LA RELIGIÓN PURA E INTACHABLE PIDE EN FIDELIDAD A LA NUEVA ALIANZA, OFRECER CON ESFUERZOS RENUNCIAS Y SACRIFICIOS




La religión pura e intachable ante Dios Padre pide en fidelidad a la Alianza Nueva, ofrecer esfuerzos, renuncias y sacrificios.

La escucha y obediencia de la palabra de Dios abre a los creyentes caminos donde, no hay caminos, abre brecha, donde no hay brechas, para llevar a los hombres a la Responsabilidad, a la Libertad, a la Solidaridad: Nos lleva a la Madurez humana. A la generosidad, honestidad, sinceridad y fidelidad al amor primero.

El camino de la fe nos lleva al “Culto en espíritu y en verdad a Dios” (Rm 12, 1). Culto que nos lleva a hacer de la “Voluntad de Dios la delicia de nuestro corazón.” Esto hace decir a Pablo: “Por eso, tampoco nosotros hemos dejado de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad, con total sabiduría y comprensión espiritual, para que procedáis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios.” (Col 1, 9- 10) Para proceder de manera digna del Señor, se requiere contar con la ayuda de Dios y con una voluntad firme y fuerte para amar y servir a los demás. Sin esfuerzos no hay renuncias y sin renuncias no hay sacrificios. Sin renuncias no hay vida, no hay virtudes, no hay amor para llegar al sacrificio que significa “hacer las cosas santas”

En el libro del Génesis encontramos los primeros sacrificios que Caín y Abel ofrecen a Dios. Ofrecen desde su propia realidad, uno es agricultor y el otro es pastor. El sacrifico de Caín no es grato a Dios porque sus obras son malas; mientras, que el sacrifico de Abel que ofrece los primogénitos de sus rebaños es grato y agradable a Dios. Caín se llena de envidia y con odio mata a su hermano (cf Gn 4, 1ss) Desde ese día lo acompañara el sentido de culpa en un corazón caótico y vacío de la “Señal del cielo.” La señal del cielo es el Amor, sin el cual nuestros sacrificios serán nulos, sin agradable a Dios que según, la carta a los Hebreos sin fe nade es agradable a Dios (cf Hb 11, 6).

Sagrada Escritura nos habla de sacrificios agradables a Dios.

En el Nuevo Testamento Dios no quiere los sacrificios de machos cabríos (Heb 10, 5) Dicho ya por los profetas de Israel: “¿A mí qué vuestros sacrificios? —dice Yahvé—. Harto estoy de holocaustos de carneros, de sebo de cebones; no me agrada la sangre de novillos, de corderos y machos cabríos.(Is 1, 11) Los profetas denuncian el culto falso y paganizado: “Cuando venís a presentaros ante mí, ¿quién ha solicitado de vosotros que andéis pateando mis atrios? No traigáis más oblaciones vanas: su cremación me resulta detestable. Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsas solemnidades. Vuestros novilunios y solemnidades aborrezco de corazón: me han resultado un gravamen que intento en vano llevar. Cuando extendéis vuestras manos, me tapo los ojos por no veros; aunque menudeéis la plegaria, no pienso oírla. Vuestras manos están llenas de sangre: lavaos, purificaos, apartad vuestras fechorías de mi vista, desistid de hacer el mal y aprended a hacer el bien: buscad lo que es justo, reconoced los derechos del oprimido, haced justicia al huérfano y a la viuda.” (is 1, 12. 17).

