Educar para la Libertad
Monseñor Carlos Talavera Ramírez
"Despertar las conciencias implica respetar en cada persona lo
que le es propio por naturaleza y lo que la gracia de Dios ha venido a
redimir. Despertar las conciencias para que cada persona pueda asumir su
responsabilidad ante sí mismo, ante su familia y ante la sociedad, es un
desafío de la hora presente en el que la Iglesia, Madre y Maestra, ex-perta
en humanidad, puede contribuir con su poder específico" (1)
Este respeto a cada persona y esta ayuda a la naturaleza, y colaboración con la gracia, se realizan mediante la educación, y de modo especial con la educación en y para la libertad, que es la verdadera educación.
Juan XXIII nos dijo en su encíclica Pacem in Terris: "La
convivencia civil sólo puede juzgarse ordenada, fructífera y congruente con
la dignidad humana si se funda en la verdad. Es una advertencia del apóstol
San Pablo: Despojándoos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo,
pues que todos somos miembros unos de otros.
Esto ocurrirá, ciertamente, cuando cada cual reconozca, en la debida forma, los derechos que le son propios y los deberes que tiene para con los demás. Más todavía: una comunidad humana será cual la hemos descrito cuando los ciudadanos, bajo la guía de la justicia, respeten los derechos ajenos y cumplan sus propias obligaciones; cuando estén movidos por el amor, de tal manera que sientan como suyas las necesidades del prójimo y hagan a los demás partícipes de sus bienes, y procuren que en todo el mundo haya un intercambio universal de los valores más excelentes del espíritu humano. Ni basta esto sólo, porque la sociedad humana se va desarrollando conjuntamente con la libertad, es decir, con sistemas que se ajusten a la dignidad del ciudadano, ya que, sien-do éste racional por naturaleza, resulta, por lo mismo responsable de sus acciones" . Que estas palabras sean el fondo sobre el cual reflexionemos nuestro tema.
Libre es quien dispone de sí mismo, el que actúa por propia decisión.
Libertad es el ejercicio de la propia personalidad y capacidades para el
propio desarrollo y para el de la sociedad. La libertad tiene dos aspectos:
uno es la liberación de lo que subyuga al hombre y el otro es la capacidad,
la energía y la voluntad para actuar.
La liberación de lo que subyuga se realiza en tres tipos de
esclavitudes: uno, es la liberación de los que están sujetos a otra persona y
no pueden actuar sino bajo su dependencia.
Otro, es la liberación de los que hacen el mal, porque están dominados
por él. El mal no es propio de la naturaleza del hombre. Éste fue creado
bueno y está hecho para el bien y su libertad está en hacer el bien. El mal
ha llegado al hombre, después de haber sido creado, por un engaño hábil del
Diablo. Por esto, la libertad del hombre requiere, necesariamente, la
liberación del pecado. No conoce la experiencia de la libertad quien
permanece en el pecado.
La experiencia cristiana conoce también otro tipo de liberación, poco
y menos buscado, que es la liberación de la ley. Son muchos los que cumplen
la ley a regañadientes y contra su voluntad. La doctrina cristiana enseña que
es necesario liberar a los que cumplen la ley -la ley humana o la divina-
sólo porque es una ley. Dios no quiere que seamos esclavos, ni de los
hombres, ni de Él. Quiere que seamos sus hijos y por tanto libres ante Él y
ante los demás.
La ley divina ciertamente es santa porque tiene la función de
'indicarnos' el bien; pero ni da la fuerza para hacerlo ni hace justo al
hombre. También las leyes humanas justas nos indican el camino del bien, son
un servicio para el bien del hombre, pero no son su destino, son señales para
no perder el camino, pero los signos no libran de salirse del carril, ni son
la meta del camino.
