El compromiso de ser Misionero de Cristo
y de la Iglesia.
Objetivo: Dar a conocer la
importancia de reconocer el don de la Misión en la Iglesia en favor de toda la
Humanidad, para que sea aceptada con amor y esperanza, y realizada con la
fuerza del Espíritu.
Iluminación: “Id
por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y
sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. (Mc 16, 15- 16)
Mensaje
de Esperanza:
La Esperanza cristiana está cimentada en dos columnas: la promesa de salvación
que Dios hizo a su Pueblo en el Antiguo Testamento y el acontecimiento
salvífico realizado, por Cristo Jesús (Ez 37,12s; Gál 4, 4-6). El Dios que
prometió salvación antiguamente, hoy lo está cumpliendo nos dice María, la
Mujer y Madre de la Esperanza. En todo, Dios toma la iniciativa, es el primero
(1Jn 4, 10), pero, también está a lo largo del proceso y atento para llevar a
feliz término la “Obra que ha iniciado”, de acuerdo al Anuncio de las
Escrituras:
Promesa: “Escucha pueblo mío, yo
mismo abriré vuestra sepultura, os sacaré de ella, os llevaré a vuestro suelo e
infundiré mi Espíritu en ustedes” (Ezequiel 37, 12).
Acontecimiento: “Llegada la plenitud de
los tiempos, Dios envió a su Hijo nacido de mujer, (Gál 4, 4) para liberar…. rescatar,
reconciliar, transformar y promover a los amados por Dios, llamados a formar
parte de su pueblo santo (Rm 1, 7)
Promesa y Acontecimiento nos dan “El
Nuevo Nacimiento”: La promesa se hace acontecimiento en “El Encuentro personal
con Jesucristo”, deja en el hombre la experiencia de Dios. Nacer de lo Alto,
nacer de Dios (cf Jn 3, 1-5), nos trae la justificación por la fe y el paso de
la muerte a la vida (Rom 5, 1; Gál 2, 16; Col 1, 13); es paso de la aridez a
las aguas vivas (Jer 2, 13; Jn 7, 38s). Experiencia transformadora que nos hace
orientar nuestra vida hacia el Dios vivo y verdadero para servirlo, siguiendo
las huellas de Jesús (1Ts 1, 9). En el Encuentro, el pecador se apropia de los
frutos de la Redención de Jesucristo: “El perdón y la paz, la resurrección y el
don del Espíritu Santo. Experiencia que deja en el hombre una Presencia,
llamada Esperanza, para hacer del hombre viejo, un hombre de esperanza. Un
hombre nuevo, que está en Cristo y le pertenece (2 Cor 5, 17).
Misionero
de Jesús: El Misionero de Cristo tiene conciencia que todo es Gracia; él
mismo es un don para las comunidades a las que es enviado. No va por cuenta
propia ni por mérito propio. Como tampoco es enviado a cosechar, sino a
sembrar. Su respuesta es como la de su Maestro y Señor: Jesús el Misionero del
Padre: “Vamos, tengo también que ir a otras ciudades a predicar el reino de
Dios” (Mc 1, 35) Me acercaré a ellos con mis manos llenas de amor, paz y alegría
del evangelio de la Gracia, de la salvación gratuita e inmerecida, pero no
barata, pide fe y conversión (cf Mc 1, 15)
Mensajero
de la esperanza:
El Señor prepara a su Misionero; le avisa del cambio. Dios avisa lo que quiere
hacer: “Si quieres trabajar, irás a donde te envíen” (Esta es una convicción
que debe de estar inscrita en el corazón de todo Misionero). Para avisarle el
Señor usa mecanismos internos y externos. Aceptar la voluntad de Dios con amor
y alegría será fuente de la Esperanza que debe acompañar la nueva Misión que
está por llegar. La finalidad del envío es el llevar la alegría del Evangelio a
quienes no la tengan, y si la tienen, pero no la han de desarrollado, ayudarles
a crecer en la fe. Lo que se pide al Misionero, es empaparse con la Caridad
Pastoral:
Disponibilidad para hacer la voluntad de
Dios: Salvar a todos los hombres y que crezcan en el conocimiento de la verdad
(2 Tim 2, 4) La disponibilidad, fruto del amor a Dios y a la Iglesia, es lo que
realmente necesita para ir a otras tierras para que pastoree a otras ovejas del
rebaño del Señor. Disponibilidad para ir al encuentro de los pobres y
disponibilidad para gastarse por la misión. No estará solo, el Señor lo
acompañará (cf Mt 28, 20). Irá adelante, preparándole el camino, y, mostrándole
lo que debe hacer y cómo debe hacerlo. Toda la Iglesia estará también con el
Misionero, respaldándolo con sus oraciones, sacrificios y ayunos.
