6. La
enseñanza de Jesús sobre la dignidad de la mujer
“Si se mantienen en mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos y
conocerán la verdad y la verdad les hará libres”. (Jn 8, 31- 32)
El Señor sabe que donde hay opresión, no hay libertad, no hay vida, no hay
amor. Donde no hay libertad, hay esclavitud, y por lo tanto la capacidad para
amar se atrofia. Permanecer en su palabra para no desviarnos ni a izquierda ni
a derecha. Desviarse a la derecha es caer en una situación en la cual se vive
haciendo lo que otros hacen: Desviarse a la izquierda es caer en un “modo” de
vida haciendo lo que otros dicen. El ser humano se convierte en copia o en
títere de una sociedad masificada y masificadora. Ninguno de estos estados de
vida realiza. Ninguna da una felicidad estable y verdadera ya que el ser humano
es reducido a un simple medio o instrumento al servicio de otros.
A la luz de la palabra podemos hoy responder a las preguntas esenciales
sobre la vida: ¿Quién eres?, ¿De dónde vienes?, ¿Para qué estás aquí? Generalmente
hago las siguientes preguntas a las
mujeres que se encuentran sumergidas en cualquier problemática, especialmente,
en casos de identidad personal: ¿Cómo te miras? ¿Cómo te piensas?, ¿Cómo te
valoras?, ¿Cómo te aceptas? Y ¿Cómo te amas?
¿Te miras cómo Dios te mira?,
¿Te piensas cómo Dios te piensa?, ¿Te valoras cómo Dios te valora? ¿Te aceptas
y te amas como Dios te ama?
La verdad es que no tenemos ni la mente ni la mirada y mucho menos el corazón
de Dios. Urge ser educados en la Verdad,
en la responsabilidad y en la libertad, para que lleguemos a tener la
mente, la mirada y los sentimientos de Cristo. La verdad para nosotros no es un
concepto, no es un principio abstracto, no es una cosa. Es una persona. Jesús,
el Hijo de Dios que nos dijo: “Yo soy en camino, la verdad y la vida” (Jn 14,
6). La verdad es lo real, lo firme, lo estable, lo verdadero, no se impone a la
fuerza, sino que se acepta, se acoge y se vive.
Ver a toda mujer y reconocer en ella su dignidad requiere de todo ser humano
vivir en la verdad. Sólo entonces podremos hacerle justicia a la mujer, dándole
nuestro respeto admiración y reconocimiento. El gran desafío para todos para
hombres y mujeres es aprender a vivir en la verdad, lo que implica:
·
Pensar la verdad. Para sacar de la mente todos los criterios patriarcales,
machistas, feministas, consumistas, conformistas o totalitaristas, para ver la
Mujer, como un fin en sí mismo, como una perla preciosa. Mujer vales por lo que
eres.
·
Honrar la verdad. Honras la verdad cuando reconoces tu propia dignidad y la dignidad de los
demás. Honras la verdad cuando te valoras por lo que eres. Cuando te piensas y
te miras con amor; cuando te aceptas como eres y te proyectas buscando una
mejor calidad de vida.
·
Hablar la verdad. Fuera de tu mente y de tus labios toda mentira. Fuera
juicios despectivos y condenatorios sobre la mujer. Hablar la verdad es hablar
bien de la Mujer, de su vocación y misión, de sus derechos y de sus deberes, de
sus cualidades y talentos.
·
Caminar en la verdad. Es reconocer que no fuiste creada para llevar una vida
arrastrada, permitiendo que otros sean los que piensen por ti, que decidan por
ti. Arrastrarse es dejar que otros hagan tu historia; que seas manipulada y
usada sólo como instrumento de placer o de trabajo. Caminar en la verdad es
poner tus dos pies sobre la tierra y caminar con tu cabeza en alto, con
dignidad, siendo la protagonista de tu propia historia. Caminar en la verdad
implica rechazar todo lo malo, es decir, todo aquello que impida que te
realices como mujer. Implica también cultivar la belleza, la unicidad, la
bondad y la verdad.
·
Defender la verdad. Es respetar y defender los derechos de toda mujer y de
todo ser humano. Es ayudarle a remover los obstáculos que impiden que realice su ser de Mujer. Defender la verdad
es abrirle a la mujer campos de acción para que desarrolle su capacidad de ser
ella misma, como mujer, esposa, madre, profesional… como un ser capaz de amar.
1. Una ayuda que
no miente.
El mayor acto de amor que podemos realizar a favor de los demás, no es
darles cosas, dinero o propiedades, sino el
ayudarles a iniciarse en su proceso de realización humana para que
lleguen a ser lo que deben ser. Lo primero sería ayudarles a tomar conciencia
de su dignidad personal, para luego, ayudarles a ponerse en camino como
personas protagonistas de su propia historia. Para que lleguen a ser personas
con un grado de madurez y de plenitud que respondan al Plan maravilloso que
Dios tiene para cada una de sus criaturas.
