HACERSE COMO NIÑOS PARA SER SERVIDORES DEL REINO.
La vida del hombre está dividida
entre un ates de conocer a Cristo y un después de conocerlo para amarlo y
servirlo. Después del Encuentro con el Señor se entra en un proceso de
conversión para llevar una vida digna del Señor, dando fruto, creciendo en el conocimiento
de Dios, fuertes en la fe, con un corazón agradecido y con la disponibilidad de
amar y servir a los demás. Este proceso de conversión nos fortalece en la fe para poder decir con Pablo: "Creo por eso hablo (1 Cor 4, 13) La fe es para transmitirla, para darla a los demás para que crean, y creyendo se salven.
1. Un antes y un después.
Tened por cierto que ningún
fornicario o impuro o codicioso —que es como ser idólatra— participará en la
herencia del Reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con vanas razones, pues
por eso deja sentir Dios su ira sobre los rebeldes. No tengáis parte con ellos.
Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas (Ef 5, 6-7). Pero ahora sois luz en el
Señor. Vivid como hijos de la luz, pues el fruto de la luz consiste en todo
tipo de bondad, justicia y verdad. Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no
participéis en las obras infructuosas de las tinieblas; antes bien,
denunciadlas. (Ef 8, 11)
Dos estilos de modos de existir, uno
es muerte y otro es vida. Un estilo deshumaniza, aliena y mata; el otro
humaniza, personaliza y realiza. Uno es grato y agradable a Dios y el otro, no
lo es, uno es vivir según la carne y el otros es vivir según el Espíritu (Gál
5, 16) “Así que los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas
vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, ya que el Espíritu de
Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece”
(Rom 8,8, 8-9).
Es el modo como podemos vivir en la
Libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1) Venciendo las barreras, rompiendo las
cadenas, venciendo las tentaciones con la fuerza de Dios y arrancando la mala
cizaña del corazón para poder llevar una vida en la verdad en el amor y en la
justicia. Con palabras de san Pablo:
Ø Por eso, tampoco nosotros hemos
dejado de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis
al pleno conocimiento de su voluntad, con total sabiduría y comprensión
espiritual, (Col.1, 9)
Ø para que procedáis de una manera
digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y
creciendo en el conocimiento de Dios (Col 1, 10)
Ø Le pedimos también que os fortalezca
plenamente con su glorioso poder, para que seáis constantes y pacientes en todo
y deis con alegría gracias al Padre, que os hizo capaces de participar en la
luminosa herencia de los santos (Col 1, 11- 12).
3. Una vida en Comunión.
El fruto de la Comunión con Dios, con
los hermanos y consigo mismo es el “hombre nuevo”, reconciliado y salvado que vive
en la verdad y practica la justicia. Como fruto de la fe san Pablo nos
menciona: “En cambio, los frutos del Espíritu son amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí. No hay ley
que condene tales cosas” (Gál 5, 22- 23). El fruto del Espíritu es lo que llena
el vacío del corazón y da el verdadero sentido a nuestra vida, sólo entonces
podremos llevar una vida plena, fértil, fecunda y fructífera. Para que se
cumpla en nuestra vida la promesa del Señor:
“Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá;
del que cree en mí se puede decir lo que afirma la Escritura: De su seno
manarán ríos de agua viva” (Jn 7, 37-38).
El fruto de la Reconciliación es una
vida nueva, es la vida en Cristo: “En cuanto a vuestra vida anterior, despojaos
del hombre viejo, que se corrompe dejándose seducir por deseos rastreros,
renovad vuestra mente espiritual, y revestidos del Hombre Nuevo, creado según
Dios, que se manifiesta en una vida justa y en la verdad santa (Ef 4, 22-
24).
4.
Sin cruz no hay discípulos de Jesús
Decía a todos: «Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque
quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la
salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él
mismo se pierde o se arruina? (Lc 9, 23- 25)
Mientras iban caminando, uno le dijo:
«Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús replicó: «Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar
la cabeza.» (Lc 9, 57- 58) El lugar para destruir las madrigueras y los nidos
de los vicios o de los infantilismos es la cruz que por amor seguimos a Cristo Jesús.
“Y si hemos muerto con Cristo,
creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez
resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir, y que la muerte carece
ya de poder sobre él. Su muerte implicó morir al pecado de una vez para
siempre; mas su vida es un vivir para Dios. En consecuencia, también vosotros
debéis consideraros muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom
6, 8- 11).
5.
Cristo es nuestra Pascua.
Entrar en la Pascua de Cristo es un
morir al pecado y es un vivir para Dios. Es el “Paso” de la muerte a la vida.
Es darle muerte al hombre viejo, despojándose de su fuerza deshumanizadora para
revestirse de Luz, con la armadura de Dios y revestirse de Jesucristo (cfr Rom
13, 11- 17) Todo el que entra en la Pascua de Cristo, se adentra en los
terrenos de Dios: El Amor, la Verdad, la Santidad, la Libertad y la Justicia
para revestirse de Luz, y seguir a Cristo Camino Verdad y Vida (Jn 14. 6) Sólo
entonces podemos poseer la fe que mueve montañas. Aquella que está en las manos
de Dios, llevando una vida en la Verdad, haciendo en todo la “Voluntad de
Dios”, a esto Pablo le llama “El vivir en Cristo” o “vivir según el Espíritu
Santo.
