La Espiritualidad del Reino.
1.
¿Qué es la vida
en el Espíritu?
La
vida espiritual no es un compartimiento más de la vida que podamos separar de
otros compartimientos, como pueden ser: la salud física, el estudio, el
deporte, la economía, la familia, la oración, las amistades, el trabajo, etc.
Por algún camino se nos enseñó que la vida espiritual consiste en ir a retiros,
congresos, ejercicios espirituales, lectura espiritual. Todo lo demás es
material, y muchas veces sin ninguna influencia de lo espiritual. Juan Pablo II
nos dijo: “Cuando la fe no se hace cultura; no se hace acontecimiento, se queda
vacía”. Con palabras de Santiago, está muerta[1].
La separación
entre lo que se cree y lo que se vive genera un divorcio entre la fe y la vida;
genera una brecha entre la razón y la voluntad; brecha que conduce a la pérdida
de identidad, del sentido de la vida y por ende, a la frustración de la vida,
del ministerio o del apostolado.
La
vida espiritual es la totalidad de una vida, en la medida en que es motivada y
determinada por el Espíritu Santo, el espíritu de Jesús. Es la totalidad de las
disposiciones en la medida que estén orientadas hacia los valores morales,
hacia en el encuentro interpersonal con Dios, los otros, la misma creación,
como respuesta a la “opción fundamental” por Cristo, por el Reino de Dios. La
palabra espíritu cuando se habla de vida espiritual hace referencia al Espíritu
de Dios, el Espíritu Santo y no a cualquier otro espíritu.
2.
Lo que no es
espiritualidad.
Lo primero para
saber es que la Biblia no divide al hombre en una parte espiritual y en otra
material; para la Biblia el hombre es un ser integral, es unidad; es un
espíritu encarnado o un cuerpo espiritualizado. San Pablo habla de los que “viven según”[2],
la carne, o de aquellos que “desean las cosas de la carne”[3].
Pablo no está dividiendo a la persona huma en dos: espíritu y carne; ni está
diciendo que debemos pensar sólo en salvar almas o pensar sólo en nuestras
almas y rechazar nuestros cuerpos.
Lo anterior
exige tener una clara cosmovisión del hombre creado a imagen y semejanza de
Dios con mente, voluntad y afectos. Para entender mejor la espiritualidad
decimos que todo hombre es un ser original, responsable, libre, capaz de amar y
comprometerse, que no está hecho, sino haciéndose, y se hace o realiza en
medida que sea conducido en los caminos de la vida por la “Palabra de Dios[4]”.
Cuando Pablo habla de la “carne” está no está haciendo referencia al deseo
sexual o la naturaleza humana, él habla del pecado y de la vida mundana en
general. De un modo de vida que no está motivado por Dios[5].
3.
Las obras de la carne V/s los frutos del
Espíritu
El Señor Jesús
nos dice: “El árbol se conoce por sus frutos” (7, 20; Mt 12, 33) Existen frutos
buenos y frutos malos. Lo anterior nos queda claro cuando leemos la carta a los
Gálatas que nos presenta el antagonismo entre la carne y el espíritu: dos
realidades que se excluyen la una a la otra: “La obras de la carne y los frutos
del Espíritu” (Gá 5, 19- 21 y 5, 22-23).
En las obras de
la carne están incluidos: los pecados del sexo (pornografía, adulterio, fornicación,
miradas obscenas), pero no son los únicos, sino también los de idolatría
(poder, placer, tener), celos, envidias, mal humor, supersticiones, divisiones,
grupos de poder, pleitos, críticas, chismes, partidismos… la carne es asociada
con los legalismos, rigorismos, fanatismos, racismos, discriminación[6].
De acuerdo a lo que dice Santiago: “No hagáis acepción de personas, no valoren
a las personas por lo que tienen y no hagan juicios con criterios torcidos”
(cfrSant 2, 1- 4)
Pablo la
describe la carne como espíritu de
esclavitud o espíritu del mundo[7].
El Evangelio nos habla de espíritus
inmundos, “malos espíritus o “espíritus de debilidad”[8];
también nos habla de espíritu sordo mudo”[9].
En la vida espiritual se habla de estar en la carne cuando hacemos las cosas
para quedar bien o para que nos vaya bien. Se habla entonces de espíritus de
vanidad, presunción, amor al dinero, al que dirán, miedo y cobardía.
