Ofrezcamos
continuamente a Dios el sacrificio de alabanza.
Objetivo: Motivar al pueblo cristiano a dar a Dios un
culto auténtico, cimentado en la muerte y resurrección de Jesucristo, como
hostias vivas y agradables a Dios para poder ser “alabanza de la gloria del
Señor para el bien de todos los miembros del Cuerpo de Cristo.
“Misericordia quiero
y no sacrificios”. Pareciera que Dios no acepta nuestros sacrificios, cuando la
misma Escritura nos habla de un sacrificio que el Señor no rechaza: “Un corazón
contrito y arrepentido” (Slm 50, 9). Nuestro sacrificio espiritual- existencial
debe estar por encima de todo esfuerzo, renuncia u otra clase de sacrificio, y
esto consiste en “aceptar la voluntad de
Dios y someternos a ella”, como único modo para vencer nuestro egoísmo que
tiende a ser independiente de Dios.
Nos dice la carta a
los Hebreos que al entrar Jesús en el mundo de los hombres exclamó:
“Sacrificios y holocaustos no te han agradado, pero heme aquí, oh Dios, para
hacer tu voluntad” (Hb ); de la misma
manera los hombres, cuando entramos en el Reino de Dios por la fe y el bautismo
deberíamos apropiarnos de las palabras de Cristo Jesús y decir con él: “Heme
aquí, oh Dios, para hacer tú voluntad, al estilo de María, la humilde esclava
que dijo: “Hágase en mi según su Palabra” (Lc 1, 38).
Nuestro sacrificio no consiste ya como en el Antiguo
Testamento, en el ofrecimiento de toros o machos cabríos, sino, en el
Sacrificio sacramental de Cristo. En la Eucaristía celebramos la muerte y la
resurrección de Jesucristo. El Señor con su Pascua fundó el “Culto nuevo-
cristiano”, se ofreció a sí mismo en el Espíritu Santo para liberarnos de la
muerte del pecado y darnos “Vida eterna”.
Una exhortación
Hermanos: “Ofrezcamos
continuamente a Dios, por medio de
Jesucristo, el sacrificio de alabanza, es decir el homenaje de los labios que
bendicen su nombre. No se olviden nunca de practicar la generosidad y de
compartir con los demás los bienes de ustedes, porque estos son los sacrificios
que agradan a Dios” (Heb 13, 15).
“Por eso nosotros que
recibimos un reino inconmovible, hemos de mantener la gracia y mediante ella,
ofrecer a Dios un culto que le sea grato, con respeto y reverencia, pues
nuestro Dios es fuego devorador” (Heb 12, 28). Un fuego que quema, pero no
destruye, purifica y eleva nuestras almas para que podamos ser agradables en la
“amistad con Jesucristo y en el amor fraterno”.
El sacrificio eucarístico
Este es el sacrifico de
la cruz que Jesús en el Espíritu Santoofrece al Padre eterno a favor de toda la
Humanidad ( ). Como fruto de esta
“ofrenda”, el autor de la carta a los hebreos nos dirá:“Que el Dios de la paz
os procure toda clase de bienes para cumplir su voluntad y haga en nosotros lo
que le parezca bien, por mediación de Jesucristo, a quien sea la gloria por los
siglos de los siglos. Amen” (Heb 13, 20- 21).
Sin sacrificio no hay culto a Dios.
“Os exhorto, pues,
hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos
como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, tal debería de ser vuestro
culto espiritual” (Rom 12, 1). El culto a Dios tiene dos dimensiones, una es
interior y la otra exterior. Lo externo es auténtico en la medida que venga del
interior, de un corazón limpio, de una fe sincera y de una conciencia recta (1
Tim 1, 5). Jesús haciendo referencia al
profeta Isaías nos dice: “Mi pueblo me honra con sus labios, pero su corazón
está lejos de mí” ( ). El hombre nuevo,
unido a Cristo es sacerdote, víctima y altar. Puede ofrecerse a sí mismo como
hostia viva en el altar de su corazón.
La exhortación del
Apóstol sólo pueden ser entendida a la luz de la Revelación: “Por lo demás
sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, de
aquellos que han sido llamados según su designio. Pues Dios nos predestinó a
reproducir la imagen de su Hijo, a los
que conoció de antemano,para queasí fuera su
Hijo el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, también
los llamó; y a los que llamó, también los hizo justos; y a los que hizo justos,
también los glorificó” (Rom 8, 28-29) Tanto la súplica, como la alabanza y la
ofrenda es grata al Señor sólo por la fe y en la fe, es decir, en comunión con
Cristo Jesús, en la medida que el pecador haya sido justificado, salvado y
santificado.
