Ustedes daréis testimonio de mí…
Objetivo: Dar a
conocer la importancia del Testimonio en el camino del discipulado como un
auténtico medio de evangelización y catequesis para resaltar la Obra que Dios
ha realizado en nuestras vidas en Cristo Jesús para que nuestra evangelización
sea efectiva.
Iluminación. “Os daré palabras y sabiduría a las que no
podrá hacer frente… ningún adversario vuestro”. (Lc 21, 15). “Cuando el Espíritu Santo venga sobre
ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí” (Hech 1, 8).
1. El
testimonio de Jesús
“Quien se avergüence de mí delante de los hombres,
yo también me avergonzaré de él delante de mi Padre que está en los cielos” (Mc 8, 38; Lc 9, 26) La vida en Cristo es una vida en el Espíritu. Es una vida llena de
experiencias liberadoras y gozosas, con crisis, tentaciones, pruebas;
verdaderas oportunidades para dar gloria a Dios y ofrecerse como hostias vivas.
En la “escuela de Jesús” el Maestro es el Espíritu Santo que guía a los hijos
de Dios por el camino de la vida: nos abre la mente y nos explica las
Escrituras (cfr Lc 24, 27).
La señal de la
vida en Cristo en nosotros es el testimonio, la oportunidad que nos ofrece el
Espíritu de confirmarnos en el amor, en la fe y en la esperanza (cfr Ef 6, 10).
Enemigo sería todo aquello que te quiere arrebatar o hacer perder la Paz y el
Bien que Cristo te ha dado. Tú relación con Dios, tu dignidad de persona y de
hijo de Dios. En esta lucha no estamos solos, el Señor nos ha garantizado su
presencia y su ayuda. “Os daré palabras y
sabiduría a las que no podrá hacer frente… ningún adversario vuestro”. (Lc
21, 15).
2. Jesús
nos pone de sobre aviso
“Cuídense
ustedes mismos; porque los entregarán a las autoridades y los golpearán en las
sinagogas. Los harán comparecer ante gobernadores y reyes por causa mía: así
podrán dar testimonio de mí delante de los hombres”. (Mc 13, 9-10). Delante de los hombres, no delante
de los ángeles, ni de los edificios, ni de las montañas, “Delante de los
hombres, a quienes Dios ama y quiere salvar”. Si hay algo que tenemos que
defender es la “Gracia que Dios en Cristo” nos ha otorgado: Hoy día nadie nos
lleva a las sinagogas, ni ante autoridades, ni ante enemigos, sin embargo
podemos decir que la vida cristiana es una lucha y que nuestros enemigos son
“reales” con nombre y seña: “Nuestra
Lucha no es contra la gente sino contra seres espirituales que tienen
autoridad, dominio y poder contra este mundo tenebroso” (Ef 6 12).
Conocemos cuales son los enemigos de la salvación: el mundo, el maligno y la
carne.
3. La
promesa de Jesús
“Mándame Señor tu sabiduría para que me asista en
mis trabajos” (Sab 9,
1-6). ¿Cómo podemos hoy día dar
testimonio de Jesús? Sólo ayudados por el Espíritu que prometió el mismo Jesús:
“Cuando el Espíritu Santo venga sobre
ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí” (Hech 1, 8). Dar
testimonio es un momento de gracia que se debe recibir con alegría y con
esperanza. Es la oportunidad de anunciar a Jesús, de resaltar la obra que Él
está haciendo en nosotros y de manera especial, es momento de optar por Él o renovar
la alianza: en cada tentación, yo decido abrirle las puertas del corazón a
Jesús, como también me puedo decidir contra Él.
El hombre
soberbio se apropia de la obra de Dios y se predica a sí mismo. Por el
contrario dar gloria a Jesús es hablar bien de Él y darle gracias: “¿Qué tengo que no lo haya recibido de
Dios?, y sí lo recibí de Dios ¿Para qué presumir? (2Cor, 4, 7). El camino para dar gloria a Dios es el
camino del “seguimiento de Cristo, de la humildad que Jesús mismo nos enseñó: “Siendo de condición divina no se aferró a
su igualdad con Dios, sino que renunció a lo que le era suyo y tomó naturaleza
de siervo, se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (cfr Fil
2, 6ss). El testigo de Jesús guiado por el Espíritu, es conducido por este
camino hasta la “Verdad Plena” (Jn 16, 13): “Estoy crucificado con Cristo” (Gál
2, 19; 5, 25). “No me avergüenzo del Evangelio de Jesucristo que es poder de
Dios” (Rom 1, 15). Avergonzarse sería esconderse, ocultarse y negar, por miedo
o por vergüenza la verdad de Jesús en nuestra vida. Aprovechemos toda
oportunidad para dar testimonio de Cristo Resucitado. Todos los días y todo el
día pueden estar llenos de momentos de
gracia, que nos permiten manifestar ante los demás que Jesús vive en nuestros
corazones, y que Él nos ha revelado el amor de Dios.
