Vencer con el Bien al Mal
Es la advertencia de san Pablo: “No
se dejen vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien” (cfr Rom 12,
21) En la carta a los Efesios nos exhorta a fortalecerse con el poder de Dios
para vencer al mal y para hacer el bien (cfr Ef 6, 10) Para fortalecerse
mediante la fe que está presente en la “Bienaventuranzas” que nos invitan a ser
pobres, limpios de corazón, humildes, compasivos, misericordiosos, justos, pacíficos
(Cfr Mt 5, 3ss). Desde esta visión podemos saber donde se encuentra la fe que
nos ha justificado, la fe del corazón y no de los conocimientos. Con palabras de Jesús: ¿Por qué me dicen Señor y
no hacen lo que yo les digo? (Lc 6, 46). Sin la obediencia a la Palabra de Dios y a su Voluntad la fe es estéril, infecunda y sin frutos de vida eterna.
¿Cuál es el lugar de la fe?
Walter Kasper ha dicho que el lugar
de la fe es la “Realidad” (El evangelio de Jesucristo. Ed. Salterrae, Pág 33-41) La realidad es el
creyente, los demás, la naturaleza y Dios. El hombre de fe está en comunión con
Dios, consigo mismo, los otros y la misma creación. La ausencia de fe genera
las rupturas consigo mismo, con Dios, con los otros y con la naturaleza. La fe está
en todas y cada una de las virtudes cristianas, puesto que la fe no es un algo,
no es una cosa, es más bien el don de Dios, es el poder de Dios, es la vida de
Dios que se ha manifestado en Jesucristo para ser nuestro salvador y nuestra
salvación (1 Jn 5, 11-12)Para un hombre de Dios la Fe es un Alguien, es una Persona:
Jesucristo, el Hijo de Dios, el Revelador del Padre y del hombre, todos estamos
llamados a ser lo que Jesucristo es: Hijos de Dios, hermanos y servidores de
nuestros hermanos.
Cristo habita por la fe en nuestro corazón.
Creer y convertirse a Jesucristo
(cfr Mc 1, 15) La conversión es ir a Jesús para intercambiar con él nuestras
miserias y su Gracia (cfr Mt 11, 28) Convertirse es “llenarse de Cristo”; es
revestirse de Jesucristo (Rom 13, 14) Lo
que implica despojarse del hombre viejo (Ef 4, 23-24), despojarse del traje de
tinieblas para revestirse de luz (Rom 13, 13s); conversión cristiana nos hace
romper con el pecado (1 Jn 1, 8); nos hace huir de la corrupción para
participar de la Naturaleza divina (2 Pe 1, 4b) para orientar nuestra vida
hacia la casa del Padre, hacia el Dios vivo y verdadero, siguiendo las huellas
de Jesús, es decir para amar y servir (cfr 1 Ts 1, 9) Llevando entonces una
vida digna del Señor, dando fruto y creciendo en el conocimiento de Dios,
guardando sus Mandamientos y practicando las virtudes cristianas (Col 1, 10; 1
Jn 2, 3; Col 3, 12) Para que entonces la fe sea fuerza y poder de Dios que hace
de los creyentes ministros y servidores del Reino, al estilo de su Maestro (cfr
Jn 13, 13ss).
La fe consiste en escuchar la
Palabra, ponerse de pie, salir fuera y ponerse en camino hacia a lo
desconocido, al estilo de Abraham (Gn 12, 1-3) Ponerse en camino hacia la “Realidad”
para vivir de encuentros consigo mismo, con los demás, con Dios y con la Naturaleza.
Ser enviados para dar Vida a donde no hay vida; enviados a llevar la Verdad a
donde hay mentira; enviados a llevar Amor donde hay odio; enviados sembrar la
semilla del Reino donde no hay reino. La fuerza la encuentro en el vivir de “encuentros”
con Cristo, mi Salvador y mi Salvación. ¿Cuáles son los lugares del Encuentro
con Cristo? Este es el camino para crecer en la fe y echar raíces para que no
seamos como niños sacudidos y arrastrados por cualquier doctrina, impulso o
influencia mundana o pagana (cfr El 4, 14). Los lugares de encuentro con Cristo
son la oración íntima y confiada; la palabra de Dios escuchada, meditada y
puesta en práctica; las “obras de Misericordia, como encuentro con los pobres;
la liturgia de la Iglesia, especialmente la Confesión y la Eucaristía.
Finalmente el lugar de encuentro es el Apostolado animado por el Amor.
Si tuvieras fe como un granito de mostaza.
“Sin fe no somos agradables a Dios”
(Hb 11, 6) Sin fe no hay comunión con Dios. No hay Amor, no hay Verdad y no hay
Vida ( Jn 14, 6). La señal que hemos pasado de la muerte a la vida es el Amor
que vence al odio; la Verdad que echa fuera la mentira y la Vida que expulsa la
muerte para pasar de tierra árida, de corazones vacíos (cfr Jer 2, 13) a “manantiales
de agua viva (Jn 7, 38) Aquí la fe la pienso como “disponibilidad para amar y
para servir” al reino de Dios en favor de los pobres de economía, por los
pobres de relaciones, por los pobres de cultura y por los pobres moralmente… “Si
tuvieras fe como un grano de mostaza, dirían a este monte: Desplázate de aquí
allá, y nada les será imposible” (Mt 17, 20) Plantar árboles en el mar o mover
montañas con esa fe pequeñita podemos cambiar nuestra manera de pensar negariva
pesimista o destructiva para cambiarla por una manera de pensar positiva,
optimista y creativa orientada hacer el bien y sembrar actitudes y acciones
buenas donde no se encuentran. A esto se llama evangelizar con Palabras y con
el testimonio para dar vida a los muertos, limpiar a los leprosos y expulsar
los demonios ( cfr Mt 10, 7; Mc 16, 15- 18).