Para Pablo la
“vida según la carne”, es entonces, una vida movida por malos espíritus, por
espíritus mundanos o por los valores del mundo: es sin mas, vida mundana y pagana,
es sin mas, una vida de pecado que genera ciegos, cojos, mudos, sordos y
muertos[10].
Mientras que la
“vida según el espíritu” es una vida motivada por el espíritu del bien, el
Espíritu Santo. Por ende, tiene vida espiritual el que es movido por el
Espíritu Santo y no por cualquier otro espíritu. Lo opuesto a la carne, no es
el espíritu en general, es el Espíritu
Santo que introduce a los hombres el paraíso y los lleva al reino de Dios; los
hace hijos de Dios y los hace participar de la gloria de Cristo, los
reviste y configura con él para que sean
sus discípulos- misioneros para hagan presente en medio del mundo la “Obra
redentora de Cristo”, y muestrena los hombres el Rostro de misericordia, de
perdón, de justicia, libertad, compasión, santidad… del Padre .
Cuando se
pretende vivir los dos estilos de vida a la misma vez, resulta la tibieza
espiritual, de la que nos habla el Apóstol Juan en el Apocalipsis: “ojala,
fueras frío o caliente, pero cono no
eres ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”[11].
Pablo de acuerdo con san Juan nos dice: “Los que viven según la carne no pueden
agradar a Dios”. “El que no tiene el espíritu de Cristo no le pertenece”[12].
Vivir según la carne es pertenecerle al mundo, según las palabras de Santiago:
“Hipócritas, ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios?(Snt
4, 4).
4.
¿Qué es la
espiritualidad cristiana?
La espiritualidad cristiana no es la vida espiritual. Si no, el modo
como se vive “la Gracia de Dios”, es decir, la vida espiritual, recibida en los
Sacramentos. El Bautismo, primer Sacramento de la fe, es la fuente de la que
brota “la vida espiritual”. Fuente de toda acción profética, sacerdotal y real
de la cual emerge la vocación de todo bautizado a la santidad y al servicio
para la Iglesia, y desde la Iglesia para toda la humanidad.
Hablando de Catequistas, Aparecida nos dice: La persona del
catequista se comprende como aquel creyente, que conoce y ha vivido un
encuentro con Jesucristo, quien invita a encontrarnos con Él (cfr. DA 131),
Jesucristo, no esuna
doctrina, teoría o abstracción, por lo que la vida espiritual cristiana es ante
todo seguir a una Persona, a quien debe de conocer bien, pues no se confía ni
se cree en quien no se conoce. Con
tristeza afirmamos que muchos nos llamamos servidores, pero, sin vivir de
“encuentros con Jesucristo”, sin comunión con él, sin tener experiencia de
discípulos.
5.
¿Cuál es la
fuente de la espiritualidad?
La Fuente de la
espiritualidad cristiana ha sido, es y será siempre: La fe hecha experiencia de
vida, es decir, Cristo se hace
“acontecimiento” en nuestra vida.
El punto de inicio de toda
espiritualidad cristiana es la experiencia bautismal (cfr D A 240). Experiencia
de muerte y resurrección[13] Experiencia de la presencia del Padre, del
hijo y del Espíritu Santo en nuestro corazón: Sabernos amados por el Padre,
redimidos, justificados, perdonados y reconciliados por la acción de la “Obra
redentora del Hijo y guiados, movidos por el Espíritu Santo.
La Gracia de Dios recibida en los Sacramentos se renueva, actualiza y
se fortalece en el Encuentro con Cristo, fruto de la escucha de la Palabra, de
la Evangelización, de una oración auténtica, de la recepción de los Sacramentos
y de una vida que se manifiesta en la práctica de la caridad, centro y corona
de los “Valores morales”.
La
espiritualidad cristiana, es siempre dinámica y abierta al crecimiento, exige
esfuerzos, renuncias, sacrificios, donación y servicio al Reino de Amor, Paz,
Justicia para que pueda haber comunidades vivas, fraternas y misioneras. Sin
renuncias no hay vida, no hay virtud, no hay discípulos. El servicio al Reino
es un servicio al hombre, sin exclusiones ni favoritismos, al estilo del
Maestro que “se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por
el Diablo”[14].
6.
Procesos y no
acontecimientos.
El punto de
inicio es el “Encuentro con Cristo”. Experiencia que nos proyecta y los
introduce en la dinámica del Reino: conversión del corazón, comunión eclesial,
misión- apostolado, frutos del Espíritu en el lugar y en el momento que nos ha
toca vivir. La experiencia que no se continúa, como al agua encharcada, se
descompone y se apesta.