Los esclavos de la ley, los antiguos y los modernos fariseos, ignoran
la libertad. Las leyes (incluida la divina) son letra que no da vida; más aún
matan. "La letra mata, mas el Espíritu da vida"(3) . Comentando estas palabras de
San Pablo, Santo Tomás dice que "por letra hemos de entender toda la ley
exterior al hombre, incluso los preceptos de la moral evangélica, los cuales
serían capaces de dar la muerte, si no existiese la presencia interior de la
gracia sanante de la fe"(4). La
muerte que da la ley es la muerte a la libertad. Porque el cumplimiento de la
ley hecho a fuerza (sea porque alguien nos obliga, o sea porque nos lo impone
la propia conciencia) no es la libertad para la que fuimos creados.
La libertad como capacidad, energía y voluntad para actuar, que es el
otro aspecto de la libertad, constituye realmente una nueva experiencia, un
nuevo modo de ser del hombre, la verdadera experiencia de ser hombres. Vaclav
Havel habla de la "revolución existencial" que se produce en el
interior del hombre cuando experimenta y ejercita la libertad. Esta libertad
es la que libera del miedo en que viven quienes son incapaces de expresar lo
que son y de manifestar su propia identidad.
El cristianismo, la vida cristiana, es un llamado a la libertad.
"Para ser libres nos libertó Cristo"(5) . Es un llamado a vivir el bien sin el peso de cargar algo impuesto y
con la alegría continua de realizar ese bien por propia decisión. Dicho de
otra manera, el hombre libre es el que está de tal manera identificado con el
bien, que discierne, quiere, busca y hace espontáneamente el bien, porque
naturalmente le pertenece y le satisface; así cumple toda ley sin ser forzado
ni externa ni internamente. Es la expresión más pro-funda de su mismo ser.
Esta es la libertad que la Iglesia ha recibido la misión de dar a los
hombres, es su misión
Esta experiencia cristiana, pues, no choca con la vigencia de la ley,
más aún, es la única que garantiza el cumplimiento de la ley de manera
estable. Urs Von Baltasar dice al respecto: "Nuestros actos más íntimos
de fe, de amor y de esperanza, nuestras disposiciones de ánimo y los
sentimientos, nuestras resoluciones más personales y libres: todas estas
realidades inconfundibles que nosotros somos, están impregnadas de tal forma
por su aliento, que el último sujeto -en el fondo de nuestra subjetividad- es
Él (el Espíritu Santo)"(6) .
Santo Tomás afirma: "El Nuevo Testamento es el Espíritu Santo en cuanto
construye en nosotros la caridad que es la plenitud de a ley. Era necesario
darnos una ley del Espíritu que, obrando en nosotros el amor, pudiese
vivificarnos"(7).
La verdadera libertad, por tanto, nos hace cumplir toda la ley, pero
nos libera de ella y de la esclavitud de quien es 'forzado' a algo que no
viene de dentro de nosotros, sino de fuera. Esta libertad, su consiguiente
felicidad y su poder transformador de las relaciones humanas, es la que
Jesucristo ha querido para nosotros. Esta es la libertad que predica y es
capaz de dar la Iglesia.
El. P. Ellacuría, hablando de libertad, escribió: "tanto la
libertad personal como la social y política sólo es tal efectivamente cuando
se puede ser y hacer lo que se quiera -[dentro de lo que]se debe o se es
permitido- ser y hacer. ... Pero, si además de no darse las condiciones
reales para ejercitar las libertades y los derechos formales, se da una
dominación y una opresión positiva que impide aún más aquel ejercicio, es no
sólo irreal sino positivamente ideologizado e hipócrita hablar de
libertad".
La Apología de Sócrates también nos enseña que educar en y para la
libertad tiene un necesario nexo con la verdad y que se realiza en primer
lugar liberando del miedo y enseguida impulsando a la persona al servicio a
los demás. Platón pone en sus Diálogos, estas palabras en boca de Sócrates:
"Temer a la muerte es creerse sabio sin serlo y creer lo que no
se sabe. En efecto, nadie conoce la muerte ni sabe si es el mayor de los
bienes para el hombre. Sin embargo, se la teme, como si supiese con certeza
que es el mayor de todos los males. ¡Ah! No es una ignorancia vergonzante
creer conocer una cosa que no se conoce?"
