La tristeza de cara a Dios lleva a la vida
“En efecto, la tristeza de cara a
Dios produce un irreversible arrepentimiento para la salvación; en cambio, la
tristeza meramente mundana desemboca en la muerte” (2 Cor 7, 10).
¿Cuál es el origen de la tristeza que lleva a la Salvación?
Creer en el Evangelio y convertirse
son el medio para entrar al Reino de Dios por el camino del Nuevo Nacimiento
(cf Jn 3, 1- 5). Jesús vino a los suyos y no lo recibieron, no creyeron, fue
rechazado por los suyos, pero a unos pocos que lo recibieron por la fe, se les
dio el poder de hacerse hijos de Dios (cf Jn 1, 11-12). Escuchar la Palabra y obedecerla nos lleva de
ser creyentes a discípulos de Cristo Jesús. La Palabra es la Verdad que nos
hace libres (cf Jn 17, 17) para ser transformados en “hijos de Dios”.
¿Cómo pueden los hombres al conocimiento
de la verdad? (cf 1 Tim 2, 4) Por medio de la Evangelización, de la predicación
de la Palabra de Cristo. “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”
(Jn 3, 16) Conocer la Palabra es conocer a Cristo (San Jerónimo), y conocer el “misterio
de la voluntad de Dios manifestada en Cristo Jesús (cf Ef 1, 8)
V La Palabra
nos convence de que todo hombre es amado por Dios. “Dios nos ama”. Con estas
tres palabras podemos sintetizar toda la Biblia.
V La Palabra
nos convence de que somos personas valiosas, importante y dignas a pesar de
nuestras fragilidades, debilidades y defectos (cf Is 43, 1- 5).
V La Palabra
nos convence de que somos pecadores necesitados de la Gracia de Dios.(cf Rom 3,
2) “Cuando el Espíritu Santo venga mostrará al mundo su pecaminosidad” (cf Jn
16, 8).
V La Palabra
nos convence que ningún hombre puede salvarse a sí mismo: “Sin mí nada podéis
hacer” (Jn 15, 1, 5) “El que quiera salvar su vida la perderá” (cf Lc 9, 24).
V La Palabra
nos convence que sólo Cristo Jesús ha muerto para perdón de nuestros pecados y
ha resucitado para nuestra justificación (Rom 4, 25; Hech 4, 12)
V La Palabra
nos convence que por la acción del Espíritu Santo quedamos libres de todo lo
malo (cf Jn 8, 32) y que la Palabra nos conduce a la salvación por la fe en
Cristo Jesús y nos guía a la perfección cristiana ( 2 Tim 3, 14. 17).
Creer en la Palabra que se escucha.
Escuchar la palabra nos hace ser
portadores de una Presencia que antes no se poseía. Presencia que nos abre a la
conversión y a la transformación de la mente, de la voluntad y del corazón.
Presencia que es recibida en nuestros corazones como “semilla” de Luz, Vida, Amor, Libertad,
Santidad. Palabra que ilumina nuestro caminar hacia la Casa del Padre. Es Luz
que orienta nuestra orientación a nuestra vida para que nadie se desviara ni a
izquierda ni a derecha (cf Jos 1, 3-6).
Todo que escucha la Palabra y la
ponga en práctica, por la acción de la palabra en el corazón del hombre, se
reconoce pecador, necesitado de la gracia de Dios y orienta su vida al Señor
con un corazón contrito y arrepentido buscando el perdón y la paz (cf Slm 51,
9; Lc 15, 11ss) Con el perdón recibido de modo gratuito se realiza el “Nuevo
Nacimiento”, el hombre es justificado y recibe el Espíritu Santo (cf Rom 5, 1;
Gál 4, 6)
Obedecer la Palabra.
«No todo el que me diga ‘Señor,
Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi
Padre que está en los cielos. Muchos me dirán aquel Día: ‘Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre
hicimos muchos milagros?’ Pero entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí;
apartaos de mí, malhechores!’ (Mt 7, 21- 23)
«¿Por qué me decís ‘Señor, Señor’ y
no hacéis lo que digo? «Voy a explicaros a quién se parece todo el que viene a
mí, escucha mis palabras y las pone en práctica. Se parece a un hombre que, al
edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al
sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo
destruirla por estar bien edificada. Pero el que las ha escuchado y no las ha
puesto en práctica se parece a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin
cimientos, contra la que rompió el torrente: la casa se desplomó al instante y
su ruina fue estrepitosa (Lc 6, 46- 49)
El camino del crecimiento.
El crecimiento espiritual nos
recuerda que Dios no nos da las cosas hechas. Él por amor nos da los medios
para el crecimiento: La Oración, la Palabra, la Liturgia de la Iglesia, las Obras
de misericordia, las pequeñas comunidades y el apostolado. El crecimiento pide
caminar con otros para compartir las experiencias de la fe que nos dejan el “seguimiento
a Cristo Jesús”.
¿Qué podemos hacer para crecer en la fe? San Pedro
nos dice: “Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de
que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis
gustado que el Señor es bueno” (1 Pe 2,1). Pablo nos diría con Pedro: pónganse en
camino: “Ellos mismos comentan cómo llegamos donde vosotros y cómo os convertisteis
a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero”
(1 Ts 1, 9) La Palabra nos introduce al “camino del arrepentimiento”, para con
alegría despojarse del hombre viejo y revestirse del hombre nuevo (cf Ef 4,
23-24)
Pedro nos exhorta a crecer en la fe
mediante la práctica del bien: Por esta misma razón, poned el mayor empeño en
añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la
templanza, a la templanza la paciencia activa, a la paciencia activa la piedad,
a la piedad el amor fraterno, y al amor fraterno la caridad. Pues si poseéis
estas cosas en abundancia, no os dejarán inactivos ni estériles para llegar al
conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo. Quien no las tenga es ciego
y corto de vista, y ha echado en olvido que ya ha sido purificado de sus
pecados pasados. Por tanto, hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra
vocación y vuestra elección. Obrando así nunca caeréis. Y así se os dará amplia
entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pe 1, 5-
11)
Nuevamente es san Pablo quien nos
dice como debemos vivir para poder el crecimiento espiritual tan anhelado: “Os
exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a
vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería
ser vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis a la forma de pensar del mundo
presente; antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de
forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo
agradable, lo perfecto. Humildad y caridad en la Comunidad. En virtud de la
misión que me ha sido confiada, debo deciros que no os valoréis más de lo que
conviene; tened más bien una sobria autoestima según la medida de la fe que
Dios ha otorgado a cada cual. Pues así como nuestro cuerpo, aunque es uno,
posee muchos miembros, pero no todos desempeñan la misma función, así también
nosotros, aunque somos muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo:
los unos somos miembros para los otros. Pero tenemos dones diferentes, según la
gracia que Dios nos ha concedido: si es el don de profecía, ejerciéndolo en la
medida de nuestra fe; si es el ministerio, sirviendo en el ministerio; si es la
enseñanza, enseñando; si es la exhortación, exhortando. El que da, que dé con
sencillez; el que preside, que sea solícito; el que ejerce la misericordia, que
lo haga con jovialidad. Que vuestra caridad no sea fingida; detestad el mal y
adheríos al bien; amaos cordialmente los unos a los otros, estimando en más
cada uno a los otros. Sed diligentes y evitad la negligencia. Servid al Señor
con espíritu fervoroso. Alegraos de la esperanza que compartís; no cejéis ante
las tribulaciones y sed perseverantes en la oración. Compartid las necesidades
de los santos y practicad la hospitalidad (Rom 12, 1- 13).
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