Es decir, no se
puede hablar de la espiritualidad del “Agente de Pastoral”, como algo acabado y
puntual. La espiritualidad en sí misma no es una meta. Nuestra Meta es Jesús,
el Señor: “bástale al discípulo ser como su maestro y al siervo ser como su
señor[15]”.
Estamos en camino, nos estamos haciendo, somos seres en proyección: nuestra
vida está orientada hacia el Padre siguiendo los pasos de Jesús, el Señor.
Jesús es la puerta, es el camino, la verdad y es la vida[16].
Todo lo que hagamos sea para configurarnos con Cristo y no para que se hable
bien de nosotros o para que nos vaya bien.
De la misma manera,
la espiritualidad no se puede proponer como una tarea en la que al llevarse a
cabo por parte de cada uno de los “Agentes” se realice de la misma forma y dé
para todos los casos un auténtico resultado, como si se tratara de un
itinerario por efectuar y por medio del cual se llega a obtener una
homogeneidad a través de un camino realizado.
7.
¿Cómo lograr ser espiritual?
El modo
ordinario para vivir la espiritualidad cristiana es el camino del discipulado.
Discípulo es aquel que ha escuchado en su corazón la Palabra de Jesús, Palabra
que se convierte en “norma” para su vida; en lámpara para sus pies; en antorcha
que arde en su corazón. Sin obediencia a esta palabra no hay renovación; no hay
conversión; no hay vida espiritual y por lo tanto no hay espiritualidad
cristiana. Lo anterior nos ayuda a entender, según dice Albert Nolán: hay
espiritualidad donde hay vida espiritual y hay vida espiritual ahí, donde se
mueve el Espíritu Santo.[17]
Podemos decir a
la luz de la espiritualidad cristiana que “discípulo” es aquel que nace del
“Encuentro con Cristo”. Después del Encuentro personal con Cristo en la fe, la
Palabra misma, la oración, la Liturgia, las obras de misericordia y el mismo
apostolado se convierten en fuente de espiritualidad. El discípulo- misionero es
un enamorado de la Persona de Jesús, de su Palabra, de su Iglesia, de los
pobres o menos favorecidos. Un hombre nuevo que lleva en su corazón el fuego
del Espíritu que lo quema, lo purifica, le da una fe sincera y una recta
intención para que oriente su inteligencia y su voluntad hacia el bien moral[18].
8.
La Doble
certeza.
Discípulo es quien ha ido encarnado la doble
certeza de que, por un lado, es amado por Dios, y por otro, él también Él lo ama, por eso puede responder con los
Profetas: “Heme aquí”[19];
“Envíame a mí, Señor”[20];
o decir con Pablo: “Hay de mí si no evangelizara”[21].
Para que un apóstol de la comunidad sea
animador y educador de la fe de sus hermanos requiere de un proceso permanente de discipulado, pues “no se comienza a ser cristiano por una decisión
ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una
Persona, Jesús, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello una orientación
decisiva.” (DA 243)
En
espiritualidad no es suficiente con saber mucho, tener muchos conocimientos,
saber muchas dinámicas; saber por saber
de muy poco sirve; Se encuentra sentido a los conocimientos cuando, movidos por
el “celo apostólico” se busca compartir con otros, por amor o compasión” lo que
se sabe, lo que se tiene, y lo que sé es, para que otros sean lo que deben ser:
personas, importantes y dignas; hijos de Dios y cristianos comprometidos por la
causa de Jesús. Tan importante es el saber como el saber comunicar lo que se
sabe, pero igualmente importante es ser fiel a la persona humana a quien
dirigimos el mensaje de Salvación. Con respeto y dignidad a su libertad como
persona.
9.
Criterios de una
espiritualidad bíblica.
Hablar
de una espiritualidad bíblica es hablar entre otras cosas de la espiritualidad
de comunión, de compromiso, de los valores del Reino de Dios. Espiritualidad
que abarca el pensar, el desear y el actuar del Agente de Pastoral. Juan Pablo
II hace referencia a algunos de ellos:
a)
Todos vosotros
sois hijos de Dios.
Somos la Familia de Dios. Familia de iguales; familia de servidores que tiene
en común un mismo origen: las manos de Dios: “Hechura suya somos” (Ef 2, 10).El
deseo de Dios es tener una Familia en la que todos se sientan sus hijos, amados
por él.
b)
Todos vosotros
sois hermanos.