"Respecto a mí, atenienses, quizá soy en esto muy diferente de
los demás hombres y si en algo parezco más sabio que ellos, es porque no
sabiendo lo que nos espera más allá de la muerte, digo y sostengo que no lo
sé. Lo que sé de cierto es que cometer injusticias y desobedecer al que es
mejor y está por cima de nosotros, sea dios, sea hombre, es lo más criminal y
más vergonzoso. Por lo mismo, yo no temeré ni huiré nunca de males que no
conozco y que son quizá verdaderos bienes; pero temeré y huiré de males que
sé con certeza que son verdaderos males".
"Buen hombre, ¿Cómo siendo ateniense y ciudadano de la ciudad más
grande del mundo por su sabiduría y su valor, cómo no te avergüenzas de no
haber pensado más que en amontonar riquezas, en adquirir crédito y honores,
en despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría y de no trabajar
para hacer tu alma tan buena como puede serlo?"
"Que ha sido Dios el que me ha encomendado esta misión para con
vosotros es fácil inferirlo por lo que os voy a decir. Hay un no sé qué de
sobrehumano en el hecho de haber abandonado yo durante tantos años mis
propios negocios por consagrarme a los vuestros, dirigiéndome a cada uno de
vosotros en particular, como un padre o un hermano mayor puede hacerlo y
exhortándoos sin cesar a que practiquéis la virtud"(8) .
La libertad se basa en la verdad. La mentira está en el origen del
miedo, es la base fundamental de la esclavitud, da una falsa fuerza al
despotismo, hace posible la manipulación de las conciencias y todo tipo de
dictadura. La mentira está en la base del hedonismo, del afán del dinero y
del poder opresor. La fuerza del consumismo y de la dicta-dura no es física,
está en la mentira y en el miedo de muchos.
La verdad del hombre para tiene que brillar ante los esclavos de la
mentira para que ésta pierda su fuerza. "Si os mantenéis en mi Palabra
seréis verdaderamente mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os
hará libres"(9).
El lugar propio de la verdad está en está en la conciencia, que, en
cada hombre, es el lugar propio de Dios. Tiene que construirse el hombre
interior basándose en la verdad para derrotar al hombre en la mentira. Y la
verdad que construye al hombre es la realidad, es decir, la verdad de Dios,
la verdad del hombre, la verdad de la sociedad.
Ø La verdad de Dios es que:
Él nos ha llamado a ser sus hijos, a participar de la naturaleza
divina y, por tanto, a tener la experiencia de la libertad propia de sus
hijos. La libertad que Él nos da es en primer lugar la liberación del pecado
y enseguida es la fuerza para realizar su voluntad con osadía y grandeza de
corazón en la historia en su momento presente. Él nos enseña que "donde
está el Espíritu del Señor allí está la libertad"(10). La educación para la libertad
que da la Iglesia siempre consistirá en ayudar al hombre a entrar en contacto
con la fuente de la libertad.
Ø La verdad del hombre está en
que:
- Participando de las cuatro naturalezas creadas que conocemos
(mineral, vegetal, animal y espiritual) y de la naturaleza divina, el hombre
no puede ser tratado como si fuera sólo materia con vida. Manipular el poco
desarrollo de la inteligencia o la escasa fuerza de voluntad que hay en
muchos, constituyen un acto inmoral que destruye la libertad de los seres
humanos.
- También es una verdad que el hombre está hecho para actuar conforme
a su naturaleza material, espiritual y divina; y, por tanto, no es para una
vida ni puramente animal ni puramente espiritual, ni puramente divina. La
exclusión de uno de estos componentes perjudica la libertad del hombre. El
hombre tiene que aprender a manifestar su espíritu y su vida de hijo de Dios,
a través de su cuerpo.