Ahora, podemos entender las Palabras del
Apóstol: “Además, los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus
pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24). El modo para ser de Cristo es amándolo
y sirviéndolo en los hermanos, especialmente los menos favorecidos: “Ahora
estoy crucificado con Cristo; yo ya no vivo, pero Cristo vive en mí. Todavía
vivo en la carne, pero mi vida está afianzada en la fe del Hijo de Dios, que me
amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2, 19- 20). El Apóstol pudo decir
estas palabras sólo después de haber pasado muchas purificaciones.
Persecuciones y padecimiento por amor a Jesús y a los suyos.
6.
Si conocieras el camino que nos lleva
a la Paz.
El camino que nos lleva a la paz es
la fe que nos lleva la justicia que nos lleva
a la paz (cf Lc 19, 42) Pa paz es armonía interior y exterior: paz
consigo mismo, con Dios, con la demás y con la naturaleza. Este camino es el
mismo que nos hace como niños para poder entrar en reino de Dios: “El que recibe a un niño en mi nombre, a mi
me recibe; y el que me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el
más pequeño de entre ustedes, ése es el mayor” (Lc 9, 48) Hacerse niños, ¿Para
qué? Para entrar al reino de Dios; para hacer discípulos y siervos de
Jesucristo. El camino es el que nos lleva al nuevo Nacimiento (Jn 3, 1- 5). La
pregunta sería sobre el cómo puede esto ser realizado en nuestra vida y de
otros muchos como Zaqueo, la Mujer adultera, Pablo de Tarso, y miles y miles
que han recorrido el camino de la fe.
1)
La
escucha de la Palabra. “La Fe viene de la escucha de la Palabra de Dios” (Rm
10, 17). Quien escucha la Palabra de Dios con la disponibilidad de entrar en un
proceso de conversión y cambiar de mentalidad (Ef 4, 23), entra en el reino de Dios y podrá
comer del árbol de la vida que se encuentra en el reino de Dios (cf Apoc 2, 7).
La escucha de la Palabra nos lleva a la conversión cristiana por la “obediencia
a la Palabra” para “Despojarse del
hombre viejo y revestirse del hombre nuevo” (Ef 4, 24) La conversión para los
judíos sería en “pasarse a Jesucristo”; para los paganos sería en “pasarse del
paganismo a Jesucristo”; Para nosotros sería en pasarnos de “las obras muertas
a Jesucristo” (cf 1 Ts 1, 9) Para seguir sus huellas y revestirse de Él (cf Rom
13, 14).
2)
El
Reconocimiento de mi realidad como pecador. No soy persona buena, soy pecador, es el
camino para convertirme en un candidato para que en mí se manifiesta el poder redentor de Jesucristo ( 1 Tim (cf 1, 15) El Espíritu Santo, implícito en la Palabra nos convence de nuestro pecado (Jn
16, 8). La palabra es luz que ilumina nuestras tinieblas. El que no conoce la
Palabra no conoce a Cristo (San Jerónimo) se cree buena gente diciendo en el
fondo que no necesita salvación (cf 1 Jn 1, 8-9). Sólo la acción del Espíritu
Santo nos lleva a decir: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi que
soy un pecador” (cf Lc 18, 13. 39).
3)
Ponerse
en camino de arrepentimiento (cf 1 Ts 1, 9) Como hijo pródigo, con corazón
arrepentido (Slm 51, 9) Dejarse encontrar por el Señor Buen Pastor que busca a
las ovejas perdidas hasta encontrarlas (Lc 15, 4) Que hermoso es llevar la
esperanza que tenemos un Padre misericordioso que nos espera con los brazos
abiertos y darnos una bienvenida festiva. Con esta esperanza vencemos los
enemigos del servilismo, del miedo y del no saberse dignos. Dejarse encontrar es reconocer que sin Dios estamos vacíos pues hemos "errado en el blando" y estamos necesitados de la Gracia de Dios manifestada en Cristo Jesús.
4)
El
Encuentro con el Señor Jesús. Encuentro liberador, gozoso e iluminador. “vengan
a mí los que están cansados y agobiados por la carga” El Encuentro es el
corazón y es con la Comunidad de Cristo en el Sacramento de la Confesión. Qué
hermoso es confiar en las palabras de Jesús que nos invita a creer que Él, ha
confiado a la Iglesia el Ministerio de la Reconciliación. Como lo dice la Sagrada Escritura en el
Evangelio de San Juan donde Cristo resucitado entre a su Iglesia, la Paz, la
alegría, la Misión y el don del Espíritu Santo (Jn 20, 20- 21). En el Encuentro
con Jesús en el Sacramento de la Confesión mis pecados fueron perdonados y
recibí el don del Espíritu Santo. Con el perdón de los pecados se ha dado el Nuevo
Nacimiento (Jn 3, 1- 5) Ha habido un
gran paso: “de la muerte a la Vida, del pecado a la Gracia; de las tinieblas a
la Luz, de la esclavitud a la Libertad y de la aridez a la aguas vivas del
Espíritu Santo” (cf Rom 6, 23; Ef 5, 7-8;Jer 2, 13; Jn 7, 38).
5)
El
cumplir la Penitencia. Entrar en la Voluntad de Dios, consagrándole la vida
para participar de la Misión de Cristo: “Como niños recién nacidos, aliméntense con
el alimento espiritual del Evangelio, buscando el crecimiento que nos lleva ha configurarse con Jesús como discípulos y siervos suyos por voluntad del Padre ( cf 1 Pe 2, 2). Recordando cada día las palabras de Juan el Batista. "En necesario que yo disminuya para que Él crezca" (Jn 3, 27). Crecer en la fe es crecer en Cristo y fortalecerse con él para vencer el mal y hacer con amor el bien.
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