2. Jesús
y las Mujeres.
Las mujeres que se acercaron a Jesús pertenecían, por lo general al entorno
más bajo de aquella sociedad. Bastantes eran enfermas curadas por Jesús. Otras
eran viudas indefensas, esposas repudiadas o mujeres solas, sin recursos, poco
respetadas, de no muy buena fama. Había también algunas prostitutas. Otras eran
consideradas por todos como la peor fuente de impureza y contaminación. Jesús
las acogía a todas. Y se sentó a la mesa con ellas provocando escándalo entre
sus contemporáneos.
3.
¿Cómo
las trató Jesús?
Habla
con ellas con naturalidad, espontaneidad, sin afectación; pero siempre con sumo
respeto, discreción, dignidad y sobriedad, evitando el comportamiento
chabacano, atrevido, peligroso. Nadie pudo echarle en cara ninguna sombra de
sospecha en este aspecto delicado. No tiene intenciones torcidas o dobles.
Jesús y la mujer
adultera. Traen
ante Jesús una mujer sorprendida mientras estaba teniendo relaciones sexuales
con un hombre que no era su marido. Del varón adulto no se dice nada: es lo que
ocurría siempre en aquella sociedad machista. Se humilla y se condena a la
mujer, por que ha deshonrado a su
familia. La ley dice que la mujer debe de ser castigada. Jesús no soporta esta
hipocresía social construida por los varones y les dice: “Aquel de vosotros que
esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”. Todos empezando por los más
viejos se van retirando avergonzados por el desafía de Jesús. . Ellos saben que
son los más responsables por los adulterios que se cometen en aquellos pueblos.
La
mujer sigue ahí en medio, avergonzada y humillada. Jesús se queda a solas con
ella. Ahora la puede mirar con ternura, con respeto y con cariño como nunca antes alguien lo ha hecho. Mujer,
¿Nadie te ha condenado? La mujer que acaba de escapar de la muerte le responde
atemorizada: “Nadie Señor”. “Tampoco yo te condeno. Vete y, adelante, no peques
más” Jesús no la juzga, no la acusa, no la condena. Sólo la ama y la sana del
miedo a la muerte, de la vergüenza y del
adulterio. (Jn 8, 1-11)
Jesús y la mujer
pecadora. Jesús
va la casa de un fariseo llamado Simón.
Ya en casa mientras están a la mesa una mujer de mala reputación entra, se
dirige a Jesús y se postra a sus pies. Los abraza, los baña con sus lágrimas,
los besa y los seca con sus cabellos. Jesús se deja tocar, no teme a la
impureza y al qué dirán. Jesús no mira a la mujer como tentación ni como fuente
de posible contaminación. Los invitados se escandalizan diciendo sin duda: Éste
no es un profeta de Dios”. “Este hombre es amigo de pecadoras”. Sin embargo para
ella que nunca habían estado tan cerca de un Profeta, que jamás habían
escuchado hablar así de Dios, llora de agradecimiento al sentirse acogida por
Jesús que hace presente el amor comprensivo del Padre que derrama su amor en el
corazón de aquella mujer maltratada y oprimida por los varones, con sed de
justicia y hambre de saberse respetada y amada por alguien. Ese es Jesús que
valora su acción, la ama, la perdona, la libera y la salva: “Tus pecados te son
perdonados”. “Vete en paz” “Tu fe te ha salvado”.. (Lc 7, 36-50)
Jesús y la mujer
hemorroisa. Una
mujer enferma se acerca tímidamente a Jesús. No conocemos su nombre ni su vida.
Quizá siempre ha sido así: tímida y callada. Lleva muchos años sufriendo
pérdidas de sangre. Es una mujer enferma en las raíces mismas de su feminidad,
excluida de la intimidad y del amor conyugal. En estado de impureza ritual que
la obliga a apartarse del templo, de la sociedad y de su esposo. Su ser más
íntimo de mujer está herido. Sólo busca una vida más digna. Su deseo de ser como
todos la ha llevado a gastarse todo lo que tenía en médicos y en curanderos.
Ahora, arruinada, sola y sin futuro. Sólo le queda Jesús, toca con su fe el
manto y se siente curada. Jesús quiere saben quien lo ha tocado. No siente
temor que una mujer impura la haya contaminado. Lo que desea es que esta mujer
no se marche avergonzada: ha de vivir con dignidad. Cuando ella Atemorizada y
temblorosa lo confiesa todo, Jesús con afecto y cariño la despide así: “Hija tu
fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad”. (Mc 5, 25- 34)
Jesús
y la mujer encorvada. La enfermedad de esta mujer es la
esclavitud. Desde niña marginada por el solo hecho de ser mujer. Luego pasa de
las manos del padre y de los hermanos a las manos del esposo. Encorvada, es decir,
doblegada por la opresión que le ha causado el maltrato del marido y el miedo a
un día ser abandonada. Con una esperanza en su corazón se acerca a Jesús.