- Es verdad que el hombre está hecho para darse y hacer el bien a los demás y que así adquiere la madurez humana. La sociedad es siempre la conjugación de auténticas libertades que, sin presiones, realizan el bien común.
- Es verdad que el hombre fue creado para el trabajo y que con él se
hace más hombre, se perfecciona, contribuye a la creación y construye la
sociedad. Por eso mercantilizar el trabajo es una manipulación y una
reducción inmoral del hombre
- Es verdad que el hombre, con la experiencia de estas realidades,
adquiere conciencia de sí mismo, conoce su identidad y se libra del engaño
que enajena, del consumismo, del tecnologismo, del economicismo, de las
dictaduras etc., que esclavizan.
Ø La verdad de la sociedad está
en que:
- Ésta se construye por la conjugación de las decisiones de las
personas que la constituyen. De hecho, nunca nadie puede construir una
sociedad para otros. Son los miembros de cada sociedad quienes con sus
decisiones, sus indecisiones o la ausencia de ellas, dan forma o dejan que
otros pretendan formarles su sociedad. Las personas que conviven forjan su
tipo de convivencia, construyen algo superior a su individualidad. La convivencia
y la sociabilidad propia del ser humano se realizan en la libre interacción
responsable, en la mutua complementación, en el libre uso de los carismas o
capacidades personales para el servicio al Bien Común. Esto pide a cada uno
la aportación, no sólo de su actividad o de sus bienes, sino de su ser mismo.
- Los seres humanos libres, ejercitando su libertad conjuntamente con
otras personas, adquieren la experiencia de construir la subjetividad de la
sociedad, la capacidad social de ser sujeto responsable de su bien-ser y de
su bienestar.
- Las personas que conviven en cada poblado necesitan,
consiguientemente, tener la experiencia comunitaria de la capacidad y de la
responsabilidad de realizar la construcción del bien común.
- Soljenitzin denunció la falsedad y el carácter ilusorio de las
esperanzas que no se basan en la responsabilidad y la consiguiente
incapacidad de las democracias tradicionales para oponerse a la violencia y
al totalitarismo. Allí el individuo goza de libertades y de garantías pero,
en definitiva, ellas no sirven para nada: él solo es víctima del
funcionamiento del sistema, que lo ayuda a dejarse esclavizar; lo condena al
aislamiento si no acepta ser esclavo; y si quiere encontrar un sentido
superior a su vida, lo hace incapaz de mantener su identidad, de defender su
interioridad y de superar su angustia por la supervivencia. Los esclavos más
satisfechos de su esclavitud se encargan de tratar así a quienes quieren
vivir su identidad; ellos no son libres, sirven al sistema y a su mantenimiento.
La vida en la mentira requiere una multitud miedosa que quiere justificar su
esclavitud. La vida en la mentira a la vez esclaviza y hace que quienes se
dejan esclavizar a ella, sirvan de sostén a la permanencia de la mentira.
- Es miope creer que la 'democracia madura' es el ideal en el que el
hombre pueda tener una vida digna e independiente. No son los mecanismos de
la democracia, sino la formación a las personas lo que hace crecer la
sociedad. No son las leyes ni los partidos de oposición los que garantizan la
erradicación de la violencia, sino la revolución existencial basada en el
encuentro con Cristo que nos da la conversión, la comunión y la solidaridad.
Sin Él surgirán nuevas formas de violencia.
Estos tres aspectos de la verdad son básicos para la formación en y
para la libertad. Vivir en la verdad, no sólo conocida teóricamente, sino
experimentada en su concretez, es el elemento fundamental de la libertad. En
torno a esta verdad vivida se generan las respuestas libres que desarrollan una
libertad sólida y madura.