Misionero: La clave para
dar frutos y nunca éxitos, es “enamorarse de Cristo y de su Obra” para no
entregar el corazón a otros amores. Eso sería caer en la idolatría y confundir
a Dios con sus obras. Despréndete de tus
hermanos, grupos o comunidades. Motívalos a ofrecer en oración su dolor por
amor a la Iglesia, y a superar todo infantilismo. No te aferres, “levántate,
sal fuera y camina, tras las huellas de tu Maestro.” Tanto sufre el que se va
como el que se queda. Tú Comunidad te envía a servir a otras comunidades. Ve
con alegría. Comienza un nuevo capítulo de tu vida, deja atrás todo lo que
amas, y a los que te aman; despréndete de todo; entrégaselo al verdadero y
único Dueño, Jesús, el Señor. “Nadie que pone la mano en el arado
y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.” (Lc 9, 61) Evita la mezcla
entre la luz y las tinieblas (cf 2 Cor 6, 14) para que no caigas en la tibieza
es espiritual (cf Apoc 3, 15)
Misionero: Haz de poner un oído
atento para escuchar nuevas instrucciones y directrices al estilo del profeta
Samuel; ojo abierto para conocer la nueva realidad; corazón palpitante para darse
a la nueva misión. Ver, juzgar, actuar y en permanente oración. Por el camino
encontrarás personas que te ayudarán y te recibirán con amor. También
escucharás voces que tratarán de confundirte en nombre del amor. Discierne de
qué espíritu vienen, no te creas de cualquier espíritu (cf 1 Jn 4, 1; 1 Ts 5,
19). Que nadie te confunda ni te paralice para que no caigas en la frustración.
Misionero: Ten la
disponibilidad para ponerte en camino, sin hacer preguntas, sin pedir cartas de
recomendación, sin exigir garantías, tan sólo levántate y ponte en camino al
estilo de Abraham (Gn 12, 1ss), te esperan nuevas experiencias; verás nuevos
rostros, escucharás nuevas voces; conocerás nuevas necesidades; encontrarás nuevos
retos y nuevos desafíos. El camino es angosto, pero lleno de experiencias
luminosas, gloriosas, dolorosas y liberadoras (cf Mt 7, 12). No te doblegues
frente a la adversidad y a la contradicción; sé lo que eres: un soldado al
servicio del Reino (2 Tim 2,1ss).
Misionero
de la fe, esperanza y caridad: Ve con la confianza de que eres enviado a
sembrar la semilla de la vida y encender corazones con el fuego del amor (Lc
12, 49); abrirás brecha donde no la hay, arrancarás, tumbarás monte y maleza;
sembrarás y cultivarás los corazones de los que Dios ponga en tus manos y en tu
camino. Busca a los alejados, atráelos con cuerdas de ternura y lazos de
misericordia (cf Os 11, 1- 5); acógelos y acompáñalos con amor. Qué no te
asuste la dureza de los corazones, muchos, no obstante, tienen hambre de Dios, sólo
que, no están acostumbrados a escuchar la Palabra de Verdad. No olvides
Misionero que haz de ser el primero en creer lo que dices; el primero en vivir
lo que enseñas y el primero en anunciar lo que vives (cfr 2 Tim 2, 4ss) “No
exijas lo que no has dado. Sé paciente y
tolerante, respeta el ritmo de cada persona; haz de saber que hay débiles y
fuertes, enfermos y sanos, santos y pecadores, pobres y no tan pobres. Nunca
apagues el fuego que aún humea. Como también nunca olvides que, al llegar, el
Señor está ahí, esperándote, nunca comienzas de cero. No critiques el trabajo
de los pastores que estuvieron antes que tú. Confía siempre en el Señor y nunca
en ti mismo o en los medios materiales. El éxito de la Misión sólo dependerá de
la Fuerza del Espíritu Santo que debe llenar todo tu ser para que puedas darte
a las comunidades a las que sirves.
La
obra Misionera:
Lo tuyo Misionero, es atraer, buscar, unir, reconciliar, animar, exhortar,
consolar, fortalecer, iluminar, enseñar y corregir con amor, humildad y
mansedumbre (cf Gál 6, 1). Eres un instrumento del Señor que te está diciendo:
“Por tu mano mi Pueblo será conducido, alimentado, liberado, reconciliado, revestido,
promovido y curado”. Eres misionero, portador del gozo y de la paz del
Evangelio. Ora para que tu corazón sea una fuente que desborda vida para los
que se te acercan o para los que te escuchan. Sin olvidar que nadie da lo que
no tiene. Lo tuyo es predicar el evangelio de Jesucristo: “No
nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros
como siervos vuestros por Jesús.” (2 Cor 4, 5)
Misionero: “no te arrodilles ni ante el poder ni ante el
dinero.” Ni ante los poderosos ni ante los ricos para que no olvides que “nosotros
predicamos a un Cristo crucificado.” Los dones del Señor son para construir la Comunidad.