Espera ser curada después de 18 años de enfermedad, quizá el tiempo que tenía
casada. No podía en modo
alguno enderezarse: ser ella misma. (Lc 13,10ss).
Jesús
la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre
de tu enfermedad». Inmediatamente se enderezó y glorificaba a Dios. Esa
mujer encorvada, a quien Jesús le grita, «¡quedas libre!», y que puede levantar
la cabeza, ver a las personas a la cara, ver el cielo, glorificar a Dios,
sentirse también ella una persona, es un símbolo poderoso. No es sólo una
mujer; representa a la condición femenina; es esa innumerable cantidad de
mujeres que no caminan encorvadas a causa de una enfermedad, sino por la
opresión a la que han sido sometidas en casi todas las culturas. Qué
liberación, qué esperanza, y qué alegría encierra este grito de Jesús.
4.
Las
Mujeres en el Ministerio de Jesús.
El Evangelio de Lucas nos dice que junto con los
Doce acompañaban a Jesús un grupo de mujeres. Algunas había sido curadas de
espíritus malignos y de enfermedades: entre ellas maría magdalena, Juana, mujer
de Cusa, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes.
Les permite que
le sigan de cerca, que le sirvan con sus bienes (cf. Lc 8, 1-3). Esto era
inaudito en ese tiempo. Rompe con los esquemas socioculturales de su tiempo.
¿Por qué iba Él a despreciar el servicio amoroso y solícito de las mujeres?
Ahora uno entiende mejor cómo en las iglesias siempre la mujer es la más
dispuesta para todos los servicios necesarios, pues desde el
tiempo de Jesús ellas estaban con las manos dispuestas a servir de corazón.para enseñarles la lección. A su Madre la fue elevando a
un plano superior, a una nueva maternidad, que está por encima de los lazos de
la sangre (cf. Lc 2, 49; Jn 2, 4; Mt 12, 48). A la madre de los de los hijos del Zebedeo le echó en cara la
ambición al pedir privilegios para sus hijos (cf. Mt 20, 22). A las mujeres que
lloraban en el camino al Calvario les pidió que sus lágrimas las reservasen
para quienes estaban lejos de Dios, a fin de atraerles a la conversión (cf. Lc
23, 28).
Les premia su
fe, confianza y amor con milagros:
a la hemorroísa y a la hija de Jairo (cf. Mt 9, 18-26). A la suegra de Simón
Pedro (cf. Mc 1, 29-39). Al hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7, 11-17). A la
hija de la cananea (cf. Mc 7, 24-30). A la mujer encorvada (cf. Lc 13, 18-22).
Jesús es sumamente agradecido con estas mujeres y sabe consolarles en sus
sufrimientos.
Jesús acepta la amistad de las hermanas
de Lázaro, Marta y María, que lo acogen en su casa con solicitud y
escuchan con atención sus palabras (cf. Lc 10, 38-42). La amistad es un valor
humano, y Jesús era verdadero hombre. ¿Cómo iba él a despreciar un valor
humano?
La
llama a ser apóstol de su resurrección (Jn 20, 17). Las mujeres se convierten
en las primeras enviadas a llevar la buena nueva de la victoria de Cristo a los
Apóstoles.
.
Conclusión.
Su
experiencia de Dios Padre, defensor de las viuda, de los huérfanos y de los
pobres, y su fe en la llegada de su reinado hacen que Jesús se comporte de tal
manera que pone en crisis las costumbres, las tradiciones y prácticas que
oprimían a la mujer. Jesús no tolera el
carácter patriarcal de la sociedad de su época. Él quiere crear un espacio sin
dominación masculina en el cual hombres y mujeres vivan como hijos de un mismo
Padre, iguales en dignidad.
Jesús
mira a todos como personas igualmente responsables ante Dios. Jesús quiere
poner las bases para que existan estructuras que no generen superioridad del
varón ni sumisión de la mujer. En el
reino de Dios, pobres y ricos, hombres y mujeres, blancos y negros, todos somos
uno en Cristo Jesús. No hay lugar para el racismo, para la discriminación ni
para el machismo. Todas estas anomalías tendrán que desaparecer. Jesús pone las bases para la nueva humanidad
en la cual no deben existir las familias patriarcales, sino, familias y comunidades de iguales, espacios
sin dominación masculina y en la cual las mujeres ganen dignidad, respeto y
admiración. No olvidemos que al final de la vida de Jesús, durante su última
hora, los Discípulos lo abandonaron, y que sólo las mujeres permanecieron a su
lado, fieles hasta el último momento. Así es la Mujer.
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