La realidad pide siempre respuestas que partan de la auténtica propia
identidad y de la estructura familiar, del barrio, de los varios aspectos de
la vida social y de los requerimientos del bien común. La rectitud de las
diversas respuestas se funda siempre en la revolución existencial que renueva
los valores en cada persona y que asegura una reconstrucción de la sociedad.
La dirección que hay que tomar está constituida, pues, por la nueva
experiencia del ser, el nuevo enraizamiento en el universo, el saber asumir
una responsabilidad superior, la nueva relación interior con el prójimo y con
la comunidad humana. Todo esto es la revitalización de valores de confianza,
sinceridad, responsabilidad, solidaridad y verdadero amor, un nuevo espíritu
con contenido verdaderamente humano.
Así se desvanece el miedo ante los mitos y ante lo desconocido, porque
la mente que vive la ascesis de la verdad no puede aceptar la mentira ni su
respuesta inauténtica a la realidad. El hombre que tiene miedo lo padece
porque ha entregado la autenticidad de su vida, que es lo único
verdaderamente alienable que hay en él. A este respecto, Víctor Frankl dice
que "la cualidad del hombre de ser libre no es un "factum",
sino simplemente una facultad. Siempre que el hombre se deja llevar, se deja
auténticamente llevar, y esto quiere decir que, como libre que es, renuncia,
abdica, con el fin de verse disculpado como no libre, ... una forma de
comportamiento típicamente neurótico: la abdicación del Yo a favor del Ello
-la renuncia a la propia personalidad y existencialidad a favor de la
facticidad"(11).
Sin embargo, aún dentro de esa "vida en la mentira",
permanece la orientación fundamental hacia la verdad, que nunca se puede
perder como constitutiva del ser, aunque quede como algo dominado y
pisoteado. Esta realidad es, a la vez, origen de la tristeza propia de la
esclavitud dentro de la mentira, y también la fuerza aliada, dentro de la
plaza tomada por el enemigo, para hacer la liberación del esclavo. Cuando alguien
hace ver la falsedad que hay en la mentira empieza la liberación y el rescate
de la identidad.
La ayuda para llegar a la libertad y al servicio empieza alentando el
descubrimiento de la propia identidad. Ésta se obtiene en profundidad por el
encuentro con Jesucristo, el único que "manifiesta plenamente el hombre
al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación"(12) . El encuentro personal con
Jesucristo es absolutamente necesario a los seres humanos para conocer lo que
somos, para apreciar nuestra identidad. El hombre es objeto de revelación;
las solas ciencias no dan a conocer la profundidad del ser humano.
A la luz de esta verdad fundamental, quien quiera ser libe tiene que
decidir romper con "la vida en la falsedad", en todas sus
dimensiones -personal y social- para 'vivir siempre en la verdad', para
"ser de la verdad"(13).
Quien ha encontrado a Jesucristo y se ha entregado a Él, no permite que su
conciencia sea compartida por otra persona o cosa que no sea el Señor
Jesucristo. El descubrimiento de la mentira en todas sus formas es el
preámbulo del descubrimiento de nuestra identidad y de nuestra
responsabilidad. Por tanto, el análisis de nuestras personas, de nuestra
familia, de nuestro barrio, de nuestro trabajo, de nuestra recreación y de
nuestra participación social y política, nos conducirá a "la vida en la
verdad". La pedagogía para educar para la libertad y el servicio tiene
que propiciar una nueva experiencia de ser.
Es necesario descubrir lo que es nuestro, de nuestra naturaleza, la
falsedad de nuestras e inclinaciones y al mismo tiempo nuestros traumas,
miedos y condicionamientos, las falsedades que afectan nuestras relaciones
con los demás y nuestra vida social. Este trabajo debe realizarse continuamente
en la vida para permanecer en la libertad.