David, salmista, con un corazón arrepentido por su adulterio y el asesinato de Urías dice al Señor: “Pues no te complaces en sacrificios, si ofrezco un holocausto, no lo aceptas. Dios quiere el sacrificio de un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias.” (Slm 51, 18- 19) Siglos después la literatura sapiencial nos presenta tres sacrificios agradables al Señor: Sacrificar con ganancias injustas es una ofrenda impura; los dones de los malvados no son aceptables. El Altísimo no acepta las ofrendas de los impíos, ni perdona los pecados por la cantidad de sacrificios. Como inmolar a un hijo en presencia de su padre, es ofrecer sacrificios con los bienes de los pobres. El pan de la limosna es la vida de los pobres, quien se lo quita es un criminal. Mata a su prójimo quien le roba el sustento, quien no paga el sueldo al jornalero es un asesino. (Eclo 34, 18- 22)

Observar la ley es hacer muchas ofrendas, guardar los mandamientos es hacer sacrificios de comunión.  Devolver un favor es hacer oblación de flor de harina, hacer limosna es ofrecer sacrificios de alabanza.  Apartarse del mal es complacer al Señor, un sacrificio de expiación es apartarse de la injusticia.  No te presentes ante el Señor con las manos vacías, pues así lo prescriben los mandamientos.  La ofrenda del justo honra el altar, su perfume sube hasta el Altísimo.  (Eclo 35, 1- 5) Sacrificio de comunión equivale a guardar los Mandamientos de la Ley de Dios. El sacrifico de Alabanza es practicar la generosidad y hacer justicia a los  pobres. El Sacrifico de reparación es apartarse del mal, dejar la injusticia y toda maldad. Ya el profeta lo había dicho: “Cuando extendéis vuestras manos, me tapo los ojos por no veros; aunque menudeéis la plegaria, no pienso oírla. Vuestras manos están llenas de sangre” (Is 1, 12) Siguiendo al rey David Isaías nos recomienda un corazón contrito y arrepentido para seguir la moral de la Biblia: “Vuestras manos están llenas de sangre: lavaos, purificaos, apartad vuestras fechorías de mi vista, desistid de hacer el mal  y aprended a hacer el bien: buscad lo que es justo, reconoced los derechos del oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. (Is 1, 15- 17)

Con palabras de Pablo: “Que vuestra caridad no sea fingida; detestad el mal y adheríos al bien” (Rm 12. 9). Desde el capítulo 12 Pablo recomienda como deben de vivir las comunidades cristianas: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual.” (Rm 12, 1) Sacrificio vivo, santo y agradable a Dios que pide esfuerzos y renuncias para romper con la vida mundana, pagana y de pecado (cf Rm 12. 2) Sacrificio que consiste por amor, abandonar y despojarse del “hombre viejo” para bajarse al nivel de los demás ( cf Rm 12, 3) Al estilo del pobre de Nazaret que se humilló a sí mismo para destruir el pecado de los hombres (cf Flp 2, 6- 8)

Cuando Jesucristo entró en el mundo de los hombres exclamó: “Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡Aquí estoy, dispuesto —pues de mí está escrito en el rollo del libro— a hacer, oh Dios, tu voluntad!  Dice primero: Sacrificios y oblaciones no los quisiste, y holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron —cosas todas ofrecidas conforme a la Ley—,  para añadir después: Entonces aquí estoy, dispuesto a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer lo segundo. 10 En virtud de esa voluntad quedamos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo.” (Hb 10, 5- 10)

“Él, por el contrario, tras haber ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies. Mediante una sola oblación ha llevado a la perfección definitiva a los santificados.” (Hb 10, 11- 14) Con el sacrificio perfecto de Cristo ha sellado la Nueva Alianza y nos ha comprado para Dios un sacerdocio real: “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz; vosotros, que si en un tiempo no fuisteis pueblo, ahora sois Pueblo de Dios: ésos de los que antes no se tuvo compasión, pero que ahora son compadecidos.” (1 Pe 2, 9- 10) Cómo sacerdotes de la Nueva Alianza, por el Bautismo, todos, podemos ofrecer oraciones y sacrificios para la honra y la gloria Dios y para el bien de toda la humanidad. Cómo profetas proclamamos las Maravillas del Señor y como reyes, practicamos por amor el servicio los pobres de lavar pies, como Jesús, Maestro y Señor a pidió a los suyos (cf Jn 13, 13s)

Nuestro sacrificio espiritual, se hace por amor, es aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella.

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