7. LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO Y LOS CARISMAS.


LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO Y LOS CARISMAS.

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Lectura del santo Evangelio según San Lucas4, 16-21. En aquel tiempo Jesús llegó a Nazaret, el lugar donde se había criado, y, como tenía por costumbre, entró el sábado en la sinagoga y se puso en pie para leer las Escrituras. Le dieron el libro del Profeta Isaías, y, al abrirlo, encontró el pasaje que dice: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor. Cerró luego el libro, lo devolvió al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los presentes le miraban atentamente, y él comenzó a hablar. Les dijo: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.

La Iglesia existe para servir. San Pablo enseña que Cristo ofrece al hombre una nueva vida en el poder del Espíritu Santo. Una vida nueva que hace del cristiano un regalo de Cristo para su Iglesia y para el mundo. En esta vida el que no sirve, no sirve para nada. Tanto en la Iglesia como en el Reino de Dios “Nadie vive para sí mismo, somos del Señor, tanto en la vida como en la muerte”.
Recuerdo a una señora que pasaba ya de los sesenta años de edad, cayó gravemente enferma, la familia llamó al sacerdote para que le diera los últimos auxilios espirituales. Al terminar el sacerdote de administrar la unción de los enfermos le preguntó a la señora, llamándola por su nombre: “¿Para qué quiere seguir viviendo? La señora con una voz débil, pero a la misma vez con mucho convencimiento le respondió: “Quiero vivir para seguir sirviendo a la Iglesia”. El sacerdote enmudeció, no volvió a decir palabra y se retiró en silencio: había recibido una enseñanza, una palabra llena de luz, de amor y de verdad que nos hace decir: La fe que no se hace donación, entrega y servicio, es una fe muerta, sin obras (Stg 2, 14).

Este servicio a la Iglesia, manifestación del amor, brota de un “corazón limpio, de una fe sincera y de una conciencia recta” (1 Tm 1, 5). Su finalidad es la gloria de Dios y el bien a los demás. No hay cristiano en la Iglesia que no tenga uno o más carismas.
Somos el Pueblo de Dios.
Los bautizados, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedamos consagrados como "casa espiritual" y "sacerdocio santo". Este sacerdocio común de los fieles, por el cual todos estamos llamados a la santidad, lo ejercemos a través de la oración, de la ofrenda de nuestras vidas y del testimonio que debemos dar de Cristo en todas partes. Y se alimenta y expresa en la participación en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía.
El pueblo de Dios participa también del carácter y de la misión profética de Cristo dando testimonio de Él con su vida de fe y de amor. Para que pueda dar este testimonio, el Espíritu suscita y sostiene en todo el pueblo el sentido sobrenatural de la fe, con el que, bajo la dirección del magisterio eclesial, acoge la palabra de Dios, se adhiere a la fe transmitida, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día más plenamente a su vida.
El pueblo de Dios participa en la misión real de Cristo. Por eso, los cristianos ejercen su realeza sirviendo a Cristo en sus hermanos, sobre todo en los más pobres, y llevándolos con paciencia y humildad al Rey, para quien servir es reinar.

1.    Los carismas del Espíritu Santo.

¿Qué es el carisma? Es una manifestación de la Gracia de Dios que el Espíritu Santo distribuye en la Iglesia para el bien común. (karis: gracia: ma: manifestación)Para el Apóstol Pablo, carismas son esos dones o gracias, cualidades o aficiones, que Dios da a cada uno para que los pueda poner al servicio de los demás. Y cita dos o tres listas en las tres cartas a los de Corinto, Roma y Éfeso (1Co 12-14; Rm 12,3-8; Ef 4, 11-12)
El Espíritu Santo enriquece la Iglesia con sus dones gratuitos, sus carismas. Son gracias que, aunque sean concedidas a una persona, tienen siempre una utilidad eclesial, ya que están ordenadas a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo. Son los dones de enseñar, de cuidar a los enfermos, de preocuparse por los más pobres, de construir la fraternidad, de penetrar el misterio divino…
¿Cuántos son los carismas? El carisma responde a una necesidad concreta de la Iglesia. Antes de responder a la preguntar sobre ¿Cuántos son los carismas? Hemos de preguntarnos: ¿Cuántas necesidades y debilidades hay en nuestra comunidades? De frente a cada necesidad, el Señor tiene un carisma, una manifestación de su Gracia. A Dios no le vamos a ganar en generosidad. Imaginemos que una comunidad necesita ser evangelizada, el Señor dará a esa comunidad el carisma de la evangelización, de la predicación, de la catequesis, etc. Pensemos que abundan los enfermos, nuestro buen Dios suscita en la comunidad el misterio de los enfermos dando el carisma de curación, de consuelo, etc. San Pablo en sus cartas nos presenta como nadie en el Nuevo Testamento la acción del Santo Espíritu de Dios:

  1. Es el espíritu de Poder y Fortaleza.  (1 Co 2, 1-16; Rm 8, 15) Si el cual estamos expuestos al dominio de la carne  y de todo mal.
  2. Nos ayuda y enseña a orar (Rm 8, 26). Se une a nuestra oración y ora en nosotros.
  3. Nos libera de la carne y el pecado (Rm 8, 5-8)
  4. Nos revela la sabiduría de Dios (1 Co 2; Jn 14)
  5. Él es quien santifica,  perfecciona a los cristianos. Su gran misión es la de santificar el alma, haciéndola a imagen de Cristo, con sus mismos sentimientos, palabras, acciones (Flp 2, 5; Rm 8, 29)
  6. El que da testimonio en los cristianos, alienta y dicta las palabras que es necesario decir ante el Sanedrín, procónsules o ante los gobernadores de Roma, como también en la predicación diaria.
  7. El que inspira las audacias apostólicas: El Espíritu Santo dijo a Felipe: acércate y ponte junto a ese carro. (Hch 8, 26ss)
  8. Es la fuerza de los mártires: "pero él (Esteban) lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios" (Hch 8)
  9. Conduce: a Pedro a la casa de Cornelio: "le dijo el Espíritu Santo, ahí tienes unos hombres que te buscan". (Hch 10, 1ss)
  10. El Espíritu Santo escogió a los apóstoles: "dijo el Espíritu Santo: separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado".(Hch 13, 1ss)
  11. Es la alegría de los perseguidos y su seguridad: “Pablo y Bernabé perseguidos se llenan de gozo y del Espíritu Santo".
  12. Preside las decisiones sobre el porvenir de la Iglesia naciente: "El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros otras cargas" (Hch 15).
  13. Traza la ruta de los apóstoles, los guía, los mueve y los detiene: " El Espíritu Santo les había impedido predicar la palabra en Asia". (Hch 16).
  14. Dirige la acción misionera de Pablo: "solo sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones.

En los hechos de los apóstoles vemos con claridad la actividad del Espíritu Santo en la Iglesia naciente. Al libro de los Hechos se le ha considerado muchas veces, el evangelio del Espíritu Santo. Desde la primera página el Espíritu Santo se manifiesta de forma sorprendente, incluso extraña, pues sus intervenciones son, no solo numerosas, sino inesperadas, fulgurantes a veces. Visiblemente, Él es quien pone en juego y anima tanto a los apóstoles como a la comunidad de fieles. Interviene en los detalles de la vida cotidiana de la Iglesia y de su expansión por el imperio romano. Dirige a los apóstoles a donde ir, a quien predicar, bautizar, en que pueblo entrar o no ir. Conduce el gran proyecto apostólico.

Volviendo nuevamente sobre la finalidad de los carismas y de su uso correcto, hacemos referencia a la enseñanza del apóstol Pedro:

“Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (1Pe 4, 10-11)

Fuera de San Pablo, que habla de los “carismas” tan abundantemente, los ha mencionado sino el apóstol San Pedro con esas palabras que hemos escuchado, tan acertadas, tan estupendas, tomadas indiscutiblemente de su colega Pablo.

Hoy en la Iglesia hablamos mucho de los carismas. Es algo que está felizmente de moda y que hace tanto bien. Porque ha despertado la conciencia en muchos cristianos de que los dones que se han recibido de Dios hay que ponerlos a disposición de todos.

No todos valemos para todo. Pero todos valemos para algo. Y puesto al servicio de los demás aquello para lo cual cada uno vale, es cuando todo el Pueblo de Dios está perfectamente servido y camina con facilidad y alegría hacia el Señor.

San Pablo cita, entre otros, los siguientes carismas como más significativos:

·       Sabiduría y ciencia, con las que se penetra en los misterios de Dios y se saben exponer.
·       Fe entusiasta, capaz de emprender obras grandes confiados sólo en Dios.
·       Curaciones y milagros, para sanar enfermos.
·       Profecía es el don de enseñar y predicar para edificar, exhortar y consolar.
·       Discernimiento de espíritus, que ve en las almas y capacita para dar consejos acertados.
·       Apostolado y evangelización, para difundir la fe y hacer conocer al Señor.
·       Pastoreo y gobierno, propio de los que Dios elige y pone al frente de la Iglesia.
·       Doctorado, que enseña con gran competencia la doctrina de Dios.
Revelaciones de misterios o verdades de Dios para bien de la Iglesia.
·       Ejercicio de la misericordia, con tantas obras a favor de los necesitados.
·       Caridad, que reparte los propios bienes.