4. El
testimonio del Espíritu
“El Espíritu Santo se une a nuestro
espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Rom 8,16). Nos ilumina, nos ayuda a tomar
conciencia de nuestra pecaminosidad, nos lleva al encuentro con Cristo, nos da
la certeza de que Dios nos ama y que nosotros también lo amamos, nos lleva a
tomar la opción de seguir a Jesús, nos guía por los caminos de Dios y nos colma
con el don de la fidelidad. “Y sí hijos,
también herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos
con Él para ser también con Él glorificados” (Rom 8, 17). Sufrir con Cristo
es padecer en nosotros la acción del Espíritu Santo que nos conforma con la
persona de Jesús y nos ayuda a reproducir su imagen gloriosa. Hace de nosotros
hombres nuevos, revestidos de libertad y renovados en el Espíritu: “Porque donde está la libertad allí está el
Espíritu del Señor”. (2Cor 3, 18).
5. El
criterio fundamental
“Tened entre vosotros los mismos pensamientos de
Cristo Jesús” (Flp 2, 5). El testimonio cristiano abarca a la
persona en su totalidad, puede ser de pensamiento, palabra o de obra. El
testimonio de pensamiento es para bien personal, para provecho propio. Frente a
un pensamiento negativo o demoníaco que pretende infundir miedo o confusión
frente al camino emprendido. El Espíritu nos recuerda la vida actual: ¿Cómo
vivías antes y como vives ahora? ¿Cómo hablabas antes y como hablas ahora?
¿Cómo te vestías antes y cómo te vistes ahora? (cf Ef 5, 7-9) Damos testimonio
de Jesús con nuestra manera de vestir. El testigo nunca olvida “Que su cuerpo es templo del Espíritu Santo”
(2Cor 6, 19).
Se ven los cambios; se ve lo agradable de los
tiempos actuales, y se renueva la decisión de seguir a Cristo: “Hemos probado lo bueno que es el Señor”.
“Sólo tú tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6, 68). “Se ha saboreado lo bueno que es el Señor” (1Pe 2, 3). Se va pasando de la manera negativa y pesimista de
pensar a una manera nueva, creativa y positiva: la mente de Cristo (cfr Fil 2,
5). Pensarse con la mente de Cristo, verse como Dios nos ve, valorarse como Él
nos valora y nos acepta, es ir entretejiendo el testimonio que nos da el saber
que Dios nos ama, nos perdona, y nos ha elegido para que demos frutos de Vida
eterna. Por lo pronto, hemos de dar testimonio de la presencia de Dios en
nuestra vida.
6. No me
avergüenzo del Evangelio de Cristo
“Para que seáis irreprochables e inocentes, hijos
de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de
la cual brilláis como antorchas en el mundo” (Fil 2, 15). El Testimonio frente a los demás
genera en nosotros violencia interior, derrumba barreras, nos saca de nosotros
mismos y nos sitúa en el camino del Evangelio. “No me avergüenzo del Evangelio de Jesucristo” (Rom 1, 15). Para
que Él no se avergüence de mí ante su Padre, no obstante, el testimonio a favor
de Jesús es don del Espíritu; es enseñanza, deja huella, y deja experiencia,
llena de sabiduría. Es la manifestación más clara que nos hemos inscrito e
iniciado en la “escuela del discipulado”. La primera vez que di testimonio de
Jesús experimenté la sanación, la liberación, el poder de Dios que echa por
tierra las barreras, los complejos y los miedos. El testimonio solo puede
brotar de un corazón enamorado de Jesús, capaz de padecer por Él y de soportar
ofensas y palabras humillantes: “No es el
discípulo más que su Maestro, ni el siervo más que su Señor” (Mt 10, 25).
7. Las
dimensiones del testimonio
El testimonio
cristiano tiene dos dimensiones, una negativa y la otra positiva: Renunciar al
pecado y hacer el bien. Guardar los Mandamientos de Dios, evitar el pecado y
servir al prójimo. Quien no guarde los Mandamientos de la Ley de Dios, mucho
menos podrá guardar el “Mandamiento Regio” de Jesús. (cf Jn 13, 34). “Si te
dejas conmigo te doy este billete”, dice un hombre mundano y pagano a una
humilde mujer cristiana. “No puedo”, responde ella, “Porque amo a Cristo y amo
a mi marido”. Eso es dar testimonio, como también el decir: No al pecado,
“porque amo a la Iglesia y amo mi ministerio”. Lo que sigue a las palabras
vengan de quien vengan, sea el testigo sacerdote, ama de casa o un simple
campesino, depende del Espíritu y no de la sabiduría humana. “Os daré palabras y sabiduría a las que no
podrá hacer frente… ningún adversario vuestro”. (Lc 21, 15). No nos
engañemos, las palabras que vienen de Dios no son groseras ni agresivas, no confunden
y no meten miedo; son claras y concisas, revestidas de sencillez y sabiduría,
tienen como finalidad sembrar el Reino de Dios en el corazón de los “enemigos”.