Todo lo que Dios regala es parte de una Salvación gratuita e inmerecida que el
Señor ofrece como don a todo el que crea y se bautice (cfr Mc 16, 15s)
Misionero tú no eres el dueño, ni de la Palabra, ni del Altar ni de la
Comunidad. Tan sólo eres un administrador de la multiforme gracia de Dios (1
Cor 1, 4). Eres el Don de Dios para tus comunidades, no las oprimas ni las
sangres, ni las explotes, vive para ellas, dándoles la Palabra y la gracia de
los Sacramentos, tú vida, y no te morirás de hambre. Bájate al nivel de los
pobres para que ellos puedan amarte. Los pobres también evangelizan al
misionero, amándolo y compartiendo con él desde su pobreza.
Nunca olvides Misionero el objetivo de la
Misión: La gloria de Dios, el bien de la Iglesia y de la humanidad. No te creas
fuerte, ni sabio, más bien pide el don de la debilidad (cf 2 Cor 12, 9s) para
que el Señor pueda hacer su obra en ti y en los demás, a quienes te haz de
acercar como hermano, amigo, y testigo del Evangelio, para ayudarles a amar a
Dios y a sus hermanos. No haz de olvidar ante todo que eres sacerdote, profeta
y servidor de todos, sin excepción. Juega limpio, para no ser descalificado
como el atleta en el estadio; no te enredes en los asuntos de la vida civil (2
Tm 2, 4ss).
Eres
Misionero para todos:
A nadie desprecies. No juzgues por las apariencias, éstas engañan. Sé paciente
y tolerante con los que te contradigan. Conserva un oído atento para escuchar a
los más débiles e indefensos. Todos son importantes, todos, también las
comunidades pequeñas, pobres y alejadas, acércate a ellas con predilección y
amor, son las más necesitadas de tu presencia y de la luz del Evangelio. Son
las hijas de la Parroquia que se encuentran en la diáspora, en la periferia, y
por eso, casi siempre olvidadas por el afán del “centralismo” y por su pobreza,
tanto material como espiritual. Recuerda misionero, el amor acorta distancias,
rebaja montañas y endereza los caminos torcidos. "Ama intensamente la
Misión que se te ha confiado".
Misionero: Eres un Guerrero del Señor: Sé
prudente, no se comienza de cero, hay siembra y hay sembrados; no te envían a
cosechar, sino a sembrar y a regar lo sembrado por otros. En todas partes
encontrarás “las semillas del Verbo”. No quieras cosechar donde no has
sembrado, no exijas lo que nos has dado; no destruyas lo que otros han
cultivado con sudor y lágrimas. Pero, también recuerda que el campesino tiene
derecho a comer de los primeros frutos de la cosecha (2 Tm 2, 5), sin olvidar
que eres enviado a sembrar y no a cosechar. Sé un hombre de esperanza; eres
formador y animador de comunidades; forjador de hombres nuevos que deben
aprender a conocerse como lo que son. Un guerrero del Señor con la tarea de
enseñar a tus hermanos a defender su dignidad, su fe, su Iglesia, sus
sacramentos, sus familias… No te sientas solo, recuerda la promesa: “Yo estaré
contigo” (Mt 28, 20ss). Pero, también, a tu lado está la Madre, los Ángeles y
los Santos caminan contigo, para defenderte: Toda tú Iglesia te acompaña, la
llevas contigo, en tu mente y en tu corazón.
No olvides tus tiempos de oración,
individual y comunitaria. Ten presente tú diario contacto con la Palabra de
Dios que haz de escuchar atentamente en tú corazón. Celebra cada Eucaristía
como si fuera la primera y la última. Busca vivir de encuentros con tu Pueblo
al que haz de acoger con amor, buscar, acompañar, escuchar y conducirlo a Cristo,
a los terrenos de Dios: el amor, la paz y la alegría, la libertad, la verdad,
la justicia, la santidad. La oración será para tu Ministerio como lo es el aire
para tus pulmones. Qué tu mente, tu voluntad y tu corazón estén siempre orientados
hacia Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y también, no te olvides de invocar
la protección de la Madre para que no se desvirtué tu evangelización. Evita
cualquier clase de distracción, que tus ojos estén siempre fijos en Jesús (Hb
12,2), el Misionero del Padre para que la lámpara de tu corazón no se te apague,
ni por la vida de impureza ni por qué se te termine el aceite de la oración.
Aprende de la experiencia de Pablo, el misionero de los gentiles, siervo de
Cristo, por voluntad del Padre: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza
en tu flaqueza. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis
flaquezas para que habite en mi la fuerza de Cristo… pues cuando soy débil
entonces soy fuerte (2 Cor 12, 9- 10).
Oración: Señor Jesús, concédeme la gracia
de sentirme débil en tus manos y pueda con alegría servir a mis hermanos. Dame
de tu fuerza para no dejarme vencer por las dificultades del camino y el amor
por el Evangelio para llevarlo a mis hermanos que encuentre por el camino. El misionero Uriel
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