Sacrificio vivo: El sacrifico vivo sólo lo pueden ofrecer
aquellos que llevan en su corazón a un “Cristo vivo” que habita por la fe en
sus corazones (Ef 3, 16). El pecado paga con la muerte, pero Dios nos da la
gracia en Cristo Jesús (Rom 6, 23) Cuando nos presentamos ante el altar del
Señor con una conciencia o con las manos manchadas por el mal, el Señor nos
avisa: “vayan y purifíquense (Is 1, 16), lávense las manos y purifiquen sus
corazones (Snt 4, 8), “Si al traer tu ofrenda te acuerdas que tienes algo
contra tu hermano, deja tu ofrenda junto al altar y ve busca a tu hermano,
reconcíliate con él y luego vuelve a ofrecer su ofrenda (cfr Mt 5, 23)
Sacrificio santo:El hombre santo es aquel que está en comunión
con Cristo, ha dejado atrás la vida mundana y pagana, se ha despojado de las
tinieblas y se ha revestido de Cristo (cfrRm 13,11ss). Santo es el hombre que
pertenece a Cristo (Gál 5, 24); el santo es luz y sal de la tierra, discípulo
de Jesucristo y servidor de sus hermanos. El santo de la Biblia ha sido
segregado, arrancado de las tinieblas y es portador del amor de Dios que
irradia y comparte con sus hermanos. Es aquel que hace de la voluntad de Dios
la delicia de su vida, porque la acepta con alegría y se somete a ella. Con
palabras de Pablo decimos de él: “Es alabanza de la gloria de Dios” (Ef 1, 13)
Sacrifico agradable a Dios. Es el sacrificio del
justo, hombre o mujer. Justo es aquel que confía en el Señor; ha sido
justificado por la fe; ahora está en Cristo, le pertenece y es una nueva creación (1Cor 2, 17), por eso
es ofrenda grata y agradable a Dios (Eclo 35, 6). Nadie puede agradar al Señor,
sino está en comunión con Cristo. “Sin la fe nada es agradable a Dios (Hb 11,
6). Hablamos de una ve viva, auténtica, iluminada por la caridad (Gál 5, 6:
Catic)
Sacrificio razonable:Lo racional hace referencia a lo
espiritual, es decir, debe ser libre, consciente y voluntario, sin más causa que
la gloria de Dios. No se deben buscar méritos personales, como tampoco, buscar
recibir favores a causa de la ofrenda, como si Dios fuera un comerciante. A
Dios se le ha de alabar por lo que Él es y no por lo que Él da. Tres han de ser
las columnas del sacrifico razonable: El amor, la alegría y el agradecimiento.
Al altar del Señor no
te acerques con las manos vacías. Recuerda las palabras de la Biblia: “La
ofrenda del justo honra el altar, su perfume sube hasta el Altísimo (Eclo 35,
5) El agradecimiento por sí solo, es como la fe sin obras, está vacía (cfrSnt
2, 14) Qué tu acción de gracias esté
siempre acompañada por tu ofrenda, pues recuerda que Dios ama al que da
con alegría (2 Cor 9, 7).
Sacrificio de comunión o de acción de gracias: Lo ofrece aquel
hombre o mujer que guarda los Mandamientos de la Ley de Dios (Eclo 35, 1s).
Cada vez que guardamos por amor uno de los Mandamientos de la Ley de Dios,
morimos, un poco más al egoísmo de nuestro corazón. Los Mandamientos de Dios
tienen como finalidad el amor y el servicio al prójimo.
El Evangelio de san
Juan lo remarca al decirnos que quien guarda los Mandamientos ese ama al Señor
(Jn 14, 21), y es garantía de conocimiento
en verdad y amor (1 Jn 2, 3). El amor a Dios y el amor a los hermanos es
inseparable: “Quien dice que ama a Dios que ame también a sus hermanos”.
Sacrificio de alabanza: Consiste en la práctica de la caridad
con los pobres (Eclo 35, 4); consiste en compartir los bienes y en servir a los
demás, especialmente a los más necesitados: “Ofreced al Señor ayudas pingues
según vuestras posibilidades” (Eclo 38, 11).
Sacrificio de expiación: apartarse del mal y
purificar el corazón de toda inmundicia (Eclo 35, 3s; 38, 10); “Mi sacrificio es
un corazón contrito y arrepentido”. Dios no lo rechaza, lo acoge y lo redime.
Consiste en el sacrificio que Dios le pide a Jeremías para ser aceptado como
servidor: “Si separas la escoria del metal precioso, volverás a ser mi siervo”
(Jer 15, 19-20).
Este sacrificio nos
pone de pie, nos pide abandonar el mal, los ídolos, y orientar la vida hacia la
Casa del Padre, siguiendo las huellas de Jesús, Maestro. Sin seguimiento como
sin discipulado, no hay culto auténtico y verdadero.
Hacia la Pascua con Jesús.
“El que quiera
servirme que me siga, que donde yo esté, estará también mi servidor” (Jn 12,
23).
El que quiera ser mi
discípulo, que se niegue a sí mismo,
tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9, 23).
“Las aves tienen sus
nidos, y las zorras tienen sus madrigueras, pero el hijo del Hombre no tiene
donde reclinar su cabeza” (Lc 9, 52).
El discípulo ha de
estar siempre en salida. Salir del exilio, para ponerse en camino de éxodo
hacia la Tierra Prometida, siguiendo las huellas de Jesús. Salir de la comodidad
y del conformismo para identificar su vida con su Maestro y Señor. Salir
dejando atrás nidos y madrigueras; salir del pozo de la muerte, de la tierra de
la esclavitud y de la servidumbre, para ir poco, a poco, caminando en medio de
dificultades hacia los terrenos de Dios: La verdad, la justicia, libertad, el
amor…
Salir de... para ir
hacia… libre de algo… libre para responder a una Misión, a un compromiso, a un
desafío.
Publicar un comentario