- Las parábolas de la
misericordia
San Lucas, en el capítulo 15, relata tres parábolas llamadas de la
misericordia: la de la oveja perdida, del hijo perdido («pródigo») y del
administrador infiel, las tres expresan el amor sin fronteras de
Dios. Con estas parábolas Jesús explica cómo es la actuación
de Dios. San Juan dirá que Dios es amor. Podemos decir que ésta es la principal
revelación del Nuevo Testamento. Por esto, Jesús proclamará con su palabra y con
sus obras el amor de Dios por los hombres. En efecto, Jesús nos muestra al
Padre. Jesús es la revelación del Padre (Jn 14, 7)
«Mediante esta
"revelación" de Cristo conocemos a Dios, sobre todo en su relación de
amor hacia el hombre: Es justamente ahí donde "sus perfecciones
invisibles" se hacen de modo especial "visibles",
incomparablemente más visibles que a través de todas las demás "obras
realizadas por él": tales perfecciones se hacen visibles en Cristo y por
Cristo, a través de sus acciones y palabras y, finalmente, mediante su muerte
en la cruz y su resurrección» (Juan Pablo II, DM, 2)
Pero como los hombres están
dominados por el pecado, este amor de Dios por los hombres se traduce en
perdón, en misericordia. «De este modo,
en Cristo, y por Cristo, se hace también particularmente visible Dios en su
misericordia, esto es, se pone de relieve el atributo de la divinidad, que ya
el Antiguo Testamento, sirviéndose de diversos conceptos y términos, definió
«misericordia» (...)» (ibíd)
Los fariseos se escandalizaban de
que Jesús acogiera y comiera con los pecadores. Pero la actitud de Jesús ante
los pecadores es la más clara predicación del Reino de Dios: Dios es un Dios
que perdona. Los fariseos no pueden entenderlo porque están lejos de sentir de
acuerdo con Dios. Habían reducido la religión al estrecho cauce de su propia
mezquindad y no son capaces de comprender el amor, que se traduce en
perdón. En las parábolas de la
misericordia encontrarnos de común la iniciativa de Dios, la recuperación de lo
que estaba perdido y “la alegría de Dios”. Cuando Jesús acoge a los pecadores,
está llevando a la práctica esta recuperación de lo perdido.
2. El relato evangélico
En aquel tiempo, se
acercaban a Jesús los publícanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual
los fariseos y los escribas murmuraron entre si: “Este recibe a los pecadores y
come con ellos”. Jesús le dijo esta parábola: “Un hombre tenia dos hijos, y el
menor de ellos le dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me
toca’. Y el le repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor,
juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna,
viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en
aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a
pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mando a sus campos a
cuidar cerdos. Tenia ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos,
pero no lo dejaban que se lo comiera.
Se
puso entonces a reflexionar y se dijo: ¡Cuantos trabajadores en casa de mi
padre tiene pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me
levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’. Enseguida se puso
en camino hacia la casa su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio
y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, echándole los brazos al cuello,
lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre les dijo a sus
criados: ¡pronto!, ¡traigan la túnica mas rica y vístansela; póngale un anillo
en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos
y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezó el banquete.
El
hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la
música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó que
pasaba. Este le contesto: Tu hermano ha regresado y tu padre mandó a matar el
becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo. El hermano mayor se enojó y
no quería entrar. Salio entonces el padre y le rogó que entrara; pero él
replicó: ¡hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya,
y tu no me has dado nunca ni un cabrito para comérmela con mis amigos! Pero eso
sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tu
mandas a matar el becerro gordo.
El
padre repuso: “hijo tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”. Pero era
necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y
ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado.” Palabra de Señor. Lucas 15, 1ss.
3
Dios es Amor, es Misericordia
Amor único, universal, incondicional y eterno La
parábola nada tiene que ver con un padre terrenal… donde lo mas importante no
es el dinero ni otros bienes terrenales, sino la dignidad humana pisoteada y el
derroche de las mejores potencialidades del hombre; lo que se representa aquí
es el amor y la misericordia divina en su poder de transformar la muerte en vida, la tristeza en gozo.
