las concupiscencias de nuestra carne,
siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados
por naturaleza, como los demás, a la Cólera...” (Ef 2, 1- 3) Todos, judíos y
paganos son pecadores, idolatras, muertos: se encuentran sin Amor, sin Dios.
Necesitados de la Gracia de Dios que se manifiesta en Cristo Jesús que viene a
unir lo que estaba separado (cf Ef 2, 11ss)
El Ego pareciera que
tiene dos manos, o como un árbol, tiene dos ramas: la sensualidad y La soberbia.
Son las dos caras del Ego. Cada lado tiene su equipo, sus aliados que cuando el
hombre los pone en práctica de deshumaniza y despersonaliza. La sensualidad
abarca algunos defectos de carácter en referencia al cuerpo: Avaricia, la
pereza, (física, intelectual y moral) la comodidad, la lujuria, (impurezas, adulterio,
fornicación, masturbación, pornografía) y la intemperancia. La intemperancia lleva
al hombre al desenfreno de las pasiones. Un ser sin límites: Es la madre de la
gula, del alcoholismo, la drogadicción, la lujuria. Un hombre sin control, sin
dominio propio gobernado por instintos y por los impulsos. La Soberbia tiene lo
propio: El orgullo, la vanidad, la autosuficiencia, la susceptibilidad y la
rebeldía que nos hacen ser rencorosos, vengativos y opresores. (Gál 5, 19- 21)
Frente al Ego la biblia
nos propone el Amor: Frente a ti está la vida o la muerte, escoge lo que tú quieras,
a ti se te ha dado el poder de elegir (Gn 2, 17)Dt 30, 15ss; Eclo 11, 15ss) Se
trata del libre albedrío, la libertad del hombre para elegir el bien o el mal.
La lucha entre el ego y el amor empieza cuando Cristo viene a nuestra vida: «He
venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera
encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy
hasta que se cumpla! «¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os
lo aseguro, sino división. (Lc 12, 49- 51) Cristo es la Luz del mundo (Jn 8,
12) La Luz de Cristo me ayuda a descubrir el desorden interior y exterior.
Después viene la división o separación entre el bien y el mal. Iluminación,
separación y ornamentación (Gn 1, 1ss) La lucha o combate espiritual que nos
presentaban entre el mundo, maligno y carne, podemos reducirla entre el hombre
viejo y el hombre nuevo. Entre el “Ego y el Amor” La lucha, no es sólo, entre los ángeles buenos y los ángeles malos.
Cada hombre cristiano o no, debe ser protagonista en la lucha del bien contra
el mal. El Apóstol lo ha dicho: “aborrezcan el mal y amen apasionadamente del
bien” (Rm 12, 9) “No se dejen vencer por el mal, mas bien venzan con el bien al
mal” (Rm 12, 21)
No basta la oración. No
bastan los buenos deseos, ni promesas ni buenos propósitos. Nadie puede pelear
sólo, necesitamos ayuda. El Señor Jesús lo ha dicho: “Sin mí nada podéis hacer”
(Jn 15, 1- 7) “velad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41) No basta con
creer, hay que luchar usando las armas de Dios (Rm 13, 11- 14) “Fortaleceos con
la energía del Señor para poder vencer a los enemigos (cf Ef 6, 10) Se trata de
la lucha entre los vicios y las virtudes. Con la ayuda de Dios y nuestros
esfuerzos renunciamos a todo aquello que hace daño que deshumaniza y
despersonaliza. Donde hay renuncias brota la vida, nacen y crecen las virtudes
que hacen de nuestra voluntad firme, fuerte y férrea para luchar contra el mal.
Una voluntad débil acompaña a una fe cómoda, mediocre y sin raíces.
La pregunta de todos
los tiempos siempre será la misma: ¿Quién será el vencedor entre el bien y el
mal? Entre el ego y el amor. El ego encuentra su fuerza en los vicios (hábitos
malos) Cada vicio es una cabeza que adorna al ego y lo hace fuerte. En cambio
las virtudes hacen fuerte al amor. Cada virtud es vigor, es fuerza y poder que
construye al hombre para que sea sincero, honesto, íntegro, leal y fiel. En la
lucha espiritual el hombre necesita de la “conciencia moral” que es conformada
por la unidad de la inteligencia, la voluntad y el corazón, es decir el amor.
En la lucha interior, el cristiano está llamado a ser protagonista y no simple espectador.
Un guerrero que tiene en su mente y en su corazón la Palabra de Cristo Jesús: “Niégate
a ti mismo” (cf Lc 9, 23) para que puedas despojarte del hombre viejo y te
revistas del hombre nuevo (cf Ef 4, 24)
La victoria ha sido, es
y será de aquel que alimente a uno de los dos, el ego o el amor. El “egoísmo es
el mismo yoísmo” Alimentar al ego con el alimento chatarra de la carne, lo hace
fuerte para oprimir al hombre, privarlo de su libertad interior para hacerlo
incapaz de amar y menos de servir. Al hombre viejo hay que matarlo de hambre, negándole
en alimento que lo hace fuerte. Con la agracia de Dios en “yo” herido e inflado
por el pecado, es sanado por la palabra de Dios, el perdón y el amor. Entonces
el “mi se convierte en nosotros” “el mío se convierte en nosotros” Con la ayuda
del señor y nuestros esfuerzos nos podemos poner de pie, levantarnos y caminar
hacia nuestra madurez humana, nuestra humanización y personalización: Ser más
humanos y ser más persona. Cuando crecemos en amor, nos crece el corazón. El corazón
es sincero, alegre y hospitalario. Entonces podemos decir con Jesús: “Mi
alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34)
Las armas del amor son
la Palabra de Dios, la Oración, las Obras de Misericordia, la comunidad, la
Liturgia, el Perdón, las virtudes, entre ellas la humildad, la mansedumbre, el
ayuno del corazón; mientras que los ruidos del ego, lo hacen fuerte y vienen a
matar al amor. Jesús nos dejo dicho: “Conmigo
o contra mí, el que no junta desparrama” (Mt 12, 30) Y el Apocalipsis nos
deja la enseñanza de no servir a dos amos: “Conozco
tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora
bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.
Tú dices: «Soy rico; me he enriquecido; nada me falta». Y no te das cuenta de
que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. Te
aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos
blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu
desnudez, y un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista. Yo a
los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.” (Apoc
3, 15- 19).
Oración:
Padre Santo y Justo, te invocamos sobre nosotros y te pedimos que por tu Hijo
nos des Espíritu Santo para que nos llene con sus dones para que hagamos tu
voluntad siempre y en toda circunstancia. Amén
Publicar un comentario