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Buscar los
medios para crecer en la fe cristiana: “Como niños recién nacidos, desead
la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a
la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno” (1 Pe 2, 2). La
oración al estilo de Jesús (cf Mt 26, 41) “Se apartó de ellos como un tiro de
piedra y, puesto de rodillas, oraba así: “Padre, si quieres, aparta de mí esta
copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 41- 42) Otro medio de
crecimiento es la práctica de las Obras de Misericordia.
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La vida
cristiana no es una vida conformista y fácil. Hay que salir fuera de la
mediocridad y de las superficialidad para seguir las huellas de Jesús (cf Lc 9,
23)
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El cristiano ha de aprender a luchar y a vencer
las fuerzas del mal, las pruebas y los peligros que la vida le vaya
presentando. El camino es angosto y está lleno de obstáculos, internos o
externos, pero en cada uno de ellos el cristiano tiene la oportunidad de
madurar y de dar gloria a Dios. Esforzarse para recurrir el camino de la fe
pues la puerta es estrecha (cf Mt 7, 13)
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Las
pruebas de la vida son experiencias liberadoras que purifican la fe y dan
crecimiento espiritual al cristiano. Sólo los que sufren maduran y tienen una
enseñanza para los demás. No tengamos miedo de ir al “desierto” como lugar
donde habitan los demonios, para hacer la opción preferencial por Jesucristo
(cf Mt 4, 1- 11).
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Preocuparnos
por los que no tienen casa, ni tierra, ni patria, por los que están de
paso, sabiendo que Jesús fue forajido en tierra extranjera. Compartir como
personas hospitalarias con los demás “el pan” “la casa” y “el tiempo” (Mt 25,
31ss) (cf Rm 12, 10)
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Ayudar a
los demás en los momentos difíciles, momentos de carestía económica, de
aridez espiritual, de sufrimiento y dolor para nuestros hermanos los hombres.
El camino no es tan pesado cuando compartimos las cargas de los demás. Sobre
llevar las cargas de los más débiles (cf Rm 15, 1) Aprender a recorrer el
camino de la fe con otros, caminar juntos la experiencia de seguir a Cristo.
De la manera que María y José no
estuvieron solos en su penoso viaje a Egipto al contar con la compañía de Jesús
Niño, podemos afirmar también que nosotros contamos con la compañía de Cristo
Resucitado en el camino de la vida en cada uno de los momentos difíciles de la
vida.
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