El otro no me es extraño, es de mi familia, me pertenece. El otro no me es
extraño, me pertenece, es de mi familia; es un don de Dios y yo soy un regalo
para él.
c)
Todo fue creado
por Dios para todos.
Nadie debe apropiarse de lo que en justicia pertenece a otros, sería un fraude
o una violación a los derechos humanos. Es una realidad que el hombre ha
perdido la capacidad para vivir en comunión con los demás, especialmente con
aquellos a los que el mundo excluye del patrimonio común. La brecha entre
pobres y ricos es cada día más ancha y profunda.
d)
Que los más
fuertes carguen con los más débiles. ¿Quiénes son los fuertes? ¿Quiénes son
los débiles? Fuertes son los que saben, los que tienen y los que pueden. En
espiritualidad, fuerte es el que ama y por amor se preocupa de los otros, se
reconcilia y comparte con ellos permanentemente, es decir, siempre.
e)
Todos vosotros
sois comunión.
En Cristo, por la Palabra que nos limpia[22],
el Bautismo que nos incorpora a Cristo[23],
la Reconciliación[24]
que restablece la Alianza, la Eucaristía[25]
que la fortaleza y la caridad que nos hace ser hermanos, somos una Comunión con
la Trinidad y con todos los miembros de Cuerpo Místico de Cristo que se
manifiesta como Comunidad fraterna, solidaria y misionera.
10
. Llamados a Configurarse con el Maestro.
· Aceptar
y guardar el Mandamiento Regio de Jesús como norma de toda espiritualidad
cristiana. (Jn 13, 34-35; 15, ) (DA 138).
· La
vivencia de las bienaventuranzas del Reino al estilo de Jesús: su amor y
obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su
cercanía con los pobres y pequeños y su fidelidad a la misión (DA 139).
· Cargar
la cruz cada día (Lc 9, 52-60). La cruz es humildad, amor fraterno, castidad,
es renunciar es negarse a sí mismo (DA 140).
· Llevar
a María en el corazón y aprender de ella como la “humilde esclava del Señor”
(Jn 19, 25) (DA 141).
· Llevar
una vida de piedad centrada en la escucha de la Palabra, la oración, los
sacramentos y en la entrega solidaria a los hermanos (DA 142)
11.
Conclusión.
La vida
espiritual es don y lucha; don y tarea. A ejemplo del grano de mostaza que cae
en tierra, nace, crece, da frutos que permanecen. Lo anterior es posible cuando
se siguen las leyes del reino de Dios: la ley de la gratuidad, de la acogida,
de la gradualidad y la ley de contradicción. Exige la armonía entre la gracia
de Dios y los esfuerzos humanos; armonía entre inteligencia, voluntad y
corazón.
La
espiritualidad cristiana nos lleva a ser hombres y mujeres con rostro de
“profetas”, “hostias vivas y consagradas a Dios”. Una ofrenda del hombre a Dios
y un don de Dios a los hombres. Ese es nuestro sacrificio: ser una ofrenda
viva. Es posible en la medida que permanezcamos en el amor de Cristo:
sometiendo nuestra voluntad humana a la voluntad de Dios para llegar a ser un
reflejo de la gloria del Padre, Cristo Jesús. La vida espiritual es la fuerza
de Dios que nos impulsa a salir fuera para ir al encuentro de la realidad para
darnos la experiencia cristiana en la cotidianidad de una vida que se gasta en
servicio al hombre en cualquier situación en la que se encuentre.
[1]Sant. 2, 14
[2] Rom 8, 4
[3] Rom 8, 5
[4]Cfr 2 Tim 2, 14ss
[5]
Albert Nolán, La espiritualidad bíblica, pág 10
[6]
Gálatas 5, 18; 3, 2- 3
[7]Rom
8, 14; 1 de Cor 2, 12
[8]
Lucas 13, 11
[9]
Marcos 9, 25.
[10]
Romanos 6, 20- 23
[11]
Apocalipsis 3, 15
[12]
Romanos 8, 8-9
[13]
Romanos 6, 8-11
[14]
Hechos 10, 38
[15]
Mt 10, 24; Lc 6,40
[16]
Juan 10, 7; 14, 6
[17]
Albert Nolán, Espiritualidad Bíblica, pág. 9
[18]Cfr
1 Timoteo 1, 5
[19]
Ex. 3, 4
[20]Is.
6, 8
[21]
1Cor 9, 16
[22]
Juan 15, 1-5
[23]
Gálatas 3, 26
[24] 1
Corientios 5, 17-18
[25]
Juan 6, 51
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