Cuando
no se conoce ese “Rostro de Misericordia de Dios”, los hombres se gastan
buscando la solución a su vida fuera de la “Casa del Padre”. Buscan entre los
muertos la fuente de la felicidad; quieren soluciones automáticas a sus
problemas o sencillamente se refugian en prácticas esotéricas, espiritistas o
supersticiosas como son el “culto a la santa muerte”, con quien se pactan
alianzas olvidando la “Única Alianza” que nos garantiza el perdón y la
misericordia de Dios: Alianza que fue sellada con la Sangre de Cristo. Sangre
poderosa que lava nuestras conciencias de los pecados que llevan a la muerte.
Muerte que ha sido vencida por la Resurrección de Jesucristo.
4. Alejarse de la Casa del Padre.
Alejarse
de la Casa del Padre para irse a vivir a un país lejano, no solamente es darle
la espalda a Dios, sino que además es hundirse en el vacío, es huir de la
realidad; es deshumanizarse y despersonalizarse. El hijo pródigo vivió la
experiencia de buscar la felicidad fuera de la “Casa de su Padre”, el precio
que tuvo que pagar fue el dolor, el sufrimiento y la humillación de que otros
pensaran y decidieran por él y el tener comer lo que los cerdos comen. No
obstante los hombres nos alejemos de Dios, Él busca a las ovejas perdidas, y
las busca hasta encontrar para hacerlas entender que andan equivocadas y para
invitarlas a volver al camino donde nos espera el “Abrazo del Padre”
5. Hacia la casa del Padre.
“La
iniciativa del Padre.” La mirada del Padre se pierde en la lejanía del camino por el que un día su
hijo se alejó de casa. El Padre espera con amor paciente el regreso de su
pequeño. Su amor intuye que es su hijo el que vuelve. El Padre siempre toma la
iniciativa, se levanta primero, es el que busca, es el que se acerca: es Buen
Pastor que busca hasta encontrar. El Padre manifiesta su alegría,
abraza a su hijo, lo besa, lo acoge. Sin palabras le dice: “Hijo mío estás
perdonado.
“El
abrazo del Padre” frente
a la miseria del hijo, muestra al Padre haciendo un derroche de misericordia;
su abrazo es de amor, de ternura, de luz y de verdad. El amor sin límites del
Padre le hace decir: “Pronto, regresen a mis hijo sus dones, dones que nos
hacen recordar los signos sacramentales. Al hijo no se le dice ni media
palabra, las órdenes son para los sirvientes. El Padre lava a su hijo en la
fuente de su misericordia. Frente al “yo pequé”del hijo, el Padre
exclama:”Estás perdonado”, “ya no me acuerdo de tus ofensas”, “Mi amor es más
grande que todas tus iniquidades”.
“Pronto
vayan y traigan”.
Vayan a la joyería y traigan el mejor anillo; otro vaya a la sastrería y traiga
el mejor vestido; otro vaya a la zapatería y traiga los mejores zapatos; uno
más vaya al potrero y traiga el “becerro gordo”. “Hagamos fiesta para que mi
luz brille en el rostro de mi pequeño”. El vestido simboliza la gracia de Dios;
revestidos de Cristo. El anillo simboliza la alianza restablecida, el don de la
filiación; las sandalias o zapatos son el símbolo del poder de Dios, del
Espíritu Santo. También son expresión de dignidad. El becerro gordo es el
símbolo de Cristo, el Cordero de Dios que se ofreció a sí mismo en la cruz para
perdón de nuestros pecados, y se nos da como comida en la Eucaristía.
“La
alegría de Dios” se
desborda cuando el pecador se deja encontrar por él; cuando vuelve a Casa;
cuando se deja tocar en el corazón; cuando se deja abrazar por los brazos del
Padre que son ternura y misericordia. El Padre es Bueno, no solo recibe al hijo
pródigo, que vuelve a casa, sino que también sale al encuentro de su hijo mayor
que se niega a entrar y participar de la fiesta que el Padre hace en honor de
su hermano; lo ciega la soberbia y la envidia. Así es Dios, no hace distinción
de personas, ama a buenos y ama a malos, a libertinos y moralistas. A todos invita
a entrar en su Casa; a todos quiere hacer partícipes de su alegría; a nadie
niega su perdón; su alegría está en tener a sus hijos sentados a su Mesa,
gozando de su gracia, de su poder y de su bondad.
Pero a nadie obliga… a nadie obliga… no
impone su Gracia… el hombre es libre para decidirse a entregar su corazón a
Cristo o a sus pasiones desordenas, a ser libertino, moralista como los hijos
de la parábola o a entrar en la Casa del Padre y permanecer en su Amor.
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