Como se ve, son muchos y se pueden añadir otros y otros. Al Espíritu Santo no le ata nadie la mano y los prodiga en abundancia insospechada. Sin embargo, ¿qué es lo que ocurría en tiempos de Pablo, en las Iglesias que él había fundado, y lo que ha ocurrido hoy en las asambleas carismáticas? Pues, una equivocación que Pablo se encargó de aclarar. Se entusiasmaron los cristianos con carismas llamativos, como el don de lenguas, que era el menos importante.

Valían mucho más otros carismas menos espectaculares y que se ejercitan con mucha humildad, como el ejercicio de la caridad o misericordia y el servicio en las cosas materiales de la Iglesia.

Para Pablo, era un carisma muy bueno la profecía, o sea, el hablar, predicar o enseñar de parte de Dios las verdades de la fe, que instruyen, edifican, exhortan y reparten consuelo. Como lo es también el carisma de gobierno o de la conducción, tan propio de los pastores y de quienes dirigen grupos o comunidades.

Estos dones y gracias no son de santificación personal, sino de servicio social y eclesial. Se emplean y se ejercen para bien de los demás. El que los ejerce se santifica por el amor a Dios y al hermano con que los realiza. Ponemos un ejemplo que vale por muchas explicaciones: el de la catequista que enseña a los niños la doctrina cristiana. La catequista desempeña un carisma extraordinario y magnífico. El fruto es todo para los niños a los que ilustra y forma y lleva hacia Jesús. Y ella, ¿no gana nada para sí misma? Con el carisma, no. Pero crece mucho en santidad y en mérito para la gloria, por el amor a Dios, a la Iglesia y a los niños con que lo ejercita.

El Espíritu Santo reparte los carismas para bien de todos. A unos les da unos y a otros les da otros. Y entre los carismas de todos se llega a conseguir el bien de la Iglesia entera. ¡Qué rica es la Iglesia con tanto carisma como el Espíritu reparte entre sus miembros! Que nadie, que se haya acercado al Señor piense que Él lo envía a trabajar con las manos vacías. Los carismas son los instrumentos de trabajo, con ellos se puede todo, sin ellos nada tenemos, iremos atrabajar con las manos vacías.

Unos carismas son extraordinarios, como el de Karol Wojtyla para convertirse en Papa Juan Pablo II, o el de Margarita María para ver al Corazón de Jesús y enseñar su devoción. Otros son ordinarios como el de la señora que quería vivir para seguir sirviendo a la Iglesia. Pero todos son, y sirven para hacer que la Iglesia crezca en santidad ante Dios y aparezca ante el mundo como la esposa privilegiada de Jesucristo.

Pablo intuyó esto como nadie; y él, que estaba cargado de carismas, pudo decirnos:  “Ponga cada uno al servicio de la Iglesia sus cualidades. ¡Aspiren a tener los mayores carismas! Y háganme caso cuando les enseñe yo el camino mejor: ¡Amen! ¡Tengan un corazón abrasado en amor! Que con mucho amor dentro, harán maravillas…

¿Qué hacer en nuestra comunidades o grupos de oración? Digamos una gran verdad sin miedo. “Sin Evangelización nuestra Iglesia se empobrece”. La Evangelización engendra nuevos agentes de pastoral, y es a la misma vez, un “Camino” para descubrir los carismas que el Señor está dando a su Iglesia. Los carismas, en cuanto manifestación de la multiforme gracia de Dios, hay que descubrirlos, liberarlos y fomentarlos con el uso de su ejercicio. Se ha de abrir campos de acción para que sean puestos en práctica, hay que pulirlos y educarlos para su mayor y mejor rendimiento.

No demos lugar a la envidia o a los celos entre nosotros, cuando vemos surgir algún carisma en algún hermano, si tenemos salud espiritual nos llenaremos de alegría y escuchemos la voz del Dador de los dones: “Mi Gracia te basta, mi Amor es todo lo que necesitas”. Tengamos la seguridad que el Señor quiere que su Cuerpo crezca donde se encuentra. Si el Cuerpo de Cristo está en nuestra Parroquia, aquí, Él tiene sus instrumentos para hacerlo crecer, en santidad, en amor, en el conocimiento de la verdad. Estos instrumentos son Ustedes, y cada uno de los bautizados, también los que no vienen a la Iglesia; hemos de buscarlos, invitarlos, traerlos y formarlos. Entonces estaremos escuchando y poniendo el práctica el Mandamiento del Maestro: “dadles vosotros de comer”.

Invoquemos, una vez más, al Espíritu Santo para que nos regale sus luces y su fuerza y, sobre todo, nos haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.


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