La conversión sincera, que consiste en orientar el camino de nuestra
vida y en darle la orientación permanente hacia Aquel que es la Verdad, es el
principio de la libertad y del auténtico servicio. Viene enseguida la
liberación de nuestras esclavitudes con la actuación especialmente cuidadosa
y amorosa del Espíritu Santo, cuya presencia final-mente nos impulsa hacia el
bien. El Espíritu Santo, autor principal de la libertad de los cristianos,
nos da la experiencia de querer y hacer el bien por propia decisión, sin ser
forzado ni externa ni internamente para realizarlo. Esto nos da la profunda y
verdadera experiencia de ser hombre.
Vivir en la verdad es estar siempre enfrentando la propia
responsabilidad: debemos saber lo que cuesta hacer el bien, tener la
experiencia del valor real que han tenido nuestras determinaciones y la
conciencia de la participación real del poder de Dios en nuestra acción. De
manera semejante es necesaria la experiencia de la comunidad, des-cubriendo
comunitariamente la responsabilidad común y el poder comunitario para el
mejoramiento de todos.
"La vida en la verdad" facilita el discernimiento en
situaciones concretas, incita a cada paso la imaginación para encontrar
nuevos caminos de hacer el bien y nos da la fuerza necesaria para vivir cada
paso en libertad. Cuando alguien comienza a "vivir en la verdad",
que es la antesala de "la vida en libertad", necesita compartir su
vida de verdad y de libertad con otras personas, y esto produce las
'comunidades de base'.
Estas comunidades son el principio de una nueva experiencia de
relaciones humanas, un apoyo mutuo en la vida de fe y de verdad. La
"revolución existencial" que se produce dentro de la vida en
comunidades pequeñas renueva los valores que dan sentido a la existencia, de
modo especial el valor comunidad, que exige el servicio mutuo y la
complementariedad. Es la experiencia sentir las necesidades de otros y la
experiencia del servicio y de sus efectos. Así se construye la comunidad de
la caridad. La caridad, plenitud de la ley, es, antes que precepto, una
fuerza, un dinamismo de la libertad para responder a las necesidades de los
demás.
Víctor Frankl había definido al neurótico "como el hombre que
conmuta la interpretación de su existencia, de un
"poder-llegar-a-ser-continuamente-de-otra-manera" a un
"tener-que-ser-así-de-una-vez-y-no-de-otro-modo"(14). La verdad de que podemos
siempre ser de otra manera abre los horizontes no sólo de nuestra propia conciencia,
sino de la familia, del vecindario, de la escuela, del trabajo, de la
sociedad y de la Igle-sia. En todos estos ámbitos hay que descubrir cualquier
falsedad que estorbe la verdad en su esplendor. Se trata de una conversión
continua que libera cuando se descubre la verdad y nos conduce a actuar, sin
miedo a la nueva experiencia. La "vida en la verdad" constituye el
trasfondo de una sana vida personal, familiar, social y política. Como
con-versión personal y rebelión ante la falsedad constituye un acto
verdaderamente moral. No se trata de un acto político, es una confrontación
entre "la vida en la verdad" y "la vida en la mentira".
Al descubrirse la verdad de estos ámbitos, emerge la conciencia social
y la responsabilidad por ellos. Y esta conciencia es también la base firme de
la libertad personal para servirlos. La familia, la sociedad, la política y
la Iglesia necesitan de hombres libres, convertidos, que vivan la verdad de
su pertenencia a esos ambientes y sean libres para servirlos.
Al descubrirse la verdad de estos ámbitos, emerge la conciencia social
y la responsabilidad por ellos. Esta conciencia es la base firme de la
libertad personal para el servicio. La familia, la sociedad, la política y la
Iglesia necesitan de hombres libres, convertidos, que vivan la verdad de su
pertenencia a esos ambientes y sean libres para servirlos.