El evangelio nos habla de una “epilepsis
espiritual” que hace caer en “el fuego y en agua”. Es decir caer en pecado para
hacerse daño a uno mismo y a los demás (cfr Mt 17, 1418) Pablo dice que antes
de conocer a Cristo se sentía vendido al poder del pecado, con la impotencia
para vencer al mal y para hacer el bien (Rom 7, 14ss) Pero a partir del
encuentro con Jesús, salió del poder de las tinieblas para entrar al reino de
la luz (cfr Col 1, 13). Los hijos de la Luz son la Verdad, el Amor y la
Justicia (Ef 5, 8) ¿Qué nos falta después del encuentro? “El que no trabaje que
no coma” (1Ts 3, 10) Trabajar la tierra, el corazón, para cultivar la fe y nos
convierta a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, configurados con él por
el seguimiento y por la docilidad al Espíritu Santo que guía a los hijos de
Dios (cfr Rom 8, 14ss) “Despojaos del hombre viejo y revestíos del hombre
nuevo, en justicia y santidad” (Ef 4, 24) Esta conversión nos lleva a ser “guerreros
de la fe” por acción del Espíritu Santo que nos hace fuertes interiormente para
que Cristo viva en nuestros corazones y echemos raíces en la Fe (cfr Ef 3,
16-17).
Las raíces de la fe.
Estas son la humildad, la
mansedumbre y la misericordia. Raíces que nos ayudan a tener una “voluntad” firme,
fuerte y férrea para amar. El Amor une lo que estaba separado: La mente y la
voluntad. División interior por donde se escapaba el buen olor de Cristo y
entraban los demonios, la fuerza del mal. La unión de la mente y la voluntad
unidas por el amor, del cual la semilla es la Palabra de Dios, da al cristiano
una “Conciencia Moral” sin la cual la fe se encuentra vacía y muerta (cfr St 2,
14). Sin la Conciencia Moral nuestro corazón es un “saco roto”. El mismo
apóstol Santiago nos advierte: “No echen la gracia de Dios en saco roto”.
Quiero hacer el bien y no lo puedo hacer. Recibo la gracia de Dios y sigo
cayendo en el mal… no he tomado la firme determinación de seguir a Cristo… no
he fortalecido mi fe ayudado por el Señor y con mis esfuerzos para vencerme y
renunciar a lo que no me ayuda a vivir en la voluntad de Dios hasta llegar a
ser un “sacrifico vivo, santo y agradable a Dios” (cfr Rom 12, 1). “Todo es
posible para el que tiene fe”. Ánimo, levántate, toma tu camilla y vete a casa.
Esto lo dice el Señor a un hombre que era paralítico y que gratuitamente
recibió el perdón de sus pecados (Mc 2, 11) Y con el perdón de los pecados
recibió el don de la Gracia, el Espíritu Santo.
¿A quién le vamos a servir?
Josué, el heredero de Moisés, un
hombre lleno del Espíritu de Dios lo dijo con toda valentía: “Mi Familia y yo,
hemos decidido servir al Señor” (Jc 24, 15) Quien sirve al Señor lleva una vida
ética, con actitudes y acciones orientadas al bien de todos. Pablo lo expresa
con estas palabras que son el alma de la Ética cristiana: “Ámen sin
fingimiento; aborrezcan el mal y ámen apasionadamente del bien” (cfr Rom 12, 8)
Los amores fingidos encuentran su fuerza en la mentira, en la falsedad y en la
hipocresía (1 Pe 2, 1). Razón por la que san Pedro exhorta a cultivar la verdad
con los buenos hábitos, con el conocimiento, la justicia, la fortaleza, la
templanza, la tenacidad, la piedad, el amor fraterno y la caridad (cfr 2 Pe 1,
5-9) Cuando hacemos el bien le hacemos bien a todos los miembros del Cuerpo de
Cristo a la Familia y a la Sociedad; en
cambio, cuando hacemos el mal le hacemos daño a todos y hacemos fuerte el
imperio del Mal para que siga oprimiendo al hombre, secuestrando, matando y
destruyendo vidas humanas.
¡Con el bien venzamos al mal!,
sirvamos al Señor amando y sirviendo a todos. Un servicio especial a uno mismo
y a todos, es la Oración íntima, cálida y confiada. La oración sin amor, está
vacía de la misma manera que la fe sin obras está vacía o muerta (St 2, 14). La
oración es a la fe como el aire para los pulmones. La oración sincera es fuerza
para crecer en la fe, la esperanza y caridad.
Padre nuestro que estás en los
cielos…
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