Palabras firmes llenas de verdad, pero también de misericordia, veces corrigen,
veces enseñan y exhortan a la conversión. El Espíritu que conoce los corazones
sabe lo que necesitan y Él sabe lo que dice; primero pueden generar vergüenza,
pero después llevan al arrepentimiento.
8. La
radicalidad del testimonio
“Si, pues, tu mano o tu pie te es ocasión,
córtatelo y arrójalo de ti… y sí tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y
arrójalo de ti, mas te vale entrar en la Vida con un solo ojo, que con los dos
ser arrojado a la gehena del fuego” (Mt 18, 8-9). ¿Qué enseñanza es ésta? El Espíritu nos abre la mente y nos
explica la Escritura. Sacarse el ojo o cortarse la mano es lo mismo que dar
testimonio del amor de Cristo; es negarse a sí mismo: negar al ojo el placer de
complacerse frente a lo que despierta los instintos de la carne o del placer, como
pueden ser las revistas o películas pornográficas, como también profanar el
cuerpo de Cristo en sí mismo o en los demás por medio del manoseo, de la
fornicación o de actos impuros. Cortarse el pie es simplemente evitar la
ocasión de pecar, no ir a donde el Espíritu no nos lleva. El Espíritu nunca nos
llevará a un lugar donde podamos poner en peligro la Gracia de Dios. Allá nos
llevan los instintos o los deseos desordenados de la carne.
9. Dar
muerte a las pasiones
“Pues los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24). La disponibilidad para ser fieles al
Espíritu me dice que la clave del testimonio cristiano es “La Cruz”, mediante
la cual le niego el alimento al hombre viejo que se alimenta por medio de los
sentidos, y para limpiar el corazón de los malos y desordenados deseos: “Pues yo os digo: todo el que mira a una
mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 28).
Aquí el testimonio es de mirada, se le niega al ojo el placer, esto pide crear
convicciones nuevas, cultivar nuevos hábitos y estar siempre atentos a nuestras
emociones y sentimientos personales. El mandamiento de Jesús: “Vigilad y orad para no caer en la tentación”, y
ver a los demás con la mirada de Dios; esto es “don y respuesta”. Es camino
recorrido, pide cambio de actitudes de frente al sexo opuesto, exige
enamoramiento del Señor.
10. Seguir
a Jesús.
“Yo os
aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los cielos” (Mt 19, 23). El testimonio que ha
madurado lleva al desprendimiento de las cosas, de las riquezas y de manera
especial, de sí mismo. La práctica de la caridad, el amor y el servicio a los
menos favorecidos es un testimonio poderoso que expulsa demonios y renueva
corazones. “Si quieres ser perfecto,
anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los
cielos; luego ven y sígueme” (Mt 21-22). Toda la persona queda al servicio
del Reino de Dios. Sus conocimientos, sus riquezas, sus debilidades, su pasado,
su presente, su futuro y su vida misma, es del Señor, de su Iglesia, de los
pobres. Pero esto con la conciencia “Que
no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mt 5, 3). No hay méritos
personales, la gloria y la honra son del Señor que nos ha llamado a ser
colaboradores en la predicación del Evangelio.
“Vosotros sois… el Pueblo adquirido por Dios para
proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su
luz maravillosa” (1Pe 2,
9). La tiniebla no es otra cosa que el pecado y la luz maravillosa es la
santidad a la que el testigo es llamado: “Sed
para mí santos porque Yo el Señor, soy santo, y os he separado de entre los
pueblo para que seáis míos” (Lv 20, 26).
La santidad pide
al testigo ir muriendo a sí mismo, a sus gustos, caprichos, pasiones… para ir
abrazando la voluntad de Dios hasta la “obediencia de la cruz” (Flp 2, 8). La
Escritura nos dice: “Pues ustedes aún no
han tenido que llegar hasta la muerte en su lucha contra el pecado” (Heb
12, 4). Sin lucha contra el pecado, y sin las obras de la fe el testimonio está
vacío y no convence a nadie. Sin la acción del Espíritu Santo, no podremos ser
testigos de Cristo y no podremos amar a los enemigos y orar como lo hizo Jesús
(cf Lc 6, 26-27) y como lo hizo el protomártir Esteban: Mientras lo apedreaban, Esteban hacía esta
invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Después dobló las rodillas y dijo con voz
sonora: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado (Hch 7, 59- 60.
“Así los gentiles glorifican a Dios por su misericordia” (Rom 15, 8-9).
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