Václav Havel dice: Una mejoría "de las estructuras, que sea real,
profunda y estable, hoy no puede partir de la afirmación de ésta o de aquélla
mala copia de un proyecto político tradicional y en definitiva sólo externo,
sino que tiene que partir -más que nunca y más que en otras partes- del
hombre, de la existencia del hombre, de la reconstrucción sustancial de su posición
en el mundo, de su relación consigo mismo, con los otros hombres y con el
universo. El nacimiento de un modelo económico y político mejor, hoy más que
nunca, debe partir de un cambio existencial y moral más profundo de la
sociedad: no es algo para lo que baste con pensar y actuar, como para
comprarse un coche nuevo, se trata de algo que -si es que no se trata sólo de
una nueva variante de la antigua confusión- sólo puede ocurrir como expresión
de una vida que cambia".(15)
Por otra parte, el Concilio Vaticano II define así el objetivo de la
verdadera educación: "se propone la formación de la persona humana en
orden a su fin último y al bien de las sociedades"(16). En este tono están las palabras
que dijera el P. Félix Varela al hablar de educación "Se trata de formar
hombres de conciencia en lugar de farsantes de la sociedad, hombres que no
sean soberbios con los débiles, ni débiles con los poderosos".
Ya que la libertad es propia de la naturaleza humana y la gracia de
Dios la asume y la redime, la educación exige el escrupuloso respeto de la
conciencia, y su formación, para que cada uno madure y asuma sus
responsabilidades ante sí mismo, ante los demás y ante Dios. Es esa libertad
de la que habla Don Quijote: "la libertad es uno de los más preciosos dones
que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros
que encierra la tierra, ni el mar cubre".
El Santo Padre recordó en Camagüey: "La Iglesia tiene el deber de
dar una for-mación moral, cívica y religiosa, que ayude a los jóvenes cubanos
a crecer en los valo-res humanos y cristianos, sin miedo y con la
perseverancia de una obra educativa que necesita el tiempo, los medios y las
instituciones que son propias de esa siembra de virtud y espiritualidad para
el bien de la iglesia y de la Nación". Y en su Homilía en Santa Clara
agregó: "la familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad
educativa donde los hijos de Cuba puedan crecer en humanidad".
El pueblo de Cuba valora, como toda Nación, el legado de aquellos
miembros de la Iglesia que se dieron a la tarea de buscar una educación
adecuada para todos, desde el padre de la patria, Carlos Manuel de Céspedes:
hasta los pensadores como José Martí, El P. Félix Varela, José de la Luz y
Caballero, así como otros contemporáneos nuestros, como Mons. Carlos Manuel
de Céspedes, los obispos actuales, los que escriben en las revistas
diocesanas; todos ellos son testimonio de lo que es dar la vida en favor de
los demás. A los laicos de hoy les toca en este nuevo siglo, siglo de los laicos,
tomar el estandarte de la libertad de los hijos de Dios y ser así los
protagonistas en la obra de salvación del mundo al que Dios ama.
El P. Varela vio que esta transformación hará posible la salvación del
individuo y de la sociedad: "No hay Patria sin virtud, ni virtud con
impiedad". Es por eso que los educadores son de alguna forma, pastores
que deben estar al cuidado de sus ovejas. Como lo señala el profeta Ezequiel:
"Lo juro por mi vida -oráculo del Señor- Mis ovejas fueron presa, mis ovejas
fueron pasto de las fieras salvajes por falta de pastor; pues los pastores no
las cuidaban, los pastores se apacentaban a sí mismos"(17).
José Martí escribió esta frase valiosa: "La felicidad general de
un pueblo descansa en la independencia de sus habitantes. Una nación libre es
el resultado de sus pobladores libres. De hombres que no puedan vivir por sí,
no se hacen pueblos respetables y duraderos"(18).
Agradezco muy hondamente la amable invitación que he recibido para
participar en esta Semana Social Católica. A través de ella Dios me ha
concedido la gracia de colaborar con la Iglesia de este país hermano, que
desde hace muchos años ha interpelado mi conciencia. Muchas gracias.
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